viernes, 30 de diciembre de 2016

Francisco explica la reforma de la curia vaticana

Año 12, número 608
Luis-Fernando Valdés

El Papa reunido con los cardenales y funcionarios del Vaticano explicó su reforma: lo que ya ha hecho y lo que seguirá. ¿Qué pretende Francisco? ¿Qué sentido tienen estas reformas?

Papa Francisco hablo a los cardenales y funcionarios
de la curia romana de conversión. (Foto: eldia.com)
1. Tres discursos históricos. Como es costumbre, cada año, poco antes de la Navidad, los papas se reúnen con cardenales, nuncios y otros funcionarios de la curia romana, para dar su felicitaciones por la Navidad.
Hasta Benedicto XVI, los pontífices solían pronunciar un discurso en el que resumían los eventos pontificios más importantes del año. Pero Francisco, desde 2014 (su segunda Navidad como Pontífice) ha utilizado este espacio para hablar de la reforma de la curia romana.
Así, en el Discurso de 2014, el Papa habló sobre algunas “enfermedades” en que podrían caer los funcionarios de la Santa Sede, y en el Discurso de 2015, a partir de la palabra “misericordia”, explicó un “catálogo de virtudes necesarias para quien presta servicio en la Curia y para todos los que quieren hacer fecunda su consagración o su servicio a la Iglesia”.
Ahora, en este 2016, el Pontífice habló sobre “la reforma de la Curia Romana”, para exponer “el cuadro de la reforma, poniendo de relieve los criterios que la guían, las medidas adoptadas, pero sobre todo la lógica de la razón de cada paso que se ha dado y de los que se darán”.

2. Objetivos de la reforma. Llama la atención que el impulso renovador de Francisco tiene como afán que el amplio organismo de gobierno de la Iglesia católica vuelva a su cometido inicial, que consiste en “colaborar con el ministerio específico del Sucesor de Pedro”, es decir, “apoyar al Romano Pontífice en el ejercicio de su potestad única, ordinaria, plena, suprema, inmediata y universal”.
Esto se traduce, explica el Papa, en que el trabajo de los Dicasterios sea conforme “a la Buena Nueva que debe ser proclamada a todos con valor y alegría, especialmente a los pobres, a los últimos y a los descartados”. O sea, estas funciones tiene una finalidad religiosa y de ayuda a los demás.
También la reforma tiene como finalidad que la Curia romana esté en sintonía con nuestra época; en palabras del Papa, que sea conforme “a los signos de nuestro tiempo y de todo lo bueno que el hombre ha logrado, para responder mejor a las necesidades de los hombres y mujeres que están llamados a servir”.

3. Una reforma de fondo. Aunque Francisco ha llevado a cabo bastantes cambios administrativos, como la reestructuración del banco vaticano, la creación de la Secretaría de comunicación y la creación del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, es importante mencionar que el Papa da prioridad al cambio interior de cada persona que ahí trabaja.
El Pontífice tiene claro que la reforma será eficaz sólo y únicamente si se realiza con hombres “renovados” y no simplemente con hombres “nuevos”, como ya señaló en su momento Pablo VI.  
El Papa insistió que no basta sólo cambiar el personal, sino que hay que llevar a los miembros de la Curia a renovarse espiritual, personal y profesionalmente, pues sin un “cambio de mentalidad” el esfuerzo funcional sería inútil.

Esperamos con ilusión que la reforma de Francisco de muchos frutos. Pero para entenderla hay que ponerse en la óptica religiosa. Por eso, la clave de la reforma vaticana consiste en dejar los criterios humanos y burocráticos, para adoptar criterios espirituales y pastorales, que permitan entender que “el corazón y el centro de la reforma es Cristo”.


viernes, 23 de diciembre de 2016

Navidad, ¿celebración civil o religiosa?

Año 12, número 607
Luis-Fernando Valdés

La Navidad se ha convertido en una festividad que alegra las ciudades de todo el mundo. Algunos dicen que el comercio y la globalización le quitaron su sentido religioso; otros afirman que lo importante es reunirse con su familia. ¿Cómo se debe celebrar la Navidad?


1. La Navidad, bajo la dialéctica de lo civil y lo religioso. En ocasiones se suele ver los festejos civiles de la Navidad en contraposición con el sentido religioso de esta fiesta. He escuchado quejas como ésta: “Nos secularizaron la Navidad”; o bien, su contraria: “¿por qué la Iglesia opina sobre cómo vivir la Navidad?”.
Ambas tienen algo de cierto, pero ninguna de las dos llega al fondo de la cuestión, que es el sentido profundamente humano de las fiestas.

2. Festejar nos hace más humanos. Los seres humanos manifestamos lo más espiritual –como el amor, la gratitud, nuestra historia, etc.– mediante nuestros sentidos. Así, las reuniones con familiares y amigos nos hacen expresar el amor y el gozo mediante los diversos aspectos de nuestra naturaleza humana: comida y bebida, música y bailes, discursos y plegarias, etc.
Cuando hacemos esto, ponemos en sintonía nuestros valores espirituales con nuestros sentimientos y nuestros sentidos, y por eso las celebraciones nos hacen más humanos, es decir, nos ayudan poco a poco a ser mejores personas y mejores ciudadanos.

3. Para superar aquella dialéctica. Es relativamente reciente la dicotomía entre lo civil y lo religioso, pues data de la Ilustración (finales del s. SVIII). En cambio, durante milenios, las fiestas civiles y la religiosas han convivido en una misma fecha, y han pasado de un sentido cívico a otro sobrenatural, con bastante naturalidad.
En el caso de la Navidad, los romanos celebraban el 25 de diciembre la fiesta del “Natalis Solis Invicti” o ‘Nacimiento del Sol invicto’, asociada al nacimiento de Apolo. Y los cristianos tomaron esa fiesta para hablar del Nacimiento de Cristo, verdadero Sol que ilumina al mundo.
En las últimas décadas, ha sucedido lo contrario: que esta fiesta religiosa de la Navidad se ha convertido en una celebración familiar, con cierto sentido comercial, y que está a nivel global, pues se vive incluso los países no cristianos (como Japón o Palestina).
Para superar la dialéctica, es importante entonces buscar lo que nos une, que es celebrar una fiesta que nos haga más humanos, más cercanos a nuestras propias familias, y más abiertos a quien le da un sentido diferente al nuestro.

3. El sentido religioso de la Navidad. El motivo espiritual de esta fiesta sigue vigente, y por eso también hoy millones de personas se reúnen en torno al altar y en torno a la mesa familiar para celebrar el Nacimiento de Jesús.
Ese sentido sobrenatural es profundo, pues celebra que Dios se hace ser humano, sin dejar de ser Dios. Esto significa que Dios es cercano, “Dios con nosotros” (eso significa “Emmanuel”). Jesucristo es Dios que se convierte en uno de los nuestros, quien asume y da un valor sobrenatural, a las realidades humanas: la familia, el amor, la amistad, el trabajo, la alegría y las penas.

Aunque en algunos ambientes, las fiestas navideñas tengan un cierto predominio comercial, vale la pena retomar sus dos sentidos, tanto el sentido festivo que nos humaniza y nos hace compartir el amor familiar, como el sentido religioso que nos invita a agradecer a Jesús, Dios hecho hombre, por su cercanía y por asumir todo lo que amamos en esta tierra.
¡Feliz Navidad para todos los lectores de “Fe y razón”!

viernes, 16 de diciembre de 2016

Conocí a un obispo enamorado de Dios

Año 12, número 606
Luis-Fernando Valdés

Falleció el Prelado del Opus Dei, un auténtico hombre de Dios, que mucho me quiso y tanto me ayudó en mi vida cristiana. Deseo compartirles hoy un homenaje personal a Mons. Javier Echevarría, en quien tuve siempre un modelo de amor a Cristo y a las almas.

Descanse en  paz Mons. Javier Echevarría Rodríguez,
Obispo y Prelado del Opus Dei (Foto: opusdei.org.mx)
1. Una vida para Dios. Javier Echevarría Rodríguez nació en Madrid (14 jun. 1932) y falleció recientemente en Roma, el pasado 12 de diciembre, fiesta de la Virgen de Guadalupe. A los 16 años pidió la admisión en el Opus Dei, para buscar la santidad en la vida cotidiana. Fue ordenado sacerdote en 1955.
Tuvo una peculiar misión en la vida, porque Dios lo puso a trabajar al lado de dos grandes figuras de la vida eclesial: el Fundador del Opus Dei, San Josemaría Escrivá de Balaguer, de quien fue secretario (1953 a 1975); y el primer sucesor de este santo, el hoy beato Álvaro del Portillo, de quien fue el colaborador más cercano (1975 a 1994).
Al fallecer Mons. Del Portillo, Javier Echevarría fue elegido Prelado del Opus Dei (20 abr. 1994) y luego ordenado obispo por san Juan Pablo II (6 ene. 1995). De ese momento, gastó sus días en dar a conocer la figura de San Josemaría y su mensaje de buscar la santidad en medio del trabajo y la vida familiar.
En sus 22 años al frente del Opus Dei, siempre estuvo muy unido a los Papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, a quien solo hace tres semanas había visitado. Además, viajó varias veces a las más de 50 circunscripciones de la Prelatura y tuvo centenares de reuniones con fieles y amigos de esta institución; ordenó a más de 500 presbíteros; escribió sin interrupción un carta pastoral cada mes (o sea, más de 250) y publicó varios libros sobre la vida cristiana.

2. Amó a Dios con gran pasión. Tuve la bendición de tratar de cerca a Mons. Echevarría, a quien los fieles de la Prelatura llamábamos sencillamente el Padre, por ser el padre de esta familia espiritual.
Se me quedaron grabadas en el alma su mirada y su voz, cada vez que nos exhortaba a amar más y más a Jesucristo. Una vez nos sugirió que aprovecháramos el silencio de esa noche, para hablar con Jesús y, con brillo en los ojos, añadió: “qué cosas le vamos decir”.
Pude asistir a no pocas Misas celebradas por él. Y siempre me impresionó la manera como miraba la Hostia Santa. Era como si con sus pupilas dijera: verdaderamente aquí está Dios. Me di cuenta de que, en verdad, este gran obispo estaba muy enamorado de Dios.

3. Con el cariño de un padre. En la homilía de la Misa exequial, Mons. Fernando Ocáriz, Vicario auxiliar de la Prelatura, comentó que durante sus últimos años en la tierra, el Padre nos pedía continuamente: “quereos mucho, ¡que os queráis cada vez más!” Y no era una mera frase, pues “impresionaba ver cómo quería a los demás”.
Su cariño también fue para mí: cuando falleció mi madre, me hizo llegar unas palabras de condolencia. Me sorprendió que me conocía por mi nombre, cuando me incorporé –junto con otros 57– al seminario de la Prelatura, en Roma. Recuerdo con emoción el abrazo tan entrañable que me dio cuando me confirió el presbiterado: lo vi feliz de que yo fuera sacerdote.
El 26 de junio de 2012, en Roma, tuve una breve conversación con él, que inició así: en tu última carta me decías esto y esto; y luego me dio tres consejos. Me impresionó que se acordara con tanto detalle, pues esa misiva se la había enviado tres meses antes. Su gran memoria era solo un reflejo de que nos quería a cada uno desde las entrañas de Cristo.
Conservo como un legado personal las palabras con las que se despidió de mí, en la última carta que me envió: “Te quiere siempre más, te bendice y te abraza tu padre, Javier”. Sé que ahora tengo a un intercesor que me conoce y me quiere en el Cielo, como lo hacía ya desde esta tierra.

Un obispo que fallece santamente es un motivo de esperanza para todo el Pueblo de Dios, porque pone de relieve que el Señor ha actuado en la vida de un ministro suyo, al que hizo capaz de vivir a fondo el gran mandamiento de amar a Dios a sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.


sábado, 10 de diciembre de 2016

“Medicamentos” para las heridas sociales

Año 12, número 605
Luis-Fernando Valdés

La sociedad actual vive amenazada por la oscuridad del desempleo, la violencia y la indiferencia. Las medidas políticas y económicas para revertir esta situación no bastan, porque se necesita erradicar la maldad del interior del hombre. ¿Qué otras soluciones se necesitan?

El arte y la belleza sanarán las heridas
del corazón del hombre de hoy. 
1. Un grave problema social. Las diversas crisis que asolan a la sociedad afectan no solo la economía o la seguridad de las familias, sino que generan un clima de miedo y sobre todo de falta de esperanza. Y una sociedad sin esperanza se torna oscura.
Ya en 2009, Benedicto XVI había denunciado un fenómeno social que hoy es todavía más intenso: “el debilitamiento de la esperanza, una cierta desconfianza en las relaciones humanas en la que aumentan los signos de resignación, de agresividad y de desesperación”.

2. La belleza como respuesta a la crisis social. Ante esas crisis sociales, junto con el gobierno y las instituciones civiles, los ciudadanos deben ser también responsables del cambio y, entre ellos, los artistas juegan un papel muy importante, porque la belleza es capaz de transformar a lo seres humanos.
Esta es la gran intuición del Papa Francisco, expresada en un mensaje enviado a los miembros de las Academias Pontificias. El Pontífice nos recuerda que los artistas son testigos de esperanza para la humanidad. Y por eso los invita a cuidar de la belleza, ya que “la belleza sanará tantas heridas del alma y del corazón del hombre de nuestro tiempo” (Radio Vaticana, 6 dic. 2016)

3. Para sanar la maldad del corazón humano. La larga experiencia histórica enseña que cuando el ser humano se deja llevar por la indiferencia y la maldad, la mente humana es capaz de ingeniar los métodos más eficaces y crueles para destruir a las demás personas, como los campos de concentración o las armas de destrucción masiva.
Para hacer enfrentar a esa triste realidad, Francisco retomó una reflexión de su encíclica ‘Laudato si’, e invitó a “prestar atención a la belleza y amarla nos ayuda a salir del pragmatismo utilitario”, pues “cuando no se aprende a pararse a apreciar y admirar las cosas bellas, no es extraño que todo se transforme en objeto de uso y de abuso sin escrúpulos”.
Por eso, Francisco en su mensaje apunta a una solución que realmente puede curar el interior herido de las personas que hacen el mal. Se trata de la belleza en todas sus manifestaciones, como el arte, la música, el cine, etc.

4. Una “chispa de esperanza”. Como la belleza es una solución clave, el Papa se dirige a los artistas, especialmente aquellos que son creyentes, y les recuerda que tienen una tarea importante: “crear obras de arte que lleven pequeñas chispas de esperanza y de confianza a los lugares en que la gente parece rendirse a la indiferencia y la maldad”.
El Pontífice les pide a los arquitectos y pintores, escultores y músicos, fotógrafos y poetas, y a los artistas de cada disciplina, que hagan “brillar la belleza, sobre todo donde la oscuridad o los tonos grises dominan la vida cotidiana”. Se trata de ofrecer ámbitos donde podamos contemplar la realidad con una nueva mirada que sepa descubrir lo bueno y lo valioso.

El reto no es solo para los profesionales del arte, sino para todos, porque para devolver el anhelo de vivir a toda una sociedad, para buscar una esperanza verdadera, todos debemos reconstruir nuestro interior, dejar la malicia y la indiferencia, para retomar los valores verdaderos. Y en esto, el arte y la belleza son un “medicamento” eficaz.