Luis-Fernando Valdés
Terminó la primera década del siglo XXI, que iniciamos con tantas ilusiones, y que en la realidad ha sido muy compleja. Se pueden hacer diversos balances (económico, político, militar, etc.), pero hay un indicador poco utilizado, que nos revela que el ser humano vive de esperanza religiosa, a pesar de los pesares. Se trata de las conversiones al catolicismo.
Sería muy largo enunciarlas todas. Veamos hoy sólo algunas muy significativas. Empecemos por mencionar de pasada, las conversiones en masa de casi medio millón de anglicanos a la Iglesia católica, entre ellos casi 50 obispos, en octubre de este 2009. En este contexto, fue muy notoria la conversión del ex Primer Ministro británico, Tony Blair, en diciembre de 2007.
Una conversión especialmente importante fue la del musulmán Magdi Allam, un egipcio de 55, en la Pascua de 2008. Se trata del sub-editor del conocido diario italiano “Corriere della Sera”. En su trayectoria, este periodista defendió en 2006 al Papa cuando pronunció discurso en Ratisbona (Alemania), que muchos musulmanes interpretaron como un ataque al Islam. Además, sus críticas a las bombas suicidas en Palestina en 2003, le valieron varias amenazas de muerte por lo cual el gobierno italiano le proporcionó protección policial.
Allam explicó que el factor más decisivo fue un encuentro con el Papa “a quien he admirado y defendido, como musulmán, por su brillantez al presentar el indisoluble lazo entre fe y razón como el cimiento de la religión verdadera”. Afirmó que cuando fue bautizado, “fue el día más hermoso de mi vida, cuando escogí el nombre más simple y más explícito. Desde ayer mi nombre es Magdi Christian Allam”.
Una conversión muy sonada fue la del actor y cantante mexicano Eduardo Verástegui, en 2003. Inició su carrera a los 17 años como vocalista. En poco tiempo grabó varias telenovelas, y empezó a cantar como solista. A los 28 años, la “Century Fox” lo contrató para filmar en Hollywood.
Verástegui cuenta que “después de doce años de carrera, de lograr todos esos sueños que pensé me iban a dar la felicidad, de haber llegado de un pueblo chiquito a Hollywood, de hacer una película en inglés, de tener doce managers, publicistas, agentes, abogados, todo tipo de personas trabajando para mí para lanzar el próximo ‘latin lover, Don Juan, casanova’; y de pronto ¡confundido porque no era feliz!” Al descubrir que con sus películas ofendía a Dios y hacía daño a la gente, decidió cambiar de vida. Ahora se dedica a producir películas que defienden la vida del nascituro.
Contemplar las conversiones al catolicismo de líderes religiosos, políticos, periodistas y artistas, nos lleva a reflexionar sobre el papel de la religión en la vida de cada persona. ¿Qué hay en el interior del ser humano, que lo mueve a una búsqueda tan intensa, que es capaz de dejar atrás un modo de vida, para abrazar otro nuevo y muy exigente?
Sin duda, siguen vivas las palabras de un converso del siglo V, Agustín de Hipona, que después de haber experimentado bastantes desórdenes morales y de haber probado varios sistemas de pensamiento pudo afirmar: “nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti” (Confesiones 1,1,1).
Estas conversiones son hechos que tienen un profundo significado. Aunque aumenten los avances de la ciencia y de la tecnología, el ser humano sólo encuentra una explicación sobre su propia existencia en la fe religiosa. Aunque la revolución sexual se ha impuesto, el corazón humano sólo se llena con el amor a Dios.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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Luis-Fernando Valdés López, sacerdote y teólogo, comenta noticias destacadas de la semana, con un enfoque humanista, desde la razón creyente.
domingo, 27 de diciembre de 2009
domingo, 20 de diciembre de 2009
Pío XII y Juan Pablo II ¡a los altares!
Luis-Fernando Valdés
Ayer mismo, la Santa Sede anunció el reconocimiento de las “virtudes heroicas” de los Papas Pío XII y Juan Pablo II. Este es un paso importante para la canonización de ambos pontífices. ¿Qué significado tiene este acontecimiento?
Con fecha del 19 de noviembre de 2009, la Congregación para las Causas de los Santos, que es el organismo vaticano que estudia la vida de los candidatos a ser reconocidos como santos, promulgó los decretos en los que se reconocen las virtudes heroicas de ambos papas.
Es un hito muy importante en el proceso de canonización, cuyo primer paso es estudiar la vida de un católico que muere con fama de santidad; el siguiente consiste en determinar si el siervo de Dios ejercitó con constancia y ejemplaridad todas las virtudes cristianas, hasta el grado heroico.
El siguiente paso es probar la intervención de Dios, mediante un milagro atribuido a la intercesión de ese siervo. Cuando se certifica el milagro, el Papa procede a beatificarlo; y con otro milagro posterior a esa beatificación, el Romano Pontífice lo canoniza, es decir, le da el título de “santo”, lo pone como modelo de vida cristiana para toda la Iglesia, y autoriza su culto público en todo el mundo.
Con el decreto recién publicado, la Iglesia católica afirma oficialmente que Pío XII y Juan Pablo II son un modelo para todos los cristianos, y reconoce que sus vidas tanto públicas como privadas son ejemplo de vida totalmente entregada a Jesucristo. Además, este hecho está cargado de significado. Respecto a Juan Pablo II, esa significación es notoria; en cambio, sobre Pío XII es poco conocida. Veamos hoy sólo la trascendencia de las virtudes heroicas de este otro pontífice.
Eugenio Pascelli (1876-1958) tuvo importantes cargos en el servicio diplomático vaticano en Alemania antes de ser elegido Papa (10.II.1939). Antes y durante la Segunda Guerra Mundial (SGM) fue un comprometido promotor de la paz, y supo advertir del riesgo de una conflagración de grandes dimensiones, antes de que el conflicto bélico se extendiera.
Con gran ingenio, supo aprovechar del gran medio de comunicación de su época: la radio. Pío XII fue famoso por sus radio mensajes. El más célebre de ellos fue el que pronunció la Navidad de 1942, condenando al nazismo. El 29 de noviembre de 1945, ochenta delegados de los sobrevivientes de los campos de concentración alemanes le otorgaron un reconocimiento “por la generosidad mostrada hacia nosotros, los perseguidos durante el nazifascismo”.
Israel Anton Zolli (1904-1956) que fue el gran Rabino de Roma durante la SGM, cuenta que el 27 de septiembre de 1943, el jefe de la Gestapo exigió a la comunidad judía que le entregara 50 kilos de oro en tan sólo 24 horas, o los deportaría a Alemania. Zolli pudo juntar sólo 35 kilos. Acudió a Pío XII, y el Papa aportó el resto. Pero de nada sirvió el oro, pues el 16 de octubre comenzaron las deportaciones, que sólo se detuvieron por intervención de Pío XII. Al finalizar esa conflagración mundial, Zolli pidió ser bautizado, y adoptó como nombre cristiano el de Eugenio Pío, en honor del Papa.
El reconocimiento a Pío XII y su próxima beatificación (aún sin fecha) subraya la firme oposición de la Iglesia contra el totalitarismo nazi, y la solidaridad del Papado hacia a los judíos. Además, este decreto reafirma la continuidad doctrinal y pastoral de la Iglesia, porque Pío XII es el último Papa antes del Concilio Vaticano II.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
Ayer mismo, la Santa Sede anunció el reconocimiento de las “virtudes heroicas” de los Papas Pío XII y Juan Pablo II. Este es un paso importante para la canonización de ambos pontífices. ¿Qué significado tiene este acontecimiento?
Con fecha del 19 de noviembre de 2009, la Congregación para las Causas de los Santos, que es el organismo vaticano que estudia la vida de los candidatos a ser reconocidos como santos, promulgó los decretos en los que se reconocen las virtudes heroicas de ambos papas.
Es un hito muy importante en el proceso de canonización, cuyo primer paso es estudiar la vida de un católico que muere con fama de santidad; el siguiente consiste en determinar si el siervo de Dios ejercitó con constancia y ejemplaridad todas las virtudes cristianas, hasta el grado heroico.
El siguiente paso es probar la intervención de Dios, mediante un milagro atribuido a la intercesión de ese siervo. Cuando se certifica el milagro, el Papa procede a beatificarlo; y con otro milagro posterior a esa beatificación, el Romano Pontífice lo canoniza, es decir, le da el título de “santo”, lo pone como modelo de vida cristiana para toda la Iglesia, y autoriza su culto público en todo el mundo.
Con el decreto recién publicado, la Iglesia católica afirma oficialmente que Pío XII y Juan Pablo II son un modelo para todos los cristianos, y reconoce que sus vidas tanto públicas como privadas son ejemplo de vida totalmente entregada a Jesucristo. Además, este hecho está cargado de significado. Respecto a Juan Pablo II, esa significación es notoria; en cambio, sobre Pío XII es poco conocida. Veamos hoy sólo la trascendencia de las virtudes heroicas de este otro pontífice.
Eugenio Pascelli (1876-1958) tuvo importantes cargos en el servicio diplomático vaticano en Alemania antes de ser elegido Papa (10.II.1939). Antes y durante la Segunda Guerra Mundial (SGM) fue un comprometido promotor de la paz, y supo advertir del riesgo de una conflagración de grandes dimensiones, antes de que el conflicto bélico se extendiera.
Con gran ingenio, supo aprovechar del gran medio de comunicación de su época: la radio. Pío XII fue famoso por sus radio mensajes. El más célebre de ellos fue el que pronunció la Navidad de 1942, condenando al nazismo. El 29 de noviembre de 1945, ochenta delegados de los sobrevivientes de los campos de concentración alemanes le otorgaron un reconocimiento “por la generosidad mostrada hacia nosotros, los perseguidos durante el nazifascismo”.
Israel Anton Zolli (1904-1956) que fue el gran Rabino de Roma durante la SGM, cuenta que el 27 de septiembre de 1943, el jefe de la Gestapo exigió a la comunidad judía que le entregara 50 kilos de oro en tan sólo 24 horas, o los deportaría a Alemania. Zolli pudo juntar sólo 35 kilos. Acudió a Pío XII, y el Papa aportó el resto. Pero de nada sirvió el oro, pues el 16 de octubre comenzaron las deportaciones, que sólo se detuvieron por intervención de Pío XII. Al finalizar esa conflagración mundial, Zolli pidió ser bautizado, y adoptó como nombre cristiano el de Eugenio Pío, en honor del Papa.
El reconocimiento a Pío XII y su próxima beatificación (aún sin fecha) subraya la firme oposición de la Iglesia contra el totalitarismo nazi, y la solidaridad del Papado hacia a los judíos. Además, este decreto reafirma la continuidad doctrinal y pastoral de la Iglesia, porque Pío XII es el último Papa antes del Concilio Vaticano II.
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domingo, 13 de diciembre de 2009
Juan Diego, ¿mito o realidad?
Año 5, número 241
Luis-Fernando Valdés
Ayer millones de peregrinos llegados de todo el País se congregaron en la Basílica de Guadalupe; además, en las iglesias de cada localidad de nuestra Patria también hubo celebraciones en honor de la Virgen Morena. Es un evento que cada año reaviva la fe de los católicos mexicanos. Pero, ¿en qué se funda este culto mariano: en un hecho histórico o en una piadosa leyenda?
Las claves para dar una sólida respuesta son dos: la imagen misma de la Virgen de Guadalupe y la persona de Juan Diego, el indígena vidente de la Señora del Cielo. Detengámonos en este segundo aspecto.
La existencia histórica de Juan Diego es importante para dilucidar el “hecho guadalupano”. Si él realmente existió, y se pueden conocer los rasgos de su vida que lo acrediten como un hombre de bien, entonces se puede afirmar que es un testigo de excepción, digno de ser creído.
Durante siglos, nunca se puso en duda ni la realidad de las apariciones de la Virgen, ni de la persona de Juan Diego. Fue hasta el siglo pasado que hubo ciertos movimientos –más ideológicos que populares– que negaron la historicidad de nuestro personaje. En realidad, fueron intentos de reducir el fenómeno guadalupano a un mito religioso usado para representar las antiguas tradiciones religiosas mexicanas, que luego habrían sido asumidas en forma sincretista por el catolicismo; o como un mero instrumento pedagógico de la catequesis misionera a favor de los indígenas; o como una invención del criollismo nacido en el siglo XVII, para darle fuerza al naciente nacionalismo mexicano.
Con motivo del proceso de beatificación de Juan Diego, se instituyó una Comisión histórica que realizó una profunda investigación. Sus resultados señalan que, en diversas épocas, se ha documentado la historicidad del vidente del Tepeyac.
Juan Diego pertenecía a la etnia de los chichimecas, y nació en torno al año 1474, en Cuauhtitlán, en el barrio de Tlayácac, en el reino de Texcoco. Fue bautizado por los primeros misioneros franciscanos, en torno al año de 1524. Su esposa, María Lucía, murió en 1529.
Después de las Apariciones (1531), pidió permiso al Obispo Zumárraga para vivir junto al Templo recién erigido, para atender a los peregrinos, y murió con fama de santidad en 1548. Desde entonces comenzó su culto de veneración. Pero, en 1634, el Papa Urbano VIII dio unas orientaciones sobre culto a los santos, y como Juan Diego no era aún un santo canonizado, su devoción fue suspendida oficialmente. Sin embargo, el decreto no logró erradicarla de la mentalidad popular.
En 1666, se abrió un proceso jurídico para reconocer la historicidad del Acontecimiento Guadalupano y de Juan Diego. Los resultados de este proceso se conocen como “Informaciones Jurídicas de 1666”, y fueron enviados a Roma. En 1720, el entonces arzobispo de México, José de Lanciego y Aguilar, aprobó que se realizara una nueva investigación, que originó las llamadas “Informaciones de 1723”, en las que se confirmó nuevamente la tradición de la milagrosa imagen.
La existencia de Juan Diego es real, como también lo es la imagen del ayate. Ambos sucesos no “demuestran” la existencia de Dios; pero, cuando el corazón busca sinceramente la verdad, el “hecho guadalupano” le da motivos a la razón para rendirse y para abrirse a lo sobrenatural. Juan Diego existió y es testigo fidedigno de las Apariciones: la fe no se apoya en el vacío, sino una tradición bien atestiguada. Es razonable creerlo.
Luis-Fernando Valdés
Ayer millones de peregrinos llegados de todo el País se congregaron en la Basílica de Guadalupe; además, en las iglesias de cada localidad de nuestra Patria también hubo celebraciones en honor de la Virgen Morena. Es un evento que cada año reaviva la fe de los católicos mexicanos. Pero, ¿en qué se funda este culto mariano: en un hecho histórico o en una piadosa leyenda?
Las claves para dar una sólida respuesta son dos: la imagen misma de la Virgen de Guadalupe y la persona de Juan Diego, el indígena vidente de la Señora del Cielo. Detengámonos en este segundo aspecto.
La existencia histórica de Juan Diego es importante para dilucidar el “hecho guadalupano”. Si él realmente existió, y se pueden conocer los rasgos de su vida que lo acrediten como un hombre de bien, entonces se puede afirmar que es un testigo de excepción, digno de ser creído.
Durante siglos, nunca se puso en duda ni la realidad de las apariciones de la Virgen, ni de la persona de Juan Diego. Fue hasta el siglo pasado que hubo ciertos movimientos –más ideológicos que populares– que negaron la historicidad de nuestro personaje. En realidad, fueron intentos de reducir el fenómeno guadalupano a un mito religioso usado para representar las antiguas tradiciones religiosas mexicanas, que luego habrían sido asumidas en forma sincretista por el catolicismo; o como un mero instrumento pedagógico de la catequesis misionera a favor de los indígenas; o como una invención del criollismo nacido en el siglo XVII, para darle fuerza al naciente nacionalismo mexicano.
Con motivo del proceso de beatificación de Juan Diego, se instituyó una Comisión histórica que realizó una profunda investigación. Sus resultados señalan que, en diversas épocas, se ha documentado la historicidad del vidente del Tepeyac.
Juan Diego pertenecía a la etnia de los chichimecas, y nació en torno al año 1474, en Cuauhtitlán, en el barrio de Tlayácac, en el reino de Texcoco. Fue bautizado por los primeros misioneros franciscanos, en torno al año de 1524. Su esposa, María Lucía, murió en 1529.
Después de las Apariciones (1531), pidió permiso al Obispo Zumárraga para vivir junto al Templo recién erigido, para atender a los peregrinos, y murió con fama de santidad en 1548. Desde entonces comenzó su culto de veneración. Pero, en 1634, el Papa Urbano VIII dio unas orientaciones sobre culto a los santos, y como Juan Diego no era aún un santo canonizado, su devoción fue suspendida oficialmente. Sin embargo, el decreto no logró erradicarla de la mentalidad popular.
En 1666, se abrió un proceso jurídico para reconocer la historicidad del Acontecimiento Guadalupano y de Juan Diego. Los resultados de este proceso se conocen como “Informaciones Jurídicas de 1666”, y fueron enviados a Roma. En 1720, el entonces arzobispo de México, José de Lanciego y Aguilar, aprobó que se realizara una nueva investigación, que originó las llamadas “Informaciones de 1723”, en las que se confirmó nuevamente la tradición de la milagrosa imagen.
La existencia de Juan Diego es real, como también lo es la imagen del ayate. Ambos sucesos no “demuestran” la existencia de Dios; pero, cuando el corazón busca sinceramente la verdad, el “hecho guadalupano” le da motivos a la razón para rendirse y para abrirse a lo sobrenatural. Juan Diego existió y es testigo fidedigno de las Apariciones: la fe no se apoya en el vacío, sino una tradición bien atestiguada. Es razonable creerlo.
domingo, 6 de diciembre de 2009
El Vaticano y la Astronomía
Luis-Fernando Valdés
Está por concluir el “Año Internacional de la Astronomía” (AIA2009), propuesto por la Unión Astronómica Internacional (UAI) y apoyada por la UNESCO, con motivo del 400 aniversario de las primeras observaciones astronómicas hechas con telescopio, por el célebre físico y astrónomo italiano Galileo Galilei. Durante el año hubo múltiples eventos en nuestro País y en el Mundo. ¿Cómo reaccionó el Vaticano?
Hay una sombra sobre el tema de Galileo y la Iglesia. En la visión popular actual, muchas personas tienen la falsa idea de que la Santa Sede condenó en 1633 injustamente al célebre astrónomo, “porque la Iglesia se opone a la ciencia”. Sin pretender exponer el “Caso Galileo”, solamente mencionaré que la Iglesia siempre ha defendido la armonía entre la fe y la razón, entre la religión y la ciencia.
Una muestra de esto, aunque quizá es poco conocida, es que el Vaticano patrocina un observatorio astronómico desde 1578 (55 años antes que el conflicto con Galileo), en el que actualmente investigan –entre otros– algunos sacerdotes que son también doctores en astrofísica.
Esta postura de armonía es muy clara hoy día, como se puede ver en las declaraciones de Benedicto XVI y del Secretario de Estado Vaticano. El pasado 30 de octubre, el Santo Padre dirigió un discurso a los participantes de un coloquio organizado por el observatorio espacial vaticano, con motivo del AIA2009.
El Papa mencionó que es importante el método científico –atenta observación, juicio crítica, paciencia y disciplina– para poder respetar la naturaleza y el mundo que nos rodea. ¿Acaso no contrastan esta palabras con el prejuicio de que la Iglesia rechaza la ciencia?
Luego, el Romano Pontífice recordó la actitud de los pioneros de la astronomía, que supieron armonizar sus conocimientos particulares con el resto del saber: “los grandes científicos de la época de los descubrimientos también nos recuerdan que el conocimiento auténtico siempre se dirige a la verdadera sabiduría, y en lugar de restringir los ojos de la mente, nos invita a elevar nuestra mirada a un plano superior del espíritu”.
Benedicto XVI apuntó al núcleo de la cuestión, al señalar que la contemplación de los fenómenos astronómicos, que nos causan tanta admiración, nos deben llevar “a la contemplación del Creador y del amor que es la razón detrás de su creación”.
Por su parte, el Card. Tarcisio Bertone al inaugurar la muestra “Astrum 2009”, organizada por los Museos Vaticanos (15.X.2009), recordó que hoy “la ciencia corre el riesgo de ser reducida a una herramienta de la tecnología”. Y sugirió que la racionalidad humana, que sin duda necesita herramientas como el telescopio, para investigar y medir, debe mantenerse abierta. “Lo importante –concluyó el purpurado– es que el hombre no pierda la capacidad de mirar el cielo, para sentirse parte de un movimiento que los supera y, al mismo tiempo lo atraviesa, pero que lo hace protagonista, junto con el Creador”.
Ojalá se haya cumplido a fondo el objetivo de este AIA2009: “señalar que la Astronomía es una actividad (…) para encontrar respuestas a algunas de las preguntas más fundamentales que se ha planteado la humanidad”. Y que esas grandes cuestiones sobre el cosmos, lleven a muchas personas a formularse las grandes interrogantes de la vida humana: ¿qué sentido tiene todo este orden del universo? ¿de dónde vengo?¿qué sentido tiene mi vida, aunque yo sea sólo un ser más en el conjunto de las galaxias? Y así la razón científica dará paso a la filosofía… y ésta, a la religión.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
Está por concluir el “Año Internacional de la Astronomía” (AIA2009), propuesto por la Unión Astronómica Internacional (UAI) y apoyada por la UNESCO, con motivo del 400 aniversario de las primeras observaciones astronómicas hechas con telescopio, por el célebre físico y astrónomo italiano Galileo Galilei. Durante el año hubo múltiples eventos en nuestro País y en el Mundo. ¿Cómo reaccionó el Vaticano?
Hay una sombra sobre el tema de Galileo y la Iglesia. En la visión popular actual, muchas personas tienen la falsa idea de que la Santa Sede condenó en 1633 injustamente al célebre astrónomo, “porque la Iglesia se opone a la ciencia”. Sin pretender exponer el “Caso Galileo”, solamente mencionaré que la Iglesia siempre ha defendido la armonía entre la fe y la razón, entre la religión y la ciencia.
Una muestra de esto, aunque quizá es poco conocida, es que el Vaticano patrocina un observatorio astronómico desde 1578 (55 años antes que el conflicto con Galileo), en el que actualmente investigan –entre otros– algunos sacerdotes que son también doctores en astrofísica.
Esta postura de armonía es muy clara hoy día, como se puede ver en las declaraciones de Benedicto XVI y del Secretario de Estado Vaticano. El pasado 30 de octubre, el Santo Padre dirigió un discurso a los participantes de un coloquio organizado por el observatorio espacial vaticano, con motivo del AIA2009.
El Papa mencionó que es importante el método científico –atenta observación, juicio crítica, paciencia y disciplina– para poder respetar la naturaleza y el mundo que nos rodea. ¿Acaso no contrastan esta palabras con el prejuicio de que la Iglesia rechaza la ciencia?
Luego, el Romano Pontífice recordó la actitud de los pioneros de la astronomía, que supieron armonizar sus conocimientos particulares con el resto del saber: “los grandes científicos de la época de los descubrimientos también nos recuerdan que el conocimiento auténtico siempre se dirige a la verdadera sabiduría, y en lugar de restringir los ojos de la mente, nos invita a elevar nuestra mirada a un plano superior del espíritu”.
Benedicto XVI apuntó al núcleo de la cuestión, al señalar que la contemplación de los fenómenos astronómicos, que nos causan tanta admiración, nos deben llevar “a la contemplación del Creador y del amor que es la razón detrás de su creación”.
Por su parte, el Card. Tarcisio Bertone al inaugurar la muestra “Astrum 2009”, organizada por los Museos Vaticanos (15.X.2009), recordó que hoy “la ciencia corre el riesgo de ser reducida a una herramienta de la tecnología”. Y sugirió que la racionalidad humana, que sin duda necesita herramientas como el telescopio, para investigar y medir, debe mantenerse abierta. “Lo importante –concluyó el purpurado– es que el hombre no pierda la capacidad de mirar el cielo, para sentirse parte de un movimiento que los supera y, al mismo tiempo lo atraviesa, pero que lo hace protagonista, junto con el Creador”.
Ojalá se haya cumplido a fondo el objetivo de este AIA2009: “señalar que la Astronomía es una actividad (…) para encontrar respuestas a algunas de las preguntas más fundamentales que se ha planteado la humanidad”. Y que esas grandes cuestiones sobre el cosmos, lleven a muchas personas a formularse las grandes interrogantes de la vida humana: ¿qué sentido tiene todo este orden del universo? ¿de dónde vengo?¿qué sentido tiene mi vida, aunque yo sea sólo un ser más en el conjunto de las galaxias? Y así la razón científica dará paso a la filosofía… y ésta, a la religión.
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domingo, 29 de noviembre de 2009
El Código de Nuremberg
Luis-Fernando Valdés
El pasado 25 de noviembre se clausuró la reunión del Consejo Internacional de Bioética de la UNESCO. En ese marco, la Secretaria de Relaciones Exteriores, Patricia Espinosa, advirtió que los derechos y libertades de las personas están en riesgo frente al acelerado crecimiento científico que no tiene un control ético. Y ésta es la gran cuestión: ¿son incompatibles el progreso científico y la ética?
La experimentación sobre humanos no es reciente, pues se remonta hasta Atenas y Alejandría (siglos III y IV a. C.). Pero las implicaciones éticas de estas investigaciones han sido un tema muy importante desde el final de la Segunda Guerra Mundial (1945). Desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial se realizaron, en Alemania y en los países ocupados por los nazis, experimentos médicos criminales en gran escala sobre ciudadanos no alemanes, tanto prisioneros de guerra como civiles, incluidos judíos y personas consideradas “asociales”.
Estos experimentos no fueron realizados por científicos que trabajaran aislados, sino que fueron el resultado de una normativa y una planeación coordinadas al más alto nivel del gobierno, del ejército y del partido nazi, y “justificados” a nombre de la guerra total.
Esas prácticas pseudo-médicas fueron aberrantes, como la castración y esterilización, la inoculación de enfermedades, la introducción de las personas en una bañera llena de hielo para controlar los efectos fisiológicos del frío, entre otras.
Al finalizar la Guerra Mundial, este tipo de “experimentos” impulsaron la redacción de una serie de códigos internacionales para regular la investigación en humanos. El primero de ellos fue el llamado “Código de Nuremberg” (1947), que establece por primera vez la obligatoriedad del “consentimiento informado”, que es un derecho humano.
Este principio consiste en que el paciente, antes de dar su consentimiento para participar en un experimento, debe recibir la oportuna información sobre lo que se hará sobre él y de las consecuencias que eso tendrá. Los códigos actuales enfatizan que no basta proporcionar información, sino que es muy importante que el paciente la comprenda.
Nadie puede ser sometido a experimentación, sin su consentimiento y, menos, contra su voluntad. Por eso, estas codificaciones previenen que ni los menores de edad, ni los que sufren alguna incapacidad, puedan ser utilizados como “conejillos de indias”.
Sin embargo, el avance de la ciencia actual es capaz de experimentar sobre embriones, y en este punto los códigos tienen que ser actualizados. Esos embriones son plenamente seres humanos, aunque no hayan llegado a un estado de desarrollo, que haga visible su corporeidad. Éste es un punto muy vivo en el debate contemporáneo. ¿Se puede investigar sobre embriones? ¿Se pueden producir en laboratorio con fines de experimentación?
En un reciente documento pontificio, se recuerda que la experimentación con embriones “constituye un delito en consideración a su dignidad de seres humanos, que tienen derecho al mismo respeto debido al niño ya nacido y a toda persona (...). Estas formas de experimentación constituyen siempre un desorden moral grave” (Dignitatis personae, n. 34).
Qué bien que la Canciller mexicana haya apelado a la ética en el uso de la ciencia, para evitar nuevos campos de concentración –ahora de embriones–, y no tener que repetir la triste historia del Juicio de Nuremberg, para condenar a los médicos que experimenten sin ética sobre los humanos no nacidos.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
El pasado 25 de noviembre se clausuró la reunión del Consejo Internacional de Bioética de la UNESCO. En ese marco, la Secretaria de Relaciones Exteriores, Patricia Espinosa, advirtió que los derechos y libertades de las personas están en riesgo frente al acelerado crecimiento científico que no tiene un control ético. Y ésta es la gran cuestión: ¿son incompatibles el progreso científico y la ética?
La experimentación sobre humanos no es reciente, pues se remonta hasta Atenas y Alejandría (siglos III y IV a. C.). Pero las implicaciones éticas de estas investigaciones han sido un tema muy importante desde el final de la Segunda Guerra Mundial (1945). Desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial se realizaron, en Alemania y en los países ocupados por los nazis, experimentos médicos criminales en gran escala sobre ciudadanos no alemanes, tanto prisioneros de guerra como civiles, incluidos judíos y personas consideradas “asociales”.
Estos experimentos no fueron realizados por científicos que trabajaran aislados, sino que fueron el resultado de una normativa y una planeación coordinadas al más alto nivel del gobierno, del ejército y del partido nazi, y “justificados” a nombre de la guerra total.
Esas prácticas pseudo-médicas fueron aberrantes, como la castración y esterilización, la inoculación de enfermedades, la introducción de las personas en una bañera llena de hielo para controlar los efectos fisiológicos del frío, entre otras.
Al finalizar la Guerra Mundial, este tipo de “experimentos” impulsaron la redacción de una serie de códigos internacionales para regular la investigación en humanos. El primero de ellos fue el llamado “Código de Nuremberg” (1947), que establece por primera vez la obligatoriedad del “consentimiento informado”, que es un derecho humano.
Este principio consiste en que el paciente, antes de dar su consentimiento para participar en un experimento, debe recibir la oportuna información sobre lo que se hará sobre él y de las consecuencias que eso tendrá. Los códigos actuales enfatizan que no basta proporcionar información, sino que es muy importante que el paciente la comprenda.
Nadie puede ser sometido a experimentación, sin su consentimiento y, menos, contra su voluntad. Por eso, estas codificaciones previenen que ni los menores de edad, ni los que sufren alguna incapacidad, puedan ser utilizados como “conejillos de indias”.
Sin embargo, el avance de la ciencia actual es capaz de experimentar sobre embriones, y en este punto los códigos tienen que ser actualizados. Esos embriones son plenamente seres humanos, aunque no hayan llegado a un estado de desarrollo, que haga visible su corporeidad. Éste es un punto muy vivo en el debate contemporáneo. ¿Se puede investigar sobre embriones? ¿Se pueden producir en laboratorio con fines de experimentación?
En un reciente documento pontificio, se recuerda que la experimentación con embriones “constituye un delito en consideración a su dignidad de seres humanos, que tienen derecho al mismo respeto debido al niño ya nacido y a toda persona (...). Estas formas de experimentación constituyen siempre un desorden moral grave” (Dignitatis personae, n. 34).
Qué bien que la Canciller mexicana haya apelado a la ética en el uso de la ciencia, para evitar nuevos campos de concentración –ahora de embriones–, y no tener que repetir la triste historia del Juicio de Nuremberg, para condenar a los médicos que experimenten sin ética sobre los humanos no nacidos.
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domingo, 22 de noviembre de 2009
Eutanasia activa: ¿matar por compasión?
Luis-Fernando Valdés
De nuevo la Asamblea Legislativa del Distrito Federal nos da pie para tratar temas de bioética. En días pasados, el Diputado local del PRI, Israel Betanzos, propuso la ampliación de la Ley de Voluntad anticipada, de manera que sea aprobada la “eutanasia activa”. ¿Se trata de un derecho o de un homicidio?
Un causa importante de las polémicas de la eutanasia es la ambigüedad semántica. ¿Qué quiere decir “eutanasia activa”? Se refiere a adelantar la muerte del paciente terminal. Se trata de un suicidio, si es el paciente quien lo solicita, o de un homicidio si son sus parientes quienes lo piden.
Por eso, se comprende que el Secretario de Salud Pública del Distrito Federal, Armando Ahued, haya afirmado que, si se aprobara esa medida, él personalmente no la aplicaría a un paciente, pues se trataría de provocarle directamente la muerte. En términos similares se expresó el Manuel Mondragón, titular de Seguridad Pública del DF, que es médico de profesión: “nosotros, como médicos, estaríamos imposibilitados para hacerlo”, afirmó.
De esta manera, llegamos a un punto central de las discusiones sobre la eutanasia. Se trata de la contraposición entre los argumentos médicos y las propuestas políticas. Para los primeros, la eutanasia activa se rechaza porque quita la vida. Para algunos políticos, en cambio, la eutanasia activa defendería un supuesto derecho de los pacientes o sus familiares, para decidir cuándo dejar de vivir.
Pero, ¿se trata de un verdadero derecho? No lo es, y por eso degrada al ser humano. Veamos: Betanzos afirmó que la propuesta no legaliza el asesinato (sic), sino evita que se prolongue la vida de alguien que está condenado a morir. Y añadió que el método para llevar a cabo la eutanasia activa sería la inyección. En ambas afirmaciones, el enfermo terminal es considerado como un “condenado a muerte”. La propuesta legislativa consiste en matarlo “de una vez”, y hacerlo con una inyección, como a los reos condenados a la pena capital. Ésta es una falsa compasión.
Además, Betanzos indicó que el objetivo de la propuesta es “acabar con el sufrimiento de los pacientes”. Y para eso propone la inyección letal. Pero, como aseguró Ahued Ortega, es no es necesario, pues los pacientes que se acogen a la Ley de voluntad anticipada reciben cuidados paliativos que incluyen el control del dolor, apoyo psicológico y tanatológico al enfermo y su familia.
Por otra parte, algunos opinan que la eutanasia activa garantizaría la voluntad de los pacientes sobre la última etapa de su vida. De modo que, si alguno no quisiera quedar en estado vegetativo, o ser una carga económica para su familia, o simplemente no deseara vivir más, se respetaría esa decisión.
Pero esta postura también es incoherente: se argumenta que si una persona se quiere suicidar, y no lo puede hacer por sí misma, los médicos tienen la “obligación” de hacerlo por él, y con recursos del Estado. En tal caso, también tendrían la obligación de ayudar a quitarse la vida a quien pasara por un momento de profunda depresión y pidiera morir.
No es humano eliminar al que sufre. Lo verdaderamente humano es ayudarlo a sobrellevar el sufrimiento. Por eso, no se puede aceptar una ley que invite a desentenderse del enfermo. No existe un derecho a considerar al enfermo terminal como una carga inútil.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
De nuevo la Asamblea Legislativa del Distrito Federal nos da pie para tratar temas de bioética. En días pasados, el Diputado local del PRI, Israel Betanzos, propuso la ampliación de la Ley de Voluntad anticipada, de manera que sea aprobada la “eutanasia activa”. ¿Se trata de un derecho o de un homicidio?
Un causa importante de las polémicas de la eutanasia es la ambigüedad semántica. ¿Qué quiere decir “eutanasia activa”? Se refiere a adelantar la muerte del paciente terminal. Se trata de un suicidio, si es el paciente quien lo solicita, o de un homicidio si son sus parientes quienes lo piden.
Por eso, se comprende que el Secretario de Salud Pública del Distrito Federal, Armando Ahued, haya afirmado que, si se aprobara esa medida, él personalmente no la aplicaría a un paciente, pues se trataría de provocarle directamente la muerte. En términos similares se expresó el Manuel Mondragón, titular de Seguridad Pública del DF, que es médico de profesión: “nosotros, como médicos, estaríamos imposibilitados para hacerlo”, afirmó.
De esta manera, llegamos a un punto central de las discusiones sobre la eutanasia. Se trata de la contraposición entre los argumentos médicos y las propuestas políticas. Para los primeros, la eutanasia activa se rechaza porque quita la vida. Para algunos políticos, en cambio, la eutanasia activa defendería un supuesto derecho de los pacientes o sus familiares, para decidir cuándo dejar de vivir.
Pero, ¿se trata de un verdadero derecho? No lo es, y por eso degrada al ser humano. Veamos: Betanzos afirmó que la propuesta no legaliza el asesinato (sic), sino evita que se prolongue la vida de alguien que está condenado a morir. Y añadió que el método para llevar a cabo la eutanasia activa sería la inyección. En ambas afirmaciones, el enfermo terminal es considerado como un “condenado a muerte”. La propuesta legislativa consiste en matarlo “de una vez”, y hacerlo con una inyección, como a los reos condenados a la pena capital. Ésta es una falsa compasión.
Además, Betanzos indicó que el objetivo de la propuesta es “acabar con el sufrimiento de los pacientes”. Y para eso propone la inyección letal. Pero, como aseguró Ahued Ortega, es no es necesario, pues los pacientes que se acogen a la Ley de voluntad anticipada reciben cuidados paliativos que incluyen el control del dolor, apoyo psicológico y tanatológico al enfermo y su familia.
Por otra parte, algunos opinan que la eutanasia activa garantizaría la voluntad de los pacientes sobre la última etapa de su vida. De modo que, si alguno no quisiera quedar en estado vegetativo, o ser una carga económica para su familia, o simplemente no deseara vivir más, se respetaría esa decisión.
Pero esta postura también es incoherente: se argumenta que si una persona se quiere suicidar, y no lo puede hacer por sí misma, los médicos tienen la “obligación” de hacerlo por él, y con recursos del Estado. En tal caso, también tendrían la obligación de ayudar a quitarse la vida a quien pasara por un momento de profunda depresión y pidiera morir.
No es humano eliminar al que sufre. Lo verdaderamente humano es ayudarlo a sobrellevar el sufrimiento. Por eso, no se puede aceptar una ley que invite a desentenderse del enfermo. No existe un derecho a considerar al enfermo terminal como una carga inútil.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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sábado, 21 de noviembre de 2009
Matrimonio Gay ¿para qué?
Luis-Fernando Valdés
Está en la agenda de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal la creación de una ley para equiparar las uniones homosexuales al matrimonio. El Diputado del PRD, David Razú, ha promovido esta reforma al Código civil local, y ha afirmado que antes de diciembre será aprobada la nueva legislación sobre “matrimonios homosexuales”. ¿Qué implicaciones tendrá está ley?
Antes que nada, es importante mencionar que existe un “Programa de Derechos Humanos del Distrito Federal” (Prodehuma), que el Jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, calificó como “obligatorio”. La encargada del comité coordinador del Prodehuma, Jacqueline L’Hoist afirmó que esta modificación al Código civil es la primera acción de este programa. De modo que se trata de una acción bien orquestada.
El miércoles 11 de noviembre pasado, representantes de 87 organizaciones de la sociedad civil exigieron conseguir la “igualdad de derechos” que las sociedades de convivencia, aprobadas en 2006, no lograron adquirir. “No queremos más leyes especiales, queremos todos los derechos”, afirmaron. Además, sostuvieron que el reconocimiento legal les beneficia al tener acceso a la seguridad social, los derechos de tutela, de alimentación, entre otros, y que actualmente la Ley de Sociedades de Convivencia no garantiza. (www.jornada.unam.mx).
Sin embargo, estos planteamientos requieren una seria reflexión. En primer lugar, la finalidad del Derecho civil consiste en asegurar el recto desarrollo de la sociedad humana. Y como la sociedad debe su supervivencia a la familia fundada sobre el matrimonio, es necesario que la unión estable de un hombre y una mujer con el fin de la procreación, sea tutelada por las leyes. Si no se reconoce y se protege esta institución matrimonial, la sociedad misma se pone en riesgo.
Ahora bien, la unión entre personas del mismo sexo no juega ningún papel en la supervivencia de una sociedad, porque esas uniones nunca conllevan la fecundidad. De ahí que no sea necesario que la legislación deba tutelar una situación “de facto”, como la relación sostenida por personas de tendencia homosexual.
Una cosa es reconocer el hecho de la homosexualidad, pero otra muy distinta equiparar las uniones homosexuales al matrimonio. La consecuencia inevitable del reconocimiento legal de tales uniones es la redefinición del matrimonio. Si se cambia la noción de matrimonio, terminarán por ser redefinidos los elementos ligados a él: la procreación y la educación. Y, en ese otro cambio, son los niños los que resultarán atropellados.
Además, las citadas organizaciones invocan el reconocimiento de un derecho y exigen eliminar la discriminación. Pero se comete una injusticia sólo cuando se le niega un reconocimiento legal o un servicio social a quien tiene derecho a ello. Por eso, no se lesiona la justicia cuando no atribuye el estatus social y jurídico de matrimonio a formas de vida que no son matrimoniales, ni lo pueden ser.
Por otra parte, tampoco tiene sentido afirmar que los convivientes homosexuales dejan de recibir los beneficios que la ley da a los cónyuges. Tales beneficios son otorgados por la ley precisamente para favorecer el cuidado de la prole, la cual está ausente en las uniones homosexuales.
No hace falta dar un estatuto jurídico a ese tipo de uniones, puesto que no reconocerlas no pone en peligro el bien común de la sociedad, ni se falta a la justicia. En cambio, legalizarlas distorsionará el sentido del matrimonio, lo cual tendrá duras consecuencias sociales.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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Está en la agenda de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal la creación de una ley para equiparar las uniones homosexuales al matrimonio. El Diputado del PRD, David Razú, ha promovido esta reforma al Código civil local, y ha afirmado que antes de diciembre será aprobada la nueva legislación sobre “matrimonios homosexuales”. ¿Qué implicaciones tendrá está ley?
Antes que nada, es importante mencionar que existe un “Programa de Derechos Humanos del Distrito Federal” (Prodehuma), que el Jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, calificó como “obligatorio”. La encargada del comité coordinador del Prodehuma, Jacqueline L’Hoist afirmó que esta modificación al Código civil es la primera acción de este programa. De modo que se trata de una acción bien orquestada.
El miércoles 11 de noviembre pasado, representantes de 87 organizaciones de la sociedad civil exigieron conseguir la “igualdad de derechos” que las sociedades de convivencia, aprobadas en 2006, no lograron adquirir. “No queremos más leyes especiales, queremos todos los derechos”, afirmaron. Además, sostuvieron que el reconocimiento legal les beneficia al tener acceso a la seguridad social, los derechos de tutela, de alimentación, entre otros, y que actualmente la Ley de Sociedades de Convivencia no garantiza. (www.jornada.unam.mx).
Sin embargo, estos planteamientos requieren una seria reflexión. En primer lugar, la finalidad del Derecho civil consiste en asegurar el recto desarrollo de la sociedad humana. Y como la sociedad debe su supervivencia a la familia fundada sobre el matrimonio, es necesario que la unión estable de un hombre y una mujer con el fin de la procreación, sea tutelada por las leyes. Si no se reconoce y se protege esta institución matrimonial, la sociedad misma se pone en riesgo.
Ahora bien, la unión entre personas del mismo sexo no juega ningún papel en la supervivencia de una sociedad, porque esas uniones nunca conllevan la fecundidad. De ahí que no sea necesario que la legislación deba tutelar una situación “de facto”, como la relación sostenida por personas de tendencia homosexual.
Una cosa es reconocer el hecho de la homosexualidad, pero otra muy distinta equiparar las uniones homosexuales al matrimonio. La consecuencia inevitable del reconocimiento legal de tales uniones es la redefinición del matrimonio. Si se cambia la noción de matrimonio, terminarán por ser redefinidos los elementos ligados a él: la procreación y la educación. Y, en ese otro cambio, son los niños los que resultarán atropellados.
Además, las citadas organizaciones invocan el reconocimiento de un derecho y exigen eliminar la discriminación. Pero se comete una injusticia sólo cuando se le niega un reconocimiento legal o un servicio social a quien tiene derecho a ello. Por eso, no se lesiona la justicia cuando no atribuye el estatus social y jurídico de matrimonio a formas de vida que no son matrimoniales, ni lo pueden ser.
Por otra parte, tampoco tiene sentido afirmar que los convivientes homosexuales dejan de recibir los beneficios que la ley da a los cónyuges. Tales beneficios son otorgados por la ley precisamente para favorecer el cuidado de la prole, la cual está ausente en las uniones homosexuales.
No hace falta dar un estatuto jurídico a ese tipo de uniones, puesto que no reconocerlas no pone en peligro el bien común de la sociedad, ni se falta a la justicia. En cambio, legalizarlas distorsionará el sentido del matrimonio, lo cual tendrá duras consecuencias sociales.
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domingo, 8 de noviembre de 2009
El Muro de Berlín, 20 años después
Luis-Fernando Valdés
Mañana se cumplirán dos décadas de la caída del Muro de Berlín (9.XI.1989), que fue el emblema de los totalitarismos que dividieron a Europa y al Mundo. Durante la noche del 12 al 13 de agosto de 1961, las autoridades de la entonces República Democrática Alemana levantaron de un golpe los 45 km de pared, que aislaron física, moral y espiritualmente a los países de ideología comunista. Fueron duros años para los berlineses y para toda Europa oriental, pero corremos el riesgo de olvidar esta importante lección.
Veinte años no son pocos. Son suficientes para perder de la memoria histórica, y corremos el riesgo de olvidar las grandes lecciones de la Historia. El Muro era el símbolo de la división de la humanidad, tal como quedó el planeta al terminar la Segunda Guerra Mundial. Esa separación era de tipo intelectual y moral, antes que económica o política.
El comunismo, impuesto por la entonces Unión Soviética a sus países satélites, era una doctrina política basada en una antropología que negaba la dignidad de cada persona, su libertad de conciencia y que atropellaba el resto de las libertades, que quedaban sometidas a los planes del Partido Comunista. En este sistema ateo, la práctica religiosa era abiertamente combatida.
La apertura del Muro fue el símbolo de la caída del sistema comunista. Uno de los artífices de este cambio fue Juan Pablo II, que provenía de Polonia, país también dominado por la Unión Soviética. El Papa Wojtyla supo canalizar las energías humanas y espirituales para crear un movimiento religioso y social, que desembocó en la rotura de esa cruel frontera.
Este gran Pontífice supo captar el problema de fondo del sistema comunista, y por eso pudo vencerlo. La crueldad de la Segunda Guerra Mundial y del posterior totalismo soviético procedían –en termino último– de haber olvidado a Dios, o peor, de haber buscado acabar con Él. Y, cuando Dios no está presente en las conciencias personales y en la vida de una nación, el ser humano se vuelve contra el propio hombre, atropellando sus libertades y sus aspiraciones.
Juan Pablo II explicaba que “la caída del muro así como el derrumbamiento de simulacros peligrosos y de una ideología opresora, han demostrado que las libertades fundamentales que dan significado a la vida humana no pueden ser reprimidas y sofocadas por mucho tiempo” (Discurso, 23.V.1990).
Y esas libertades fundamentales, que durante la llamada “Guerra fría” eran atropelladas abierta y violentamente, hoy también son asediadas, pero por enemigos invisibles de corte ideológico o económico, que intentan asfixiar la dimensión espiritual de las personas. Cuando se niega la posibilidad de conocer la verdad, cuando se reduce la conciencia moral al subjetivismo, cuando la libertad se exalta por encima de los derechos de los demás, cuando los criterios económicos son la guía principal del comercio y de las políticas laborales, entonces la dimensión espiritual de las personas se ve encadenada.
Cayó el Muro de Berlín, pero se han levantado nuevas barreras para limitar la libertad. Los escombros del Muro son la señal de la victoria: la sed de verdad y la libertad de conciencia para profesar la fe no pueden ser acalladas por una imposición violenta. Pero la nueva generación, que ni siquiera había nacido cuando desapareció la Unión Soviética, no está exenta de ser atrapada dentro de nuevas murallas invisibles: las ideologías ateas, el relativismo moral, el escepticismo. No podemos olvidar la lección de Berlín.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
Mañana se cumplirán dos décadas de la caída del Muro de Berlín (9.XI.1989), que fue el emblema de los totalitarismos que dividieron a Europa y al Mundo. Durante la noche del 12 al 13 de agosto de 1961, las autoridades de la entonces República Democrática Alemana levantaron de un golpe los 45 km de pared, que aislaron física, moral y espiritualmente a los países de ideología comunista. Fueron duros años para los berlineses y para toda Europa oriental, pero corremos el riesgo de olvidar esta importante lección.
Veinte años no son pocos. Son suficientes para perder de la memoria histórica, y corremos el riesgo de olvidar las grandes lecciones de la Historia. El Muro era el símbolo de la división de la humanidad, tal como quedó el planeta al terminar la Segunda Guerra Mundial. Esa separación era de tipo intelectual y moral, antes que económica o política.
El comunismo, impuesto por la entonces Unión Soviética a sus países satélites, era una doctrina política basada en una antropología que negaba la dignidad de cada persona, su libertad de conciencia y que atropellaba el resto de las libertades, que quedaban sometidas a los planes del Partido Comunista. En este sistema ateo, la práctica religiosa era abiertamente combatida.
La apertura del Muro fue el símbolo de la caída del sistema comunista. Uno de los artífices de este cambio fue Juan Pablo II, que provenía de Polonia, país también dominado por la Unión Soviética. El Papa Wojtyla supo canalizar las energías humanas y espirituales para crear un movimiento religioso y social, que desembocó en la rotura de esa cruel frontera.
Este gran Pontífice supo captar el problema de fondo del sistema comunista, y por eso pudo vencerlo. La crueldad de la Segunda Guerra Mundial y del posterior totalismo soviético procedían –en termino último– de haber olvidado a Dios, o peor, de haber buscado acabar con Él. Y, cuando Dios no está presente en las conciencias personales y en la vida de una nación, el ser humano se vuelve contra el propio hombre, atropellando sus libertades y sus aspiraciones.
Juan Pablo II explicaba que “la caída del muro así como el derrumbamiento de simulacros peligrosos y de una ideología opresora, han demostrado que las libertades fundamentales que dan significado a la vida humana no pueden ser reprimidas y sofocadas por mucho tiempo” (Discurso, 23.V.1990).
Y esas libertades fundamentales, que durante la llamada “Guerra fría” eran atropelladas abierta y violentamente, hoy también son asediadas, pero por enemigos invisibles de corte ideológico o económico, que intentan asfixiar la dimensión espiritual de las personas. Cuando se niega la posibilidad de conocer la verdad, cuando se reduce la conciencia moral al subjetivismo, cuando la libertad se exalta por encima de los derechos de los demás, cuando los criterios económicos son la guía principal del comercio y de las políticas laborales, entonces la dimensión espiritual de las personas se ve encadenada.
Cayó el Muro de Berlín, pero se han levantado nuevas barreras para limitar la libertad. Los escombros del Muro son la señal de la victoria: la sed de verdad y la libertad de conciencia para profesar la fe no pueden ser acalladas por una imposición violenta. Pero la nueva generación, que ni siquiera había nacido cuando desapareció la Unión Soviética, no está exenta de ser atrapada dentro de nuevas murallas invisibles: las ideologías ateas, el relativismo moral, el escepticismo. No podemos olvidar la lección de Berlín.
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domingo, 1 de noviembre de 2009
Aporías de la Cartilla de salud
Luis-Fernando Valdés
Recientemente se inició la distribución de la nueva “Cartilla nacional de salud”. Se trata de un instrumento que seguramente ayudar a mejorar la calidad de vida de los mexicanos. Este documento incluye un apartado de “salud reproductiva”, que ha generado polémica. ¿Cuál es realmente el conflicto?
Desde el primer día de este año, se modificó el formato de la cartilla de salud, y durante el mes de octubre se inició su distribución. El nuevo documento presenta notables avances, pues ahora se incluyen también los rubros de nutrición, detección y control de enfermedades infecto-contagiosas y crónico-degenerativas.
La nueva cartilla en realidad consta de una serie de cinco documentos, distribuidos por edades. La que ha causado revuelo es la que se entregará al público entre los 10 y los 19 años. Aquí empiezan las confusiones, porque este documento se titula “Cartilla nacional de salud para adolescentes”. ¿Son adolescentes los niños de 10 años? Por supuesto que no, pero en la práctica serán asimilados a los verdaderos jóvenes de 15 o 19 años.
En la presentación oficial distribuida por la Secretaría de Salud, se explica que el objetivo del apartado de la salud reproductiva es “promover entre la población (…) el conocimiento de los derechos sexuales y reproductivos para el libre ejercicio de su sexualidad (…), así como el otorgamiento de métodos anticonceptivos a los usuarios que lo soliciten”.
Precisamente, éste es el punto polémico. Ciertamente, el Estado tiene que garantizar la salud sexual a un público muy amplio, dentro del que hay numerosas formas morales de conducta, y en el cual de hecho se dan enfermedades de transmisión venérea, embarazos no deseados, etc. Pero, para atender esa problemática, el Estado no puede pasar por encima del derecho de los padres a educar a sus hijos, sancionado por nuestra Carta Magna.
Como es sabido el artículo 133 constitucional señala que los tratados internacionales son parte de la Ley Suprema de la Unión, lo que los ubica por encima de cualquier ley general, federal o estatal.
Y de acuerdo con el “Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales” (artículo 13.3) y con el “Protocolo Adicional a la Convención Americana sobre los Derechos Humanos en materia de Derechos Económicos, Sociales y Culturales” (artículo 13.4), el Estado mexicano ha reconocido el derecho de los padres y tutores legales de hacer que sus hijos o pupilos reciban la educación religiosa o moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones.
Como en la educación sexual y reproductiva se encuentran implicados contenidos morales y/o religiosos (por ej. uso del condón, aborto, relaciones sexuales, etc.), la educación sexual impartida por el Estado puede llegar a contravenir el derecho de los padres que deseen una educación sexual basada en valores morales y/o religiosos.
Si el Estado imparte educación sexual sin contar con los padres de familia puede contravenir –entre otros– el principio de no discriminación (Art. 1° constitucional) debido a que no permitiría ejercer el derecho de los padres a educar a sus hijos religiosa o moralmente en el terreno de la educación sexual, sólo por el hecho de que tienen cierta ideología o cierta religión.
El Estado debe intervenir en educación y salud sexual, pero sólo si cuenta con el consentimiento expreso de los padres, de modo que la educación sexual que imparta el Estado no sea la antítesis de los valores que los menores reciban en el seno familiar.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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Recientemente se inició la distribución de la nueva “Cartilla nacional de salud”. Se trata de un instrumento que seguramente ayudar a mejorar la calidad de vida de los mexicanos. Este documento incluye un apartado de “salud reproductiva”, que ha generado polémica. ¿Cuál es realmente el conflicto?
Desde el primer día de este año, se modificó el formato de la cartilla de salud, y durante el mes de octubre se inició su distribución. El nuevo documento presenta notables avances, pues ahora se incluyen también los rubros de nutrición, detección y control de enfermedades infecto-contagiosas y crónico-degenerativas.
La nueva cartilla en realidad consta de una serie de cinco documentos, distribuidos por edades. La que ha causado revuelo es la que se entregará al público entre los 10 y los 19 años. Aquí empiezan las confusiones, porque este documento se titula “Cartilla nacional de salud para adolescentes”. ¿Son adolescentes los niños de 10 años? Por supuesto que no, pero en la práctica serán asimilados a los verdaderos jóvenes de 15 o 19 años.
En la presentación oficial distribuida por la Secretaría de Salud, se explica que el objetivo del apartado de la salud reproductiva es “promover entre la población (…) el conocimiento de los derechos sexuales y reproductivos para el libre ejercicio de su sexualidad (…), así como el otorgamiento de métodos anticonceptivos a los usuarios que lo soliciten”.
Precisamente, éste es el punto polémico. Ciertamente, el Estado tiene que garantizar la salud sexual a un público muy amplio, dentro del que hay numerosas formas morales de conducta, y en el cual de hecho se dan enfermedades de transmisión venérea, embarazos no deseados, etc. Pero, para atender esa problemática, el Estado no puede pasar por encima del derecho de los padres a educar a sus hijos, sancionado por nuestra Carta Magna.
Como es sabido el artículo 133 constitucional señala que los tratados internacionales son parte de la Ley Suprema de la Unión, lo que los ubica por encima de cualquier ley general, federal o estatal.
Y de acuerdo con el “Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales” (artículo 13.3) y con el “Protocolo Adicional a la Convención Americana sobre los Derechos Humanos en materia de Derechos Económicos, Sociales y Culturales” (artículo 13.4), el Estado mexicano ha reconocido el derecho de los padres y tutores legales de hacer que sus hijos o pupilos reciban la educación religiosa o moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones.
Como en la educación sexual y reproductiva se encuentran implicados contenidos morales y/o religiosos (por ej. uso del condón, aborto, relaciones sexuales, etc.), la educación sexual impartida por el Estado puede llegar a contravenir el derecho de los padres que deseen una educación sexual basada en valores morales y/o religiosos.
Si el Estado imparte educación sexual sin contar con los padres de familia puede contravenir –entre otros– el principio de no discriminación (Art. 1° constitucional) debido a que no permitiría ejercer el derecho de los padres a educar a sus hijos religiosa o moralmente en el terreno de la educación sexual, sólo por el hecho de que tienen cierta ideología o cierta religión.
El Estado debe intervenir en educación y salud sexual, pero sólo si cuenta con el consentimiento expreso de los padres, de modo que la educación sexual que imparta el Estado no sea la antítesis de los valores que los menores reciban en el seno familiar.
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domingo, 25 de octubre de 2009
Anglicanos vuelven al catolicismo
Luis-Fernando Valdés
Este semana, la Santa Sede anunció la promulgación de una figura jurídica, que permitirá que cerca de medio millón de miembros de la Iglesia Anglicana, incluidos obispos y sacerdotes, puedan ser recibidos en la Iglesia Católica. Se trata de un hecho sumamente importante, porque muestra la vitalidad de la fe católica, que es capaz de volver a unir en una misma confesión de fe a millones de personas de culturas muy diversas.
Desde el s. XVI los cristianos ingleses se habían separado de Roma. El Rey Enrique VIII decidió romper con el Papa, y se impuso a sí mismo como cabeza de la Iglesia Católica en Inglaterra. Esto dio lugar a un cisma, dividiendo a los fieles en dos: los que seguían unidos al Pontífice (los católicos romanos) y los que tomaron al Rey por jefe religioso (anglicanos).
En años recientes, miles de anglicanos han reconsiderado su posición, y han visto que la unidad con el Romano Pontífice es fundamental para ser fieles al mensaje cristiano. Por eso, han pedido a la Santa Sede ser admitidos de nuevo en la Comunión de la Iglesia Católica.
Esta solicitud implicaba una serie de dificultades que la nueva estructura canónica, llamada “ordinariato personal”, han quedado resueltas. La primera de estas complicaciones es de tipo cultural y ritual. Como es lógico, en el transcurso de más cuatro siglos, la Comunión Anglicana fue forjando sus propias tradiciones litúrgicas, devocionales y espirituales. ¿Tendrían que renunciar a ellas para volver a la Iglesia? O sea, ¿deberían “uniformarse” con las tradiciones y ritos romanos?
La reciente declaración de la Curia romana reconoce el valor de esas tradiciones anglicanas, que “son preciosas para ellos y conformes con la fe católica”. También son llamadas “un don”, porque permiten profesar de un modo distinto una misma fe . “La unión con la Iglesia no exige la uniformidad que ignora las diversidades culturales”, afirma el documento del Vaticano.
Los “ordinariatos personales” resuelven también la complicada cuestión de los clérigos anglicanos. El ritual anglicano cambió la parte esencial de la fórmula de Ordenación de obispos y presbíteros, de modo que con el paso de los siglos, los nuevos clérigos en realidad no habían recibido válidamente el sacramento del Orden sacerdotal.
Por eso, los clérigos anglicanos actuales ya no tienen el verdadero sacerdocio. Entonces, sus Misas no tienen verdadero valor sacramental. La nueva figura canónica permite que los clérigos anglicanos reciban el sacerdocio católico, para que puedan celebrar verdaderamente los sacramentos. Además, también prevé que los obispos que estarán al frente de estos anglicanos recibidos en la Iglesia, procedan de los mismos clérigos anglicanos conversos.
Y una solución más. Actualmente, entre los clérigos anglicanos conversos hay muchos que están casados. Los “ordinariatos personales” permitirán que estos ministros puedan seguir casados y recibir el sacerdocio católico.
Pero esto se debe entender bien. No se trata de que los sacerdotes célibes ahora sí se pueden casar. Más bien, se aplica la praxis de las Iglesias católicas orientales: que los varones ya casados pueden luego ser ordenados sacerdotes.
Esta iniciativa promovida por Benedicto XVI genera motivos de optimismo. Si durante siglos las diferencias entre estas confesiones dieron lugar a sangrientos conflictos, hoy día el diálogo ecuménico ha triunfado. Comienza a desvanecerse el fantasma de la intolerancia.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot
Este semana, la Santa Sede anunció la promulgación de una figura jurídica, que permitirá que cerca de medio millón de miembros de la Iglesia Anglicana, incluidos obispos y sacerdotes, puedan ser recibidos en la Iglesia Católica. Se trata de un hecho sumamente importante, porque muestra la vitalidad de la fe católica, que es capaz de volver a unir en una misma confesión de fe a millones de personas de culturas muy diversas.
Desde el s. XVI los cristianos ingleses se habían separado de Roma. El Rey Enrique VIII decidió romper con el Papa, y se impuso a sí mismo como cabeza de la Iglesia Católica en Inglaterra. Esto dio lugar a un cisma, dividiendo a los fieles en dos: los que seguían unidos al Pontífice (los católicos romanos) y los que tomaron al Rey por jefe religioso (anglicanos).
En años recientes, miles de anglicanos han reconsiderado su posición, y han visto que la unidad con el Romano Pontífice es fundamental para ser fieles al mensaje cristiano. Por eso, han pedido a la Santa Sede ser admitidos de nuevo en la Comunión de la Iglesia Católica.
Esta solicitud implicaba una serie de dificultades que la nueva estructura canónica, llamada “ordinariato personal”, han quedado resueltas. La primera de estas complicaciones es de tipo cultural y ritual. Como es lógico, en el transcurso de más cuatro siglos, la Comunión Anglicana fue forjando sus propias tradiciones litúrgicas, devocionales y espirituales. ¿Tendrían que renunciar a ellas para volver a la Iglesia? O sea, ¿deberían “uniformarse” con las tradiciones y ritos romanos?
La reciente declaración de la Curia romana reconoce el valor de esas tradiciones anglicanas, que “son preciosas para ellos y conformes con la fe católica”. También son llamadas “un don”, porque permiten profesar de un modo distinto una misma fe . “La unión con la Iglesia no exige la uniformidad que ignora las diversidades culturales”, afirma el documento del Vaticano.
Los “ordinariatos personales” resuelven también la complicada cuestión de los clérigos anglicanos. El ritual anglicano cambió la parte esencial de la fórmula de Ordenación de obispos y presbíteros, de modo que con el paso de los siglos, los nuevos clérigos en realidad no habían recibido válidamente el sacramento del Orden sacerdotal.
Por eso, los clérigos anglicanos actuales ya no tienen el verdadero sacerdocio. Entonces, sus Misas no tienen verdadero valor sacramental. La nueva figura canónica permite que los clérigos anglicanos reciban el sacerdocio católico, para que puedan celebrar verdaderamente los sacramentos. Además, también prevé que los obispos que estarán al frente de estos anglicanos recibidos en la Iglesia, procedan de los mismos clérigos anglicanos conversos.
Y una solución más. Actualmente, entre los clérigos anglicanos conversos hay muchos que están casados. Los “ordinariatos personales” permitirán que estos ministros puedan seguir casados y recibir el sacerdocio católico.
Pero esto se debe entender bien. No se trata de que los sacerdotes célibes ahora sí se pueden casar. Más bien, se aplica la praxis de las Iglesias católicas orientales: que los varones ya casados pueden luego ser ordenados sacerdotes.
Esta iniciativa promovida por Benedicto XVI genera motivos de optimismo. Si durante siglos las diferencias entre estas confesiones dieron lugar a sangrientos conflictos, hoy día el diálogo ecuménico ha triunfado. Comienza a desvanecerse el fantasma de la intolerancia.
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domingo, 18 de octubre de 2009
Lección irlandesa
Luis-Fernando Valdés
La Unión Europea (UE) se consolida. La implantación del euro como moneda única fue un paso importante, que le permitió la unidad económica. Ahora busca la unidad jurídica, mediante el “Tratado de Lisboa”, que incluye la “Carta de Derechos Fundamentales” de carácter vinculante para los países miembros. Pero Irlanda puso objeciones y retrasó la aprobación de este Tratado. ¿Por qué una pequeña nación ha puesto en riesgo la consolidación jurídica de Europa?
El “Tratado de Lisboa” fue firmado por todos los estados miembros de la UE (13.XII.2007), y sustituye a la “Constitución para Europa” tras el fracasado tratado constitucional de 2004. Si se ratifica este texto, la UE tendrá personalidad jurídica propia para firmar acuerdos internacionales a nivel comunitario.
Para entrar en vigor, este Tratado debe ser aprobado por todos los países socios. Aunque se preveía que para diciembre de 2008, ya habría sido aprobado por todos los miembros, Polonia, la República Checa e Irlanda no lo hicieron.
En un plebiscito anterior (12.VI.2008), los irlandeses votaron “no”, para garantizar la neutralidad de la isla, su ventajoso régimen fiscal, la prohibición del aborto, la protección de los derechos laborales o el mantenimiento de su comisario europeo (Agencia EFE, 25.IX.2009).
Como consecuencia de este rechazo al Tratado, la UE dio al Gobierno de Dublín unas garantías que tienen la forma de un “protocolo”, con la misma fuerza jurídica que el Tratado, que establecen que “lo referente a la libertad, la seguridad y la justicia” en el Tratado de Lisboa no “afecta en medida alguna el campo de aplicación del amparo del derecho a la vida” de la Carta Magna de Irlanda.
Quedan a salvo el derecho a la vida, la protección de la familia y el derecho de los padres a educar a sus hijos. De modo que, en estos temas, prevalecerá lo previsto por la Constitución irlandesa, que prohíbe el aborto y establece el matrimonio como la unión de un hombre con una mujer.
Con estas garantías, el pasado 2 de octubre, en un nuevo referéndum, el 67 por ciento de los electores irlandeses votaron a favor del tratado. Polonia también lo ha aprobado y queda pendiente la República Checa, que tiene en sus manos el destino del “Tratado de Lisboa”.
Es importante resaltar el ejemplo de Irlanda, que no puso en juego ni su autonomía ni el capital valor de la vida humana, ni cedió ante la presión internacional. Los países de América Latina, cuya población está mayoritariamente a favor de la vida y de la familia, sufren continuamente la imposición de políticas de población por parte de organismos internacionales, como la ONU y el Banco Mundial.
Es muy significativo que 16 Estados de nuestro País hayan modificado sus legislaciones, para defender la vida desde la concepción. En la entraña de nuestra identidad está este gran valor. Los primeros misioneros del s. XVI describían a los indígenas mexicanos como “el país que más ama a sus hijos”. Por eso, de la fusión entre esos valores y el cristianismo, ha surgido en los mexicanos, como una profunda raíz, el amor por la vida.
Es posible afirmar el gran valor de la vida humana y, a la vez, respetar a las minorías que piensen lo contrario y comprender con caridad a quienes han recurrido al aborto. Tutelar la vida frente a las presiones de grupos radicales o de organismos internacionales no significa que México sea una nación jurídicamente atrasada, sino que nos configura como un País maduro, fiel a sus raíces y comprometido con su presente.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
La Unión Europea (UE) se consolida. La implantación del euro como moneda única fue un paso importante, que le permitió la unidad económica. Ahora busca la unidad jurídica, mediante el “Tratado de Lisboa”, que incluye la “Carta de Derechos Fundamentales” de carácter vinculante para los países miembros. Pero Irlanda puso objeciones y retrasó la aprobación de este Tratado. ¿Por qué una pequeña nación ha puesto en riesgo la consolidación jurídica de Europa?
El “Tratado de Lisboa” fue firmado por todos los estados miembros de la UE (13.XII.2007), y sustituye a la “Constitución para Europa” tras el fracasado tratado constitucional de 2004. Si se ratifica este texto, la UE tendrá personalidad jurídica propia para firmar acuerdos internacionales a nivel comunitario.
Para entrar en vigor, este Tratado debe ser aprobado por todos los países socios. Aunque se preveía que para diciembre de 2008, ya habría sido aprobado por todos los miembros, Polonia, la República Checa e Irlanda no lo hicieron.
En un plebiscito anterior (12.VI.2008), los irlandeses votaron “no”, para garantizar la neutralidad de la isla, su ventajoso régimen fiscal, la prohibición del aborto, la protección de los derechos laborales o el mantenimiento de su comisario europeo (Agencia EFE, 25.IX.2009).
Como consecuencia de este rechazo al Tratado, la UE dio al Gobierno de Dublín unas garantías que tienen la forma de un “protocolo”, con la misma fuerza jurídica que el Tratado, que establecen que “lo referente a la libertad, la seguridad y la justicia” en el Tratado de Lisboa no “afecta en medida alguna el campo de aplicación del amparo del derecho a la vida” de la Carta Magna de Irlanda.
Quedan a salvo el derecho a la vida, la protección de la familia y el derecho de los padres a educar a sus hijos. De modo que, en estos temas, prevalecerá lo previsto por la Constitución irlandesa, que prohíbe el aborto y establece el matrimonio como la unión de un hombre con una mujer.
Con estas garantías, el pasado 2 de octubre, en un nuevo referéndum, el 67 por ciento de los electores irlandeses votaron a favor del tratado. Polonia también lo ha aprobado y queda pendiente la República Checa, que tiene en sus manos el destino del “Tratado de Lisboa”.
Es importante resaltar el ejemplo de Irlanda, que no puso en juego ni su autonomía ni el capital valor de la vida humana, ni cedió ante la presión internacional. Los países de América Latina, cuya población está mayoritariamente a favor de la vida y de la familia, sufren continuamente la imposición de políticas de población por parte de organismos internacionales, como la ONU y el Banco Mundial.
Es muy significativo que 16 Estados de nuestro País hayan modificado sus legislaciones, para defender la vida desde la concepción. En la entraña de nuestra identidad está este gran valor. Los primeros misioneros del s. XVI describían a los indígenas mexicanos como “el país que más ama a sus hijos”. Por eso, de la fusión entre esos valores y el cristianismo, ha surgido en los mexicanos, como una profunda raíz, el amor por la vida.
Es posible afirmar el gran valor de la vida humana y, a la vez, respetar a las minorías que piensen lo contrario y comprender con caridad a quienes han recurrido al aborto. Tutelar la vida frente a las presiones de grupos radicales o de organismos internacionales no significa que México sea una nación jurídicamente atrasada, sino que nos configura como un País maduro, fiel a sus raíces y comprometido con su presente.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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domingo, 11 de octubre de 2009
Lecciones de guerra
Luis-Fernando Valdés
El pasado 1 de septiembre se cumplieron 70 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial (SGM). Ha sido el más sangriento conflicto bélico de la historia, que dejó más de 60 millones de muertos, entre ellos unos 6 millones de judíos. Al final de esta contienda, todos afirmaron “no más guerras”, pero ¿por qué han continuado hasta hoy las guerras y los genocidios alrededor del mundo?
Las causas de toda conflagración militar son muy variadas, y entre ellas tienen especial peso los motivos geopolíticos y los económicos. Pero hay otros factores menos perceptibles, pero igualmente poderosos. Se trata de los sistemas de pensamientos, que alimentan la cosmovisión de las personas, y del ethos dominante (el sistema ético) que de hecho orienta la conducta de un pueblo.
Aunque los motivos filosóficos y éticos que propiciaron la SGM son muy complejos y no se pueden reducir a unos cuantos parámetros, estas siete décadas transcurridas sí permiten ver con claridad algunos de esos factores.
Un gran pensador francés del siglo pasado, Henri de Lubac, escribió en plena guerra “El drama del humanismo ateo” (1943), un ensayo penetrante y erudito, en el que muestra que la crueldad de esta Guerra fue reflejo de un movimiento que buscaba liberar al hombre de Dios.
Esa concepción propiciada por Feuerbach y Nietzsche plantea que el hombre no es libre mientras exista un Dios que lo tenga sometido con dogmas y leyes morales. De Lubac explica que en estas filosofías, “el hombre elimina a Dios para quedar de nuevo en posesión de la grandeza humana, que considera arrebatada indebidamente por otro. Con Dios derriba un obstáculo para conquistar su libertad” (p. 21). Pero de esa aparente liberación adviene un gran drama: el hombre sin Dios se vuelve contra el hombre. “El humanismo exclusivo (o sea, sin Dios) es un humanismo inhumano” (p. 11).
Mientras el hombre no reconozca la presencia de un Ser divino, que lo rige amorosamente con su Ley moral, siempre va a terminar sometiendo a las demás personas. Muchos hombres intentarán el rol que Nietzsche asignaba al “súper-hombre”: eliminar a los humanos más débiles.
Pero la lección tan cruel de la SGM parece no haber sido aprendida. A este conflicto mundial le han seguido conflagraciones en África, Asia, Europa central, además de las guerrillas en América Latina y Filipinas. Y las guerras del narcotráfico en Colombia y en nuestro País también se inscriben en esa triste lista.
Hoy día sigue una velada persecución contra Dios, a veces con los mismo argumentos del siglo pasado (p. ej, que su Ley impide que la libertad humana sea absoluta), a veces como prevención a una supuesta intolerancia religiosa. Sin embargo, el resultado de quitar a Dios han sido las guerras de los siglos XX y XXI.
En cambio, hoy día las religiones han purificado mucho su terminología y sus posturas, gracias al diálogo entre ellas, que se ha suscitado con motivo de la globalización. Si el encuentro inicial entre religiones fue áspero, actualmente la relación es de diálogo. ¿Acaso no fue Juan Pablo II quien reunión en varias ocasiones a todos los líderes religiosos del mundo, en Asís (Italia) para las jornadas de oración por la paz?
La lección espiritual más dura de la SGM es que el mundo sin Dios, se destruye a sí mismo. Y el gran aprendizaje es que sólo con fe en un Ser superior los humanos podemos respetarnos y amarnos entre nosotros. A diferencia de otras épocas, hoy la fe religiosa es condición ética para la paz.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
El pasado 1 de septiembre se cumplieron 70 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial (SGM). Ha sido el más sangriento conflicto bélico de la historia, que dejó más de 60 millones de muertos, entre ellos unos 6 millones de judíos. Al final de esta contienda, todos afirmaron “no más guerras”, pero ¿por qué han continuado hasta hoy las guerras y los genocidios alrededor del mundo?
Las causas de toda conflagración militar son muy variadas, y entre ellas tienen especial peso los motivos geopolíticos y los económicos. Pero hay otros factores menos perceptibles, pero igualmente poderosos. Se trata de los sistemas de pensamientos, que alimentan la cosmovisión de las personas, y del ethos dominante (el sistema ético) que de hecho orienta la conducta de un pueblo.
Aunque los motivos filosóficos y éticos que propiciaron la SGM son muy complejos y no se pueden reducir a unos cuantos parámetros, estas siete décadas transcurridas sí permiten ver con claridad algunos de esos factores.
Un gran pensador francés del siglo pasado, Henri de Lubac, escribió en plena guerra “El drama del humanismo ateo” (1943), un ensayo penetrante y erudito, en el que muestra que la crueldad de esta Guerra fue reflejo de un movimiento que buscaba liberar al hombre de Dios.
Esa concepción propiciada por Feuerbach y Nietzsche plantea que el hombre no es libre mientras exista un Dios que lo tenga sometido con dogmas y leyes morales. De Lubac explica que en estas filosofías, “el hombre elimina a Dios para quedar de nuevo en posesión de la grandeza humana, que considera arrebatada indebidamente por otro. Con Dios derriba un obstáculo para conquistar su libertad” (p. 21). Pero de esa aparente liberación adviene un gran drama: el hombre sin Dios se vuelve contra el hombre. “El humanismo exclusivo (o sea, sin Dios) es un humanismo inhumano” (p. 11).
Mientras el hombre no reconozca la presencia de un Ser divino, que lo rige amorosamente con su Ley moral, siempre va a terminar sometiendo a las demás personas. Muchos hombres intentarán el rol que Nietzsche asignaba al “súper-hombre”: eliminar a los humanos más débiles.
Pero la lección tan cruel de la SGM parece no haber sido aprendida. A este conflicto mundial le han seguido conflagraciones en África, Asia, Europa central, además de las guerrillas en América Latina y Filipinas. Y las guerras del narcotráfico en Colombia y en nuestro País también se inscriben en esa triste lista.
Hoy día sigue una velada persecución contra Dios, a veces con los mismo argumentos del siglo pasado (p. ej, que su Ley impide que la libertad humana sea absoluta), a veces como prevención a una supuesta intolerancia religiosa. Sin embargo, el resultado de quitar a Dios han sido las guerras de los siglos XX y XXI.
En cambio, hoy día las religiones han purificado mucho su terminología y sus posturas, gracias al diálogo entre ellas, que se ha suscitado con motivo de la globalización. Si el encuentro inicial entre religiones fue áspero, actualmente la relación es de diálogo. ¿Acaso no fue Juan Pablo II quien reunión en varias ocasiones a todos los líderes religiosos del mundo, en Asís (Italia) para las jornadas de oración por la paz?
La lección espiritual más dura de la SGM es que el mundo sin Dios, se destruye a sí mismo. Y el gran aprendizaje es que sólo con fe en un Ser superior los humanos podemos respetarnos y amarnos entre nosotros. A diferencia de otras épocas, hoy la fe religiosa es condición ética para la paz.
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domingo, 4 de octubre de 2009
En las raíces de México
Luis-Fernando Valdés
Benedicto XVI terminó su viaje a la República Checa. El Pontífice escogió una nación en el corazón geográfico del viejo Mundo, para insistir en las raíces cristianas de Europa. ¿Qué está buscando el Papa? ¿Desea acaso de una manera desesperada evitar la desaparición del cristianismo en el antiguo Continente? O ¿realmente se trata de un mensaje sincero a favor de los europeos, y de toda la humanidad?
En su Mensaje a la autoridades políticas y civiles, en Praga, el Santo Padre explicó que, ahora que la civilización europea tiene dificultad para encontrar un consenso sobre los valores comunes que permitan vivir en un lugar más humano, debe volver a inspirarse en la “herencia viva”, que resulto del “encuentro creativo” de la tradición clásica con el Evangelio. De esta manera, Europa, “fiel a sus raíces cristianas”, podrá mantener una visión abierta a lo trascendente en sus iniciativas al servicio del bien común de personas, comunidades y naciones (Discurso, 26.IX.2009).
¿Por qué la continua llamada del Papa a recordar “las raíces”? Porque el hombre es “un ser enraizado” (J. L. Lorda, 1993). De la misma manera que las plantas echan raíces que las fijan al suelo y de las que se alimentan y crecen, los humanos nos encontramos injertados en la historia de un grupo humano y en una tradición cultural. La lengua que hablamos refleja la mentalidad y las aspiraciones de nuestro antepasados, nuestras tradiciones llevan la huella de sus intereses y de sus esfuerzos, nuestra religiosidad manifiesta su fe y sus convicciones…
Estas “raíces” permiten que una sociedad tenga una historia y un patrimonio espiritual vivo. Una sociedad sin raíces estaría condenada a reinventarse una y otra vez, y así nunca podría resolver los problemas éticos y sociales a los que se enfrenta en cada época.
Benedicto XVI apela continuamente al origen cristiano de Europa, como medio esencial para resolver la crisis de valores que enfrenta ese continente, que aunque ha conseguido un gran desarrollo económico, lleva a cuestas un gran conflicto moral.
Esta propuesta también es válida para nuestro País. México lleva en sus raíces una profunda impronta religiosa. Desde antes de la llegada de los españoles, los Pueblos que habitaban meso América tenía una visión religiosa de la vida. De modo que en las raíces mexicanas tanto autóctonas como coloniales hay una visión trascendente del ser humano, que busca a Dios como fin de su actuación moral.
Esta configuración tuvo como resultado una exquisito respeto a la vida, solidaridad con los necesitados, estabilidad familiar y valoración de los ancianos. Por contraste, los resultados “de facto” del abandono de las raíces religiosas son patentes: desintegración familiar, desencanto ante la vida, infravaloración del no-nato y del anciano, y un tremendo individualismo.
A diferencia de la sociedad mexicana de los siglos pasados, el hombre actual está herido por una visión utilitarista de la vida. Por eso, no tiene armonía con su entorno natural, pues lo considera como bodega de materias primeras; en el comercio, la ganancia lo hace pasar por encima de las personas. Además, en cuestiones políticas, el fin justifica el fraude y la mentira. Y para este hombre moderno, Dios se ha convertido en un enemigo, que pone límites morales al placer.
¿Es éste el México de nuestros antepasados? No: es otro México que no está unido a sus orígenes. ¿No valdría la pena entonces considerar de nuevo esta raíz cristiana, para recuperar nuestra identidad llena de valores?
Correo: lfvaldes@gmail.com
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Benedicto XVI terminó su viaje a la República Checa. El Pontífice escogió una nación en el corazón geográfico del viejo Mundo, para insistir en las raíces cristianas de Europa. ¿Qué está buscando el Papa? ¿Desea acaso de una manera desesperada evitar la desaparición del cristianismo en el antiguo Continente? O ¿realmente se trata de un mensaje sincero a favor de los europeos, y de toda la humanidad?
En su Mensaje a la autoridades políticas y civiles, en Praga, el Santo Padre explicó que, ahora que la civilización europea tiene dificultad para encontrar un consenso sobre los valores comunes que permitan vivir en un lugar más humano, debe volver a inspirarse en la “herencia viva”, que resulto del “encuentro creativo” de la tradición clásica con el Evangelio. De esta manera, Europa, “fiel a sus raíces cristianas”, podrá mantener una visión abierta a lo trascendente en sus iniciativas al servicio del bien común de personas, comunidades y naciones (Discurso, 26.IX.2009).
¿Por qué la continua llamada del Papa a recordar “las raíces”? Porque el hombre es “un ser enraizado” (J. L. Lorda, 1993). De la misma manera que las plantas echan raíces que las fijan al suelo y de las que se alimentan y crecen, los humanos nos encontramos injertados en la historia de un grupo humano y en una tradición cultural. La lengua que hablamos refleja la mentalidad y las aspiraciones de nuestro antepasados, nuestras tradiciones llevan la huella de sus intereses y de sus esfuerzos, nuestra religiosidad manifiesta su fe y sus convicciones…
Estas “raíces” permiten que una sociedad tenga una historia y un patrimonio espiritual vivo. Una sociedad sin raíces estaría condenada a reinventarse una y otra vez, y así nunca podría resolver los problemas éticos y sociales a los que se enfrenta en cada época.
Benedicto XVI apela continuamente al origen cristiano de Europa, como medio esencial para resolver la crisis de valores que enfrenta ese continente, que aunque ha conseguido un gran desarrollo económico, lleva a cuestas un gran conflicto moral.
Esta propuesta también es válida para nuestro País. México lleva en sus raíces una profunda impronta religiosa. Desde antes de la llegada de los españoles, los Pueblos que habitaban meso América tenía una visión religiosa de la vida. De modo que en las raíces mexicanas tanto autóctonas como coloniales hay una visión trascendente del ser humano, que busca a Dios como fin de su actuación moral.
Esta configuración tuvo como resultado una exquisito respeto a la vida, solidaridad con los necesitados, estabilidad familiar y valoración de los ancianos. Por contraste, los resultados “de facto” del abandono de las raíces religiosas son patentes: desintegración familiar, desencanto ante la vida, infravaloración del no-nato y del anciano, y un tremendo individualismo.
A diferencia de la sociedad mexicana de los siglos pasados, el hombre actual está herido por una visión utilitarista de la vida. Por eso, no tiene armonía con su entorno natural, pues lo considera como bodega de materias primeras; en el comercio, la ganancia lo hace pasar por encima de las personas. Además, en cuestiones políticas, el fin justifica el fraude y la mentira. Y para este hombre moderno, Dios se ha convertido en un enemigo, que pone límites morales al placer.
¿Es éste el México de nuestros antepasados? No: es otro México que no está unido a sus orígenes. ¿No valdría la pena entonces considerar de nuevo esta raíz cristiana, para recuperar nuestra identidad llena de valores?
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domingo, 27 de septiembre de 2009
En el corazón de Europa
Luis-Fernando Valdés
Este fin de semana, Benedicto XVI realiza un viaje pastoral a la República Checa, conocida como el “Corazón de Europa”, por ser un punto geográfico donde confluyen la cultura, el arte y diversas tradiciones de los diversos países europeos. Además, las raíces cristianas están profundamente plasmadas en esta nación, porque ahí los grandes evangelizadores, los santos Cirilio y Metodio, pusieron por primera vez, por escrito, la antigua lengua eslava. Al escoger este escenario tan característico de la cultura europea, ¿qué mensaje intenta transmitir el Santo Padre?
Ésta es la exhortación del Romano Pontífice a la vieja Europa: que así como el cristianismo fue capaz de dar raíces y plasmar la identidad y la herencia cultural europea siglos atrás, también hoy la fe cristiana tiene la fuerza para dar una visión trascendente y más humana a los países del viejo continente. Es decir, el Papa afirma que el cristianismo no sólo no está superado, sino que contiene una gran fuerza espiritual para renovar la sociedad.
El Obispo de Roma, en los diversos discursos que ha pronunciado en este viaje, ha hecho alusión a diversos momentos clave de la historia de esa República, y ha intentado ilustrar la manera cómo el cristianismo ha sido un factor importante tanto para consolidar la cultura, como para superar las dificultades.
Así, a veinte años de la llamada “Revolución del terciopelo”, movimiento cultural y político que consiguió la liberación de la antigua Checoslovaquia del poder del comunismo soviético, Benedicto XVI exhortó a que “una vez recuperada la libertad religiosa”, los checos “redescubran las tradiciones cristiana que han plasmado su cultura” y les recordó que “sin Dios, el hombre no sabe a dónde ir y no alcanza siquiera a comprender quién es él (el hombre)”.
El Papa expuso el rol de cristianismo en la sociedad contemporánea, en la cual convergen las diversas religiones. Se trata de un papel ético en la configuración de la Europa de hoy, pero no de un papel político ni de dominación religiosa. Afirmó que “en pleno respeto a la distinción entre la esfera política y la religiosa –distinción que garantiza la libertad de los ciudadanos para expresar su propio credo religioso e vivir en sintonía con él–, deseo remarcar el rol insustituible del cristianismo, para la formación de la conciencia de cada generación y para la promoción de un consenso ético de fondo, al servicio de cada persona”.
Esta tarea del cristianismo se concreta, por ejemplo, en la búsqueda de la verdadera libertad. Con motivo de la libertad política recuperada por los checos hace 20 años, el Pontífice les recordó que toda generación tiene el deber fundamental de reforzar las “estructuras de libertad”. Y eso, “presupone la búsqueda de la verdad –del verdadero bien– y, por tanto, encuentra su culmen en conocer y hacer lo que es recto y justo”.
En el gran escenario arquitectónico de la Bohemia, Benedicto XVI envía un mensaje que también puede ser válido para una nación multisecular como la nuestra, que aún continúa consolidando su rostro. Las raíces cristianas de nuestro País –que en su momento fueron factor de identidad y unidad nacional–, hoy tienen un nuevo papel –de orden ético– para la configuración de un México plural y multi-religioso. Nos une la conquista de la verdadera libertad, y el cristianismo tiene un empuje vital para esa búsqueda, y transmite un mensaje de amor que impulsa a la convivencia y a la comprensión.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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Este fin de semana, Benedicto XVI realiza un viaje pastoral a la República Checa, conocida como el “Corazón de Europa”, por ser un punto geográfico donde confluyen la cultura, el arte y diversas tradiciones de los diversos países europeos. Además, las raíces cristianas están profundamente plasmadas en esta nación, porque ahí los grandes evangelizadores, los santos Cirilio y Metodio, pusieron por primera vez, por escrito, la antigua lengua eslava. Al escoger este escenario tan característico de la cultura europea, ¿qué mensaje intenta transmitir el Santo Padre?
Ésta es la exhortación del Romano Pontífice a la vieja Europa: que así como el cristianismo fue capaz de dar raíces y plasmar la identidad y la herencia cultural europea siglos atrás, también hoy la fe cristiana tiene la fuerza para dar una visión trascendente y más humana a los países del viejo continente. Es decir, el Papa afirma que el cristianismo no sólo no está superado, sino que contiene una gran fuerza espiritual para renovar la sociedad.
El Obispo de Roma, en los diversos discursos que ha pronunciado en este viaje, ha hecho alusión a diversos momentos clave de la historia de esa República, y ha intentado ilustrar la manera cómo el cristianismo ha sido un factor importante tanto para consolidar la cultura, como para superar las dificultades.
Así, a veinte años de la llamada “Revolución del terciopelo”, movimiento cultural y político que consiguió la liberación de la antigua Checoslovaquia del poder del comunismo soviético, Benedicto XVI exhortó a que “una vez recuperada la libertad religiosa”, los checos “redescubran las tradiciones cristiana que han plasmado su cultura” y les recordó que “sin Dios, el hombre no sabe a dónde ir y no alcanza siquiera a comprender quién es él (el hombre)”.
El Papa expuso el rol de cristianismo en la sociedad contemporánea, en la cual convergen las diversas religiones. Se trata de un papel ético en la configuración de la Europa de hoy, pero no de un papel político ni de dominación religiosa. Afirmó que “en pleno respeto a la distinción entre la esfera política y la religiosa –distinción que garantiza la libertad de los ciudadanos para expresar su propio credo religioso e vivir en sintonía con él–, deseo remarcar el rol insustituible del cristianismo, para la formación de la conciencia de cada generación y para la promoción de un consenso ético de fondo, al servicio de cada persona”.
Esta tarea del cristianismo se concreta, por ejemplo, en la búsqueda de la verdadera libertad. Con motivo de la libertad política recuperada por los checos hace 20 años, el Pontífice les recordó que toda generación tiene el deber fundamental de reforzar las “estructuras de libertad”. Y eso, “presupone la búsqueda de la verdad –del verdadero bien– y, por tanto, encuentra su culmen en conocer y hacer lo que es recto y justo”.
En el gran escenario arquitectónico de la Bohemia, Benedicto XVI envía un mensaje que también puede ser válido para una nación multisecular como la nuestra, que aún continúa consolidando su rostro. Las raíces cristianas de nuestro País –que en su momento fueron factor de identidad y unidad nacional–, hoy tienen un nuevo papel –de orden ético– para la configuración de un México plural y multi-religioso. Nos une la conquista de la verdadera libertad, y el cristianismo tiene un empuje vital para esa búsqueda, y transmite un mensaje de amor que impulsa a la convivencia y a la comprensión.
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domingo, 20 de septiembre de 2009
Bicentenario: ¿cabe la religión?
Luis-Fernando Valdés
Hemos celebrado con gusto y patriotismo el día de la Independencia. Iniciamos la cuenta regresiva para el Bicentenario. El año que deberá transcurrir hasta el 16 de septiembre de 2010 nos da tiempo para preparar los festejos, y también para reflexionar sobre nuestra identidad nacional. Ahí cabe esta pregunta: ¿qué papel debe tener la religión en la vida de nuestro País?
Sin duda el rol de la fe ha cambiado mucho desde 1810 a nuestros días. En aquella época, todos los ciudadanos eran católicos, y la religión era un factor de unidad del pueblo. Había una cierta simbiosis entre sociedad civil y sociedad eclesiástica, que tenías ventajas y también bastantes desventajas.
En el devenir del s. XIX, se dio una separación entre la Iglesia y el Estado, que en el s. XX se agudizó hasta llegar la Guerra Cristera. Así la religión dejó de formar parte de la vida civil del País. Además, durante la centuria pasada muchos ciudadanos mexicanos han abrazado otras confesiones distintas a la católica, de modo que la religión católica ya no puede ser factor de unidad de la nación, pues eso iría en detrimento de la libertad de culto de los demás.
Desde estos hechos, el papel de la Iglesia y de los católicos en la vida de México debe repensarse. Hay que dejar atrás tanto la visión del virreinato (Iglesia y Estado en simbiosis) como el jacobinismo anticlerical. Un punto de referencia reciente es la propuesta del Concilio Vaticano II, que consiste en un cambio de paradigma en la visión que la Iglesia tiene de sí misma. Lo hace con una imagen: la del peregrino. Se afirma que “la Iglesia peregrina en la historia”, para indicar que la misión de esta Institución no consiste en ganar poder temporal, aunque en otra época lo haya tenido. Su finalidad es ayudar a la “comunión” de los hombres con Dios y de los hombres entre sí (cfr. Constitución “Lumen Gentium”, nn. 8 y 1).
Esta comunión entre los hombres no significa uniformar a todos en un mismo credo, sino que es una labor de diálogo basado en el respeto a la dignidad de la persona. Fue precisamente este Concilio el que propuso que se respetará universalmente la libertad religiosa (incluso en los países de mayoría católica), porque esta libertad “se funda realmente en la dignidad misma de la persona humana” y pertenece al bien común y a los derechos inalienables del hombre (cfr. Declaración “Nostra Aetate”, nn. 1 y 6).
A doscientos años del inicio de la Independencia, la religión católica deja de ser un signo de identidad nacional, pero tiene la oportunidad histórica de ser –junto con las otras religiones– un factor moral que ayude a los ciudadanos a buscar la justicia, la armonía, la solidaridad y la paz que consoliden la unión entre ellos.
A la luz del Vaticano II, se puede proponer que las religiones –en plural– sean un factor ético que eleve el nivel moral del País. La identidad nacional no puede fundarse ya pertenecer a una religión concreta, sino en vivir valores humanos perennes, en los que además suelen coincidir las diversas religiones: el amor y respeto a Dios, a los propios padres, a la familia, al prójimo; el amor a la vida, a la verdad y a la libertad, etc.
Por aquí hay una buena vía para reconciliar la religiosidad de los mexicanos con la vida pública, sin interferir en la autonomía del Estado. La Iglesia católica y las demás confesiones tendrán un papel importante en el futuro de nuestro País, porque México siempre va a estar necesitado de ciudadanos de una elevada calidad ética.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
Hemos celebrado con gusto y patriotismo el día de la Independencia. Iniciamos la cuenta regresiva para el Bicentenario. El año que deberá transcurrir hasta el 16 de septiembre de 2010 nos da tiempo para preparar los festejos, y también para reflexionar sobre nuestra identidad nacional. Ahí cabe esta pregunta: ¿qué papel debe tener la religión en la vida de nuestro País?
Sin duda el rol de la fe ha cambiado mucho desde 1810 a nuestros días. En aquella época, todos los ciudadanos eran católicos, y la religión era un factor de unidad del pueblo. Había una cierta simbiosis entre sociedad civil y sociedad eclesiástica, que tenías ventajas y también bastantes desventajas.
En el devenir del s. XIX, se dio una separación entre la Iglesia y el Estado, que en el s. XX se agudizó hasta llegar la Guerra Cristera. Así la religión dejó de formar parte de la vida civil del País. Además, durante la centuria pasada muchos ciudadanos mexicanos han abrazado otras confesiones distintas a la católica, de modo que la religión católica ya no puede ser factor de unidad de la nación, pues eso iría en detrimento de la libertad de culto de los demás.
Desde estos hechos, el papel de la Iglesia y de los católicos en la vida de México debe repensarse. Hay que dejar atrás tanto la visión del virreinato (Iglesia y Estado en simbiosis) como el jacobinismo anticlerical. Un punto de referencia reciente es la propuesta del Concilio Vaticano II, que consiste en un cambio de paradigma en la visión que la Iglesia tiene de sí misma. Lo hace con una imagen: la del peregrino. Se afirma que “la Iglesia peregrina en la historia”, para indicar que la misión de esta Institución no consiste en ganar poder temporal, aunque en otra época lo haya tenido. Su finalidad es ayudar a la “comunión” de los hombres con Dios y de los hombres entre sí (cfr. Constitución “Lumen Gentium”, nn. 8 y 1).
Esta comunión entre los hombres no significa uniformar a todos en un mismo credo, sino que es una labor de diálogo basado en el respeto a la dignidad de la persona. Fue precisamente este Concilio el que propuso que se respetará universalmente la libertad religiosa (incluso en los países de mayoría católica), porque esta libertad “se funda realmente en la dignidad misma de la persona humana” y pertenece al bien común y a los derechos inalienables del hombre (cfr. Declaración “Nostra Aetate”, nn. 1 y 6).
A doscientos años del inicio de la Independencia, la religión católica deja de ser un signo de identidad nacional, pero tiene la oportunidad histórica de ser –junto con las otras religiones– un factor moral que ayude a los ciudadanos a buscar la justicia, la armonía, la solidaridad y la paz que consoliden la unión entre ellos.
A la luz del Vaticano II, se puede proponer que las religiones –en plural– sean un factor ético que eleve el nivel moral del País. La identidad nacional no puede fundarse ya pertenecer a una religión concreta, sino en vivir valores humanos perennes, en los que además suelen coincidir las diversas religiones: el amor y respeto a Dios, a los propios padres, a la familia, al prójimo; el amor a la vida, a la verdad y a la libertad, etc.
Por aquí hay una buena vía para reconciliar la religiosidad de los mexicanos con la vida pública, sin interferir en la autonomía del Estado. La Iglesia católica y las demás confesiones tendrán un papel importante en el futuro de nuestro País, porque México siempre va a estar necesitado de ciudadanos de una elevada calidad ética.
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domingo, 13 de septiembre de 2009
Josmar y los fanatismos
Luis-Fernando Valdés
Era el día 9 del mes 9 del año 09. Era la fecha perfecta para dar un aviso profético. Y José Mar Flores Pereyra escogió el secuestro del vuelo 576 de Aeroméxico, que viajaba de Cancún a la Ciudad de México. El aeropirata resultó ser un pastor evangélico boliviano que, regenerado de las drogas, ahora se dedica anunciar su fe. Puso en jaque al Consejo de Seguridad Nacional, y logró un impacto mediático gigante. Pero a las que también secuestró y dañó fue a las religiones.
La actitud de “Josmar” fue más allá del proselitismo dominical, y de la disputa dialéctica con Biblia en mano. Se trató de una acción de fanatismo, en el sentido más fuerte del término. La Real Academia de la Lengua Española define “fanático” como el “que defiende con tenacidad desmedida y apasionamiento creencias u opiniones, sobre todo religiosas o políticas”.
En comparación con el atentado de las Torres Gemelas, cuyo octavo aniversario acabamos de rememorar, el secuestro perpetrado por Josmar parece una broma, como la versión cómica de una película de acción. Pero no lo es. Por eso, es importante resaltar el daño producido por este cantante religioso.
La primera falta –gravísima– de Flores Pereyra es la de privar ilegalmente de la libertad a 104 pasajeros y 7 tripulantes. Por más que los que aprecian a Josmar insistan en que es un hombre de bien, y aunque el detenido explique que su única pretensión era dar un mensaje religioso, objetivamente cometió un delito… y deberá ser juzgado por él.
La segunda falta de Josmar no es perseguible penalmente, pero también es muy seria. Ha atentado contra el buen nombre de las religiones. Desde las llamadas “Guerras de religión” en la Europa del siglo XVI, las iglesias y confesiones son consideradas como factor de conflicto en las sociedades occidentales. El paso del tiempo y las muchas mesas de diálogo han logrado poco a poco quitar ese estigma… pero la acción de Flores Pereyra ha venido a tirar esos esfuerzos. Le ha dado “argumentos” a quienes sostienen que las religiones desunen a los hombres.
El fanatismo es fruto de la ignorancia. Por eso, en las grandes confesiones cristianas, como la Iglesias católica, luterana, anglicana, etc., hay grandes centros de estudios teológicos, donde los candidatos pasan años de lectura y meditación, tanto en las capillas como en las bibliotecas. Así estas Iglesias buscan asegurar la seriedad de la predicación de sus futuros pastores.
Sin embargo, hoy día cualquier hombre de buena voluntad pero de escasa formación se siente con la misión de lanzarse a las calles a predicar. Lo considero tan peligroso como quien tomara un curso de primeros auxilios y luego pretendiera dar consultas médicas. Aunque suene a utopía, debe ser la gente común y corriente la que exija a sus pastores que realmente sean personas cualificadas, porque los charlatanes y los fanáticos (no son sinónimos) tienen su caldo de cultivo en la buena voluntad que de la gente que no se detiene a reflexionar.
Por cierto, Josmar anunció un cataclismo futuro. Sin embargo, en el capítulo 24 del Evangelio de San Mateo, la Escritura advierte que no faltarán pseudo-profetas: “Si alguien les dijera: ‘miren, el Cristo está aquí o allá’, no le crean. Porque surgirán falsos mesías y falsos profetas” (vv.23-24). Y ahí mismo, Jesús anuncia que “nadie sabe el día ni la hora” del final del mundo, “ni los ángeles del cielo” (v. 36). En fin, los verdaderos teólogos seguirán soportando las bien intencionadas malas acciones de los fanáticos religiosos.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
Era el día 9 del mes 9 del año 09. Era la fecha perfecta para dar un aviso profético. Y José Mar Flores Pereyra escogió el secuestro del vuelo 576 de Aeroméxico, que viajaba de Cancún a la Ciudad de México. El aeropirata resultó ser un pastor evangélico boliviano que, regenerado de las drogas, ahora se dedica anunciar su fe. Puso en jaque al Consejo de Seguridad Nacional, y logró un impacto mediático gigante. Pero a las que también secuestró y dañó fue a las religiones.
La actitud de “Josmar” fue más allá del proselitismo dominical, y de la disputa dialéctica con Biblia en mano. Se trató de una acción de fanatismo, en el sentido más fuerte del término. La Real Academia de la Lengua Española define “fanático” como el “que defiende con tenacidad desmedida y apasionamiento creencias u opiniones, sobre todo religiosas o políticas”.
En comparación con el atentado de las Torres Gemelas, cuyo octavo aniversario acabamos de rememorar, el secuestro perpetrado por Josmar parece una broma, como la versión cómica de una película de acción. Pero no lo es. Por eso, es importante resaltar el daño producido por este cantante religioso.
La primera falta –gravísima– de Flores Pereyra es la de privar ilegalmente de la libertad a 104 pasajeros y 7 tripulantes. Por más que los que aprecian a Josmar insistan en que es un hombre de bien, y aunque el detenido explique que su única pretensión era dar un mensaje religioso, objetivamente cometió un delito… y deberá ser juzgado por él.
La segunda falta de Josmar no es perseguible penalmente, pero también es muy seria. Ha atentado contra el buen nombre de las religiones. Desde las llamadas “Guerras de religión” en la Europa del siglo XVI, las iglesias y confesiones son consideradas como factor de conflicto en las sociedades occidentales. El paso del tiempo y las muchas mesas de diálogo han logrado poco a poco quitar ese estigma… pero la acción de Flores Pereyra ha venido a tirar esos esfuerzos. Le ha dado “argumentos” a quienes sostienen que las religiones desunen a los hombres.
El fanatismo es fruto de la ignorancia. Por eso, en las grandes confesiones cristianas, como la Iglesias católica, luterana, anglicana, etc., hay grandes centros de estudios teológicos, donde los candidatos pasan años de lectura y meditación, tanto en las capillas como en las bibliotecas. Así estas Iglesias buscan asegurar la seriedad de la predicación de sus futuros pastores.
Sin embargo, hoy día cualquier hombre de buena voluntad pero de escasa formación se siente con la misión de lanzarse a las calles a predicar. Lo considero tan peligroso como quien tomara un curso de primeros auxilios y luego pretendiera dar consultas médicas. Aunque suene a utopía, debe ser la gente común y corriente la que exija a sus pastores que realmente sean personas cualificadas, porque los charlatanes y los fanáticos (no son sinónimos) tienen su caldo de cultivo en la buena voluntad que de la gente que no se detiene a reflexionar.
Por cierto, Josmar anunció un cataclismo futuro. Sin embargo, en el capítulo 24 del Evangelio de San Mateo, la Escritura advierte que no faltarán pseudo-profetas: “Si alguien les dijera: ‘miren, el Cristo está aquí o allá’, no le crean. Porque surgirán falsos mesías y falsos profetas” (vv.23-24). Y ahí mismo, Jesús anuncia que “nadie sabe el día ni la hora” del final del mundo, “ni los ángeles del cielo” (v. 36). En fin, los verdaderos teólogos seguirán soportando las bien intencionadas malas acciones de los fanáticos religiosos.
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domingo, 6 de septiembre de 2009
La vida o la fuerza
Luis-Fernando Valdés
El pasado 24 de agosto, el Congreso de Querétaro aprobó por mayoría absoluta la modificación al Artículo n. 2 de la Constitución de ese Estado. Desde entonces en esa entidad federativa se “reconoce, protege y garantiza el derecho a la vida de todo ser humano desde el momento de la fecundación como un bien jurídico tutelado, y se le reputa como nacido para todos los efectos legales correspondientes, hasta la muerte”. Se trata de un verdadero avance democrático y cívico, pero el oleaje de críticas puede impedir que se observe el gran bien para todos que se ha conseguido.
La nueva ley sancionada por los Diputados locales va más allá de simplemente evitar que se aprobara el aborto. En realidad, es un cambio de paradigma cívico, porque esta norma constitucional reconoce que el fundamento de la sociedad del Estado de Querétaro es la vida. Y este nuevo enfoque es una buena propuesta para otros Estados de la República.
El derecho a la vida es la base de todos los demás: a la libertad, a la salud, a la propiedad, etc. Esto garantiza que la base de la convivencia no será la “ley del más fuerte”, ni la del que tenga más dinero, etc. El cimiento es la vida humana. Este enfoque va más de acuerdo con la experiencia humana más primaria: “es bueno estar vivo”, “que gran don es vivir”. ¿Acaso no celebramos con júbilo el cumpleaños? “Feliz cumpleaños” es la manifestación festiva del profundo amor a la vida: “qué bueno que estás vivo”, “dichoso el día en que naciste”.
En cambio, cuando alguien afirma “qué malo es vivir”, suponemos que pasa por una crisis, y nunca pensamos que esa dura situación por la que atraviesa sea el ideal al que debe aspirar la sociedad en su conjunto.
Más impactante es el comentario “ojalá que no existieras”, pues en él la vida del otro se considera como algo malo. De hecho, la ley custodia que nadie pueda quitar la vida de otro ciudadano, aunque éste le sea molesto. Si una sociedad no tutelara este derecho a la vida de modo integral –desde el nacimiento hasta el fallecimiento natural–, en realidad, con esa omisión estaría avalando la “ley del más fuerte”.
En efecto, cuando no se reconoce el derecho a la vida en toda circunstancia, “de facto” se aprueba que las razones de un tercero son más valiosas que la vida misma. Con esa lógica, la consideración de que el nascituro es “inesperado”, “no deseado”, o un “trauma psicológico”, queda por encima de la vida. Entonces, la opinión ajena prevalece sobre la vida propia. ¿No es el mismo motivo que emplea un sicario cuando ejecuta a su víctima? ¿No esto la “ley del más fuerte”?
De modo que la nueva ley estatal tiene un profundo sentido cívico. Seguramente, el nubarrón de opiniones caldeará el ambiente por una temporada. Pero más allá de esto, ahora viene una gran tarea, la de implantar la cultura de la vida.
Este objetivo tiene la belleza de lo que es plenamente humano: amar la vida, celebrarla como un don y como el fundamento en el que se apoya la sociedad. Cada ciudadano, con independencia de su credo religioso y de su filiación política, deberá tener un valor arraigado en su interior: “qué bello es vivir”, “qué bueno es que tú vivas”.
Desafortunadamente, no hay término medio. O cultura de la vida, o cultura del más fuerte. Los miles de ejecutados a lo largo y ancho del País son mudos testigos de que la “ley del más fuerte” está cobrando fuerza, y se ha vuelto imparable. Sólo la custodia de la vida naciente, como fundamento social, podrá revertir los efectos de la guerra del narcotráfico, fruto amargo de la “ley del más fuerte”.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
El pasado 24 de agosto, el Congreso de Querétaro aprobó por mayoría absoluta la modificación al Artículo n. 2 de la Constitución de ese Estado. Desde entonces en esa entidad federativa se “reconoce, protege y garantiza el derecho a la vida de todo ser humano desde el momento de la fecundación como un bien jurídico tutelado, y se le reputa como nacido para todos los efectos legales correspondientes, hasta la muerte”. Se trata de un verdadero avance democrático y cívico, pero el oleaje de críticas puede impedir que se observe el gran bien para todos que se ha conseguido.
La nueva ley sancionada por los Diputados locales va más allá de simplemente evitar que se aprobara el aborto. En realidad, es un cambio de paradigma cívico, porque esta norma constitucional reconoce que el fundamento de la sociedad del Estado de Querétaro es la vida. Y este nuevo enfoque es una buena propuesta para otros Estados de la República.
El derecho a la vida es la base de todos los demás: a la libertad, a la salud, a la propiedad, etc. Esto garantiza que la base de la convivencia no será la “ley del más fuerte”, ni la del que tenga más dinero, etc. El cimiento es la vida humana. Este enfoque va más de acuerdo con la experiencia humana más primaria: “es bueno estar vivo”, “que gran don es vivir”. ¿Acaso no celebramos con júbilo el cumpleaños? “Feliz cumpleaños” es la manifestación festiva del profundo amor a la vida: “qué bueno que estás vivo”, “dichoso el día en que naciste”.
En cambio, cuando alguien afirma “qué malo es vivir”, suponemos que pasa por una crisis, y nunca pensamos que esa dura situación por la que atraviesa sea el ideal al que debe aspirar la sociedad en su conjunto.
Más impactante es el comentario “ojalá que no existieras”, pues en él la vida del otro se considera como algo malo. De hecho, la ley custodia que nadie pueda quitar la vida de otro ciudadano, aunque éste le sea molesto. Si una sociedad no tutelara este derecho a la vida de modo integral –desde el nacimiento hasta el fallecimiento natural–, en realidad, con esa omisión estaría avalando la “ley del más fuerte”.
En efecto, cuando no se reconoce el derecho a la vida en toda circunstancia, “de facto” se aprueba que las razones de un tercero son más valiosas que la vida misma. Con esa lógica, la consideración de que el nascituro es “inesperado”, “no deseado”, o un “trauma psicológico”, queda por encima de la vida. Entonces, la opinión ajena prevalece sobre la vida propia. ¿No es el mismo motivo que emplea un sicario cuando ejecuta a su víctima? ¿No esto la “ley del más fuerte”?
De modo que la nueva ley estatal tiene un profundo sentido cívico. Seguramente, el nubarrón de opiniones caldeará el ambiente por una temporada. Pero más allá de esto, ahora viene una gran tarea, la de implantar la cultura de la vida.
Este objetivo tiene la belleza de lo que es plenamente humano: amar la vida, celebrarla como un don y como el fundamento en el que se apoya la sociedad. Cada ciudadano, con independencia de su credo religioso y de su filiación política, deberá tener un valor arraigado en su interior: “qué bello es vivir”, “qué bueno es que tú vivas”.
Desafortunadamente, no hay término medio. O cultura de la vida, o cultura del más fuerte. Los miles de ejecutados a lo largo y ancho del País son mudos testigos de que la “ley del más fuerte” está cobrando fuerza, y se ha vuelto imparable. Sólo la custodia de la vida naciente, como fundamento social, podrá revertir los efectos de la guerra del narcotráfico, fruto amargo de la “ley del más fuerte”.
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domingo, 30 de agosto de 2009
Ramadán
Luis-Fernando Valdés
El pasado 22 de agosto inició, para los musulmanes, un tiempo de ayuno llamado “ramadán”. Aunque en México esta celebración no nos resulta tan cercana, en los países de Europa occidental, cada vez es más frecuente que se tengan en cuenta los calendarios de las otras grandes confesiones. A nosotros aquí, ¿qué nos puede enseñar la convivencia de las diversas religiones?
En épocas anteriores, algunas no muy lejanas, el contacto entre religiones era fuente de grandes conflictos, incluso violentos. Se entendía que si “mi religión” es verdadera, “las otras” son falsas. Y el siguiente paso consistía en evitarlas o eliminarlas.
Aunque, por efectos de la propaganda anti-católica, pocos lo sepan, la verdad es que la Iglesia fue pionera en fomentar el diálogo pacífico entre religiones. El Concilio Vaticano II promulgó, el 28 de octubre de 1965, la Declaración “Nostra aetate”, en la que expone las líneas de acción en la relación del Catolicismo con las religiones no cristianas.
Ahí se declara que “la Iglesia católica nada rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y las doctrinas, que, aunque discrepan en muchos puntos de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres” (n. 2).
Esta actitud de apertura y de respeto ha tomado fuerza universal, mediante las Jornadas Mundiales de la Paz, convocadas por Juan Pablo II en Asís (Italia). En estas reuniones, el Papa polaco logró reunir a los líderes religiosos de todo el mundo, para rezar por la paz, en el respeto a las diferencias entre ellos, pero con el afán común de la unidad.
El respeto y el aprecio entre los creyentes de las diversas religiones es muy importante. No es sólo para lograr una mera “coexistencia pacífica”. Ante todo, ese testimonio de convivencia ayudará a que muchas personas vuelvan a la creencia y a la práctica religiosas, pues hoy los pleitos por motivos religiosos son causa del alejamiento de la religión.
Si los creyentes de cualquier credo se tomaran en serio su fe, nos encontraríamos ante un mundo en el que se amaría a Dios y a su Ley santa, y por tanto se respetaría a las mujeres, se ayudaría a los enfermos y a los ancianos, se predicaría y se viviría la paz.
Por eso, sin caer en la tentación del sincretismo o de formar una religión universal, y sin ignorar tampoco las diferencias no tan sencillas de conciliar, es muy necesario ayudar a muchos a volver a la práctica religiosa, con la convicción de que un verdadero creyente necesariamente debe ser un buen ciudadano. Y este retorno será facilitado por la convivencia amistosa entre los fieles de las diversas confesiones.
En el mes llamado “ramadán”, los musulmanes celebran que fue el período del año, en el que Mahoma recapitulaba el conjunto de lo que se le había revelado. Durante este tiempo, quedaba prohibido –desde el anochecer hasta el amanecer– comer, beber, fumar y tener relaciones conyugales. Es un tiempo de purificación, en el que los islámicos resaltan la obediencia a Dios, dan gracias por el Corán, y en el que muchos de ellos retoman la práctica religiosa.
Con un afán sincero de verdadera convivencia y diálogo sincero, me uno a los deseos de Benedicto XVI: “En el momento en el que los musulmanes comienzan el itinerario espiritual del mes de Ramadán, formulo para todos mis votos más cordiales, deseando que el Todopoderoso les conceda una vida serena y tranquila”.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
El pasado 22 de agosto inició, para los musulmanes, un tiempo de ayuno llamado “ramadán”. Aunque en México esta celebración no nos resulta tan cercana, en los países de Europa occidental, cada vez es más frecuente que se tengan en cuenta los calendarios de las otras grandes confesiones. A nosotros aquí, ¿qué nos puede enseñar la convivencia de las diversas religiones?
En épocas anteriores, algunas no muy lejanas, el contacto entre religiones era fuente de grandes conflictos, incluso violentos. Se entendía que si “mi religión” es verdadera, “las otras” son falsas. Y el siguiente paso consistía en evitarlas o eliminarlas.
Aunque, por efectos de la propaganda anti-católica, pocos lo sepan, la verdad es que la Iglesia fue pionera en fomentar el diálogo pacífico entre religiones. El Concilio Vaticano II promulgó, el 28 de octubre de 1965, la Declaración “Nostra aetate”, en la que expone las líneas de acción en la relación del Catolicismo con las religiones no cristianas.
Ahí se declara que “la Iglesia católica nada rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y las doctrinas, que, aunque discrepan en muchos puntos de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres” (n. 2).
Esta actitud de apertura y de respeto ha tomado fuerza universal, mediante las Jornadas Mundiales de la Paz, convocadas por Juan Pablo II en Asís (Italia). En estas reuniones, el Papa polaco logró reunir a los líderes religiosos de todo el mundo, para rezar por la paz, en el respeto a las diferencias entre ellos, pero con el afán común de la unidad.
El respeto y el aprecio entre los creyentes de las diversas religiones es muy importante. No es sólo para lograr una mera “coexistencia pacífica”. Ante todo, ese testimonio de convivencia ayudará a que muchas personas vuelvan a la creencia y a la práctica religiosas, pues hoy los pleitos por motivos religiosos son causa del alejamiento de la religión.
Si los creyentes de cualquier credo se tomaran en serio su fe, nos encontraríamos ante un mundo en el que se amaría a Dios y a su Ley santa, y por tanto se respetaría a las mujeres, se ayudaría a los enfermos y a los ancianos, se predicaría y se viviría la paz.
Por eso, sin caer en la tentación del sincretismo o de formar una religión universal, y sin ignorar tampoco las diferencias no tan sencillas de conciliar, es muy necesario ayudar a muchos a volver a la práctica religiosa, con la convicción de que un verdadero creyente necesariamente debe ser un buen ciudadano. Y este retorno será facilitado por la convivencia amistosa entre los fieles de las diversas confesiones.
En el mes llamado “ramadán”, los musulmanes celebran que fue el período del año, en el que Mahoma recapitulaba el conjunto de lo que se le había revelado. Durante este tiempo, quedaba prohibido –desde el anochecer hasta el amanecer– comer, beber, fumar y tener relaciones conyugales. Es un tiempo de purificación, en el que los islámicos resaltan la obediencia a Dios, dan gracias por el Corán, y en el que muchos de ellos retoman la práctica religiosa.
Con un afán sincero de verdadera convivencia y diálogo sincero, me uno a los deseos de Benedicto XVI: “En el momento en el que los musulmanes comienzan el itinerario espiritual del mes de Ramadán, formulo para todos mis votos más cordiales, deseando que el Todopoderoso les conceda una vida serena y tranquila”.
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domingo, 23 de agosto de 2009
Pasados de moda
Luis-Fernando Valdés
Continuaron las comparencias en el Congreso de Querétaro, en la que se volvió a discutir sobre la llamada “ley antiaborto”. Entre los argumentos a favor de la despenalización de la interrupción del embarazo, que se expusieron a los legisladores, algunos incluían razones que parecen dirigidas a un “Querétaro virreinal”, al que instarían a modernizarse.
En alguna ponencia se aseguraba que negar a mujeres violadas el derecho a abortar, implicaría simplemente creer que las concepciones medievales regresan por la imposición de una minoría. También se aludió en varias exposiciones a “la derecha”, que sería la que estaría tratando de coaccionar a que todas la mujeres procedieran de la misma manera en caso de violación.
Con todo el respeto hacia esas posturas, diferimos en el enfoque. El esquema virreinal, en el que la Iglesia y la Corona estuvieron solidarizadas, no es el contexto actual de nuestra Patria. Parecería que lo que denominan “la derecha” es una repetición de ese paradigma, al que unos pocos tratarían de hacer volver al País.
Es una cuestión muy compleja, porque ni la Iglesia romana sostiene esa postura, ni la gran mayoría de los católicos desea retornar al pasado. Que haya algunos particulares que tengan esa aspiración, no justifica que todo creyente coherente con su fe sea incluido en esa categoría política.
Además, presentar un argumento sobre el aborto desde una categoría sociológica o política no es quizá el más adecuado, porque el resultado es un desplazamiento del foco del problema, y alejamiento del núcleo del tema. Lo central en la cuestión del aborto es el reconocimiento de la vida humana del recién concebido. Pero con el argumento de “la derecha”, el acento se pone en otro lado: el miedo al retroceso histórico.
Además, con la categoría de “la derecha” se insiste en que la Iglesia emplea el miedo y la coacción de las conciencias, para conseguir fines ideológicos. Pero si queremos ser intelectualmente honestos, con independencia de nuestras creencias, tenemos que aceptar que la Iglesia cambió su esquema argumentativo desde el Concilio Vaticano II (1962-1965), que los Papas recientes han seguido fielmente.
Si se presta atención al mensaje de la Constitución “Gaudium et spes” del citado Concilio, se descubre rápidamente que la Iglesia pasa de los “anatemas” a una explicación abierta de su misión, y que no amenaza con condenas, sino que ofrece propuestas de ayuda moral al mundo contemporáneo. También podría ver que la Declaración “Nostra Aetate” indica a los fieles católico tener un trato tolerante y respetuoso hacia las otras religiones y hacia los no creyentes.
Si toma en cuenta la Encíclica “Veritatis Splendor” de Juan Pablo II, resulta notorio que, en todo momento, la postura de la Iglesia respecto al aborto no es una negativa a la modernidad, sino una defensa de la vida; que no es un pleito ni una condena contra la mujer, y menos una búsqueda del retorno a los Estados pontificios.
Cuando se plantea la ley antiaborto como la imposición de una ideología trasnochada, la propuesta a favor de la despenalización del aborto no va al fondo de la cuestión actual sobre el estatuto ontológico del engendrado: en el estado actual de los descubrimientos científicos sobre embriología y genética ¿el nascituro es un ser humano o no? El debate pues no debe centrarse en categorías sociológicas ni religiosas, sino en la realidad y los derechos del ser concebido y en la ayuda a la mujer que ha sido embarazada por violación.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
Continuaron las comparencias en el Congreso de Querétaro, en la que se volvió a discutir sobre la llamada “ley antiaborto”. Entre los argumentos a favor de la despenalización de la interrupción del embarazo, que se expusieron a los legisladores, algunos incluían razones que parecen dirigidas a un “Querétaro virreinal”, al que instarían a modernizarse.
En alguna ponencia se aseguraba que negar a mujeres violadas el derecho a abortar, implicaría simplemente creer que las concepciones medievales regresan por la imposición de una minoría. También se aludió en varias exposiciones a “la derecha”, que sería la que estaría tratando de coaccionar a que todas la mujeres procedieran de la misma manera en caso de violación.
Con todo el respeto hacia esas posturas, diferimos en el enfoque. El esquema virreinal, en el que la Iglesia y la Corona estuvieron solidarizadas, no es el contexto actual de nuestra Patria. Parecería que lo que denominan “la derecha” es una repetición de ese paradigma, al que unos pocos tratarían de hacer volver al País.
Es una cuestión muy compleja, porque ni la Iglesia romana sostiene esa postura, ni la gran mayoría de los católicos desea retornar al pasado. Que haya algunos particulares que tengan esa aspiración, no justifica que todo creyente coherente con su fe sea incluido en esa categoría política.
Además, presentar un argumento sobre el aborto desde una categoría sociológica o política no es quizá el más adecuado, porque el resultado es un desplazamiento del foco del problema, y alejamiento del núcleo del tema. Lo central en la cuestión del aborto es el reconocimiento de la vida humana del recién concebido. Pero con el argumento de “la derecha”, el acento se pone en otro lado: el miedo al retroceso histórico.
Además, con la categoría de “la derecha” se insiste en que la Iglesia emplea el miedo y la coacción de las conciencias, para conseguir fines ideológicos. Pero si queremos ser intelectualmente honestos, con independencia de nuestras creencias, tenemos que aceptar que la Iglesia cambió su esquema argumentativo desde el Concilio Vaticano II (1962-1965), que los Papas recientes han seguido fielmente.
Si se presta atención al mensaje de la Constitución “Gaudium et spes” del citado Concilio, se descubre rápidamente que la Iglesia pasa de los “anatemas” a una explicación abierta de su misión, y que no amenaza con condenas, sino que ofrece propuestas de ayuda moral al mundo contemporáneo. También podría ver que la Declaración “Nostra Aetate” indica a los fieles católico tener un trato tolerante y respetuoso hacia las otras religiones y hacia los no creyentes.
Si toma en cuenta la Encíclica “Veritatis Splendor” de Juan Pablo II, resulta notorio que, en todo momento, la postura de la Iglesia respecto al aborto no es una negativa a la modernidad, sino una defensa de la vida; que no es un pleito ni una condena contra la mujer, y menos una búsqueda del retorno a los Estados pontificios.
Cuando se plantea la ley antiaborto como la imposición de una ideología trasnochada, la propuesta a favor de la despenalización del aborto no va al fondo de la cuestión actual sobre el estatuto ontológico del engendrado: en el estado actual de los descubrimientos científicos sobre embriología y genética ¿el nascituro es un ser humano o no? El debate pues no debe centrarse en categorías sociológicas ni religiosas, sino en la realidad y los derechos del ser concebido y en la ayuda a la mujer que ha sido embarazada por violación.
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domingo, 16 de agosto de 2009
Derecho al propio cuerpo
Luis-Fernando Valdés
En días anteriores, se llevaron a cabo numerosas comparecencias de grupos civiles sobre la llamada “ley antiaborto” en el Congreso del Estado Querétaro. Ahí diversas agrupaciones expresaron sus opiniones, tanto sobre el reconocimiento de la vida del concebido, como del derecho de la mujer a abortar. Magnífico ejercicio de democracia, escuchar las dos opiniones antes de legislar.
Hemos seguido con gran respeto las declaraciones de las personas que apoyan la legalización del aborto. Pensamos que –aunque la compartimos– su postura manifiesta inquietudes verdaderas, que merecen atención porque no son fáciles de resolver, y afectan a bastantes personas.
En su alegato, la directora de “Equidad de Género: Ciudadanía, Trabajo y Familia”, María Eugenia Romero Contreras, comentó que las modificaciones al Artículo 2 de la Constitución local imponen a las mujeres embarazos que pueden poner en riesgo su vida o que han sido producto de una violación.
En estas palabras, dignas de atención, subyace la visión de que la mujer tiene derecho sobre su propio cuerpo, y tiene derecho a decidir cuando embarazarse. Esta postura tiene –en parte– razón, pues cada persona tiene derecho sobre su cuerpo, que es un componente esencial de su propia personalidad, pues los humanos “somos” una única realidad, formada por cuerpo y espíritu.
Pero, el problema es cuando hay un “tercero”: el concebido es alguien distinto de la madre y del padre, porque una composición genética independiente de ambos; genéticamente es un ser nuevo, con un cuerpo diferente. Este nuevo ser no es parte del cuerpo de su mamá. Por eso, no se tiene la razón cuando el argumento para aprobar el aborto consiste en “ampliar” el derecho sobre el propio cuerpo, hasta “abarcar” el cuerpo de un tercero.
De igual manera, es una realidad que una mujer tiene derecho a decidir cuando engendrar. Pero hay un equívoco, que intentaremos explicar mediante una comparación (con todas sus limitaciones). Tengo el derecho a decidir qué comer y cuándo hacerlo, pues eso está en la esfera de mi libertad. Pero una vez que elijo comer, el proceso digestivo ya no está en mi ámbito de decisión, pues es autónomo. Debo decir antes de comer.
En el caso de la vida humana, la mujer –y su pareja con ella– deciden cómo vivir la sexualidad. Pero no está ya en su ámbito de libertad, el tomar una decisión sobre un óvulo ya fecundado. Si decidieron mal “antes”, ya no tienen derecho a decidir “después” sobre la vida de un tercero.
Ambos supuestos (el derecho sobre el propio cuerpo y el derecho a decidir cuando tener un hijo) generan una situación límite, en el caso de un embarazo por violación. La víctima de violencia sexual se enfrenta a unas circunstancias que le han pisado estos dos derechos. Y la pregunta entonces es pertinente: ¿por qué la mujer tiene que aceptar las consecuencias de un abuso a sus derechos?
Sin embargo, la “consecuencia” no es sólo un daño físico y psicológico, sino también un nuevo ser humano vivo, inocente, sujeto de derechos, al que también hay que defender. Por eso, es importante decir que, al pedir que se reconozca jurídicamente la vida de un tercero engendrado por violación, no se pretende afirmar que esa mujer no fue víctima, ni tampoco negar que sus derechos fueron conculcados.
Esta problemática merece atención, comprensión y una respuesta. Afirmamos la vida del recién concebido, y defendemos su derecho a la vida, pero es de justicia que exijamos también una solución al problema de la mujer.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
En días anteriores, se llevaron a cabo numerosas comparecencias de grupos civiles sobre la llamada “ley antiaborto” en el Congreso del Estado Querétaro. Ahí diversas agrupaciones expresaron sus opiniones, tanto sobre el reconocimiento de la vida del concebido, como del derecho de la mujer a abortar. Magnífico ejercicio de democracia, escuchar las dos opiniones antes de legislar.
Hemos seguido con gran respeto las declaraciones de las personas que apoyan la legalización del aborto. Pensamos que –aunque la compartimos– su postura manifiesta inquietudes verdaderas, que merecen atención porque no son fáciles de resolver, y afectan a bastantes personas.
En su alegato, la directora de “Equidad de Género: Ciudadanía, Trabajo y Familia”, María Eugenia Romero Contreras, comentó que las modificaciones al Artículo 2 de la Constitución local imponen a las mujeres embarazos que pueden poner en riesgo su vida o que han sido producto de una violación.
En estas palabras, dignas de atención, subyace la visión de que la mujer tiene derecho sobre su propio cuerpo, y tiene derecho a decidir cuando embarazarse. Esta postura tiene –en parte– razón, pues cada persona tiene derecho sobre su cuerpo, que es un componente esencial de su propia personalidad, pues los humanos “somos” una única realidad, formada por cuerpo y espíritu.
Pero, el problema es cuando hay un “tercero”: el concebido es alguien distinto de la madre y del padre, porque una composición genética independiente de ambos; genéticamente es un ser nuevo, con un cuerpo diferente. Este nuevo ser no es parte del cuerpo de su mamá. Por eso, no se tiene la razón cuando el argumento para aprobar el aborto consiste en “ampliar” el derecho sobre el propio cuerpo, hasta “abarcar” el cuerpo de un tercero.
De igual manera, es una realidad que una mujer tiene derecho a decidir cuando engendrar. Pero hay un equívoco, que intentaremos explicar mediante una comparación (con todas sus limitaciones). Tengo el derecho a decidir qué comer y cuándo hacerlo, pues eso está en la esfera de mi libertad. Pero una vez que elijo comer, el proceso digestivo ya no está en mi ámbito de decisión, pues es autónomo. Debo decir antes de comer.
En el caso de la vida humana, la mujer –y su pareja con ella– deciden cómo vivir la sexualidad. Pero no está ya en su ámbito de libertad, el tomar una decisión sobre un óvulo ya fecundado. Si decidieron mal “antes”, ya no tienen derecho a decidir “después” sobre la vida de un tercero.
Ambos supuestos (el derecho sobre el propio cuerpo y el derecho a decidir cuando tener un hijo) generan una situación límite, en el caso de un embarazo por violación. La víctima de violencia sexual se enfrenta a unas circunstancias que le han pisado estos dos derechos. Y la pregunta entonces es pertinente: ¿por qué la mujer tiene que aceptar las consecuencias de un abuso a sus derechos?
Sin embargo, la “consecuencia” no es sólo un daño físico y psicológico, sino también un nuevo ser humano vivo, inocente, sujeto de derechos, al que también hay que defender. Por eso, es importante decir que, al pedir que se reconozca jurídicamente la vida de un tercero engendrado por violación, no se pretende afirmar que esa mujer no fue víctima, ni tampoco negar que sus derechos fueron conculcados.
Esta problemática merece atención, comprensión y una respuesta. Afirmamos la vida del recién concebido, y defendemos su derecho a la vida, pero es de justicia que exijamos también una solución al problema de la mujer.
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domingo, 9 de agosto de 2009
Lecciones de Acteal
Luis-Fernando Valdés
El pasado 5 de agosto, la Suprema Corte de Justicia de la Nación dictaminó que hubo irregularidades y fabricación de pruebas y de testigos, en el proceso seguido contra los presuntos responsables de la matanza de Acteal. Se trata de una doble injusticia: por una parte, el asesinato de 45 personas, entre ellas18 menores; y por otra, la injusticia a los inocentes, que llevan 11 años en prisión. ¿Cuáles son las enseñanzas que estos trágicos hechos encierran?
Una primera reflexión. En esta resolución de la SCJ, han jugado un papel muy importante los medios de comunicación y la participación de instituciones privadas, el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), el cual documentó las irregularidades en el juicio de los supuestos culpables, y propuso que la SCJ atrajera el caso.
Cuando estas tragedias no son seguidas por los ciudadanos de a pie, cuando no hay presión desde la opinión pública, estos sucesos pasan al olvido, y así los procesos judiciales son más vulnerables a intereses de grupos y pueden ser manipulados por intereses poderosos.
De ahí que la sangre inocente y los inculpados injustamente sean un verdadero reclamo al resto de los mexicanos. Todos debemos estar preocupados por evitar que estas causas caigan en el olvido, y lo podemos conseguir si seguimos con constancia las noticias nacionales, y si expresamos nuestra opinión en los foros que los medios de comunicación siempre tienen abiertos. De esta manera, los grandes sucesos siempre tendrán la suficiente cobertura, y esto representará una mínima garantía para que no sean ocultados o manipulados.
Una segunda meditación. Este doble crimen de Acteal pone al descubierto, un vez más, una mala raíz que origina las tragedias de nuestra Patria: la deficiente educación ciudadana. Que existan asesinos que disparan contra inocentes, que haya corrupción en la procuración de justicia, ¿no es suficiente prueba de que algo no funciona en la educación de los mexicanos?
El respeto a la vida humana, en cualquiera de sus fases, y la justicia son dos valores que se aprenden primero en la familia y luego en la escuela. Ante estos hechos, la realidad de que la familia y la educación están en serios problemas se impone.
¿Tendremos que esperar otro Acteal, otra guardería ABC para que los ciudadanos cobremos conciencia de que es tiempo de empezar a enseñar verdaderos valores, que contrarresten la corrupción? O ¿seguiremos hablando de “valores relativos”, de una moral de conveniencia?
Y, por último, estos duros acontecimientos no llevan a elevar nuestros pensamientos al plano espiritual. Cuando los inocentes son asesinados, lo primera pregunta suele cuestionar a Dios: si existe, ¿por qué permite que el sufrimiento de los inocentes?
Y lo que para algunos se convierte en ocasión de duda o de negación de la Providencia divina, también se erige como un gran motivo de credibilidad. Las aspiraciones profundas del ser humano apuntan a que el mal cometido en esta tierra no puede quedar impune. Dios debe existir, y debe ser quien haga justicia hacia los que ahora abusan de su libertad y atropellan a los demás.
En cambio, sin un Dios remunerador, la injusticia tendría la última palabra, y nos negamos a que la injusticia sea el núcleo de la existencia humana. Acteal sigue mirando al Cielo, las tumbas de los caídos continúan clamando por justicia, en esta vida… y en la venidera.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
El pasado 5 de agosto, la Suprema Corte de Justicia de la Nación dictaminó que hubo irregularidades y fabricación de pruebas y de testigos, en el proceso seguido contra los presuntos responsables de la matanza de Acteal. Se trata de una doble injusticia: por una parte, el asesinato de 45 personas, entre ellas18 menores; y por otra, la injusticia a los inocentes, que llevan 11 años en prisión. ¿Cuáles son las enseñanzas que estos trágicos hechos encierran?
Una primera reflexión. En esta resolución de la SCJ, han jugado un papel muy importante los medios de comunicación y la participación de instituciones privadas, el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), el cual documentó las irregularidades en el juicio de los supuestos culpables, y propuso que la SCJ atrajera el caso.
Cuando estas tragedias no son seguidas por los ciudadanos de a pie, cuando no hay presión desde la opinión pública, estos sucesos pasan al olvido, y así los procesos judiciales son más vulnerables a intereses de grupos y pueden ser manipulados por intereses poderosos.
De ahí que la sangre inocente y los inculpados injustamente sean un verdadero reclamo al resto de los mexicanos. Todos debemos estar preocupados por evitar que estas causas caigan en el olvido, y lo podemos conseguir si seguimos con constancia las noticias nacionales, y si expresamos nuestra opinión en los foros que los medios de comunicación siempre tienen abiertos. De esta manera, los grandes sucesos siempre tendrán la suficiente cobertura, y esto representará una mínima garantía para que no sean ocultados o manipulados.
Una segunda meditación. Este doble crimen de Acteal pone al descubierto, un vez más, una mala raíz que origina las tragedias de nuestra Patria: la deficiente educación ciudadana. Que existan asesinos que disparan contra inocentes, que haya corrupción en la procuración de justicia, ¿no es suficiente prueba de que algo no funciona en la educación de los mexicanos?
El respeto a la vida humana, en cualquiera de sus fases, y la justicia son dos valores que se aprenden primero en la familia y luego en la escuela. Ante estos hechos, la realidad de que la familia y la educación están en serios problemas se impone.
¿Tendremos que esperar otro Acteal, otra guardería ABC para que los ciudadanos cobremos conciencia de que es tiempo de empezar a enseñar verdaderos valores, que contrarresten la corrupción? O ¿seguiremos hablando de “valores relativos”, de una moral de conveniencia?
Y, por último, estos duros acontecimientos no llevan a elevar nuestros pensamientos al plano espiritual. Cuando los inocentes son asesinados, lo primera pregunta suele cuestionar a Dios: si existe, ¿por qué permite que el sufrimiento de los inocentes?
Y lo que para algunos se convierte en ocasión de duda o de negación de la Providencia divina, también se erige como un gran motivo de credibilidad. Las aspiraciones profundas del ser humano apuntan a que el mal cometido en esta tierra no puede quedar impune. Dios debe existir, y debe ser quien haga justicia hacia los que ahora abusan de su libertad y atropellan a los demás.
En cambio, sin un Dios remunerador, la injusticia tendría la última palabra, y nos negamos a que la injusticia sea el núcleo de la existencia humana. Acteal sigue mirando al Cielo, las tumbas de los caídos continúan clamando por justicia, en esta vida… y en la venidera.
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domingo, 2 de agosto de 2009
Verano “pro life”
Luis-Fernando Valdés
En los meses de verano, las noticias sobre bioética suelen escasear, pues las novedades sobre este argumento tienen lugar durante los meses lectivos, en que los gobernantes y también los académicos, suelen reunirse y debatir. Pero en estas vacaciones estivales, algunos políticos y bastantes ciudadanos de a pie han generado noticias “a favor de la vida”.
En Duala, Camerún, el pasado 15 de julio, más de 20 mil personas participaron en la marcha de protesta, guiada por el cardenal Christian Tumi, contra la legalización del aborto aprobada apenas el 11 de julio, siguiendo el Protocolo de Maputo (2003). Una delegación compuesta por representantes católicos, protestantes y musulmanes entregó al Gobernador una carta para el Presidente de la República y una petición, respaldada con unas 30.000 firmas.
En Roma, el 30 de julio, la subsecretaria del Ministerio de Salud, Eugenia Roccella, aseguró que 29 mujeres han muerto en el mundo por el consumo de la píldora RU486, más conocida como la “píldora del día siguiente”. Roncella explicó que las muertes han sido causadas por los efectos colaterales del fármaco. Este dato está contenido en la relación que la fábrica productora de la píldora, la Exelgyn, envió a ese Ministerio, que a su vez lo turnó a la Agencia Italiana del Fármaco (AIFA). Sin embargo, la AIFA autorizó que la RU486 se siga vendiendo “sólo en hospitales”.
Como reacción, el Presidente de la Pontificia Academia para la Vida, Mons. Rino Fisichella, lamentó esa decisión de las autoridades sanitarias italianas, porque “la RU486 es una técnica abortiva, porque tiende a suprimir el embrión anidado en el útero de la madre”.
Este Prelado alertó también, a quienes lo afirman, que “está totalmente por demostrarse que el uso de esta píldora sea menos traumático que someterse a la operación (para abortar). El primer trauma nace en el momento en el que no se quiere aceptar el embarazo y lo que ha de hacerse es intervenir para ayudar a la mujer para que comprenda el valor de la vida naciente”.
¿Por qué la Iglesia interviene tanto en esta cuestión? Explica Mons. Fisichella que “la Iglesia nunca puede asistir de manera pasiva a cuanto sucede en la sociedad. Está llamada a hacer siempre presente el anuncio de vida que le ha permitido ser, en el transcurso de los siglos, signo tangible del respeto por la dignidad de la persona”.
Y entonces ¿por qué tantos gobiernos intenta legalizar el aborto? La española Mercedes Aroz, la cofundadora del Partido Socialista Catalán, al que abandonó por apoyar el aborto, da una respuesta interesante. La ex-socialista explica que las legislaciones que aprueban el aborto “provienen del siglo pasado, cuando los conocimientos científicos no eran tan evidentes”, y por eso, esas legislaciones “no garantizan efectivamente este derecho del ser humano desde su concepción”.
Y sostiene Aroz que “a la luz de los actuales conocimientos científicos, que nos dicen que desde la concepción existe un ser humano con su identidad genética propia que mantendrá toda su vida, el aborto atenta contra el ser humano en el primer estadio de su vida”.
Con estas noticias, más bien parecería que es el aborto el que ha ganado la partida este verano. Pero no es así, porque ni el Protocolo de Maputo, ni la distribución de la RU486, han podido detener a miles de hombres y mujeres que saben que la vida humana inicia en la concepción. Se tambalea el mito de que es una mayoría la que está a favor del aborto.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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En los meses de verano, las noticias sobre bioética suelen escasear, pues las novedades sobre este argumento tienen lugar durante los meses lectivos, en que los gobernantes y también los académicos, suelen reunirse y debatir. Pero en estas vacaciones estivales, algunos políticos y bastantes ciudadanos de a pie han generado noticias “a favor de la vida”.
En Duala, Camerún, el pasado 15 de julio, más de 20 mil personas participaron en la marcha de protesta, guiada por el cardenal Christian Tumi, contra la legalización del aborto aprobada apenas el 11 de julio, siguiendo el Protocolo de Maputo (2003). Una delegación compuesta por representantes católicos, protestantes y musulmanes entregó al Gobernador una carta para el Presidente de la República y una petición, respaldada con unas 30.000 firmas.
En Roma, el 30 de julio, la subsecretaria del Ministerio de Salud, Eugenia Roccella, aseguró que 29 mujeres han muerto en el mundo por el consumo de la píldora RU486, más conocida como la “píldora del día siguiente”. Roncella explicó que las muertes han sido causadas por los efectos colaterales del fármaco. Este dato está contenido en la relación que la fábrica productora de la píldora, la Exelgyn, envió a ese Ministerio, que a su vez lo turnó a la Agencia Italiana del Fármaco (AIFA). Sin embargo, la AIFA autorizó que la RU486 se siga vendiendo “sólo en hospitales”.
Como reacción, el Presidente de la Pontificia Academia para la Vida, Mons. Rino Fisichella, lamentó esa decisión de las autoridades sanitarias italianas, porque “la RU486 es una técnica abortiva, porque tiende a suprimir el embrión anidado en el útero de la madre”.
Este Prelado alertó también, a quienes lo afirman, que “está totalmente por demostrarse que el uso de esta píldora sea menos traumático que someterse a la operación (para abortar). El primer trauma nace en el momento en el que no se quiere aceptar el embarazo y lo que ha de hacerse es intervenir para ayudar a la mujer para que comprenda el valor de la vida naciente”.
¿Por qué la Iglesia interviene tanto en esta cuestión? Explica Mons. Fisichella que “la Iglesia nunca puede asistir de manera pasiva a cuanto sucede en la sociedad. Está llamada a hacer siempre presente el anuncio de vida que le ha permitido ser, en el transcurso de los siglos, signo tangible del respeto por la dignidad de la persona”.
Y entonces ¿por qué tantos gobiernos intenta legalizar el aborto? La española Mercedes Aroz, la cofundadora del Partido Socialista Catalán, al que abandonó por apoyar el aborto, da una respuesta interesante. La ex-socialista explica que las legislaciones que aprueban el aborto “provienen del siglo pasado, cuando los conocimientos científicos no eran tan evidentes”, y por eso, esas legislaciones “no garantizan efectivamente este derecho del ser humano desde su concepción”.
Y sostiene Aroz que “a la luz de los actuales conocimientos científicos, que nos dicen que desde la concepción existe un ser humano con su identidad genética propia que mantendrá toda su vida, el aborto atenta contra el ser humano en el primer estadio de su vida”.
Con estas noticias, más bien parecería que es el aborto el que ha ganado la partida este verano. Pero no es así, porque ni el Protocolo de Maputo, ni la distribución de la RU486, han podido detener a miles de hombres y mujeres que saben que la vida humana inicia en la concepción. Se tambalea el mito de que es una mayoría la que está a favor del aborto.
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domingo, 26 de julio de 2009
Inesperadas soluciones para problemas globales
Luis-Fernando Valdés
Los servicios noticiosos –especialmente en Internet– han dado seguimiento a las reacciones, que ha suscitado la tercera Encíclica de Benedicto XVI, “Veritas in caritate” (29.VI.2009). ¿A qué responden las presentaciones y conferencias sobre este documento? ¿Son eventos de compromiso, dado que se trata de un escrito el Papa? O bien, ¿hay algo en ese escrito, que realmente justifica ser tomado en cuenta, incluso por los no católicos y los no creyentes?
Encuentro una explicación, que será una de tantas posibles. El Santo Padre ha decidido abordar los temas sociales y económicos que afectan al mundo de hoy, y les ha dado una respuesta insospechada. En efecto, el Papa no ofrece soluciones sociológicas, ni políticas, ni financieras, sino que hace una propuesta ¡religiosa!
En efecto, ya en el comienzo de esta Encíclica, el Santo Padre afirma que “la caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad” (n. 1).
Si nos detenemos a considerarlo, es muy audaz una respuesta de este tipo. Nos dice que en el cristianismo hay unos principios sobre el hombre y sobre el mundo, los cuales nos llevan a descubrir nuevas opciones ante los problemas que hoy pesan sobre hombres, mujeres y niños del mundo entero.
Además, el Pontífice menciona expresamente la influencia del elemento religioso, en la búsqueda de respuesta a las situaciones sociales conflictivas. La existencia de un Dios que es amor, la fe en Jesucristo que nos pide ocuparnos de las necesidades del prójimo, son un fuerte impulso que favorece a las personas y a las sociedades para encontrar soluciones.
Si leemos esta Encíclica desde la perspectiva de la Modernidad (siglos XVII al XX), Benedicto XVI hace una propuesta totalmente inversa a la mentalidad sembrada por la Ilustración. Si este movimiento consideraba que lo sobrenatural no debería influir nada en la vida social, política y económica, el Obispo de Roma invita a descubrir que la doctrina cristiana es una luz para entender la problemática actual, y para proponerle salidas.
Si la Ilustración propuso usar las ideas cristianas –libertad, igualdad, fraternidad– sin referencia a Dios, el Papa Ratzinger les devuelve su identidad religiosa –caridad: amor a Dios y al prójimo– para “humanizar” la globalización, para defender la vida humana y los recursos naturales del planeta.
No deja de sorprendernos la penetrante visión del Santo Padre sobre la realidad contemporánea, a la cual le ofrece una salida verdaderamente a favor del ser humano. Pero, a los que nos hemos criado en una cultura, que tiende a separar lo religioso de lo civil y de lo científico, y que suele olvidar la presencia de lo sagrado en la vida cotidiana, lo que quizá más nos asombra es que Benedicto XVI ofrece respuestas profundas, sin renunciar a su discurso religioso.
La aplicación del contenido de la “Veritas in caritate” no depende de la Iglesia, sino de los gobiernos y de los particulares. Corre el riesgo de quedar como una “utopía”, pero sólo el tiempo nos lo dirá. En cambio, el valor de este texto pontificio se ha hecho presente ya: nos muestra un cristianismo más dinámico, capaz de ofrecer principios verdaderos para orientar la vida social y económica de hoy. El cristianismo medieval y barroco construyó catedrales espléndidas; el cristianismo contemporáneo quiere construir una civilización del amor.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
Los servicios noticiosos –especialmente en Internet– han dado seguimiento a las reacciones, que ha suscitado la tercera Encíclica de Benedicto XVI, “Veritas in caritate” (29.VI.2009). ¿A qué responden las presentaciones y conferencias sobre este documento? ¿Son eventos de compromiso, dado que se trata de un escrito el Papa? O bien, ¿hay algo en ese escrito, que realmente justifica ser tomado en cuenta, incluso por los no católicos y los no creyentes?
Encuentro una explicación, que será una de tantas posibles. El Santo Padre ha decidido abordar los temas sociales y económicos que afectan al mundo de hoy, y les ha dado una respuesta insospechada. En efecto, el Papa no ofrece soluciones sociológicas, ni políticas, ni financieras, sino que hace una propuesta ¡religiosa!
En efecto, ya en el comienzo de esta Encíclica, el Santo Padre afirma que “la caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad” (n. 1).
Si nos detenemos a considerarlo, es muy audaz una respuesta de este tipo. Nos dice que en el cristianismo hay unos principios sobre el hombre y sobre el mundo, los cuales nos llevan a descubrir nuevas opciones ante los problemas que hoy pesan sobre hombres, mujeres y niños del mundo entero.
Además, el Pontífice menciona expresamente la influencia del elemento religioso, en la búsqueda de respuesta a las situaciones sociales conflictivas. La existencia de un Dios que es amor, la fe en Jesucristo que nos pide ocuparnos de las necesidades del prójimo, son un fuerte impulso que favorece a las personas y a las sociedades para encontrar soluciones.
Si leemos esta Encíclica desde la perspectiva de la Modernidad (siglos XVII al XX), Benedicto XVI hace una propuesta totalmente inversa a la mentalidad sembrada por la Ilustración. Si este movimiento consideraba que lo sobrenatural no debería influir nada en la vida social, política y económica, el Obispo de Roma invita a descubrir que la doctrina cristiana es una luz para entender la problemática actual, y para proponerle salidas.
Si la Ilustración propuso usar las ideas cristianas –libertad, igualdad, fraternidad– sin referencia a Dios, el Papa Ratzinger les devuelve su identidad religiosa –caridad: amor a Dios y al prójimo– para “humanizar” la globalización, para defender la vida humana y los recursos naturales del planeta.
No deja de sorprendernos la penetrante visión del Santo Padre sobre la realidad contemporánea, a la cual le ofrece una salida verdaderamente a favor del ser humano. Pero, a los que nos hemos criado en una cultura, que tiende a separar lo religioso de lo civil y de lo científico, y que suele olvidar la presencia de lo sagrado en la vida cotidiana, lo que quizá más nos asombra es que Benedicto XVI ofrece respuestas profundas, sin renunciar a su discurso religioso.
La aplicación del contenido de la “Veritas in caritate” no depende de la Iglesia, sino de los gobiernos y de los particulares. Corre el riesgo de quedar como una “utopía”, pero sólo el tiempo nos lo dirá. En cambio, el valor de este texto pontificio se ha hecho presente ya: nos muestra un cristianismo más dinámico, capaz de ofrecer principios verdaderos para orientar la vida social y económica de hoy. El cristianismo medieval y barroco construyó catedrales espléndidas; el cristianismo contemporáneo quiere construir una civilización del amor.
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domingo, 19 de julio de 2009
El factor invisible del progreso
Luis-Fernando Valdés
Benedicto XVI ha sido nuevamente noticia. En su descanso estival en Val d’Aosta, al norte de Italia, sufrió una lesión en la muñeca derecha. Es lógico que el Papa de 82 años tenga una salud física más frágil. Por contraste, con su preclara inteligencia que nos sigue sorprendiendo con brillantes escritos. Hoy quisiera compartir unas pinceladas de su reciente encíclica, que nos muestra nuevos paradigmas para la vida económica.
Titulado “Cáritas in veritáte”, el documento manifiesta una de las grandes preocupaciones del Santo Padre: que “el amor en la verdad” es un gran desafío para la Iglesia ante la globalización, porque el riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia entre los hombres y los pueblos se maneje al margen de la ética, la cual es una condición para un desarrollo realmente humano (cfr. n. 9).
Para ilustrar esta dimensión moral del progreso, el Papa hace una glosa de una encíclica sobre temas sociales, publicada por Pablo VI en 1967, llamada “Populorum progressio” (El progreso de los pueblos). No se limita a repetir una enseñanza pasada, sino que la utiliza como plataforma para repensar las cuestiones económicas que afectan a la sociedad contemporánea.
Explica el Papa que la Iglesia, estando al servicio de Dios, está al servicio del mundo “en términos de amor y verdad”. Desde ahí se entienden una gran verdad, ya enunciada por Pablo VI: “el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones”. Es una frase muy audaz: sostiene que, para que el hombre pueda progresar económicamente, debe fijarse también en otros aspectos distintos a las finanzas, al mercado, etc. ¿No suena esto a utopía?
Para Benedicto XVI no se trata de adornar la praxis económica con destellos de caridad o con obras de beneficencia (cfr. n. 11). Eso sería algo totalmente extrínseco al sistema económico. Consiste, más bien, en tomar en cuenta el aspecto sobrenatural en la concepción misma de la actividad económica.
El Pontífice apoya su propuesta en datos fácticos: por ejemplo, cuando falta la perspectiva de una vida eterna, cuando falta la esperanza espiritual, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento. Recordemos que esa fue la situación que descubrió occidente, cuando cayó el Muro de Berlín en 1989: los ciudadanos de los países comunistas (y ateos) carecían de motivación en la vida, y el resultado fue catastrófico para la economía y para la política.
Con agudeza, el Papa Ratzinger observa que, por una parte, “el hombre no se desarrolla únicamente con sus propias fuerzas”, pero por otra, “no se le puede dar sin más el desarrollo desde fuera”. Es una gran paradoja de la condición humana: un individuo aislado no puede progresar, y a la vez, necesita buscar libremente ser ayudado. En realidad, explica el Obispo de Roma, “las instituciones por sí solas no bastan, porque el desarrollo humano integral es ante todo vocación y, por tanto, comporta que se asuman libre y solidariamente responsabilidades por parte de todos” (ibidem).
Y entonces Benedicto XVI hace una propuesta muy audaz: incluir a Dios en el concepto de progreso, porque sin Él los sistemas económicos terminan por explotar y destruir a los seres humanos. “Este desarrollo exige, además, una visión trascendente de la persona, necesita a Dios: sin Él, o se niega el desarrollo, o se le deja únicamente en manos del hombre, que cede a la presunción de la auto-salvación y termina por promover un desarrollo deshumanizado” (ibidem).
Correo: lfvaldes@gmail.com
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Benedicto XVI ha sido nuevamente noticia. En su descanso estival en Val d’Aosta, al norte de Italia, sufrió una lesión en la muñeca derecha. Es lógico que el Papa de 82 años tenga una salud física más frágil. Por contraste, con su preclara inteligencia que nos sigue sorprendiendo con brillantes escritos. Hoy quisiera compartir unas pinceladas de su reciente encíclica, que nos muestra nuevos paradigmas para la vida económica.
Titulado “Cáritas in veritáte”, el documento manifiesta una de las grandes preocupaciones del Santo Padre: que “el amor en la verdad” es un gran desafío para la Iglesia ante la globalización, porque el riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia entre los hombres y los pueblos se maneje al margen de la ética, la cual es una condición para un desarrollo realmente humano (cfr. n. 9).
Para ilustrar esta dimensión moral del progreso, el Papa hace una glosa de una encíclica sobre temas sociales, publicada por Pablo VI en 1967, llamada “Populorum progressio” (El progreso de los pueblos). No se limita a repetir una enseñanza pasada, sino que la utiliza como plataforma para repensar las cuestiones económicas que afectan a la sociedad contemporánea.
Explica el Papa que la Iglesia, estando al servicio de Dios, está al servicio del mundo “en términos de amor y verdad”. Desde ahí se entienden una gran verdad, ya enunciada por Pablo VI: “el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones”. Es una frase muy audaz: sostiene que, para que el hombre pueda progresar económicamente, debe fijarse también en otros aspectos distintos a las finanzas, al mercado, etc. ¿No suena esto a utopía?
Para Benedicto XVI no se trata de adornar la praxis económica con destellos de caridad o con obras de beneficencia (cfr. n. 11). Eso sería algo totalmente extrínseco al sistema económico. Consiste, más bien, en tomar en cuenta el aspecto sobrenatural en la concepción misma de la actividad económica.
El Pontífice apoya su propuesta en datos fácticos: por ejemplo, cuando falta la perspectiva de una vida eterna, cuando falta la esperanza espiritual, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento. Recordemos que esa fue la situación que descubrió occidente, cuando cayó el Muro de Berlín en 1989: los ciudadanos de los países comunistas (y ateos) carecían de motivación en la vida, y el resultado fue catastrófico para la economía y para la política.
Con agudeza, el Papa Ratzinger observa que, por una parte, “el hombre no se desarrolla únicamente con sus propias fuerzas”, pero por otra, “no se le puede dar sin más el desarrollo desde fuera”. Es una gran paradoja de la condición humana: un individuo aislado no puede progresar, y a la vez, necesita buscar libremente ser ayudado. En realidad, explica el Obispo de Roma, “las instituciones por sí solas no bastan, porque el desarrollo humano integral es ante todo vocación y, por tanto, comporta que se asuman libre y solidariamente responsabilidades por parte de todos” (ibidem).
Y entonces Benedicto XVI hace una propuesta muy audaz: incluir a Dios en el concepto de progreso, porque sin Él los sistemas económicos terminan por explotar y destruir a los seres humanos. “Este desarrollo exige, además, una visión trascendente de la persona, necesita a Dios: sin Él, o se niega el desarrollo, o se le deja únicamente en manos del hombre, que cede a la presunción de la auto-salvación y termina por promover un desarrollo deshumanizado” (ibidem).
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El factor invisible del progreso
Luis-Fernando Valdés
Benedicto XVI ha sido nuevamente noticia. En su descanso estival en Val d’Aosta, al norte de Italia, sufrió una lesión en la muñeca derecha. Es lógico que el Papa de 82 años tenga una salud física más frágil. Por contraste, con su preclara inteligencia que nos sigue sorprendiendo con brillantes escritos. Hoy quisiera compartir unas pinceladas de su reciente encíclica, que nos muestra nuevos paradigmas para la vida económica.
Titulado “Cáritas in veritáte”, el documento manifiesta una de las grandes preocupaciones del Santo Padre: que “el amor en la verdad” es un gran desafío para la Iglesia ante la globalización, porque el riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia entre los hombres y los pueblos se maneje al margen de la ética, la cual es una condición para un desarrollo realmente humano (cfr. n. 9).
Para ilustrar esta dimensión moral del progreso, el Papa hace una glosa de una encíclica sobre temas sociales, publicada por Pablo VI en 1967, llamada “Populorum progressio” (El progreso de los pueblos). No se limita a repetir una enseñanza pasada, sino que la utiliza como plataforma para repensar las cuestiones económicas que afectan a la sociedad contemporánea.
Explica el Papa que la Iglesia, estando al servicio de Dios, está al servicio del mundo “en términos de amor y verdad”. Desde ahí se entienden una gran verdad, ya enunciada por Pablo VI: “el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones”. Es una frase muy audaz: sostiene que, para que el hombre pueda progresar económicamente, debe fijarse también en otros aspectos distintos a las finanzas, al mercado, etc. ¿No suena esto a utopía?
Para Benedicto XVI no se trata de adornar la praxis económica con destellos de caridad o con obras de beneficencia (cfr. n. 11). Eso sería algo totalmente extrínseco al sistema económico. Consiste, más bien, en tomar en cuenta el aspecto sobrenatural en la concepción misma de la actividad económica.
El Pontífice apoya su propuesta en datos fácticos: por ejemplo, cuando falta la perspectiva de una vida eterna, cuando falta la esperanza espiritual, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento. Recordemos que esa fue la situación que descubrió occidente, cuando cayó el Muro de Berlín en 1989: los ciudadanos de los países comunistas (y ateos) carecían de motivación en la vida, y el resultado fue catastrófico para la economía y para la política.
Con agudeza, el Papa Ratzinger observa que, por una parte, “el hombre no se desarrolla únicamente con sus propias fuerzas”, pero por otra, “no se le puede dar sin más el desarrollo desde fuera”. Es una gran paradoja de la condición humana: un individuo aislado no puede progresar, y a la vez, necesita buscar libremente ser ayudado. En realidad, explica el Obispo de Roma, “las instituciones por sí solas no bastan, porque el desarrollo humano integral es ante todo vocación y, por tanto, comporta que se asuman libre y solidariamente responsabilidades por parte de todos” (ibidem).
Y entonces Benedicto XVI hace una propuesta muy audaz: incluir a Dios en el concepto de progreso, porque sin Él los sistemas económicos terminan por explotar y destruir a los seres humanos. “Este desarrollo exige, además, una visión trascendente de la persona, necesita a Dios: sin Él, o se niega el desarrollo, o se le deja únicamente en manos del hombre, que cede a la presunción de la auto-salvación y termina por promover un desarrollo deshumanizado” (ibidem).
Correo: lfvaldes@gmail.com
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Benedicto XVI ha sido nuevamente noticia. En su descanso estival en Val d’Aosta, al norte de Italia, sufrió una lesión en la muñeca derecha. Es lógico que el Papa de 82 años tenga una salud física más frágil. Por contraste, con su preclara inteligencia que nos sigue sorprendiendo con brillantes escritos. Hoy quisiera compartir unas pinceladas de su reciente encíclica, que nos muestra nuevos paradigmas para la vida económica.
Titulado “Cáritas in veritáte”, el documento manifiesta una de las grandes preocupaciones del Santo Padre: que “el amor en la verdad” es un gran desafío para la Iglesia ante la globalización, porque el riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia entre los hombres y los pueblos se maneje al margen de la ética, la cual es una condición para un desarrollo realmente humano (cfr. n. 9).
Para ilustrar esta dimensión moral del progreso, el Papa hace una glosa de una encíclica sobre temas sociales, publicada por Pablo VI en 1967, llamada “Populorum progressio” (El progreso de los pueblos). No se limita a repetir una enseñanza pasada, sino que la utiliza como plataforma para repensar las cuestiones económicas que afectan a la sociedad contemporánea.
Explica el Papa que la Iglesia, estando al servicio de Dios, está al servicio del mundo “en términos de amor y verdad”. Desde ahí se entienden una gran verdad, ya enunciada por Pablo VI: “el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones”. Es una frase muy audaz: sostiene que, para que el hombre pueda progresar económicamente, debe fijarse también en otros aspectos distintos a las finanzas, al mercado, etc. ¿No suena esto a utopía?
Para Benedicto XVI no se trata de adornar la praxis económica con destellos de caridad o con obras de beneficencia (cfr. n. 11). Eso sería algo totalmente extrínseco al sistema económico. Consiste, más bien, en tomar en cuenta el aspecto sobrenatural en la concepción misma de la actividad económica.
El Pontífice apoya su propuesta en datos fácticos: por ejemplo, cuando falta la perspectiva de una vida eterna, cuando falta la esperanza espiritual, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento. Recordemos que esa fue la situación que descubrió occidente, cuando cayó el Muro de Berlín en 1989: los ciudadanos de los países comunistas (y ateos) carecían de motivación en la vida, y el resultado fue catastrófico para la economía y para la política.
Con agudeza, el Papa Ratzinger observa que, por una parte, “el hombre no se desarrolla únicamente con sus propias fuerzas”, pero por otra, “no se le puede dar sin más el desarrollo desde fuera”. Es una gran paradoja de la condición humana: un individuo aislado no puede progresar, y a la vez, necesita buscar libremente ser ayudado. En realidad, explica el Obispo de Roma, “las instituciones por sí solas no bastan, porque el desarrollo humano integral es ante todo vocación y, por tanto, comporta que se asuman libre y solidariamente responsabilidades por parte de todos” (ibidem).
Y entonces Benedicto XVI hace una propuesta muy audaz: incluir a Dios en el concepto de progreso, porque sin Él los sistemas económicos terminan por explotar y destruir a los seres humanos. “Este desarrollo exige, además, una visión trascendente de la persona, necesita a Dios: sin Él, o se niega el desarrollo, o se le deja únicamente en manos del hombre, que cede a la presunción de la auto-salvación y termina por promover un desarrollo deshumanizado” (ibidem).
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El factor invisible del progreso
Luis-Fernando Valdés
Benedicto XVI ha sido nuevamente noticia. En su descanso estival en Val d’Aosta, al norte de Italia, sufrió una lesión en la muñeca derecha. Es lógico que el Papa de 82 años tenga una salud física más frágil. Por contraste, con su preclara inteligencia que nos sigue sorprendiendo con brillantes escritos. Hoy quisiera compartir unas pinceladas de su reciente encíclica, que nos muestra nuevos paradigmas para la vida económica.
Titulado “Cáritas in veritáte”, el documento manifiesta una de las grandes preocupaciones del Santo Padre: que “el amor en la verdad” es un gran desafío para la Iglesia ante la globalización, porque el riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia entre los hombres y los pueblos se maneje al margen de la ética, la cual es una condición para un desarrollo realmente humano (cfr. n. 9).
Para ilustrar esta dimensión moral del progreso, el Papa hace una glosa de una encíclica sobre temas sociales, publicada por Pablo VI en 1967, llamada “Populorum progressio” (El progreso de los pueblos). No se limita a repetir una enseñanza pasada, sino que la utiliza como plataforma para repensar las cuestiones económicas que afectan a la sociedad contemporánea.
Explica el Papa que la Iglesia, estando al servicio de Dios, está al servicio del mundo “en términos de amor y verdad”. Desde ahí se entienden una gran verdad, ya enunciada por Pablo VI: “el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones”. Es una frase muy audaz: sostiene que, para que el hombre pueda progresar económicamente, debe fijarse también en otros aspectos distintos a las finanzas, al mercado, etc. ¿No suena esto a utopía?
Para Benedicto XVI no se trata de adornar la praxis económica con destellos de caridad o con obras de beneficencia (cfr. n. 11). Eso sería algo totalmente extrínseco al sistema económico. Consiste, más bien, en tomar en cuenta el aspecto sobrenatural en la concepción misma de la actividad económica.
El Pontífice apoya su propuesta en datos fácticos: por ejemplo, cuando falta la perspectiva de una vida eterna, cuando falta la esperanza espiritual, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento. Recordemos que esa fue la situación que descubrió occidente, cuando cayó el Muro de Berlín en 1989: los ciudadanos de los países comunistas (y ateos) carecían de motivación en la vida, y el resultado fue catastrófico para la economía y para la política.
Con agudeza, el Papa Ratzinger observa que, por una parte, “el hombre no se desarrolla únicamente con sus propias fuerzas”, pero por otra, “no se le puede dar sin más el desarrollo desde fuera”. Es una gran paradoja de la condición humana: un individuo aislado no puede progresar, y a la vez, necesita buscar libremente ser ayudado. En realidad, explica el Obispo de Roma, “las instituciones por sí solas no bastan, porque el desarrollo humano integral es ante todo vocación y, por tanto, comporta que se asuman libre y solidariamente responsabilidades por parte de todos” (ibidem).
Y entonces Benedicto XVI hace una propuesta muy audaz: incluir a Dios en el concepto de progreso, porque sin Él los sistemas económicos terminan por explotar y destruir a los seres humanos. “Este desarrollo exige, además, una visión trascendente de la persona, necesita a Dios: sin Él, o se niega el desarrollo, o se le deja únicamente en manos del hombre, que cede a la presunción de la auto-salvación y termina por promover un desarrollo deshumanizado” (ibidem).
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
Benedicto XVI ha sido nuevamente noticia. En su descanso estival en Val d’Aosta, al norte de Italia, sufrió una lesión en la muñeca derecha. Es lógico que el Papa de 82 años tenga una salud física más frágil. Por contraste, con su preclara inteligencia que nos sigue sorprendiendo con brillantes escritos. Hoy quisiera compartir unas pinceladas de su reciente encíclica, que nos muestra nuevos paradigmas para la vida económica.
Titulado “Cáritas in veritáte”, el documento manifiesta una de las grandes preocupaciones del Santo Padre: que “el amor en la verdad” es un gran desafío para la Iglesia ante la globalización, porque el riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia entre los hombres y los pueblos se maneje al margen de la ética, la cual es una condición para un desarrollo realmente humano (cfr. n. 9).
Para ilustrar esta dimensión moral del progreso, el Papa hace una glosa de una encíclica sobre temas sociales, publicada por Pablo VI en 1967, llamada “Populorum progressio” (El progreso de los pueblos). No se limita a repetir una enseñanza pasada, sino que la utiliza como plataforma para repensar las cuestiones económicas que afectan a la sociedad contemporánea.
Explica el Papa que la Iglesia, estando al servicio de Dios, está al servicio del mundo “en términos de amor y verdad”. Desde ahí se entienden una gran verdad, ya enunciada por Pablo VI: “el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones”. Es una frase muy audaz: sostiene que, para que el hombre pueda progresar económicamente, debe fijarse también en otros aspectos distintos a las finanzas, al mercado, etc. ¿No suena esto a utopía?
Para Benedicto XVI no se trata de adornar la praxis económica con destellos de caridad o con obras de beneficencia (cfr. n. 11). Eso sería algo totalmente extrínseco al sistema económico. Consiste, más bien, en tomar en cuenta el aspecto sobrenatural en la concepción misma de la actividad económica.
El Pontífice apoya su propuesta en datos fácticos: por ejemplo, cuando falta la perspectiva de una vida eterna, cuando falta la esperanza espiritual, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento. Recordemos que esa fue la situación que descubrió occidente, cuando cayó el Muro de Berlín en 1989: los ciudadanos de los países comunistas (y ateos) carecían de motivación en la vida, y el resultado fue catastrófico para la economía y para la política.
Con agudeza, el Papa Ratzinger observa que, por una parte, “el hombre no se desarrolla únicamente con sus propias fuerzas”, pero por otra, “no se le puede dar sin más el desarrollo desde fuera”. Es una gran paradoja de la condición humana: un individuo aislado no puede progresar, y a la vez, necesita buscar libremente ser ayudado. En realidad, explica el Obispo de Roma, “las instituciones por sí solas no bastan, porque el desarrollo humano integral es ante todo vocación y, por tanto, comporta que se asuman libre y solidariamente responsabilidades por parte de todos” (ibidem).
Y entonces Benedicto XVI hace una propuesta muy audaz: incluir a Dios en el concepto de progreso, porque sin Él los sistemas económicos terminan por explotar y destruir a los seres humanos. “Este desarrollo exige, además, una visión trascendente de la persona, necesita a Dios: sin Él, o se niega el desarrollo, o se le deja únicamente en manos del hombre, que cede a la presunción de la auto-salvación y termina por promover un desarrollo deshumanizado” (ibidem).
Correo: lfvaldes@gmail.com
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domingo, 12 de julio de 2009
Los desafíos éticos del progreso
Luis-Fernando Valdés
El pasado 7 de julio salió a la luz la tan anunciada “encíclica social” de Benedicto XVI, titulada “Cáritas in veritate” (La caridad en la verdad). Fechado el 29 de junio, este documento pontificio trata sobre temas de gran actualidad para la vida económica y social del mundo contemporáneo.
En esta tercera Encíclica de su pontificado, el Santo Padre pone de relieve que la caridad en la verdad es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de la persona y de la humanidad. Sólo con la caridad, iluminada por la razón y por la fe, es posible alcanzar objetivos de desarrollo dotados de valor humano.
La propuesta del Obispo de Roma consiste en un desarrollo integral, basado en la caridad y en la verdad. Si la caridad se desliga de la verdad sobre el hombre y la sociedad, no pasara de ser un buen sentimiento, pero quedará al margen de las soluciones que requiere el mundo actual.
El Santo Padre no desea ofrecer soluciones técnicas a los grandes problemas sociales del mundo actual, sino que su meta es exponer unos grandes principios, que son indispensables para construir el desarrollo humano en los próximos años.
El Papa propone –entre otros temas– un importante cambio de paradigma: pasar de la mentalidad de “progreso económico” al modelo de “desarrollo humano integral”. Y enumera algunas distorsiones del desarrollo, cuando no se toma en cuenta a la persona: una actividad financiera “en buena parte especulativa”, los flujos migratorios “frecuentemente provocados y después no gestionados adecuadamente” o la “explotación sin reglas” de los recursos de la tierra.
Benedicto XVI vuelve a recordar la necesidad de la ética para que pueda surgir un recto orden económico. Explica que “son necesarios hombres rectos tanto en la política como en la economía, que estén sinceramente atentos al bien común”. También señala que la economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento, pero “no de cualquier ética sino de una ética amiga de la persona”. Además, propone que en la economía de mercado se recupere la contribución importante del “principio de gratuidad”, para que el “provecho” individualista no sea la única regla.
Resulta muy novedoso que una Encíclica aborde de modo sistemático la cuestión ecológica. El Papa sostiene que “es necesario un estilo de vida distinto por parte de toda la humanidad, en el que los deberes de cada uno con respecto al ambiente se entrelacen con los de la persona considerada en sí misma y en relación con los demás”.
No menos notable es la afirmación que “el desarrollo de los pueblos depende sobre todo del reconocimiento de ser una sola familia”. Por eso, afirma el Pontífice, la religión cristiana puede contribuir al desarrollo.
Pero más sorprendente aún es la propuesta que hace el Santo Padre para solucionar “los problemas enormes y profundos del mundo actual”. Sostiene que hace falta “una autoridad política mundial regulada por el derecho”, que respete los principios de subsidiariedad y solidaridad, y que se oriente al bien común, respetando las grandes tradiciones morales y religiosas de la humanidad.
Con su estilo tan sugerente, el Papa Ratzinger ofrece una posibles vías de solución para las cuestiones sociales y económicas. Deseamos que esta nueva Encíclica sea atendida por los principales actores de la vida social y económica: políticos, economistas, empresarios, académicos… y por todos los que deseamos un mundo verdaderamente mejor.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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El pasado 7 de julio salió a la luz la tan anunciada “encíclica social” de Benedicto XVI, titulada “Cáritas in veritate” (La caridad en la verdad). Fechado el 29 de junio, este documento pontificio trata sobre temas de gran actualidad para la vida económica y social del mundo contemporáneo.
En esta tercera Encíclica de su pontificado, el Santo Padre pone de relieve que la caridad en la verdad es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de la persona y de la humanidad. Sólo con la caridad, iluminada por la razón y por la fe, es posible alcanzar objetivos de desarrollo dotados de valor humano.
La propuesta del Obispo de Roma consiste en un desarrollo integral, basado en la caridad y en la verdad. Si la caridad se desliga de la verdad sobre el hombre y la sociedad, no pasara de ser un buen sentimiento, pero quedará al margen de las soluciones que requiere el mundo actual.
El Santo Padre no desea ofrecer soluciones técnicas a los grandes problemas sociales del mundo actual, sino que su meta es exponer unos grandes principios, que son indispensables para construir el desarrollo humano en los próximos años.
El Papa propone –entre otros temas– un importante cambio de paradigma: pasar de la mentalidad de “progreso económico” al modelo de “desarrollo humano integral”. Y enumera algunas distorsiones del desarrollo, cuando no se toma en cuenta a la persona: una actividad financiera “en buena parte especulativa”, los flujos migratorios “frecuentemente provocados y después no gestionados adecuadamente” o la “explotación sin reglas” de los recursos de la tierra.
Benedicto XVI vuelve a recordar la necesidad de la ética para que pueda surgir un recto orden económico. Explica que “son necesarios hombres rectos tanto en la política como en la economía, que estén sinceramente atentos al bien común”. También señala que la economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento, pero “no de cualquier ética sino de una ética amiga de la persona”. Además, propone que en la economía de mercado se recupere la contribución importante del “principio de gratuidad”, para que el “provecho” individualista no sea la única regla.
Resulta muy novedoso que una Encíclica aborde de modo sistemático la cuestión ecológica. El Papa sostiene que “es necesario un estilo de vida distinto por parte de toda la humanidad, en el que los deberes de cada uno con respecto al ambiente se entrelacen con los de la persona considerada en sí misma y en relación con los demás”.
No menos notable es la afirmación que “el desarrollo de los pueblos depende sobre todo del reconocimiento de ser una sola familia”. Por eso, afirma el Pontífice, la religión cristiana puede contribuir al desarrollo.
Pero más sorprendente aún es la propuesta que hace el Santo Padre para solucionar “los problemas enormes y profundos del mundo actual”. Sostiene que hace falta “una autoridad política mundial regulada por el derecho”, que respete los principios de subsidiariedad y solidaridad, y que se oriente al bien común, respetando las grandes tradiciones morales y religiosas de la humanidad.
Con su estilo tan sugerente, el Papa Ratzinger ofrece una posibles vías de solución para las cuestiones sociales y económicas. Deseamos que esta nueva Encíclica sea atendida por los principales actores de la vida social y económica: políticos, economistas, empresarios, académicos… y por todos los que deseamos un mundo verdaderamente mejor.
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