Luis-Fernando Valdés, desde Madrid
Fue beatificado Mons. Álvaro del Portillo, a veinte años de su deceso. Se le conoce como un hombre fiel. ¿No es muy pretensioso ensalzar la figura de un sacerdote leal, ante una sociedad en la que el "para siempre" no parece compatible con la libertad?
Me encuentro en Madrid, donde hace algunas horas fui testigo de este gran evento eclesial, presidido por el cardenal Angelo Amato, Prefecto de las Causas de los Santos, quien por indicación del Papa Francisco efectuó la beatificación del primer sucesor de San Josemaría Escrivá, Fundador del Opus Dei.
La vida de don Álvaro, como se le llama cariñosamente, es muy interesante porque conjuga una gran perfil humano e intelectual con un gran servicio a una porción del Pueblo de Dios (el Opus Dei) y a la Iglesia universal, por tanto por su labor en la Curia romana como por el apoyo prestado a no pocas diócesis del mundo durante su gestión como Prelado de la Obra de Dios.
Álvaro del Portillo y Diez de Sollano, nació en Madrid el 11 de marzo de 1914, hijo de padre español y madre mexicana, el tercero de ocho hermanos. Criado en una familia católica, desde pequeño sobresalió por su piedad y su capacidad intelectual. Estudió Ingeniería de Caminos, que en esa época era de las carreras más exigentes. Obtuvo los doctorados en Historia, Derecho canónico además de Ingeniería.
Conoció al Fundador del Opus Dei en 1935, y pidió su admisión el 7 de julio de ese año. Desde entonces siempre estuvo muy cerca de San Josemaría y se convirtió en su colaborador más cercano, y logró una gran compenetración humana, intelectual y espiritual con él. Precisamente, porque tenía don Álvaro una gran personalidad, supo templarla para ponerlo al servicio de su misión de colaborador del fundador sin desvirtuar ni añadir nada al carisma original del Opus Dei. Cuando fue elegido sucesor de San Josemaría, el 15 de septiembre de 1975, tuvo como programa de gobierno actuar como lo haría el Fundador.
Un aspecto de la vida del nuevo Beato que refleja su fidelidad al carisma del Fundador fue el amor y el servicio abnegado a la Iglesia universal. Encarnó el lema de San Josmaría Escrivá: "Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!", que significa: todos con Pedro a Jesús por María. Por eso, su lealtad al Opus Dei y su lealtad a la Iglesia universal era una sola cosa con su amor y su fidelidad a Jesucristo.
Durante el Concilio Vaticano II desempeñó varios puestos de gran responsabilidad. El más significativo de ellos fue el de Secretario de la Comisión que redactó el decreto "Presbyterorum Ordinis", sobre la vocación y la misión de los sacerdotes. Mostró ahí su fidelidad tanto a la doctrina bimilenaria sobre el sacerdocio como al deseo del Papa Juan XXIII de dialogar con el mundo de hoy. Para conseguirlo supo escuchar y armonizar a teólogos importantes como Yves Congar o Karl Rahner, respetando sus puntos de vista y mostrando con respeto sus divergencias.
El hoy ya Beato Álvaro fue muy amigo desde 1943 de Mons. Giovanni Battista Montini, futuro Pablo VI, que también será beatificado el próximo mes de octubre. Y tuvo una gran amistad y sintonía con Juan Pablo II, a quién conoció desde los años del Concilio, y a quien apoyaría mucho durante su gestión como Prelado del Opus Dei. Fue ordenado obispo por este gran Papa, el 6 de enero de 1991.
Un pasaje sobre esta unión afectiva y efectiva de don Álvaro con el Romano Pontífice, ocurrió en 1979, cuando el Papa polaco le preguntó su parecer sobre la oportunidad de viajar a México, para presidir la Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Puebla. Mons. del Portillo le respondió que pensaba que sería un gran bien para la Iglesia, a pesar de algunas previsiones pesimistas. Y lo mismo hay que decir del apoyo del nuevo Beato a los complicados viajes de San Juan Pablo II al centro y norte de Europa, en los que consiguió que no pocas personas salieran a recibirlo a las calles.
Cuando falleció Mons. del Portillo, el 23 de marzo de 1994, a las pocas horas de volver de una peregrinación a Tierra Santa, Juan Pablo II en persona fue a rezar a su capilla ardiente. Rezo un Padrenuestro y una Salve, ante el cuerpo de su fiel amigo. Afirmó el Papa que era un deber para él haber ido a despedirse de don Álvaro.
Hoy, mientras me encontraba rodeado de más de 150 mil personas, que cantando y rezando dábamos gracias a Dios por este nuevo Beato, pude palpar que la fidelidad es una virtud que todos alabamos, y que todos consideramos muy importante en la vida civil y eclesial. Ahí estábamos aplaudiendo a este hombre fiel a Jesucristo, muchos que somos personas llenas de defectos, otros más que han fallado en sus matrimonios, otros que han tomado decisiones equivocadas o se han alejado de Dios: todos agradeciendo a Dios que nos propone un modelo amable que con su sonrisa y su vida nos mostró que sí podemos -a pesar de todos los errores- buscar ser fieles a Cristo y a la Iglesia.
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