Luis-Fernando Valdés
Fue el 25 de julio de 1968, cuando el Papa Pablo VI publicó la Encíclica “Humanae Vitae” (HV), que es uno de los documentos más importantes de todos los tiempos sobre la moral conyugal. Pero, desde el primer momento, no han faltado algunas voces que la han tildado de poco adecuada para los tiempos modernos. Han pasado ya 40 años, y en algunos sectores se sigue considerando que ese texto pontificio cerró la apertura la de la Iglesia al progreso por negarse a aceptar la anticoncepción. ¿Sigue vigente la enseñanza católica sobre la sexualidad?
La historia de este documento no fue pacífica, ni en su origen. Como es sabido, antes de la HV una comisión pontificia tuvo el encargo, culminado en 1966, de hacer un estudio de población, familia y natalidad que lamentablemente concluía a favor de la anticoncepción en el marco de una “paternidad responsable”. Sin embargo, Pablo VI valientemente decidió publicar la Encíclica, a pesar de la falta de unanimidad de esa comisión (cfr. HV, 6), para exponer la verdad del hombre sobre la apertura a la vida.
Pero más grave aún, fue la reacción de algunos teólogos, como Bernhard Häring, que públicamente criticaron el contenido de la HV. Desde 1907, con el llamado “modernismo”, nadie se había atrevido a polemizar abiertamente contra la Sede Apostólica. La consecuencia fue una grave crisis de obediencia al Papa, y una gran confusión doctrinal. En 1995, el entonces Card. Ratzinger afirmó que "raramente un texto de la historia reciente del Magisterio se convirtió tanto en signo de contradicción como esta encíclica, que Pablo VI escribió a partir de una decisión profundamente sufrida".
En este contexto surgió el cliché de que, debido a este documento, la Iglesia se cerró al progreso y al mundo moderno. En 1968, estaba reciente la conclusión de los trabajos del Concilio Vaticano II, que representó –en palabras de Juan XXIII– un “aggiornamento” (una puesta al día) para la Iglesia. Con motivo de la HV, algunos afirmaron que el Papa Montini frenó esa apertura de la Iglesia a la ciencia, a la tecnología y a las necesidades del mundo de hoy. Y estas afirmaciones se siguen repitiendo hasta hoy.
Sin embargo, todos estos episodios difíciles han oscurecido la doctrina que aquel valiente Papa quería recordar precisamente al mundo de hoy. El punto central de la HV es el n. 14 que afirma con toda la autoridad del Magisterio Pontificio, y no como una mera opinión personal, que “es intrínsecamente inmoral toda acción que, bien en previsión del acto conyugal o en su realización, o bien, en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o como medio, impedir la procreación”.
Se trata de una valiente defensa del amor matrimonial y de la vida humana, frente a los dictados de las políticas antinatalistas y a los abusos de la técnica. En palabras de Benedicto XVI, esta Encíclica “subraya con fuerza, yendo con valentía contra corriente con respecto a la cultura dominante, la calidad del amor de los esposos, no manipulado por el egoísmo y abierto a la vida” (Discurso, 25.V.2008).
A la distancia de esta cuatro décadas, hace falta que los propios católicos volvamos a leer y a meditar el contenido de la HV. Debemos abrirnos paso, entre la selva de opiniones contestatarias, para descubrir con valentía la verdad sobre el amor humano y sobre la transmisión de la vida. Un creyente sabe por la fe, que debe decir que no a la manipulación del acto conyugal, para decir un sí firme y fuerte al auténtico y fecundo amor de los esposos.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
Luis-Fernando Valdés López, sacerdote y teólogo, comenta noticias destacadas de la semana, con un enfoque humanista, desde la razón creyente.
domingo, 27 de julio de 2008
domingo, 20 de julio de 2008
Sydney 2008: un gran impacto
Luis-Fernando Valdés
Hoy culmina la XXIII Jornada Mundial de la Juventud. Benedicto XVI vuelve a sorprender a propios y extraños, al reunir a la multitud más numerosa que jamás se haya congregado en Australia para un mismo evento. Si observamos sus viajes apostólicos, aunque han sido pocos, ya nos permiten encontrar un “estilo”, una característica común, que podríamos denominar “visitas de gran impacto”.
Intentaré explicarlo. En sus giras apostólicas, el Papa ha escogido países que puedan ser representativos de un área geográfica y cultural grande. Por ejemplo, en su reciente visita a Estados Unidos, para asistir a la sede de las Naciones Unidas, logró exponer con claridad una defensa de los derechos humanos, además tener gestos de fraternidad con los judíos y de acercarse a las comunidades latinas. De este modo, sus pocos viajes consiguen influir positivamente no sólo en la nación visitada, sino también en otras que comparten su lengua o su cultura. Y, además, no sólo confirma a los católicos en la fe, sino que también entabla un diálogo serio sobre asuntos de importancia universal, como los derechos humanos o la ecología.
La clave de este “gran impacto” consiste no sólo en reunirse con diversos grupos étnicos o religiosos, sino también en que el Santo Padre dirige mensajes valientes –en forma de homilías y discursos– sobre los temas más importantes tanto para la Iglesia como para la sociedad civil de esa zona cultural. Así, sobre el cambio climático, el Papa alemán expuso que “en este momento histórico, comenzamos a comprender que necesitamos de Dios. Podemos hacer muchas cosas, pero no podemos crear nuestro clima. Pensábamos que podíamos hacerlo, pero no podemos. Necesitamos (…) al Creador”.
En estos mensajes, el Romano Pontífice no evade los asuntos polémicos. Y, una vez, más volvió a pedir perdón por los abusos sexuales cometidos por sacerdotes. Pero lo más sorprendente es que expresamente el Papa manifestó que “pedir perdón” no se puede quedar en una frase vacía. Y dijo que el contenido de esa expresión consiste en que “haremos todo lo posible para dejar claro cuál es la enseñanza de la Iglesia (sobre la moral sexual) y para ayudar (…) en la preparación de los sacerdotes (…); haremos todo lo posible para curar y reconciliar a las víctimas”.
El Obispo de Roma tampoco deja de lado la agenda del ecumenismo y del diálogo interreligioso. Este punto ha estado presente de manera especial en cada uno de sus viajes. En esta ocasión, reconoció delante de los representantes de otras religiones que “el movimiento ecuménico ha llegado a un punto crítico”. Y, por eso, los animó a “estar en guardia contra toda tentación de considerar la doctrina como fuente de división y, por tanto, como impedimento de lo que parece ser la tarea más urgente e inmediata para mejorar el mundo en el que vivimos”.
El Papa Ratzinger combina su bondad natural con la audacia para hablar con claridad a los jóvenes sobre el verdadero amor y sobre el peligro de las adicciones como las drogas o la sexualidad. “La gente piensa con frecuencia que está amando cuando en realidad tiende a poseer al otro o a manipularlo. (…) Qué fácil es ser engañado por tantas voces que, en nuestra sociedad, sostienen una visión permisiva de la sexualidad”.
Sydney 2008 ha sido un viaje apostólico de gran impacto. Benedicto XVI ha puesto las bases intelectuales y morales para una reflexión seria sobre los temas más decisivos de nuestros días. Por eso, acabado el viaje pastoral, la esperanza sembrada por el Papa continuará.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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Hoy culmina la XXIII Jornada Mundial de la Juventud. Benedicto XVI vuelve a sorprender a propios y extraños, al reunir a la multitud más numerosa que jamás se haya congregado en Australia para un mismo evento. Si observamos sus viajes apostólicos, aunque han sido pocos, ya nos permiten encontrar un “estilo”, una característica común, que podríamos denominar “visitas de gran impacto”.
Intentaré explicarlo. En sus giras apostólicas, el Papa ha escogido países que puedan ser representativos de un área geográfica y cultural grande. Por ejemplo, en su reciente visita a Estados Unidos, para asistir a la sede de las Naciones Unidas, logró exponer con claridad una defensa de los derechos humanos, además tener gestos de fraternidad con los judíos y de acercarse a las comunidades latinas. De este modo, sus pocos viajes consiguen influir positivamente no sólo en la nación visitada, sino también en otras que comparten su lengua o su cultura. Y, además, no sólo confirma a los católicos en la fe, sino que también entabla un diálogo serio sobre asuntos de importancia universal, como los derechos humanos o la ecología.
La clave de este “gran impacto” consiste no sólo en reunirse con diversos grupos étnicos o religiosos, sino también en que el Santo Padre dirige mensajes valientes –en forma de homilías y discursos– sobre los temas más importantes tanto para la Iglesia como para la sociedad civil de esa zona cultural. Así, sobre el cambio climático, el Papa alemán expuso que “en este momento histórico, comenzamos a comprender que necesitamos de Dios. Podemos hacer muchas cosas, pero no podemos crear nuestro clima. Pensábamos que podíamos hacerlo, pero no podemos. Necesitamos (…) al Creador”.
En estos mensajes, el Romano Pontífice no evade los asuntos polémicos. Y, una vez, más volvió a pedir perdón por los abusos sexuales cometidos por sacerdotes. Pero lo más sorprendente es que expresamente el Papa manifestó que “pedir perdón” no se puede quedar en una frase vacía. Y dijo que el contenido de esa expresión consiste en que “haremos todo lo posible para dejar claro cuál es la enseñanza de la Iglesia (sobre la moral sexual) y para ayudar (…) en la preparación de los sacerdotes (…); haremos todo lo posible para curar y reconciliar a las víctimas”.
El Obispo de Roma tampoco deja de lado la agenda del ecumenismo y del diálogo interreligioso. Este punto ha estado presente de manera especial en cada uno de sus viajes. En esta ocasión, reconoció delante de los representantes de otras religiones que “el movimiento ecuménico ha llegado a un punto crítico”. Y, por eso, los animó a “estar en guardia contra toda tentación de considerar la doctrina como fuente de división y, por tanto, como impedimento de lo que parece ser la tarea más urgente e inmediata para mejorar el mundo en el que vivimos”.
El Papa Ratzinger combina su bondad natural con la audacia para hablar con claridad a los jóvenes sobre el verdadero amor y sobre el peligro de las adicciones como las drogas o la sexualidad. “La gente piensa con frecuencia que está amando cuando en realidad tiende a poseer al otro o a manipularlo. (…) Qué fácil es ser engañado por tantas voces que, en nuestra sociedad, sostienen una visión permisiva de la sexualidad”.
Sydney 2008 ha sido un viaje apostólico de gran impacto. Benedicto XVI ha puesto las bases intelectuales y morales para una reflexión seria sobre los temas más decisivos de nuestros días. Por eso, acabado el viaje pastoral, la esperanza sembrada por el Papa continuará.
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domingo, 13 de julio de 2008
Rumbo a Sydney
Luis-Fernando Valdés
Esto es algo más que una invitación a un tour por Australia. Tampoco es una mera escala antes de llegar a Beijing, para las Olimpiadas. Reunirse en Sydney, en el 2008, fue la convocatoria que Benedicto XVI dio a millares de jóvenes reunidos en Colonia, en agosto de 2005. Y el plazo ya se cumplió. Se trata de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Se espera una gran afluencia de muchachos de decenas de países. ¿Por qué tiene tanto poder de convocatoria un Papa ya anciano, de frágil salud? ¿Qué van a buscar jóvenes del mundo entero al rincón más lejano del Planeta?
Sin duda que la presencia de tantos visitantes en Australia, con motivo de la visita del Romano Pontífice, nos lleva buscar una explicación. Claramente no se reúnen para asistir a un espectáculo artístico. Tampoco están buscando a un personaje fuera de serie, al modo de los artistas o deportistas de hoy. Se nota entonces que no acuden a Sydney para “ver” a un personaje. Van hasta Oceanía, más bien, para “escuchar” al Papa Benedicto.
Desde ese aspecto, el Papa alemán es un gran orador. Sus homilías y discursos tienen un efecto muy grande en sus oyentes. Además, ya desde antes el Cardenal Ratzinger era considerado como uno de los intelectuales más importantes de Europa. Pero, ¿estos miles de jóvenes van a gastar sus vacaciones y su dinero, sólo para ir a escuchar a un gran catedrático de Teología?
Hay algo más. Los jóvenes va a la JMJ para escuchar, pero no cualquier mensaje; quieren oír palabras que puedan llenarlos de esperanza. Buscan una esperanza segura, que no desaparezca como se han derrumbado todas las utopías intramudanas, que prometen paraísos de bienestar en la Tierra; una esperanza firme que no se acabe como se desvanecen los emociones extremas o los efectos del alcohol, de las drogas o del sexo.
Hay algo más. La intuición de estos miles de muchachos apunta a las realidades espirituales. En el ámbito de la fe, debe haber Alguien que no defraude, Alguien que permita que esta vida sea llevadera, Alguien que prometa una felicidad definitiva. Nos guste o no, es un hecho de que miles de personas van a Sydney para buscar a Dios, incluso para entregarle toda su vida en Su servicio.
Se trata de un fenómeno que va contra la cultura dominante. Se suponía que la Modernidad nos había enseñado que el hombre puede hacer su vida sin necesidad de Dios, ni de sus reglas morales. Sin embargo, los ríos de jóvenes que hoy empiezan a llegar a Australia nos dicen que esa autonomía respecto a Dios no ha llenado la existencia de los seres humanos. La Psicología nos había dicho que Dios es un invento de nuestro inconsciente. Pero el hecho de que cientos de miles lo busquen, porque no encuentran en sí mismos la respuesta para su propia vida, nos grita que Dios no es un invento humano.
Más curioso todavía resulta que los jóvenes acuden a Sydney para escuchar un mensaje exigente. Benedicto XVI habla de seguir a Jesucristo, de aceptarlo como Dios. El Papa pide con claridad ir contra corriente, sin caer en la tentación de dejarse dominar por el relativismo moral. El Santo Padre exhorta a los jóvenes a dar testimonio de la fe con el ejemplo de sus propias vidas. Y así vemos que a la juventud le gusta que le planteen la felicidad como un meta alta, como un reto difícil. Sin duda, para un observador atento y honesto, la JMJ le tiene que llevar a la reflexión: para miles de jóvenes, Dios sigue siendo la vía para encontrar el sentido de sus vidas, y la Iglesia sigue teniendo un mensaje de esperanza.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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Esto es algo más que una invitación a un tour por Australia. Tampoco es una mera escala antes de llegar a Beijing, para las Olimpiadas. Reunirse en Sydney, en el 2008, fue la convocatoria que Benedicto XVI dio a millares de jóvenes reunidos en Colonia, en agosto de 2005. Y el plazo ya se cumplió. Se trata de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Se espera una gran afluencia de muchachos de decenas de países. ¿Por qué tiene tanto poder de convocatoria un Papa ya anciano, de frágil salud? ¿Qué van a buscar jóvenes del mundo entero al rincón más lejano del Planeta?
Sin duda que la presencia de tantos visitantes en Australia, con motivo de la visita del Romano Pontífice, nos lleva buscar una explicación. Claramente no se reúnen para asistir a un espectáculo artístico. Tampoco están buscando a un personaje fuera de serie, al modo de los artistas o deportistas de hoy. Se nota entonces que no acuden a Sydney para “ver” a un personaje. Van hasta Oceanía, más bien, para “escuchar” al Papa Benedicto.
Desde ese aspecto, el Papa alemán es un gran orador. Sus homilías y discursos tienen un efecto muy grande en sus oyentes. Además, ya desde antes el Cardenal Ratzinger era considerado como uno de los intelectuales más importantes de Europa. Pero, ¿estos miles de jóvenes van a gastar sus vacaciones y su dinero, sólo para ir a escuchar a un gran catedrático de Teología?
Hay algo más. Los jóvenes va a la JMJ para escuchar, pero no cualquier mensaje; quieren oír palabras que puedan llenarlos de esperanza. Buscan una esperanza segura, que no desaparezca como se han derrumbado todas las utopías intramudanas, que prometen paraísos de bienestar en la Tierra; una esperanza firme que no se acabe como se desvanecen los emociones extremas o los efectos del alcohol, de las drogas o del sexo.
Hay algo más. La intuición de estos miles de muchachos apunta a las realidades espirituales. En el ámbito de la fe, debe haber Alguien que no defraude, Alguien que permita que esta vida sea llevadera, Alguien que prometa una felicidad definitiva. Nos guste o no, es un hecho de que miles de personas van a Sydney para buscar a Dios, incluso para entregarle toda su vida en Su servicio.
Se trata de un fenómeno que va contra la cultura dominante. Se suponía que la Modernidad nos había enseñado que el hombre puede hacer su vida sin necesidad de Dios, ni de sus reglas morales. Sin embargo, los ríos de jóvenes que hoy empiezan a llegar a Australia nos dicen que esa autonomía respecto a Dios no ha llenado la existencia de los seres humanos. La Psicología nos había dicho que Dios es un invento de nuestro inconsciente. Pero el hecho de que cientos de miles lo busquen, porque no encuentran en sí mismos la respuesta para su propia vida, nos grita que Dios no es un invento humano.
Más curioso todavía resulta que los jóvenes acuden a Sydney para escuchar un mensaje exigente. Benedicto XVI habla de seguir a Jesucristo, de aceptarlo como Dios. El Papa pide con claridad ir contra corriente, sin caer en la tentación de dejarse dominar por el relativismo moral. El Santo Padre exhorta a los jóvenes a dar testimonio de la fe con el ejemplo de sus propias vidas. Y así vemos que a la juventud le gusta que le planteen la felicidad como un meta alta, como un reto difícil. Sin duda, para un observador atento y honesto, la JMJ le tiene que llevar a la reflexión: para miles de jóvenes, Dios sigue siendo la vía para encontrar el sentido de sus vidas, y la Iglesia sigue teniendo un mensaje de esperanza.
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domingo, 6 de julio de 2008
Ingrid y las utopías
Luis-Fernando Valdés
Con gran júbilo, el mundo occidental recibió la noticia de la liberación de Ingrid Bentancourt, que llevaba más de seis años secuestrada por las FARC, el grupo guerrillero más antiguo del Continente. Ahora mismo, la ex-candidata a la Presidencia de Colombia se ha convertido en el símbolo de la humanidad atropellada por las ideologías. Hoy es el momento para abrir los ojos, y mirarnos en el espejo de las víctimas de las utopías: los sufrimientos de los secuestrados nos indican que algunas ideologías son nocivas para los humanos.
Las ideas mueven el mundo, aunque en la práctica parezca que sólo la economía y la violencia son los motores del cambio. En nuestra cultura hay unos patrones intelectuales que son la vía para la convivencia pacífica, pero que están separados de las ideologías por una delgada –y casi imperceptible– línea divisoria.
Uno de estos valores es la tolerancia, que lleva a aceptar que todo ser humano debe ser respetado cuando expresa sus puntos de vista, aunque los demás no los compartan. Pero la delgada línea roja consiste en entender que no todas las opiniones son verdaderas, no todas coinciden con lo qué es el hombre. Cuando se excluye la referencia a la verdad, la tolerancia se convierte en relativismo, según el cual da lo mismo cualquier opinión, porque en el fondo ninguna podría expresar la verdad sobre el ser humano.
Cuando a nombre de la tolerancia se infiltra el relativismo en las teoría políticas, se llega a aceptar que todas las ideologías políticas son válidas, incluidas aquellas que proponen la violencia, el secuestro y la extorsión para conseguir el poder, o para alcanzar un paraíso humano, donde los pobres dejen de serlo, y todos gocen de bienestar.
Es muy fácil sostener en los debates intelectuales de un café parisino –o argumentar en las aulas universitarias– que el fin justifica los medios, y que la lucha de clases es el medio para conseguir bienes mejores para la sociedad. Pero la realidad se impone a las utopías políticas, que prometen cambios sociales a costa de atropellar al hombre. Ingrid Bentacourt, que representa a todas la víctimas de la guerrilla colombiana, y de todas las guerrillas del mundo, nos enseña que el dolor y el sufrimiento son los límites de las ideologías. No pueden ser verdaderas, ni pueden ser aceptas las teorías sociales que –como medios o como fin– pisotean la libertad, la salud o la vida de alguien.
Resulta sencillo declararse “revolucionario”, o proclamarse a favor de la causa de los pobres, y seguir los esquemas trasnochados del marxismo, que propone una lucha de clases, una revolución contra los burgueses. Pero no es agradable ni llevadero ser víctima de esas proclamas mesiánicas. Sin embargo, el mundo está de cabeza porque, en esta lógica de la tolerancia relativista, es mejor tratado un pensador que expone ideas violentas, que una víctima de la violencia que afirma que esas ideologías son falsas porque implican sufrimiento y dolor de muchos inocentes.
Seguirán existiendo muchas Ingrid Betancourt, mientras tengamos miedo de llamar a las cosas por su nombre. Mientras sostengamos que todas las ideas políticas son igual de válidas, continuaremos alimentando la existencia de grupos violentos que ponen en práctica las utopías de reinos terrenos. Las lágrimas de los inocentes nos muestran que el respeto a la libertad y la integridad física son el parámetro de la tolerancia. El rostro demacrado de Ingrid nos grita que existe una verdad sobre el hombre, que sobrepasa todo relativismo.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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Con gran júbilo, el mundo occidental recibió la noticia de la liberación de Ingrid Bentancourt, que llevaba más de seis años secuestrada por las FARC, el grupo guerrillero más antiguo del Continente. Ahora mismo, la ex-candidata a la Presidencia de Colombia se ha convertido en el símbolo de la humanidad atropellada por las ideologías. Hoy es el momento para abrir los ojos, y mirarnos en el espejo de las víctimas de las utopías: los sufrimientos de los secuestrados nos indican que algunas ideologías son nocivas para los humanos.
Las ideas mueven el mundo, aunque en la práctica parezca que sólo la economía y la violencia son los motores del cambio. En nuestra cultura hay unos patrones intelectuales que son la vía para la convivencia pacífica, pero que están separados de las ideologías por una delgada –y casi imperceptible– línea divisoria.
Uno de estos valores es la tolerancia, que lleva a aceptar que todo ser humano debe ser respetado cuando expresa sus puntos de vista, aunque los demás no los compartan. Pero la delgada línea roja consiste en entender que no todas las opiniones son verdaderas, no todas coinciden con lo qué es el hombre. Cuando se excluye la referencia a la verdad, la tolerancia se convierte en relativismo, según el cual da lo mismo cualquier opinión, porque en el fondo ninguna podría expresar la verdad sobre el ser humano.
Cuando a nombre de la tolerancia se infiltra el relativismo en las teoría políticas, se llega a aceptar que todas las ideologías políticas son válidas, incluidas aquellas que proponen la violencia, el secuestro y la extorsión para conseguir el poder, o para alcanzar un paraíso humano, donde los pobres dejen de serlo, y todos gocen de bienestar.
Es muy fácil sostener en los debates intelectuales de un café parisino –o argumentar en las aulas universitarias– que el fin justifica los medios, y que la lucha de clases es el medio para conseguir bienes mejores para la sociedad. Pero la realidad se impone a las utopías políticas, que prometen cambios sociales a costa de atropellar al hombre. Ingrid Bentacourt, que representa a todas la víctimas de la guerrilla colombiana, y de todas las guerrillas del mundo, nos enseña que el dolor y el sufrimiento son los límites de las ideologías. No pueden ser verdaderas, ni pueden ser aceptas las teorías sociales que –como medios o como fin– pisotean la libertad, la salud o la vida de alguien.
Resulta sencillo declararse “revolucionario”, o proclamarse a favor de la causa de los pobres, y seguir los esquemas trasnochados del marxismo, que propone una lucha de clases, una revolución contra los burgueses. Pero no es agradable ni llevadero ser víctima de esas proclamas mesiánicas. Sin embargo, el mundo está de cabeza porque, en esta lógica de la tolerancia relativista, es mejor tratado un pensador que expone ideas violentas, que una víctima de la violencia que afirma que esas ideologías son falsas porque implican sufrimiento y dolor de muchos inocentes.
Seguirán existiendo muchas Ingrid Betancourt, mientras tengamos miedo de llamar a las cosas por su nombre. Mientras sostengamos que todas las ideas políticas son igual de válidas, continuaremos alimentando la existencia de grupos violentos que ponen en práctica las utopías de reinos terrenos. Las lágrimas de los inocentes nos muestran que el respeto a la libertad y la integridad física son el parámetro de la tolerancia. El rostro demacrado de Ingrid nos grita que existe una verdad sobre el hombre, que sobrepasa todo relativismo.
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