Conoce al Papa, n.
13
Luis-Fernando Valdés
En la Navidad del
2005, primer año de su Pontificado, Benedicto XVI publicó su primera Encíclica.
Había gran expectativa de que hablaría el nuevo Papa, y fue una gran sorpresa
que el tema fuera el amor. “Deus Caritas est” (“Dios es amor”), fue el título del
documento. Y desde entonces el eje de las enseñanzas del Santo Padre ha sido el
amor a Dios y el amor al prójimo, porque “así puede expresar el cristiano la
opción fundamental de su vida” (cfr. Deus Caritas est, n. 1).
El mensaje de esta primera Encíclica es de la
máxima importancia tanto para la Iglesia como para la comunidad internacional,
ya que el amor “siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No
hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor”
(cfr. n. 28b).
La gran novedad fue que Benedicto XVI dialogó
con Nietzsche, quien objetaba que si la Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones,
no convierte acaso en amargo lo más hermoso de la vida. Y el Pontífice responde
que la Iglesia no condena el amor, sino que lo custodia para que no se
desvirtúe y siga siendo auténtico.
El Santo Padre explica que el amor personal
tiene dos aspectos. Uno es la atracción, llamada por los griegos “eros”, y el
otro es la entrega desinteresada, conocida como “ágape”. Actualmente, algunas
personas suelen reducir el “eros” al mero impulso sexual. Pero esa visión,
enseña el Papa, implica “una degradación del cuerpo humano, que ya no está
integrado en el conjunto de la libertad de nuestra existencia, ni es expresión
viva de la totalidad de nuestro ser, sino que es relegado a lo puramente
biológico” (cfr. n. 5).
En cambio, el desarrollo del amor “hacia sus
más altas cotas y su más íntima pureza”, explica el Santo Padre, conlleva el
que “aspire a lo definitivo, y esto en un doble sentido: en cuanto implica
exclusividad —sólo esta persona—, y en el sentido del ‘para siempre’ ” (cfr. n.
5).
Por otra parte, la sociedad tiene necesidad del
amor y, por eso, Benedicto XIV exhorta al “ejercicio del amor, por parte de la
Iglesia”, pues ésta es una “comunidad de amor” (cfr. n. 19). El Papa describe
en tres rasgos la manera como los católicos deben vivir esa dimensión social
del amor. En primer lugar, el objetivo no es sólo “profesionalizar” los
servicios asistenciales, sino retomar la dimensión religiosa del servicio a los
demás. “Se trata de un encuentro personal con Cristo, cuyo amor ha tocado el
corazón del creyente suscitando en él el amor por el prójimo” (cfr. n. 31a).
En segundo lugar, el Obispo de Roma nos
recuerda que el amor no es un medio, sino un fin. Por eso, “la actividad
caritativa cristiana ha de ser independiente de partidos e ideologías. No es un
medio para transformar el mundo de manera ideológica y no está al servicio de
estrategias mundanas” (n. 31,b).
Y, finalmente, el Santo Padre señala que el
amor es gratuito. “La caridad no ha de ser un medio en función de lo que hoy se
considera proselitismo. El amor es gratuito; no se practica para obtener otros
objetivos” (cfr. n. 31c).
Con esta primer Encíclica, Benedicto XVI derrumbó
muchos de los prejuicios iniciales sobre su pontificado. El que era considerado como el “gran Inquisidor”, rápidamente se posicionó
como el “Papa del amor”. Pero no hubo una ruptura entre la postura del Prefecto
Ratzinger y el discurso del Papa Benedicto sino una gran continuidad, porque
quien custodia con firmeza la Doctrina de la Fe debe ser fiel al mensaje
central del cristianismo: que “Dios es amor” (1 Juan 4, 16).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Compártenos tu opinión