domingo, 30 de julio de 2006

Tolerancia e ideología

Luis-Fernando Valdés

La tolerancia está en peligro. Este pilar de la democracia se está convirtiendo en un pretexto para olvidarse de la verdad. Pero sin referencia a la verdad, la tolerancia se convierte en instrumento de las ideologías políticas, no en un valor auténticamente humano. Si pasamos revista a la historia, veremos que poco a poco a nombre de la tolerancia, los pensadores de occidente ha dejado de la lado la consideración de la verdad. Y el resultado ha sido que el hombre ha quedado atrapado en las ideologías que lo explotan.
Antes de la Reforma protestante (1517), el poder civil y el eclesiático convivían en una extraña simbiosis en Europa. La llamada «cristiandad» era un régimen temporal que abierto deliberadamente a la influencia del cristianismo. Aunque con ingerencias mutuas, convivían el poder civil y el espiritual, incluso hasta identificarse el ser cristiano con ser ciudadano.
Pero con la crisis religiosa de la Reforma protestante se vino abajo la cristiandad, y se llegó a un conflicto bélico. El tratado de Westfalia (1648), que puso fin a la Guerra de los Treinta Años, y estableció la paz sobre un principio práctico, pero que es injusto: cujus regio, ejus religio, es decir, los pueblos profesarían la religión del Príncipe. Muy pronto se vio que ésta no era la solución, pues frecuentemente, en el territorio de un mismo Príncipe, había personas que confesaban credos distintos. Ya no coincidía el poder civil con el espiritual.
Algunos hombres, pertenecientes a diversas confesiones, y deseosos de reconstituir la unidad, propusieron algunas vías de reconciliación. Buscaron, en primer lugar, una solución en el orden doctrinal, pero desde la teología no se llegó a ningún acuerdo. Entonces, algunos de ellos sugirieron dejar de disputar en torno a los «dogmas» (es decir, interpretaciones fijas de la fe, obligatorias para todos), generadores de fanatismo, para atenerse modestamente al mensaje moral del Evangelio (según como cada uno lo pudiera entender). Se pasó de la verdad válida para todos a la verdad subjetiva.
La Ilustración partiría de estas raíces para desarrollar abiertamente el tema de la tolerancia. Los ilustrados partían de un agnosticismo que reduce toda afirmación acerca de Dios a una mera convicción subjetiva . Así la verdad religiosa seguía en el orden subjetivo, pero ahora quedaba fuera del ámbito de la razón y, por tanto, de lo verdadero. Pero en el siguiente paso, la situación se invirtió: la religión quedó al servicio del Estado. Jean-Jacques Rousseau, en su obra El Contrato Social (Parte IV, Cap. 8), afirmó que las opiniones de los súbditos no interesan a la comunidad. Lo que le importa al Estado, es que cada ciudadano «tenga una religión que le haga amar sus deberes». Ya no quedó ninguna referencia a la verdad, sino a la utilidad: servir al Estado.
Y esta es la herencia que recibimos. Seguimos en el pasado, con miedo a que hablar de la verdad religiosa desencadene guerras, o dé lugar a una supuesta quema de brujas. Y por eso, con la fuerza de un dogma, se nos enseña que para no pelear y para que haya armonía, debemos evitar tocar el tema de la verdad. Nos repiten, como un logro de la Ilustración, que la religión es sólo un mito, porque se tiene miedo quizá que alguno quiera imponerla violentamente a los demás.
En realidad, el costo de esta malentendida tolerancia ha sido forzarnos a renunciar a nuestra capacidad de conocer la verdad. Y así nos imponen las ideologías. Sólo quien se pregunta por la verdad, puede liberarse de las ideologías. Busquemos la auténtica tolerancia, aquella que no renuncia a la verdad, aquella que no solapa a las ideologías.

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domingo, 23 de julio de 2006

Educados en la violencia

Luis-Fernando Valdés

Al finalizar cada curso académico, hacemos balance y, junto a todos los logros, vemos que en nuestro país –y prácticamente en todos–la violencia en las escuelas no ha disminuido. Y tampoco las agresiones en los lugares de diversión han bajado. ¿Dónde está la solución? ¿Será suficiente aumentar el presupuesto educativo y promover una campaña publicitaria a favor del respeto?
La base del problema radica en la concepción que se tenga de la educación. Para los clásicos griegos, la «paideia» no se limitaba a sumistrar conocimientos teóricos, sino que intentaba también forjar el carácter de los niños y los jóvenes, mediante las virtudes. Aristóteles recomendaba la educación moral de los niños, para que no se convirtieran en seres rebeldes e incivilizado. Comparaba esa educación ética con el entrenamiento físico, y explicaba que igual que nos volvemos fuertes y diestros al hacer cosas que requieren fuerza y destreza, también nos volvemos buenos al practicar acciones buenas.
El Estagirita explicaba que habituarse a un buen comportamiento nos hace ser buenos, y entonces estamos en mejores condiciones de entender las ventajas y las razones de la bondad moral. Ese buen obrar moral sirve como entrenamiento para conseguir el control sobre las las malas inclinaciones de nuestra naturaleza y nos hace así seres humanos libres.
Estos principios educativos fueron la base incuestionable de la educación durante siglos en la historia de Occidente, hasta que filósofo y pedagogo ilustrado Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) revolucionó el concepto de educación. Este pensador consideraba que la naturaleza del niño era originariamente buena y libre de pecado. La educación debía proporcionar terreno donde florecer su innata buena naturaleza, sin necesidad de corregir nada.
«Cuando me imagino –escribía el pedagogo francés– a un niño de diez o doce años, sano, fuerte y bien desarrollado, sólo nacen en mí pensamientos agradables. Lo veo brillante, vehemente, vigoroso, despreocupado, absorto en el presente, regocijándose en su vitalidad. El único hábito que se le debería permitir adquirir es el no contraer ninguno, prepararlo para el reinado de la libertad y ejercicio de sus posibilidades».
Según este Autor, la moral no debía venir de códigos externos ni ser ordenada socialmente, pues eso sería un asalto al derecho del niño a desarrollarse libremente. Bastaba con motivarle a poner en acción sus sentimientos generosos, para así sacar a flote su auténtica y benevolente naturaleza: «Un niño no puede jamás ser acusado de maldad, porque la mala acción depende de la mala intención y eso él no lo tendrá nunca».
Es cierto que las ideas de Rousseau contribuyeron a humanizar la educación en una época de excesiva rigidez y dureza. Pero, seguramente, él mismo se sorprendería que la gran influencia que sus ideas han tenido en la pedagogía actual, ha derivado en un permisivismo casi radical: como nadie puede ser sometido a reglas, pues se traumaría, todos tienen permiso de hacer lo que deseen. De esta raíz surge la violencia: si nadie puede poner límites ¿quién va a impedir que un muchacho agreda a los demás? ¿quién va a detener el impulso de un joven hacia una mujer?
Haber abandonado la educación como formación en la virtud nos ha traído unos niveles de violencia y de fracaso escolar que nadie había imaginado. Dimos mucho crédito a quienes pensaban ahorrarnos a todos, y en especial a las nuevas generaciones, el esfuerzo diario por ser buenas personas. Y ese esfuerzo personal es precisamente la solución.

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domingo, 16 de julio de 2006

Familia e ideología

Luis-Fernando Valdés

Hace veinte años, se decía que para no entrar en discusiones, se debían evitar dos temas: la política y la religión. Hoy parece que se debería incluir un tercer tópico: la familia. Aunque todos estamos de acuerdo en que la familia es un valor fundamental, no todos pensamos lo mismo respecto a qué es esta esencial institución natural. ¿Por qué se ha dado este cambio? ¿Cuál es la razón por la que hablar de las familias se ha vuelto un terreno polémico? La familia es ahora punto de discusión porque se le ha colocado en el ámbito de la ideología.
En las conclusiones del Congreso Teológico-Pastoral, celebrado en el marco del reciente V Encuentro Mundial de las Familias, llevado a cabo en Valencia, España, se advierte que «la familia está sometida a una crisis sin precedentes en la historia. Las razones se encuentran sobre todo en los factores culturales e ideológicos».
Esas mismas conclusiones afirman que si la familia ahora se está desintegrando, y que si hoy mismo se proponen nuevos modelos de unión para formar un hogar, es porque en el fondo –y en la superficie– hay una mentalidad que tiende a eliminar los valores. Es decir, la raíz del problema no es únicamente de tipo práctico, como lo son la falta de comunicación entre esposos y la carencia de preparación para educar a los hijos, o de índole económica. El origen de esta difícil situación para la familia tiene también un origen ideológico.
Se trata de un modo de pensar basado en el relativismo («como no existe la verdad, que cada uno haga lo que le dé su gana, y sin que nadie le diga nada»), y siempre conlleva a un modo de vivir individualista. En otras palabras, cuando se parte de que cada persona está desconectada de las demás, el modelo familiar tradicional se ve como un atentado contra esa libertad individualista.
Explica Benedicto XVI que «en la cultura actual se exalta muy a menudo la libertad del individuo concebido como sujeto autónomo, como si se hiciera él sólo y se bastara a sí mismo, al margen de su relación con los demás y ajeno a su responsabilidad ante ellos. Se intenta organizar la vida social sólo a partir de deseos subjetivos y mudables, sin referencia alguna a una verdad objetiva previa como son la dignidad de cada ser humano y sus deberes y derechos inalienables a cuyo servicio debe ponerse todo grupo social» (Homilía, 9.VII.06).
Aunque existan seres humanos que reclamen el individualismo como forma de vivir, es un hecho que ningún hombre se ha dado el ser a sí mismo ni ha adquirido por sí solo los conocimientos elementales para la vida. Al contrario, todos hemos recibido de otros la vida y las verdades básicas para vivir, y estamos llamados a alcanzar la felicidad en relación y comunión amorosa con los demás.
Además, la familia se nos muestra así como una comunidad de generaciones y garante de un patrimonio de tradiciones. La ideología relativista, por el contrario, propone que el individuo está aislado en el presente, sin pasado que le sirva como riqueza y como punto de referencia.
Esta realidad de haber recibido el ser y la educación en el seno familiar, y de vivir en una tradición cultural, se convierte hoy día en un poderoso argumento para revalorar el modelo natural de la familia. Así cobran sentido las palabras del Romano Pontífice: «La familia, fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, expresa esta dimensión relacional, filial y comunitaria, y es el ámbito donde el hombre puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral» (ibidem).

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domingo, 9 de julio de 2006

La familia en crisis

Luis-Fernando Valdés

Entre la final del Mundial de Futbol que se juega hoy, y la larga semana post-electoral de nuestro País, hay un evento que quizá va a pasar muy desapercibido. Se trata del V Encuentro Mundial de las Familias, que inició ayer, en Valencia, España, y que hoy será clausurado por el Papa Benedicto XVI.
La primera reunión se celebró en Roma en 1994, con motivo del Año Internacional de la Familia, promovido por las Naciones Unidas. En aquella ocasión, Juan Pablo II escribió una larga y apasionada meditación sobre la familia, que dirigió en forma de «Carta» a las familias de todo el mundo. A ese primer gran encuentro de las familias le siguieron otros: el de Río de Janeiro, en 1997; el de Roma, en 2000 con motivo del Jubileo de las Familias; el de Manila en 2004, donde el Papa polaco no pudo participar personalmente, pero envió un mensaje audiovisual.
¿Por qué la Iglesia elabora este montaje mundial para hablar de la familia? Los últimos Papas han manifestado que la familia está en crisis, y este Encuentro es una respuesta a esta situación conflictiva. A nivel práctico, constatamos cuánto sufrimiento y dolor se dan cita cuando se divide una familia, cuando sus miembros se quedan solos o no se saben comprendidos. Vemos niños huérfanos de padres vivos, somos testigos de hijos maltratados o abandonados.
A nivel teórico, la crisis no es menos fuerte. Observamos en el debate público que hoy se proponen modelos que no pueden ser aceptados como familia, porque no corresponden a la naturaleza del ser humano. Y esta situación a nivel de ideas es muy importante, porque para superar los problemas prácticos, la gente de a pie necesita un punto de referencia teórico, del que pueda obtener orientación cuando vienen situaciones de conflicto.
La clave de esta crisis está en que muchas personas no tienen claro cuál modelo de familia seguir. Y no lo tienen, porque nuestra cultura no acepta que se puede hablar de la verdad. En la práctica, quien sigue un paradigma de familia que no es verdadero, está destinado a fracasar.
Una solución a la crisis de las familias quizá debe iniciar por la búsqueda de una cultura de la verdad. Cuando todos —sin importar nuestra ideología, ni nuestra religión— nos acostumbremos a dialogar con nuestra propia conciencia, y a buscar la verdad en vez de justificar nuestros intereses o debilidades, descubriremos que la verdad nos une y que juntos podemos superar cualquier crisis.
El esfuerzo actual de los pensadores, teólogos, pedagogos y numerosos padres de familia que participan en congresos como este Encuentro Mundial de las Familias consiste en mostrar la validez teórica y práctica del modelo cristiano de familia, que se basa en la unión exclusiva y para siempre de un hombre y una mujer, con el fin de amarse y de procrear y educar a sus hijos.
La verdad sobre la familia se apoya en los más profundos deseos del ser humano. Por eso, el modelo cristiano no está lejos de las aspiraciones de los hombre y mujeres de buena voluntad. Por eso, como afirma el teólogo español Augusto Sarmiento, cuando «se desvincula de su raíz al matrimonio y a la familia, pierden su significado específico y pasan a ser unos términos que se pueden emplear para referirse a cualquier tipo de unión o forma de convivir. Pero en el corazón de cada hombre y de cada mujer resuena siempre imborrable el eco del plan de Dios: la familia fundada en el matrimonio indisoluble, de un hombre y una mujer».

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domingo, 2 de julio de 2006

Democracia y unidad

Luis-Fernando Valdés

Hoy es el día. Me ilusiona pensar que usted lee esta columna mientras hace fila para depositar su voto, o que está llegando a casa, después de emitir su sufragio. Quisiera compartirles, a propósito de esta jornada electoral, dos breves reflexiones sobre la actitud auténticamente democrática.
La primera es sobre la unidad. Al final de este día, seguramente, ya sabremos quién será el nuevo Presidente de México. Como es lógico, después de ver las últimas encuestas, la elección va a ser muy cerrada y, por eso, no todos van a estar contentos con el resultado de las elecciones. Pero esta situación no debe romper la unidad de nuestro País.
Un posible enfrentamiento entre facciones sería una muestra de no entender la democracia moderna. Este sistema político fue diseñado para que una pluralidad de modos legítimos de pensar pudieran convivir en una misma nación, sin que esa multiformidad fuera motivo de conflicto. Se supone que este procedimiento busca evitar el enfrentamiento, para que juntos busquemos el bien del país. Y así, mediante los votos, una mayoría gana y los demás acuerdan respetar esa decisión.
La democracia debe garantizar un clima que permita esa convivencia de pareceres. Esa garantía se manifiesta en el respeto y la tolerancia (esta última noción requeriría muchas precisiones, que hoy no podemos tocar). De ahí que quien reaccionara violentamente ante un resultado electoral que no fue de su agrado, manifestaría que no ha entendido la democracia.
Un enfrentamiento supondría que hay por lo menos dos posturas que no pueden convivir —vivir juntas—, y por eso, una busca eliminar a las otras. En la democracia esa actitud no cabe, porque hay una realidad previa a cada una de esas posiciones. Se trata de la Nación. Todos formamos una misma Nación y, dentro de ella, convivimos todos. Hay una realidad histórica, cultural, lingüística previa a todas las ideologías políticas. La democracia busca —al menos ése es el ideal— que las diferentes corrientes de pensamiento no rompan la unidad nacional, sino que aprendan a dialogar. Por eso, sin importar si nos gusta o no el resultado de las elecciones de hoy, lo primero es nuestra unidad. Antes que preferir un partido o un candidato, somos mexicanos, y debemos cuidar la cohesión de nuestra patria.
La segunda actitud democrática que deseo comentar es la responsabilidad de votar. Menos mal que los Medios de Comunicación han hecho una amplia campaña para que los ciudadanos tomen conciencia de la importancia de ejercer su deber de acudir a las urnas. Pero el paso final se da hoy, cuando se vea el número real de electores.
La democracia no subsiste por los meros deseos o buenas intenciones de los ciudadanos. Se requiere ejercitar la responsabilidad de votar. Es muy cómodo decir que los políticos son malos, y que los ciudadanos de a pie no podemos hacer nada. No basta quejarse en una tertulia con los amigos. La queja que realmente influye es la que se nota en las urnas, cuando se elige a un candidato o se le niega el voto. Cuando los ciudadanos cobramos conciencia de que el País está en nuestras manos, influimos de verdad en el curso de nuestra historia nacional.
En estas dos actitudes propias de la democracia se puede ver la gran oportunidad que tenemos de ser buenos ciudadanos. De nosotros dependen entonces la unidad nacional y el destino del País. Ambas situaciones estimulan nuestro sentido de responsabilidad y nuestra sano patriotismo. Aunque los hay, no se deberían requerir más argumentos para entender que todos los que estamos en edad de votar, tenemos una grave responsabilidad ética de hacerlo.

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