Conoce al Papa, n. 9
Luis-Fernando Valdés
El Card. Ratzinger, Decano del Colegio cardenalicio, presidió el funeral de Juan Pablo II |
La Providencia de
Dios es misteriosa, porque acomoda las situaciones más inesperadas para
realizar sus planes divinos. Cuando Joseph Ratzinger fue elegido Papa, ya era
ampliamente conocido por la opinión pública mundial, tanto por su brillante
trayectoria intelectual como gracias a una serie de “casualidades” relacionadas
con los últimos días de Juan Pablo II.
Desde el inicio
del año 2005, la salud del Papa polaco empezó a decaer notablemente. En
febrero, fue internado en el Hospital Gemelli, donde le practicaron una
traqueotomía, que lo dejaría prácticamente sin voz.
El Papa Juan Pablo
fue dado de alta, y desde el Palacio Apostólico siguió las ceremonias de Semana
Santa. Y entonces sucedió un primer evento que puso al Card. Ratzinger ante los
millones de católicos. El Viernes Santo, el Papa no pudo presidir el Vía Crucis
en el Coliseo romano, que ahora fue encabezado por Mons. Ratzinger, Decano del
Colegio Cardenalicio, quien además había recibido el encargo de preparar las
reflexiones y oraciones para esta ceremonia.
Con el transcurrir
de los días, la salud de Juan Pablo II iba extinguiéndose. Sufrió un shock
séptico y un colapso respiratorio. Los medicamentos ya no surtían efecto. A
pesar de la gravedad, el Papa Wojtyla decidió no volver al hospital. Aguardaría
el final, en casa, al lado de sus amigos.
Uno de los que estaba
allí era el Card. Ratzinger, que lo visitó en su habitación el día anterior a
su muerte. Juan Pablo II “estaba,
obviamente muy dolorido y rodeado de médicos y amigos. Se encontraba todavía
muy lúcido y me dio su bendición. Ya no podía hablar mucho”, comentó el
Cardenal en una entrevista para la televisión polaca.
El 2 de abril de
2005, Juan Pablo II se fue “a la casa del Padre”. Mons. Ratzinger fue el
encargado de dirigir las exequias del difunto Pontífice. “Con gran calma y
eficacia el Decano del Colegio de cardenales puso en orden todo lo que había
que ordenar, sin ponerse en primer plano” (S. Von Kempis, Benedetto, p. 16).
Por esta razón, el
Card. Ratzinger estuvo constantemente ante la opinión pública mundial, los
largos seis días previos a la Misa de Funeral, ya que la cobertura televisiva en
directo desde Roma, fue ininterrumpida durante esos días. Posteriormente, el
mundo estuvo pendiente del Cónclave que él mismo presidió. Ambos eventos los
hicieron un personaje habitual de los noticieros.
Las Misa exequial
por Juan Pablo II se llevó a cabo el 8 de abril y fue celebrada por Mons.
Ratzinger. En su homilía, describió el itinerario espiritual del Papa polaco.
Fue inolvidable cuando señaló la ventana del Departamento papal, evocando la
imagen que todos teníamos de Juan Pablo II asomado desde ahí, y dijo:
“Podemos estar
seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del
Padre: nos ve y nos bendice. Sí, bendíganos, Santo Padre. Confiamos tu querida
alma a la Madre de Dios, tu madre, que te ha guiado cada día y te guiará ahora
hacia la gloria eterna de su hijo, Jesucristo Señor Nuestro. Amén”.
Con estas palabras,
el purpurado alemán se despidió del amigo que tanto se apoyó en él. Así rindió
su testimonio ante millones de fieles que seguían la transmisión en directo.
Terminada la Misa, el Card. Ratzinger roció el ataúd con agua bendita, lo
incensó por última vez y el féretro fue conducido a su tumba, en interior de la
Basílica de San Pedro. Sin saberlo aún, el Gran Juan Pablo era despedido por el
que iba a ser su sucesor.
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