Conoce al Papa, n. 8.
Luis-Fernando Valdés
El Card. Ratzinger, en su oficina de la Cong. para la Doctrina de la Fe. |
El Card. Joseph
Ratzinger, que desde 1977 era arzobispo de Múnich y Frisinga, fue nombrado Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe por Juan Pablo II,
el día 25 de noviembre de 1981. Así inicia un periodo muy importante en la vida
del futuro Papa, pues gracias a este encargo será conocido mundialmente, ya que
este puesto muchas veces es objeto de continuas críticas e incomprensiones, por
parte de la opinión pública.
Cuenta
un vaticanista, J. Catalán, que “en febrero de 1982 llega el cardenal al
Vaticano, con su piano de cola y sus partituras de Mozart”. El nuevo Prefecto
encuentra acomodo en el número 1 de la plaza de la Città Leonina, muy cerca de
la puerta de Santa Ana que franquea la muralla vaticana.
Con motivo de su
profundidad intelectual y su claridad para defender la fe, el Card. Ratzinger
fue recibiendo diversos motes despectivos: el “Panzer Cardinal” (en alusión a
los tanques alemanes de la Segunda Guerra) o el “gran Inquisidor”.
Ciertamente, su
encargo era sucesor de los inquisidores medievales, pero su misión y su estilo
eran muy distintos. Basta ver un poco la historia: en 1542, Pablo III, para
defender a la Iglesia de las herejías, funda la “Sagrada Congregación de la
Romana y Universal Inquisición”. En 1908, San Pío X la llama “Sagrada
Congregación del Santo Oficio”. Después, en 1965, Pablo VI le dio el nombre de “Congregación
para la Doctrina de la Fe” que conserva hasta hoy.
Con esto, se puede
ver fácilmente que el sobrenombre de Inquisidor no tiene otro fundamento más
que el antiguo nombre de la Congregación de la cual él era Prefecto, y que su
misión nada tenía que ver con las leyendas negras, ya que la tarea actual de
esta Congregación consiste en “promover y tutelar la doctrina de la fe y la moral
en todo el mundo católico”.
Joseph Ratzinger fue pionero en reglamentar
los procesos doctrinales, de manera que el acusado tuviera todas las garantías
de una defensa digna: contar con un abogado defensor, tener la oportunidad de
exponer sus argumentos y de contestar con suficiente tiempo las preguntas de
los peritos, etc.
El mismo Cardenal
explica cómo son esos procesos: “Hablamos abiertamente con ellos. Claro que
también tenemos una cierta visión de conjunto. Por ejemplo, les pedimos que nos
entreguen las listas de publicaciones, o algunas cosas las sabemos por la
correspondencia o el nuncio y, cuando es necesario, seguimos la pista. No somos
como un guardia urbano, sino que queremos seguir las grandes cuestiones. Con
cuarenta personas, es imposible vigilar a toda la cristiandad…” (Pablo Blanco, El Papa alemán, pp. 196-197).
Los casos más
sonados que tuvo que enfrentar el Prefecto Ratzinger fueron el de la Teología
de la Liberación, el del teólogo moralista Marciano Vidal y el del teólogo de
las religiones Jacques Dupuis.
Pero la faceta
propositiva de su período como Prefecto es mucho más amplia e importante,
aunque quizá sea menos conocida. Le tocó encabezar la comisión que redactó el
Catecismo de la Iglesia Católica, publicado en 1992; y también estuvo al frente
de la elaboración del “Compendio” del Catecismo. Y será él mismo, pero ya como
Benedicto XVI, quien promulgue esta última obra.
Juan Pablo II le
encargará trabajos difíciles, como el diálogo con el obispo cismático Marcel
Lefebvre, y finalmente lo nombrará Decano del Colegio cardenalicio, que tiene
–entre otras funciones– la de presidir el siguiente cónclave. Curiosamente,
Mons. Ratzinger llegaría a presidir el cónclave que lo elegiría Papa.
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