domingo, 30 de diciembre de 2012

Deseos eficaces de Paz


Año 8, número 400 (dedicado a José Antonio y Ana Ochoa)
Luis-Fernando Valdés

Es universal el deseo de paz,
y es una tarea de cada uno.
Concluye el 2012, que deja atrás grandes momentos en las familias y en la sociedad; pero no podemos negar que muchas aspiraciones de paz y de convivencia se vieron truncadas en este año, por la violencia, por las injusticias sociales y por problemas económicos. Ante este panorama, ¿cómo conservar nuestros deseos de paz para el nuevo Año?

Los seres humanos hemos nacido para la paz, como atestiguan las numerosas iniciativas a favor de la paz en el mundo, y como cada uno podemos constatar en nuestro propio interior. Sin embargo, ¿por qué la anhelada concordia no llega aún?

El Papa Benedicto, con motivo de la 46a. Jornada Mundial de la Paz, a celebrarse el próximo 1 de enero, ofrece buenas pistas para entender los obstáculos a la paz y para buscar con realismo esta armonía entre los hombres.

El Pontífice parte de que todo hombre, sin importar sus creencias, ha sido creado para la paz, y este diseño eterno tiene un reflejo en la vida personal. “El deseo de paz es una aspiración esencial de cada hombre, y coincide en cierto modo con el deseo de una vida humana plena, feliz y lograda” (Mensaje, 8.XII.2012, n.1).

La perspectiva cristiana no se limita sólo a esperar milagros, sino que busca acción. Esta doctrina afirma que como Dios se hizo hombre en Jesucristo, todo lo humano se lleva a cabo mediante el binomio ‘don divino’ y ‘tarea humana’. Por eso, explica el Santo Padre, “la paz es al mismo tiempo un don mesiánico y una obra humana”.

Es un don, porque la consecución de esta profunda aspiración no es totalmente alcanzable por el ser humano, sino que requiere una ayuda de lo Alto. “El hombre está hecho para la paz, que es un don de Dios”, afirma Benedicto XVI.

Nuestra experiencia de la insuficiencia de los esfuerzos humanos para erradicar la violencia y la injusticia, hace creíble la sugerencia del Papa: “para llegar a ser un auténtico trabajador por la paz, es indispensable cuidar la dimensión trascendente y el diálogo constante con Dios, Padre misericordioso”.

En esta dimensión religiosa de la paz, el hombre podrá “vencer ese germen de oscuridad y de negación de la paz que es el pecado en todas sus formas: el egoísmo y la violencia, la codicia y el deseo de poder y dominación, la intolerancia, el odio y las estructuras injustas”.

Como la paz es también una tarea humana, es importante quitar los obstáculos que impidan entorpezcan el esfuerzo para buscar la solidaridad y la concordia. Y Benedicto XVI se fija en dos dificultades culturales que atropellan al hombre:

1) “Una condición previa para la paz es el desmantelamiento de la dictadura del relativismo moral”, pues niega que exista una base moral común a todos, sin la cual es imposible exigir el respeto a la dignidad de cada persona.

2) Es importante superar la visión ética de tipo subjetivista y pragmática, que atropellan al ser humano, porque basan la convivencia en criterios de poder o de beneficio y así el hombre se convierte un medio y no en un fin.

Estas son las claves para que sigamos buscando un mundo mejor, y sean eficaces nuestros deseos de concordia y amor en el nuevo Año: estar abiertos a rezar por la paz, y respetar profundamente a cada ser humano.

Y me uno a los augurios del Santo Padre: “pido a Dios, Padre de la humanidad, que nos conceda la concordia y la paz, para que se puedan cumplir las aspiraciones de una vida próspera y feliz para todos.”

domingo, 23 de diciembre de 2012

¿Tiene algún sentido la Navidad?


Año 8, número 399
Luis-Fernando Valdés

Ya está cerca la Noche buena. Las reuniones con los familiares y amigos nos llenan de ilusión. Los regalos expresan el cariño y la cena manifiesta la hospitalidad. La Navidad es entrañable, pero ¿conserva todavía algún sentido religioso? ¿La Navidad nos dice todavía algo a los hombres y mujeres de hoy?
Benedicto XVI enciende una vela para significar
el nacimiento de Jesucristo,  Luz del mundo

El 25 de diciembre es la fecha que los Primeros Cristianos escogieron para celebrar el nacimiento de Jesucristo, porque ese día ocurre el equinoccio de invierno, cuando el sol termina su parábola descendente y empieza a haber más tiempo de luz que de oscuridad. El significado es que Cristo es la victoria de la luz sobre las tinieblas.

Pero la Navidad ya casi no tiene un significado espiritual para el hombre moderno. El hombre de hoy ha vencido los límites de la gravedad y llegado a la Luna y a Marte; además, ya descifró el mapa del mundo microscópico de los genes (el genoma). El universo ya no tiene secretos para él, entonces ¿para qué recurrir a Dios?

El hombre del siglo XXI ha inventado las comunicaciones instantáneas y así el planeta se ha convertido en una “aldea global” (Marshall McLuhan). Y con internet, la web ofrece todo tipo de conocimientos: libros, música, imágenes, mapas. Todo el saber de la humanidad está a un “clic” de distancia. ¿Qué nos añade acudir a Dios?

La sociedad actual se presenta a sí misma como autosuficiente: dice que no necesita de ningún dios para ser solidaria, tolerante y justa; afirma que el progreso tecnológico y económico –no la oración ni los ritos religiosos– ha traído esperanza y bienestar.

Sin embargo, basta un repaso a las noticias del mundo para que esa autosuficiencia se derrumbe. Hoy mismo contrasta la sociedad de consumo (“Black Friday”, “el buen fin”) con las hambrunas de África. Hoy mismo vemos a niños destrozados por el uso de las armas, por el terrorismo y por cualquier tipo de violencia, en una época en que se invoca y proclama por doquier el progreso, la solidaridad y la paz para todos.

A pesar del progreso técnico, el hombre no progresa moralmente: sigue siendo el mismo. En todo ser humano perdura el drama interior: el riesgo de la libertad que puede elegir el mal para sí mismo o para los demás.

Por eso, como explica Benedicto XVI, los contrastes entre el progreso de unos y la miseria de muchos, entre los discursos pacifistas y la violencia diaria, son en realidad una “desgarradora petición de ayuda” (Mensaje "Urbi et Orbi", Navidad 2006).

Los hombres y las mujeres de hoy también “necesitan quizás aún más un Salvador, porque la sociedad en la que vive se ha vuelto más compleja y se han hecho más insidiosas las amenazas para su integridad personal y moral” (Ibídem).

Ante estos peligros para el ser humano, “¿quién puede defenderlo –pregunta el Papa– sino Aquél que lo ama hasta sacrificar en la cruz a su Hijo unigénito como Salvador del mundo?”

También hoy la Navidad conserva su pleno sentido religioso. Celebramos que entra en el mundo “la luz verdadera, que alumbra a todo hombre” (Juan 1, 9). “Hoy, también hoy, nuestro Salvador ha nacido en el mundo, porque sabe que lo necesitamos” (Ibídem).

El ejemplo y las enseñanzas de Jesús nos muestran cómo superar las injusticias y la violencia, mediante el amor total y desinteresado a Dios y a los demás. Celebrar la Navidad es una manera de expresar que estamos alegres porque tenemos un Salvador, que nos permite superar la debilidad de nuestra propia libertad, superar el mal y ser solidarios, pacíficos y justos.
¡Felices fiestas para todos!

domingo, 16 de diciembre de 2012

El Papa y Twitter : vanguardia recuperada


Año 8, número 398
Luis-Fernando Valdés

Una vez más, el Papa fue noticia. Ahora por empezar a enviar mensajes por medio de Twitter. Los medios destacan la conjunción de un raro binomio: la Iglesia y la comunicación contemporánea. ¿Hay una verdadera antinomia entre fe y progreso?

El Papa Benedicto se estrenó en el mundo de los tuits, en una fecha llena de alegorías: el día 12, del mes 12, del año 12 a las 12:12 horas. Nada más abrir la cuenta @pontifex en ocho idiomas, el número de suscriptores fue exponencial hasta llegar hoy a un millón doscientos mil.


El esperado primer mensaje –que alcanzó 100 mil retuits rápidamente– estuvo caracterizado por la alegría y una bendición: “Queridos amigos, me uno a vosotros con alegría por medio de Twitter. Gracias por vuestra generosa respuesta, os bendigo a todos de corazón”.

La entrada del Papa al mundo de la comunicación instantánea fue gradual, y muy pensada. Se remonta a 2010, cuando la agencia española de publicidad 101 envió una carta al Vaticano para sugerirle cómo podía utilizar los medios sociales para comunicarse.

Esta agencia se ha encargado de la cuenta del papa en Twitter, del portal de noticias del Vaticano y de una aplicación para móvil que estará disponible, previsiblemente, en enero de 2013 y que permitirá seguir en directo las intervenciones del Papa.

La prudencia para dar este paso nada tiene que ver el rechazo por lo moderno. Sin embargo, la historiografía laica contemporánea suele situar a la Iglesia como una institución del pasado (del “medioevo”), la cual se aferraría a sus tradiciones para mantener el poder temporal del que gozó en siglos anteriores.

Nada menos verdadero que eso. Fiel a su misión de llevar el Evangelio a todos los rincones de la tierra, la Iglesia desde su comienzo se ha valido de todos los instrumentos de vanguardia a su disposición para transmitir el mensaje de Jesucristo.

Para empezar, los primeros cristianos utilizaron la escritura para conservar el mensaje revelado (así se formó el Nuevo Testamento). San Pablo empleó los medios de transporte de su época para sus viajes apostólicos a la largo del mundo mediterráneo.

Por eso, que los Pontífices contemporáneos utilicen los medios de comunicación recientes no es novedad. Pío XII se hizo famoso por sus radiomensajes durante la Segunda Guerra Mundial. Juan XXIII y Pablo VI irrumpieron en el mundo de las transmisiones por televisión. Juan Pablo II puso en marcha la página web del Vaticano.

¿Por qué, pues, algunos se extrañan de que Benedicto XVI abra una cuenta de Twitter? Quizá porque siguen sujetos a ese estereotipo que atribuye a la Iglesia los adjetivos de “retrógrada” o “antigua”, con sentido despectivo.

Sin embargo, el fondo de la cuestión es otro. Si la Iglesia se opone a lo que un sector del mundo contemporáneo aprueba a nombre de la libertad (aborto, eutanasia, etc.), no es porque esté buscando volver al pasado, sino por la convicción que el mensaje de Jesús, conservado y transmitido por la Tradición y la Biblia, sigue siendo válido para nuestra época.

El “Año de la fe” convocado por Benedicto XVI tiene esa finalidad: iluminar desde la fe bimilenaria, desde los principios universales sobre Dios y sobre el hombre, la situación actual del mundo de hoy. Y el Twitter no es sino una herramienta para comunicarlo.

El tuit del Papa en realidad es un desafío. Lo que va de fondo no es que la Iglesia se abra al mundo de hoy, sino al revés, es una invitación al hombre de hoy a encontrar el sentido de su vida en el mensaje de siempre del Evangelio.

domingo, 9 de diciembre de 2012

El último bastión del Papa


Año 8, número 397
Luis-Fernando Valdés

Hace unos días Benedicto XVI publicó una normativa para las instituciones caritativas de la Iglesia católica. Parecería tratarse de un documento disciplinar, pero en realidad es una nueva “ofensiva” del Papa en su batalla contra el laicismo.

Benedicto XVI defiende el sentido religioso
de la caridad cristiana.
Desde el comienzo de su pontificado, el Papa alemán ha hecho frente al laicismo. Primero fue la fuerte denuncia a la “dictadura del relativismo” (abril 2005). Más adelante –entre otras medidas– propuso enfrentar la crisis financiera mundial desde la ética cristiana, con la Encíclica “Cáritas in veritate” (29.VI.2009).

Con el documento “De caritate ministranda” (“El servicio de la caridad”, 11.XI.2012), el Pontífice señala claramente que las instituciones católicas de beneficencia deben tener muy clara su propia identidad religiosa, y señala que “es preciso garantizar que la gestión [de las iniciativas de caridad] se lleve a cabo de acuerdo con las exigencias de las enseñanzas de la Iglesia”.

Sin mencionarlo expresamente, Benedicto XVI se está enfrentando al laicismo que desde finales del siglo XVIII se ha ido apoderando de las “banderas cristianas”. La Ilustración tomó los grandes ideales cristianos, pero los despojo de su sentido religioso: la libertad, la igualdad y la fraternidad dejaron de ser el mensaje de Jesucristo, para convertirse en temas civiles regulados por el Estado.

Una de esas “banderas” que la religión cristiana ha ido perdiendo en los últimas décadas es la caridad. Esto no significa que la gente de hoy no sea solidaria o que deje de preocuparse por los demás. Más bien, quiere decir que el “motivo” por el cual la gente es solidaria ya no es religioso.

En efecto, la caridad –que durante siglos han promovido tanto la Iglesia católica como las Iglesias reformadas y la evangélicas– se ha fundado en una razón espiritual: es la manera como los creyentes “aman al prójimo como a sí mismos”, y como buscan imitar a Cristo.

Este gran movimiento multisecular de caridad no ha desaparecido, ni siquiera con el descenso de la práctica religiosa cristiana, pero se ha transformado. Hoy día, muchas personas no creyentes o no practicantes dedican su tiempo y su dinero a labores filantrópicas. Y esto parecería confirmar que ya no hace falta ser cristiano para ser caritativo y solidario.

La gran pregunta es si se requiere ser creyente para tratar con caridad a los demás, especialmente a los más necesitados. Y Benedicto XVI responde con un gran sí, porque las actividades caritativas deben tener en cuenta no sólo las necesidades materiales de las personas, sino también las espirituales.

La caridad cristiana no se reduce a proporcionar ayuda material, aunque esto ya es muy loable. El Papa explica que los fieles deben brindar al hombre contemporáneo “no sólo sustento material, sino también sosiego y cuidado del alma”.

Insiste en que la mera ayuda material “resulta insuficiente si en ella no se puede percibir el amor por el hombre, un amor que se alimenta en el encuentro con Cristo”. Por eso, en el ejercicio de la caridad, las instituciones católicas y los fieles que trabajan en ellas deben nutrirse primero de una vida espiritual intensa.

Una solidaridad que no considere las necesidades espirituales de las personas, corre el riesgo de volverse en contra del hombre mismo, como la fraternidad ilustrada acabo por llevar a miles a la guillotina. Por eso, Benedicto XVI tiene clara la batalla de devolverle el sentido religioso a la caridad, para que no caiga el último bastión de un mundo más humano.