Año 10, número 503
Luis-Fernando Valdés
Terminamos el
2014, año rico tanto en acontecimientos hermosos como en tragedias. Y, aunque
al final, el año parece sombrío, tenemos la oportunidad de hacer un buen
balance personal para buscar que 2015 sea de verdad mejor.
Cuando los medios
nos ofrecen una revisión del año que está por terminar, el panorama lo dominan
las tragedias: las crisis políticas y militares, como las de Ucrania y Corea
del Norte; el fanatismo islámico, con sus decapitaciones y atentados; el
narcotráfico y todas sus tristes matanzas y secuestros; la pandemia del ébola
en África y un largo etcétera.
Sin embargo,
debemos reconocer que, detrás de las situaciones globales de la vida política,
económica y social siempre hay historias individuales. Aunque parezca que los
destinos de toda una civilización están en manos de unos pocos poderosos, la
historia en realidad se mueve también por la actuación de las personas
individuales que deciden vivir una vida llena de sentido, de valores y de fe; o
bien, esa misma historia se ve afectada por quienes llevan una existencia
mediocre, que pacta con los defectos personales, con la corrupción y se
justifica para no ser solidario.
Ante las
tragedias, pequeñas y grandes, de nuestra sociedad y del mundo, siempre debe
haber un espacio para la reflexión personal, y ver si somos personas que, con
nuestros valores y nuestras acciones, ayudamos a mejorar nuestro entorno
familiar y laboral.
Fue muy llamativo
que el Papa Francisco, en la tradicional reunión de fin de año con la Curia
romana, pronunciara un discurso
en el que invitó a los cardenales, obispos y otros funcionarios a reflexionar
sobre sus posibles fallos y defectos, que afectan a los demás.
El Pontífice les
habló de un elenco de “enfermedades”, o sea del mal funcionamiento en el
servicio a la Iglesia, con una clara finalidad: reconciliarse con Dios. Esa
invitación también es válida para el resto de los ciudadanos: hacer un examen
personal para luego pedir perdón a Dios y a los demás.
Veamos algunas de
ellas. La enfermedad de sentirse “inmortal”, “inmune” o incluso “indispensable”
en la propia labor profesional. Quien no se autocrítica, que no se actualiza,
que no trata de mejorarse es un cuerpo enfermo. Es la enfermedad de aquellos
que se transforman en patrones y se sienten superiores a todos y no al servicio
de todos.
También está la
enfermedad de la “fosilización” mental y espiritual. Es decir, aquellos que poseen
un corazón de piedra. Se trata de los que pierden la sensibilidad humana
necesaria para llorar con quienes lloran y alegrarse con aquellos que se
alegran
El Santo Padre
también destacó el “alzheimer espiritual”, que se observa en “quien ha perdido
la memoria de su encuentro con el Señor y depende sólo de sus propias pasiones,
caprichos y manías y construye a su alrededor muros y costumbres”.
“Las habladurías y
los cotilleos”, son otra de las enfermedades citadas por el Pontífice, así como
la de “divinizar a los jefes”, al ser “víctimas del carrerismo y del
oportunismo” pensando sólo en lo que se quiere obtener y no en lo que se debe
ofrecer.
Si nos examinamos
de todo esto, seguramente descubriremos que podemos cambiar nuestro enfoque en
el modo de trabajar y de servir a los demás. Y con este nuevo paradigma, al
menos nuestra historia personal contribuirá a reducir la corrupción y las fricciones.
Y así, en 2015, podremos ser repartidores de paz, constructores de solidaridad.
Les deseo a todos
los lectores y a sus familias estupendo Año nuevo, lleno de bendiciones.