Año 7, número 347
Luis-Fernando Valdés
La alegría de la
Navidad que celebramos en nuestro País no pudo ser compartida por los
cristianos de Nigeria, a causa de cinco atentados de una secta islamista que
dejaron al menos 40 muertos y decenas de heridos. ¿Con qué ojos debemos
contemplar estos hechos?
Estos ataques tuvieron
lugar tras dos días de enfrentamientos, el jueves y el viernes de la semana
pasada, entre miembros de Boko Haram y fuerzas del orden en el noreste. En la
ciudad de Madalla, a unos 40 kilómetros de Abuya, la capital nigeriana, explotó una bomba en la iglesia de Santa
Teresa, cuando estaba llena de gente. Horas más tarde, en la localidad de Jos,
al centro de ese país, se registraron varias explosiones en la iglesia “Montaña
de Fuego y Milagros”. Además, otra explosión en una rotonda sacudió el domingo
a Damaturu, mientras que el sábado estalló un artefacto en una iglesia de
Gadaka (noreste), ante la que se encontraban fieles. [Noticia
y otra noticia]
El grupo radical,
Boko Haram, que apunta a imponer la ley islámica sharia en todo el país, reivindicó
los atentados. Este misma banda armada, el año pasado, mediante una serie de
explosiones en vísperas de la Navidad en la ciudad de Jos cobró la vida de al
menos 32 personas y dejó heridas a otras 74. [Para saber más sobre Boko
Haram]
Benedicto XVI
expresó al día siguiente su “profunda tristeza” por estos atentados, a los que
calificó de “gesto absurdo” y pidió “rezar por las numerosas víctimas”. El Papa
expresó con énfasis: “en este momento quiero repetir una vez más con fuerza: la
violencia es una vía que conduce solamente al dolor, a la destrucción y a la
muerte”, propuso que “el respeto, la reconciliación y el amor son la única vía
para alcanzar la paz”. [Noticia;
texto
completo]
Católicos nigerianos contemplan los restos de la explosión en la Iglesia de la ciudad de Madalla. |
¿Qué pensar ante
estos acontecimientos sangrientos? Lo primero es mantener la objetividad, y
saber que se trata de un grupo radical, de manera que la violencia no se le
puede atribuir a todos los musulmanes. Una prueba de esto es que los
principales líderes religiosos islámicos acudieron a la Jornada Mundial de la
Paz, convocada por Benedicto XVI en Asís (27.X.2011).
Además, es
importante centrar el problema en la esfera civil: sí, se trata de un atentado
contra los derechos humanos, contra la libertad religiosa, la cual es un
derecho que toda sociedad democrática debe garantizar a sus ciudadanos.
Los conflictos violentos
de un grupo religioso contra otro seguramente tienen un fondo ideológico, de
creencias, pero afectan el plan social, tanto de ese lugar concreto como de
todo el mundo, porque atentan la paz, que es el ideal común de todas las
naciones. Y por esa razón, no es válido pensar “allá ellos y sus creencias”.
Es importante
crear una cultura cívica, que comprenda a fondo que este tipo de violencia no
es sólo un problema de la Santa Sede, sino que nos incumbe a todos, creyentes y
no creyentes, por el hecho de ser ciudadanos, ya que esta intolerancia atenta
contra la paz y contra los derechos humanos.
Condenar estos hechos
dolorosos no le corresponde sólo a los católicos, sino a todos los que queremos
construir una civilización democrática, en la que los derechos de los demás sí
nos importan. La sangre de estos fieles católicos –y la de los fieles de otras
creencias que han muerto por causa de la intolerancia religiosa de grupos
radicales– nos pide una verdadera solidaridad, que nos lleve a defender el
derecho humano a profesar la propia fe y ser respetado por las propias
creencias. Ojalá nos unamos creyentes y no creyentes para condenar la
intolerancia sangrienta que sufren los creyentes en Oriente y en África.
lfvaldes@gmail.com
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