Conoce al Papa, n.
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Luis-Fernando Valdés
El Card. Ratzinger saluda al recién elegido Juan Pablo II (22 octubre 1978). |
La elección de
Benedicto XVI causó gran alegría entre los católicos. Pero poco después se
produjo nuevamente un curioso fenómeno de opinión pública: mientras algunos
medios insistían en que el nuevo Pontífice no era el ideal para sustituir al
Gran Juan Pablo, la realidad de los hechos desmentía esas hipótesis.
En efecto, varios
vaticanistas y corresponsales empezaron a enfatizar las diferencias de
personalidad entre los Papas Wojtyla y Ratzinger, como si estas diferencias
fuera a producir una ruptura entre un pontificado y otro.
Algunos
periodistas se enfocaron en la especulación de si ahora Benedicto XVI podría
ser un Pontífice tan mediático y popular como su antecesor. Seguramente, esas
conjeturas se basaban en los prejuicios de siempre: “Ratzinger es un hombre de
carácter frío, de personalidad dura”.
En realidad, estos
vaticanistas conocían poco al recién electo Pontífice, y no comprendían que era
una persona más bien discreta, a la que no le gustaban los reflectores. Y tampoco
sabían de la capacidad de Joseph Ratzinger para adaptarse a su nueva misión. El
biógrafo de Juan Pablo II, George Weigel, afirma que ocurrió una transformación
en Mons. Ratzinger, cuando comenzó a ser Benedicto XVI:
“Lo que quizá fue
más sorprendente en la primera aparición pública del papa Benedicto XVI fue su
aspecto radiante. En una palabra, parecía brillar. A pesar de la carga que
supone el Papado, éste era un hombre que acababa de ser liberado para poder ser
él mismo, después de haber subordinado su personalidad durante más de dos
décadas al trabajo que otro le había encomendado. Era una persona que
evidentemente no tenía miedo.” (La
elección de Dios, p. 167).
Lo que aquellos
periodistas no consideraron fue que el nuevo Pontífice tenía todos los
elementos para ser la continuidad perfecta de Juan Pablo II, ya que por haber
sido un estrecho colaborador del Papa polaco, y haber desempeñado importantes
cargos en la Curia romana durante más de dos décadas, conocía a la perfección
el funcionamiento de la Iglesia.
El Card. Joseph Ratzinger se convirtió en el colaborador más cercano de Juan Pablo II. |
Además, la continuidad
del papado no es sólo un asunto administrativo, sino ante todo es una cuestión
de una profunda vida espiritual. Joseph Ratzinger estaba en la misma sintonía
espiritual –mística– de Juan Pablo II. Peter Seewald, amigo del entonces
Cardenal, no dudó en afirmar que “es un santo, sabe cómo funciona la iglesia y
cómo debe gobernarla. No tengo la menor duda de que nos encontramos ante un
pontificado extraordinario” (cfr. Benedicto
XVI, pp. 212-213). Y el teólogo Pablo Blanco explica que sólo era cuestión
de tiempo para que esa “personalidad maravillosa” fuera conocida por todos pues,
una vez conocida, “la gente lo querrá” (cfr. El Papa alemán, p. 330).
El secretario
personal de Benedicto XVI cuenta una anécdota que ilustra perfectamente la
continuidad entre la personalidad carismática de Juan Pablo II y el estilo
académico del actual Pontífice: “Alguien
muy familiar con los vaivenes de Roma decía durante el viaje del Papa a Baviera
el año pasado [2006], que ‘Juan Pablo II abrió los corazones de la gente.
Benedicto XVI los llena’. Hay mucha verdad en eso. El Papa llega a los
corazones de la gente, les habla pero no les habla de sí mismo, el habla de
Jesucristo, de Dios y eso de una forma descriptiva, entendible y convincente.
Eso es lo que la gente está buscando. Benedicto XVI les da alimento espiritual”
(Cfr. Entrevista de Peter Seewald a Mons. Georg Gänswein, julio 2007).
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