Conoce al Papa, n.
2.
Luis-Fernando
Valdés
Cuando fue elegido
Benedicto XVI, de inmediato se puso en marcha la búsqueda de su pasado; muchos buscaban
conocerlo mejor, pero no faltaron los que deseaban encontrar alguna mancha en
su expediente, como los que propalaron que Joseph Ratzinger apoyó a Hitler.
¿Cuál es la verdadera historia?
Joseph Alois Raztinger, durante el servicio militar obligatorio. |
La realidad es que
al adolescente Ratzinger le tocó sufrir los excesos de los nazis y las carencias
de un país destrozado por el conflicto bélico y por la derrota sufrida. En
1943, Alemania necesitaba más reclutas y empezaron a ser alistados los menores
de edad. A sus 16 años, Joseph ya edad suficiente para pertenecer a las
“Juventudes Hitlerianas”, que no era otra cosa que el servicio militar, en el
que a los jóvenes se les permitía salir a tomar clases, mientras que los soldados
profesionales estaban de tiempo completo dedicados a la guerra.
En 1944, Joseph
terminó su servicio militar en las bases antiaéreas alemanas, pero al volver a
casa, le avisaron que debía presentarse en el “servicio laboral del Reich”. En
esta etapa, los jefes militares eran viejos afiliados al partido nazi, crueles,
violentos y que buscaban intimidar a los jóvenes soldados para reclutarlos en
la “SS”,
la sanguinaria estructura paramilitar del Tercer Reich.
Así lo recuerda el
mismo Ratzinger en sus memorias: “Una noche nos sacaron de la cama y nos
hicieron formar filas, medio dormidos, vestidos de chándal [=pants]. Un oficial
de la SS nos llamó uno a uno fuera de la fila y trató de inducirnos a
enrolarnos como ‘voluntarios’ en el cuerpo de la SS, aprovechándose de nuestro
cansancio y comprometiéndonos delante del grupo reunido”.
Y en esta
situación de tortura psicológica se manifestará un importante rasgo de la
personalidad del futuro Papa: la valentía de no ceder ante lo que amenazaba su
fe religiosa. Así lo relata él mismo: “Junto con algunos otros, yo tuve la
fortuna de decir que tenía la intención de ser sacerdote católico. Fuimos
cubiertos de escarnio e insultos, pero aquellas humillaciones nos supieron a
gloria, porque sabíamos que nos librábamos de la amenaza de este enrolamiento
falsamente ‘voluntario’ y de todas sus consecuencias” (“Mi vida”, p. 46).
En 1945, Ratzinger
estaba asignado al cuartel de Infantería de Traunstein. El fin de la guerra se tornaba
cada vez más inminente. Pero los reclutas alemanes no podían abandonar las
trincheras, ya que eso equivalía a desertar. Sin embargo, Joseph, que siempre
estuvo en contra de la contienda bélica, decidió no seguir en la guerra,
costara lo que costara. Escribirá en sus memorias: “Tomé la decisión de marcharme a casa. Sabía
que la ciudad estaba rodeada de soldados que tenían la orden de fusilar en el
acto a desertores. Por eso tomé, para salir de la ciudad, un camino secundario,
con la esperanza de pasar desapercibido” (Ibid., pp. 48-49).
En junio de 1945,
el soldado Ratzinger volvió a su casa, pero esta alegría duró poco tiempo, pues
el ejército norteamericano que ya había tomado Alemania, y en Traunstein las tropas
aliadas arrestaron a los reclutas bávaros. De esta experiencia como prisionero
de guerra, Joseph recuerda que la ración de alimento era un cucharón de sopa y
un trozo de pan diario. Finalmente, fue liberados cerca de Múnich.
Despejados los
prejuicios sobre el pasado nazi, vemos el temple del futuro Pontífice:
estudioso, valiente, de convicciones firmes. Esta experiencia forjó su
personalidad, pues en estas difíciles circunstancias Joseph Alois Ratzinger
maduró su vocación.
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