Año 7, número 326
Luis-Fernando Valdés
Noruega quedó conmovida –y con ella toda Europa– por el mega-atentado que hace una semana dejó más de 90 muertos (23.VII.2011). Ese mismo fin de semana, los tiroteos en diversas localidades de Estados Unidos, dejaron al menos 7 muertos y 91 heridos. John M. Snyder, activista norteamericano a favor de la posesión de armas, declaró que estos atentados justifican que se les proporcionen armas a los civiles. Pero, ¿facilitarles el armamento es la solución?
Andreas Behring Breivik, de rojo, autor confeso de los dos atentados en Oslo. |
El problema no son las armas en sí mismas, ya que éstas pueden tener un uso recto: deportivo, o para la propia defensa, o para vigilancia, etc. La dificultad reside más bien en manos de quién se ponen, pues si caen en poder de los criminales, las consecuencias violentas no se harán no esperar.
Por eso, el Estado tiene una grave responsabilidad legislativa y policial para poder ejercitar un control claro y efectivo respecto a la posesión de armas y el tipo de armamento que se pone a disposición de los civiles.
Pero la posesión y el calibre del armamento no son el plano principal de la discusión, sino que los problemas de fondo son otros. El primero, si ante la violencia, se debe proveer de armas a los civiles; y el segundo, si el comercio de las armas deben ser parte importante de la economía de un país.
Que los ciudadanos porten armas para defenderse más que una solución o una estrategia, es una claudicación: el Estado estaría reconociendo que no puede brindar paz a la sociedad. Los ciudadanos esperan que el Estado les ofrezca el apoyo de profesionales en el uso de las armas, para defenderlos de los maleantes. Si el Estado renuncia a la defensa de su gente, si cede a la situación actual de violencia, entonces se habrá terminado el Estado de Derecho, y habremos vuelto a la Ley de la Selva.
Es una utopía pensar que por darle una pistola, la gente ya está segura. Además de poseerla, hay que saber usarla, de lo contrario se producen mayores males. Si un persona no tiene tiempo para ir a pasear o para hacer deporte, menos lo va a tener para ir al ejercicio de tiro. Además, hacer proliferar las armas produciría un ambiente de psicosis: “me pueden matar en cada esquina”.
El segundo problema de raíz: pensar que el comercio de armas es un asunto desvinculado de la ética. “Las armas convencionales o las armas pequeñas o ligeras, no deberían ser considerados un tipo de mercancía cualquiera que se pone a la venta en mercados internacionales, nacionales o regionales. Su producción, comercio y posesión tienen implicaciones éticas y sociales” (Declaración de la Santa Sede a la ONU sobre el Tratado de Comercio de Armas, 11-15.VII.2011).
La solución a este problema siempre estará al riesgo de la libertad humana, y precisamente por eso requiere de unas reglas claras que prevengan su mal uso (licencias, controles, restricciones). Y esto es deber de los legisladores de cada país. Pero la situación global de nuestra sociedad, reclama un organismo internacional de regulación, “fuerte, creíble, efectivo y preciso para mejorar la transparencia en el comercio de armas”, que sea totalmente independiente de los intereses comerciales de los fabricantes de armas.
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