Luis-Fernando Valdés
La amistad es quizá la más apreciada de las cualidades humanas. Ya Aristóteles explicaba en la “Ética a Nicómaco” que la amistad lleva hacia una de las formas más elevadas de felicidad. Pero hoy, en plena revolución informática, cuando las relaciones interpersonales han superado el tiempo y el espacio, mediante las redes sociales en Internet, ¿está bajo amenaza la amistad auténtica?
La amistad es una de las principales manifestaciones del espíritu humano, y nos muestra el deseo profundo de salir de nosotros mismos para compartir tanto nuestras aspiraciones más elevadas como nuestras incidencias cotidianas.
Esta “sed de comunión”, que está presente en la vida de cada persona, ha encontrado en las redes sociales una forma privilegiada para manifestarse, y para saciarse. Como la presencia, que es una condición para iniciar la amistad, ya no está sujeta a coincidir físicamente en un mismo lugar, ahora es más sencillo entablar o retomar relaciones amistosas.
Pero también en esta facilidad de convivencia “en tiempo real” radica un peligro: el “eclipse de la amistad”. Cuando no se tiene la experiencia de la amistad “en vivo”, se puede confundir la amistad con el contacto meramente “virtual”.
¿Qué aspectos se deben tener en cuenta para que las relaciones en la redes sociales expresen una auténtica y verdadera amistad? Precisamente, Benedicto XVI acaba de presentar una seria reflexión sobre el sentido de la comunicación en la era digital (24.I.2011).
El Papa explica que las nuevas formas de relación interpersonal que inciden en la imagen que se tiene de uno mismo. Y esto conlleva que cada uno se pregunte sobre su propia autenticidad.
De manera, que lo primero es preguntarnos si deseamos una búsqueda sincera de un encuentro personal con el otro, si evitamos buscar refugiarnos en una especie de mundo paralelo, o en una excesiva exposición al mundo virtual.
Entonces, el anhelo de compartir, de establecer “amistades”, implica el desafío de que seamos auténticos, fieles a nosotros mismos, sin ceder a la ilusión de construirnos artificialmente un “perfil” público.
Como el ser humano siempre está implicado en aquello que comunica, tanto en el mundo real como las redes virtuales, cuando se intercambian informaciones, las personas se comparten a sí mismas, su visión del mundo, sus esperanzas, sus ideales. Por eso, afirma el Santo Padre, “en la era digital, cada uno siente la necesidad de ser una persona auténtica y reflexiva”.
Al meditar estas ideas de Benedicto XVI, vemos que la amistad sigue siendo la misma de siempre. La autenticidad y los valores siguen siendo condición para ser realmente amigos. De ahí que las redes sociales no van a cambiar la naturaleza de la amistad; pero en cambio, sí ponen rápidamente de manifiesto las riquezas o las carencias de la amistad que cada persona ofrece.
Lejos de ser una amenaza, las redes sociales se convierten en una oportunidad para aprender el “arte” de la amistad. El problema no radica en la tecnología (antes los adolescentes pasaban horas en el teléfono fijo; luego en el celular; ahora en Internet); la clave se encuentra en cultivar los valores de comprensión, de autenticidad, de servicio a los demás, porque son los que llevaremos a la red virtual.
Concluyo con la invitación del Papa Ratzinger a unirse con confianza y creatividad responsable a la red de relaciones virtuales, “no simplemente para satisfacer el deseo de estar presentes, sino porque esta red es parte integrante de la vida humana”.
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