Luis-Fernando Valdés
Publicado en el periódico «A.M.» (Quéretaro), 29.IV.2007, sec. B, p.10.
Se aprobó, en la Ciudad de México, la ley que despenaliza el aborto, si éste se realiza antes de la 12ª semana de gestación. Con no poca superficialidad, algunos han enfocado este debate desde la perspectiva ya superada de izquierdas y derechas. “Ya ganó la izquierda”, dicen con aire de querer pasar a otro tema. Pero no se puede cambiar todavía de página, porque hay un tema pendiente de responder: ¿qué va a pasar cuando un médico o una enfermera se niegue a practicar un aborto? ¿se puede obligar al personal sanitario a actuar contra su propia conciencia?
El tema de la objeción de conciencia ha cobrado fuerza en las legislaciones europeas en las últimas décadas. Surgió como el resultado del choque –a veces dramático– entre la norma legal que impone un modo de proceder y la conciencia ética del sujeto, que se opone a esa actuación. De esta manera, en el Viejo Continente han aparecido la objeción de conciencia fiscal, la objeción de conciencia al aborto, a ciertos tratamientos médicos, la resistencia a prescindir de ciertas vestimentas en la escuela o la Universidad, a trabajar en determinados días festivos y un largo etcétera.
Un ciudadano no está obligado en conciencia a seguir las prescripciones de las autoridades civiles, si éstas son contrarias a las exigencias del orden moral o a los derechos fundamentales de las personas. Sin embargo, con la ley recientemente aprobada, muchos profesionales de la salud se verán ante dramáticos problemas de conciencia, porque se encontrarán ante el dilema de obedecer a su conciencia o de hacer caso a la ley que les ordena hacer algo contrario a sus convicciones. Por eso, es necesario que el ordenamiento civil prevea el caso de quienes tienen motivos de conciencia para no seguir una ley.
La Asamblea Legislativa del Distrito Federal aprobó la ley del aborto, pero no ha previsto la objeción de conciencia. Los legisladores no deben olvidar que no pueden obligar a nadie a actuar contra su conciencia. Se trata de un derecho humano elemental que, precisamente por ser tal, la misma ley civil debe reconocer y proteger: “Quien recurre a la objeción de conciencia debe estar a salvo no sólo de sanciones penales, sino también de cualquier daño en el plano legal, disciplinar, económico y profesional” (Juan Pablo II, “Evangelium vitae”, 74).
En los argumentos presentados a favor del aborto, no ha faltado el recurso a la tolerancia y a la decisión en conciencia por parte de la mujer. Ambos se presentan como piezas claves de la sociedad contemporánea. Sin embargo, es muy curioso que, cuando una persona plantea la objeción de conciencia y se niega a practicar un aborto, se le trata con intolerancia y se le niega su derecho a decir en conciencia. La ley debe custodiar el derecho de todo el personal sanitario a no actuar contra sus convicciones.
En la ley del aborto subyace la idea de que el derecho a decidir es el más grande de los derechos. Esta norma ha aprobado que la decisión de una mujer está por encima de la vida de su propio hijo. Y, desde ahora, si no se tutela el derecho a la objeción de conciencia, esa misma decisión de la madre será superior a la conciencia y a la libertad de los médicos y enfermeras, que se nieguen a cooperar en la realización de un aborto. ¿Qué modelo de País nos están preparando los legisladores, en donde el derecho a sobre el propio cuerpo está por encima de la vida humana y de la libertad de conciencia de los médicos? ¿Llegará el progreso a nuestra Patria por poner la propia subjetividad por encima de la razón y de la ética?
Correo: lfvaldes@prodigy.net.mx
Luis-Fernando Valdés López, sacerdote y teólogo, comenta noticias destacadas de la semana, con un enfoque humanista, desde la razón creyente.
domingo, 29 de abril de 2007
domingo, 22 de abril de 2007
Semana de ejecutados
Luis-Fernando Valdés
Nos hemos sorprendidos de que la ola de violencia, que esta semana asoló a nuestro País, también haya tenido lugar en nuestra Ciudad. Nos conmueve la muerte violenta de tantas personas. Surgen voces por doquier, que piden que ya se ponga un alto a tantos asesinatos. Pero ¿cómo se detendrá la cadena de ejecuciones, si es violencia lo que nuestra sociedad ha estado sembrando durante años?
Cuando tenemos noticias de las ejecuciones, quizá nos parece que se trata solamente de ajustes de cuentas entre traficantes de drogas, que operan en barrios marginales, y que nosotros no tenemos nada qué ver con el problema. Sin embargo, sí tenemos nuestra parte de responsabilidad en este duro asunto. En efecto, la violencia tiene dos ámbitos: uno inmediato, al que pertenecen los que cometen directamente los actos violentos; y otro, que llamaremos “ámbito cultural”, al que pertenecemos todos. Y, en cierta medida, todos somos responsables de la violencia del ámbito cultural, porque todos la hemos permitido.
Nuestro ámbito cultural fomenta una “cultura de la muerte”, porque a nombre de la libertad se justifica el aborto, o terminar desde antes con la vida de un enfermo. Además, la violencia es el tema principal de muchos medios de entretenimiento: desde los video-juegos hasta los dibujos animados, pasando por los corridos y otras canciones. Es muy útopico, por no decir ingenuo, pensar que la violencia va a desaparecer de las calles de nuestro País, por el hecho de que ya hay operativos de los gobiernos federal y estatal para enfrentar a los delincuentes. ¿Cómo van a desaparecer los violentos, si cada día se alimenta a los niños y jóvenes con una cultura de golpes y homicidios? ¿Cómo se va a evitar la violencia, si hoy mismo se pretende legislar para despenalizar que una madre pueda quitar la vida a su propio hijo, aún no nacido?
La clave para que desaparezca la violencia consiste en fomentar una auténtica “cultura de la vida”. No basta sólo con mencionar “viva la vida” o “viva la familia” en anuncios de televisión o de radio, sino que, ante todo, es necesario hacer que la convicción del valor absoluto de la vida humana arraigue en la mente y en los sentimientos de cada ciudadano, sin importar su credo o su condición social. Es necesario que el respeto por cada ser humano, sea parte de la vida cotidiana: en las familias, en las escuelas, en los medios de comunicación, en el entretenimiento.
Juan Pablo II, un auténtico luchador de la paz, enseñaba que “optar por la vida comporta el rechazo de toda forma de violencia” (Discurso, 14 diciembre 1998). Para forjar una cultura de la vida, necesitamos rechazar también la violencia de la pobreza y del hambre, que aflige a tantos compatriotas; la de la difusión criminal de las drogas y el tráfico de armas; la de los daños insensatos al ambiente natural.
La ola de violencia que marcó la semana recién acabada nos grita que nuestra sociedad está rechazando el don de la vida, que Dios nos ha hecho. Los cuerpos de las decenas de ejecutados nos hace ver que en México ya se prefiere la muerte a la vida, y esto trae consigo la oscuridad de la desesperación. Si queremos de verdad contribuir a la paz, no podemos presenciar esto hechos y sentirnos ajenos, o quedarnos pasivos. Esta situación nos invita a tomar una decisión personal de resistir a la cultura de la muerte y elegir estar decididamente en favor de la vida, puesto que ninguna ofensa contra el derecho a la vida, contra la dignidad de cada persona, es irrelevante.
Correo: lfvaldes@prodigy.net.mx
Nos hemos sorprendidos de que la ola de violencia, que esta semana asoló a nuestro País, también haya tenido lugar en nuestra Ciudad. Nos conmueve la muerte violenta de tantas personas. Surgen voces por doquier, que piden que ya se ponga un alto a tantos asesinatos. Pero ¿cómo se detendrá la cadena de ejecuciones, si es violencia lo que nuestra sociedad ha estado sembrando durante años?
Cuando tenemos noticias de las ejecuciones, quizá nos parece que se trata solamente de ajustes de cuentas entre traficantes de drogas, que operan en barrios marginales, y que nosotros no tenemos nada qué ver con el problema. Sin embargo, sí tenemos nuestra parte de responsabilidad en este duro asunto. En efecto, la violencia tiene dos ámbitos: uno inmediato, al que pertenecen los que cometen directamente los actos violentos; y otro, que llamaremos “ámbito cultural”, al que pertenecemos todos. Y, en cierta medida, todos somos responsables de la violencia del ámbito cultural, porque todos la hemos permitido.
Nuestro ámbito cultural fomenta una “cultura de la muerte”, porque a nombre de la libertad se justifica el aborto, o terminar desde antes con la vida de un enfermo. Además, la violencia es el tema principal de muchos medios de entretenimiento: desde los video-juegos hasta los dibujos animados, pasando por los corridos y otras canciones. Es muy útopico, por no decir ingenuo, pensar que la violencia va a desaparecer de las calles de nuestro País, por el hecho de que ya hay operativos de los gobiernos federal y estatal para enfrentar a los delincuentes. ¿Cómo van a desaparecer los violentos, si cada día se alimenta a los niños y jóvenes con una cultura de golpes y homicidios? ¿Cómo se va a evitar la violencia, si hoy mismo se pretende legislar para despenalizar que una madre pueda quitar la vida a su propio hijo, aún no nacido?
La clave para que desaparezca la violencia consiste en fomentar una auténtica “cultura de la vida”. No basta sólo con mencionar “viva la vida” o “viva la familia” en anuncios de televisión o de radio, sino que, ante todo, es necesario hacer que la convicción del valor absoluto de la vida humana arraigue en la mente y en los sentimientos de cada ciudadano, sin importar su credo o su condición social. Es necesario que el respeto por cada ser humano, sea parte de la vida cotidiana: en las familias, en las escuelas, en los medios de comunicación, en el entretenimiento.
Juan Pablo II, un auténtico luchador de la paz, enseñaba que “optar por la vida comporta el rechazo de toda forma de violencia” (Discurso, 14 diciembre 1998). Para forjar una cultura de la vida, necesitamos rechazar también la violencia de la pobreza y del hambre, que aflige a tantos compatriotas; la de la difusión criminal de las drogas y el tráfico de armas; la de los daños insensatos al ambiente natural.
La ola de violencia que marcó la semana recién acabada nos grita que nuestra sociedad está rechazando el don de la vida, que Dios nos ha hecho. Los cuerpos de las decenas de ejecutados nos hace ver que en México ya se prefiere la muerte a la vida, y esto trae consigo la oscuridad de la desesperación. Si queremos de verdad contribuir a la paz, no podemos presenciar esto hechos y sentirnos ajenos, o quedarnos pasivos. Esta situación nos invita a tomar una decisión personal de resistir a la cultura de la muerte y elegir estar decididamente en favor de la vida, puesto que ninguna ofensa contra el derecho a la vida, contra la dignidad de cada persona, es irrelevante.
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lunes, 9 de abril de 2007
Benedicto XVI ante la opinión pública
Luis-Fernando Valdés
Se cumplirán dos años de que Joseph Ratzinger fue elegido Romano Pontífice. Aún recordamos aquel 19 de abril, cuando salió al balcón central de la Basílica de San Pedro con el nombre de Benedicto XVI. Tenía el reto de ser el sucesor del Papa más importante del segundo milenio, de un hombre de un carisma especial ante los medios de comunicación. Una tarea muy grande, que el Papa Ratzinger, con un estilo prudente y discreto, ha sabido sacar adelante.
Desde el punto de vista de la opinión pública, el nuevo Papa tenía varios desafíos. El primero era la fama de ser el Cardenal “duro” e intransigente de la Curia Romana, el “Inquisidor” contemporáneo. Curiosamente, este primer obstáculo se vino abajo por sí mismo, cuando las cámaras transmitieron al “verdadero” Joseph Ratzinger, y no al que algunos periodistas, sobre todo centro europeos, habían creado. Comenta el escritor alemán, Peter Seewald, que él mismo en noviembre de 1992, cuando era redactor del “Süddeutsche Zeitung”, entrevistó al Cardenal, y su colega Konrad R. Müller le tomó unas fotografías. Al llegar a las oficinas, decidieron escoger la foto menos simpática, para reforzar la impresión de que Ratzinger era “una triste figura que no reía” (“Una mirada cercana”, p. 27). Este periodista expilca que de 30 fotos se elegían 5 y 25 se desechaban por “malas”, es decir, se eliminaban las 25 en las que el Cardenal “aparecía riéndose o bien con un gesto demasiado amistoso para un gran inquisidor”. Por eso, se entiende que inmediatamente después de la elección del Papa, surgió una imagen completamente nueva del Teólogo bávaro: basto con publicar unas cuantas de aquellas 25 (cfr. p. 215).
Otro reto de Benedicto XVI era la capacidad de convocatoria. Estaban muy presentes las reuniones multitudinarias de Juan Pablo II, en las que reunía a centenares de miles, o incluso a millones de personas, creyentes o no. El nuevo Papa decidió que la Jornada Mundial de la Juventud, convocada por su antecesor para agosto de 2005 en Colonia, no se cancelara con la muerte del Papa polaco. Algunos medios expresaron su escepticismo, pues les parecía que un papa de 79 años, de frágil salud, y sin “experiencia” ante multitudes de jóvenes pudiera tener el mismo impacto que Juan Pablo II. Sin embargo, el 21 de agosto, en la Misa al aire libre en Marienfeld, se reunió un millón de jóvenes para estar con el Papa, con el que rezaron y cantaron.
Otra prueba de fuego fue el viaje que realizó a Turquía en noviembre de 2006. Como recordarán, unos meses antes, un discurso académico pronunciado en la Universidad de Ratisbona causó gran revuelo, pues se publicaron unas frases, que fuera de contexto parecían una ofensa a los musulmanes. En ese ambiente tenso, realizó esta visita a Estambul, y el resultado fue altamente positivo: el Papa se ganó la estima de los diarios de los países musulmanes.
Ciertamente, las cualidades humanas y el estilo de Juan Pablo II era diferentes a las de Benedicto XVI; incluso se pudiera decir que el Papa polaco era más mediático. Sin embargo, el hecho de que el papado actual sigue convocando multitudes a pesar de no ser tan espectacular, nos debe llevar a pensar que no se trata solamente de una cuestión de medios. Hay algo más. Los creyentes no buscan sólo a un líder carismático: buscan a Dios y lo encuentran a través de su Representante en la Tierra. Este factor sobrenatural es la clave para entender porqué el Romano Pontífice ha tenido, en estos dos años, un inesperado impacto positivo en la opinión pública.
Correo: lfvaldes@prodigy.net.mx
Se cumplirán dos años de que Joseph Ratzinger fue elegido Romano Pontífice. Aún recordamos aquel 19 de abril, cuando salió al balcón central de la Basílica de San Pedro con el nombre de Benedicto XVI. Tenía el reto de ser el sucesor del Papa más importante del segundo milenio, de un hombre de un carisma especial ante los medios de comunicación. Una tarea muy grande, que el Papa Ratzinger, con un estilo prudente y discreto, ha sabido sacar adelante.
Desde el punto de vista de la opinión pública, el nuevo Papa tenía varios desafíos. El primero era la fama de ser el Cardenal “duro” e intransigente de la Curia Romana, el “Inquisidor” contemporáneo. Curiosamente, este primer obstáculo se vino abajo por sí mismo, cuando las cámaras transmitieron al “verdadero” Joseph Ratzinger, y no al que algunos periodistas, sobre todo centro europeos, habían creado. Comenta el escritor alemán, Peter Seewald, que él mismo en noviembre de 1992, cuando era redactor del “Süddeutsche Zeitung”, entrevistó al Cardenal, y su colega Konrad R. Müller le tomó unas fotografías. Al llegar a las oficinas, decidieron escoger la foto menos simpática, para reforzar la impresión de que Ratzinger era “una triste figura que no reía” (“Una mirada cercana”, p. 27). Este periodista expilca que de 30 fotos se elegían 5 y 25 se desechaban por “malas”, es decir, se eliminaban las 25 en las que el Cardenal “aparecía riéndose o bien con un gesto demasiado amistoso para un gran inquisidor”. Por eso, se entiende que inmediatamente después de la elección del Papa, surgió una imagen completamente nueva del Teólogo bávaro: basto con publicar unas cuantas de aquellas 25 (cfr. p. 215).
Otro reto de Benedicto XVI era la capacidad de convocatoria. Estaban muy presentes las reuniones multitudinarias de Juan Pablo II, en las que reunía a centenares de miles, o incluso a millones de personas, creyentes o no. El nuevo Papa decidió que la Jornada Mundial de la Juventud, convocada por su antecesor para agosto de 2005 en Colonia, no se cancelara con la muerte del Papa polaco. Algunos medios expresaron su escepticismo, pues les parecía que un papa de 79 años, de frágil salud, y sin “experiencia” ante multitudes de jóvenes pudiera tener el mismo impacto que Juan Pablo II. Sin embargo, el 21 de agosto, en la Misa al aire libre en Marienfeld, se reunió un millón de jóvenes para estar con el Papa, con el que rezaron y cantaron.
Otra prueba de fuego fue el viaje que realizó a Turquía en noviembre de 2006. Como recordarán, unos meses antes, un discurso académico pronunciado en la Universidad de Ratisbona causó gran revuelo, pues se publicaron unas frases, que fuera de contexto parecían una ofensa a los musulmanes. En ese ambiente tenso, realizó esta visita a Estambul, y el resultado fue altamente positivo: el Papa se ganó la estima de los diarios de los países musulmanes.
Ciertamente, las cualidades humanas y el estilo de Juan Pablo II era diferentes a las de Benedicto XVI; incluso se pudiera decir que el Papa polaco era más mediático. Sin embargo, el hecho de que el papado actual sigue convocando multitudes a pesar de no ser tan espectacular, nos debe llevar a pensar que no se trata solamente de una cuestión de medios. Hay algo más. Los creyentes no buscan sólo a un líder carismático: buscan a Dios y lo encuentran a través de su Representante en la Tierra. Este factor sobrenatural es la clave para entender porqué el Romano Pontífice ha tenido, en estos dos años, un inesperado impacto positivo en la opinión pública.
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domingo, 8 de abril de 2007
El aborto y la Constitución mexicana
Luis-Fernando Valdés
Sigue vivo el debate sobre la despenalización del aborto en la Ciudad de México. Ya hemos escuchado las profundas razones éticas y religiosas a favor de la vida. También hemos recogido con atención los motivos –fundamentalmente pragmáticos: salud, pobreza, violación– de los que opinan que se debe aprobar ese proyecto de ley. Sin embargo, en término último, el debate en las Cámaras es de orden totalmente jurídico. Hoy les presento una argumentación estríctamente jurídica sobre la inconstitucionalidad de la ley del aborto, expuesta por el Constitucionalista Francisco Vázquez Gómez.
Como bien sabemos, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos es el máximo ordenamiento jurídico en nuestro País. Por eso, cuando la Asamblea Legislativa del Distrito Federal o el mismo Congreso de la Unión pretenden elaborar una nueva ley o reformar alguna ya existente, esa nueva norma jurídica necesariamente deberá estar de acuerdo con los postulados y derechos reconocidos por la Constitución. Así, cuando una nueva ley no está en conformidad con los derechos sancionados por la Carta Magna, se considera inconstitucional, y no puede llevarse a la práctica. Y la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en su carácter de tribunal supremo y último intérprete constitucional, revisa si las adiciones o reformas hechas a cualquier norma de carácter general son o no constitucionales.
En el 2002, con motivo de la llamada “Ley Robles” (que ampliaba el aborto al caso de malformaciones en el concebido), la Suprema Corte emitió una resolución en el sentido de que la protección del derecho a la vida del producto de la concepción deriva de la Constitución Política, de los tratados internacionales y de las leyes federales y locales. En la primera conclusión, la Suprema Corte analiza los artículos 4° y 123 constitucionales y concluye que su finalidad, en relación con la maternidad, es la procuración de la salud y, “por ende, la tutela del producto de la concepción, en tanto que éste es una manifestación de aquélla, independientemente del proceso biológico en el que se encuentre”.
La segunda conclusión se refiere a los tratados internacionales suscritos por nuestro País. Éstos forman parte del derecho mexicano y son de aplicación obligatoria (según el artículo 133 constitucional) y, por eso, poseen una jerarquía mayor a las leyes federales y locales. México firmó la Convención sobre los Derechos del Niño, que en su Preámbulo afirma que “el niño, por su falta de madurez física y mental, necesita protección y cuidado especiales, incluso la debida protección legal, tanto antes como después del nacimiento”, y en el artículo 6º establece que “los Estados Partes reconocen que todo niño tiene el derecho intrínseco a la vida”. Además, la Convención Americana sobre los Derechos Humanos, ratificada por el Estado mexicano en 1982, establece, en su artículo 4°, que “toda persona tiene derecho a que se respete su vida. Este derecho estará protegido por la ley y, en general, a partir del momento de la concepción. Nadie puede ser privado de la vida arbitrariamente”.
Así, en un análisis estrictamente jurídico, se concluye que la protección del derecho a la vida del recién concebido, deriva tanto de nuestra Constitución Política, como de los tratados internacionales firmados por México. Por eso, con independencia de cualquier creencia, opción política o motivos éticos, la despenalización del aborto voluntario es contraria a nuestra Carta Magna.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
Sigue vivo el debate sobre la despenalización del aborto en la Ciudad de México. Ya hemos escuchado las profundas razones éticas y religiosas a favor de la vida. También hemos recogido con atención los motivos –fundamentalmente pragmáticos: salud, pobreza, violación– de los que opinan que se debe aprobar ese proyecto de ley. Sin embargo, en término último, el debate en las Cámaras es de orden totalmente jurídico. Hoy les presento una argumentación estríctamente jurídica sobre la inconstitucionalidad de la ley del aborto, expuesta por el Constitucionalista Francisco Vázquez Gómez.
Como bien sabemos, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos es el máximo ordenamiento jurídico en nuestro País. Por eso, cuando la Asamblea Legislativa del Distrito Federal o el mismo Congreso de la Unión pretenden elaborar una nueva ley o reformar alguna ya existente, esa nueva norma jurídica necesariamente deberá estar de acuerdo con los postulados y derechos reconocidos por la Constitución. Así, cuando una nueva ley no está en conformidad con los derechos sancionados por la Carta Magna, se considera inconstitucional, y no puede llevarse a la práctica. Y la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en su carácter de tribunal supremo y último intérprete constitucional, revisa si las adiciones o reformas hechas a cualquier norma de carácter general son o no constitucionales.
En el 2002, con motivo de la llamada “Ley Robles” (que ampliaba el aborto al caso de malformaciones en el concebido), la Suprema Corte emitió una resolución en el sentido de que la protección del derecho a la vida del producto de la concepción deriva de la Constitución Política, de los tratados internacionales y de las leyes federales y locales. En la primera conclusión, la Suprema Corte analiza los artículos 4° y 123 constitucionales y concluye que su finalidad, en relación con la maternidad, es la procuración de la salud y, “por ende, la tutela del producto de la concepción, en tanto que éste es una manifestación de aquélla, independientemente del proceso biológico en el que se encuentre”.
La segunda conclusión se refiere a los tratados internacionales suscritos por nuestro País. Éstos forman parte del derecho mexicano y son de aplicación obligatoria (según el artículo 133 constitucional) y, por eso, poseen una jerarquía mayor a las leyes federales y locales. México firmó la Convención sobre los Derechos del Niño, que en su Preámbulo afirma que “el niño, por su falta de madurez física y mental, necesita protección y cuidado especiales, incluso la debida protección legal, tanto antes como después del nacimiento”, y en el artículo 6º establece que “los Estados Partes reconocen que todo niño tiene el derecho intrínseco a la vida”. Además, la Convención Americana sobre los Derechos Humanos, ratificada por el Estado mexicano en 1982, establece, en su artículo 4°, que “toda persona tiene derecho a que se respete su vida. Este derecho estará protegido por la ley y, en general, a partir del momento de la concepción. Nadie puede ser privado de la vida arbitrariamente”.
Así, en un análisis estrictamente jurídico, se concluye que la protección del derecho a la vida del recién concebido, deriva tanto de nuestra Constitución Política, como de los tratados internacionales firmados por México. Por eso, con independencia de cualquier creencia, opción política o motivos éticos, la despenalización del aborto voluntario es contraria a nuestra Carta Magna.
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domingo, 1 de abril de 2007
Aborto ¿derecho de la mujer?
Luis-Fernando Valdés
Seguimos inmersos en un océano de tinta discutiendo sobre el aborto. Los foros de discusión se multiplican, y la argumentación se polariza. Los favorables a la vida insisten en los derechos del recién concebido; los que apoyan el aborto insisten en los llamados “derechos de la mujer”. De esta manera, el terreno de discusión se desplaza del nascituro a la mujer: en vez de tutelar la vida del no nato, se protege la subjetividad de la madre. Por eso, los que hoy día defendemos la vida humana desde la concepción pasamos ante la opinión pública como enemigos de la mujer. Pero, en realidad sólo quien defiende la vida del que nacerá, apoya realmente a la mujer.
La defensa de la vida se ha movido en un clima cultural difícil. En los años 90, cuando tuvieron lugar las conferencias de El Cairo (1994) y Pekín (1995), cobraba auge una ideología de feminismo radical, que reclamaba la posibilidad de que la mujer pudiera disponer de su propio cuerpo, incluido el hijo recién concebido. La actual presión de la Asamblea Legislativa de la Ciudad de México sigue ese corriente, al presentar el aborto como un derecho de la mujer. Además, se busca dar la apariencia de que la aprobación del aborto es un logro jurídico para el País, que de esta manera se pondría a la altura de las naciones europeas en materia legal.
Entre los que se cuentan a favor de esta ley, está el Grupo de Información en Reproducción Elegida A.C. (GIRE), que sostiene que cuando “la continuación de un embarazo no deseado o no planeado puede afectar significativamente la realización personal de la mujer embarazada” como sus aspiraciones personales, profesionales y educativas, se hace un “daño al proyecto de vida”, que sería un “derecho fundamental e inalienable de las mujeres”.
Llama la atención que en esta defensa de la mujer no se menciona el tema de la vida. Se enfatiza que el plan personal de la mujer está por encima del derecho a existir del no nacido. Si analizamos despacio, GIRE nos está diciendo que “el fin justifica los medios”, que si alguien se opone a los proyectos que una mujer ha establecido, puede ser eliminado. Llevando a fondo ese supuesto derecho al proyecto personal, entonces se debería legalizar el homicidio de un marido que se opone a las aspiraciones de su mujer, o la muerte de un jefe que estorbe a una dama en un ascenso de puesto. Hace falta un cambio de mentalidad, en el que la subjetividad no sea el fin último de la persona, porque los seres humanos no vivimos aislados, sino en relación con los demás, y nuestro plan personal naturalmente siempre guarda relación con los otros.
A pesar de la apariencia de legalidad y de progreso, hay aspectos que no embonan. Cuando se presenta el proyecto personal como un derecho humano inalienable, el aborto se convierte en una garantía de ese plan. Entonces, ¿para garantizar el derecho humano de la mujer a decidir su fines, se debe quitar el derecho humano a la vida que posee el bebé desde su concepción?
¿Es posible que un derecho humano se contraponga a otro derecho humano? En realidad, la respuesta es que uno de los dos no es un verdadero derecho. El sofisma proviene de que se da por sentado que el recién concebido es un parte del cuerpo de la mujer, y por tanto, que está bajo su dominio. Si esto fuera verdad, ella tendría derecho a manipularlo o a extirparlo, según estorbe o no a su proyecto vital. Pero como el recién engendrado no es parte de su cuerpo, ni es parte de su subjetividad, la mujer no tiene derecho a decidir sobre la vida de él.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
Seguimos inmersos en un océano de tinta discutiendo sobre el aborto. Los foros de discusión se multiplican, y la argumentación se polariza. Los favorables a la vida insisten en los derechos del recién concebido; los que apoyan el aborto insisten en los llamados “derechos de la mujer”. De esta manera, el terreno de discusión se desplaza del nascituro a la mujer: en vez de tutelar la vida del no nato, se protege la subjetividad de la madre. Por eso, los que hoy día defendemos la vida humana desde la concepción pasamos ante la opinión pública como enemigos de la mujer. Pero, en realidad sólo quien defiende la vida del que nacerá, apoya realmente a la mujer.
La defensa de la vida se ha movido en un clima cultural difícil. En los años 90, cuando tuvieron lugar las conferencias de El Cairo (1994) y Pekín (1995), cobraba auge una ideología de feminismo radical, que reclamaba la posibilidad de que la mujer pudiera disponer de su propio cuerpo, incluido el hijo recién concebido. La actual presión de la Asamblea Legislativa de la Ciudad de México sigue ese corriente, al presentar el aborto como un derecho de la mujer. Además, se busca dar la apariencia de que la aprobación del aborto es un logro jurídico para el País, que de esta manera se pondría a la altura de las naciones europeas en materia legal.
Entre los que se cuentan a favor de esta ley, está el Grupo de Información en Reproducción Elegida A.C. (GIRE), que sostiene que cuando “la continuación de un embarazo no deseado o no planeado puede afectar significativamente la realización personal de la mujer embarazada” como sus aspiraciones personales, profesionales y educativas, se hace un “daño al proyecto de vida”, que sería un “derecho fundamental e inalienable de las mujeres”.
Llama la atención que en esta defensa de la mujer no se menciona el tema de la vida. Se enfatiza que el plan personal de la mujer está por encima del derecho a existir del no nacido. Si analizamos despacio, GIRE nos está diciendo que “el fin justifica los medios”, que si alguien se opone a los proyectos que una mujer ha establecido, puede ser eliminado. Llevando a fondo ese supuesto derecho al proyecto personal, entonces se debería legalizar el homicidio de un marido que se opone a las aspiraciones de su mujer, o la muerte de un jefe que estorbe a una dama en un ascenso de puesto. Hace falta un cambio de mentalidad, en el que la subjetividad no sea el fin último de la persona, porque los seres humanos no vivimos aislados, sino en relación con los demás, y nuestro plan personal naturalmente siempre guarda relación con los otros.
A pesar de la apariencia de legalidad y de progreso, hay aspectos que no embonan. Cuando se presenta el proyecto personal como un derecho humano inalienable, el aborto se convierte en una garantía de ese plan. Entonces, ¿para garantizar el derecho humano de la mujer a decidir su fines, se debe quitar el derecho humano a la vida que posee el bebé desde su concepción?
¿Es posible que un derecho humano se contraponga a otro derecho humano? En realidad, la respuesta es que uno de los dos no es un verdadero derecho. El sofisma proviene de que se da por sentado que el recién concebido es un parte del cuerpo de la mujer, y por tanto, que está bajo su dominio. Si esto fuera verdad, ella tendría derecho a manipularlo o a extirparlo, según estorbe o no a su proyecto vital. Pero como el recién engendrado no es parte de su cuerpo, ni es parte de su subjetividad, la mujer no tiene derecho a decidir sobre la vida de él.
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