Año 7, número 321
Luis-Fernando Valdés
El santoral de hoy (26 de junio) nos presenta a una figura muy reciente: la de Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975). Es un santo tan cercano en el tiempo, que podemos verlo en videos alojados en YouTube. Pero, en nuestro mundo, a veces tan agitado por la violencia y la injusticia y, a veces tan racionalista, ¿no resulta utópico –o evasivo– hablar de la santidad?
Parecería una ingenuidad sostener que la existencia humana está abierta a lo sobrenatural. Nuestra cultura, por una parte, nos ha prometido la redención sin necesidad de acudir a Dios: la medicina se ha comprometido a prolongar por largos años nuestro bienestar; y la ciencia nos ha ofrecido conocer los arcanos del universo y del mismo Creador, sin necesidad de acudir más a la fe… Y, por otra parte, en nuestro siglo XXI, ha proliferado una nueva religiosidad que nos promete acceder a lo sobrenatural ¡sin necesidad de Dios!
San Josemaría Escrivá de Balaguer, durante su viaje a México, en 1970. |
En efecto, se ha sustituido la oración –dialogar con Dios– por la introspección; e incluso no pocos cristianos aspiran conseguir la vida eterna por sus propios méritos sin contar con la ayuda divina: es decir, mediante la fuerza de voluntad pretenden suplir la gracia sobrenatural.
Parecería que por ningún lado está ese Dios predicado por los cristianos. Es como si hubiese un gran “silencio” divino: a Dios ya casi no lo encontramos ni en la vida pública, ni en esfera académica, y ni siquiera en la religiosidad contemporánea. Entonces, ¿por qué debemos celebrar a un santo?
Porque un santo nos muestra, de modo patente, lo que nuestros ojos y nuestra cultura no ven: nos hace “visible” al Dios invisible. La vida y la predicación de San Josemaría, Fundador del Opus Dei, nos ofrece un novedoso panorama: nos enseña que Dios puede entrar en nuestras vidas, porque se ha hecho hombre.
La importancia de Mons. Escrivá de Balaguer radica en que supo descubrir la cercanía de Dios en la vida doméstica, en la actuación pública y en las actividades académicas, porque el Creador no es ajeno al mundo desarrollado por los hombres.
Y, además, este santo Fundador superó el escollo de una práctica religiosa centrada en el hombre, pues no ofreció un método ascético para superar los límites humanos y llegar a la esfera divina, como el mítico Prometeo, un humano que robó el fuego a los dioses del Olimpo. Más bien, nos recordó que la vida cristiana consiste en conocer, amar y seguir a Jesucristo, Salvador del hombre.
Él mismo se autodefinía como un “pecador que ama a Jesucristo”: como un ser humano, lleno de límites, pero que aceptó la cercanía del Dios-Hombre, y encontró en esta relación amorosa el sentido de su vida. Por eso, insistió en que la vida familiar y los deberes laborales se convierten en un cauce para encontrar a Jesucristo. Su mensaje se podría resumir en “santificar el trabajo y los deberes ordinarios del cristiano”.
San Josemaría predicaba la cercanía de Dios, y explicaba que “lo sobrenatural –esa vida de Dios presente en nosotros– se revela en lo más sencillo, en lo ordinario, en la existencia de todos los días”. Lejos de pretender alcanzar a Dios con las solas fuerzas humanas, enseñaba que “no está la santidad en hacer cada día cosas más difíciles, sino en acabarlas cada vez con más amor”.
Celebrar a este gran santo es reconocer que Dios se ha manifestado patentemente en la vida de un ser humano concreto, el cual se dejó transformar por la gracia, y así abrió un camino para que Dios pueda volver a nuestra cultura: a la ciencia, al arte, al derecho, a la ingeniería…
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