Luis-Fernando Valdés
Hace cinco años, contemplaba emocionado la Misa del Solemne Inicio del Pontificado de Benedicto XVI. Era de madrugada en el tiempo de nuestro País. Salió el sol y, en el ejemplar del periódico "a.m." de esa mañana, pude contemplar impreso un artículo mío sobre el sobre el recién elegido Pontífice. Que lejos estaba de pensar que cinco años después, el Papa Ratzinger iba a estar en el ojo del huracán.
Recién fallecido Juan Pablo II, un amigo me invitó a un programa de radio en Querétaro, dónde yo vivía en ese momento, para hablar de la figura y mensaje del Papa polaco. Mi participación se repitió con motivo del Cónclave, y como yo había saludado alguna vez al entonces Card. Ratzinger, en la universidad española en la que yo estudiaba el doctorado en Teología, me convertí en el “experto” sobre el tema.
He de decir que durante los dos años previos a estos episodios, había estado leyendo de modo sistemático varios libros de Joseph Ratzinger: en cierto modo, se justificaba mi calidad de “experto” en el tema.
Por estos dos factores y una buena casualidad, fui invitado a para escribir, en un periódico de Querétaro, un artículo en el que explicara quién era el nuevo Pontífice. En esa colaboración, salí al paso de los “mitos” sobre el recién elegido, como su supuesto pasado nazi.
Y a esta entrega siguieron cuatro o cinco más, explicando el pensamiento del Papa alemán. Y a partir de entonces, gracias a los lectores, ese espacio se convirtió en la columna “Fe y razón”. Confieso que llegue a pensar que pronto ya no tendría temas para escribir sobre el Papa… pero, semana a semana, no han faltado noticias sobre el Pontífice, ni oportunidades para comentar aspectos de su pensamiento.
Después de cinco años de presentar a los lectores sus viajes, de comentar sus encíclicas y discursos, y de analizar con detalle las polémicas, se confirmó en mí la percepción inicial que tuve de aquel Cardenal con el que conversé en castellano.
Cuando terminó aquella breve presentación, al contemplar la sencillez y afabilidad del quizá mejor teólogo de la segunda parte del siglo XX, al sentir su mirada amable y escuchar su voz suave y pausada, pensé: “yo quisiera ser su amigo”. Y hoy sigo deseándolo, quizá con mayor ilusión.
Hay un pasaje de sus memorias que me impresionó mucho, y que ha sido uno de mis puntos de inspiración en mi labor como docente universitario de Teología. Ahí el Profesor Ratzinger cuenta que escogió como lema episcopal una palabras de la tercera epístola de San Juan: “colaborador de la verdad”. Y su trayectoria intelectual y vital confirman que así ha vivido.
Benedicto XVI ha resultado un Papa “incómodo” porque no ha dudado en denunciar que “en el mundo de hoy el argumento de la ‘verdad’ ha casi desaparecido”, pero “si no existe la verdad todo se hunde”. Y, con una gran talla intelectual, ha explicado una vez y otra que la mente humana sí puede conocer la verdad, y que por eso el hombre puede y debe orientar su vida hacia esa verdad.
Han pasado cinco años, en una continua apología por el Papa, que nunca ha sido artificiosa, sino que ha surgido con naturalidad, pues sólo he expuesto los hechos, que por sí solos muestran su gran talla moral e intelectual. Ojalá también esta columna mía amerite ser llamada “colaboradora de la verdad”.
Después de haber seguido de cerca su pontificado, he visto a un Papa que no ha tenido miedo de la verdad sobre los errores de la Iglesia; he contemplado a un Pontífice que no se ha desmoralizado ante una opinión pública hostil. Habemus Papam!
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