Año 8, número 391
Luis-Fernando Valdés
En el libro
recientemente publicado, “Los cuervos del Vaticano” (Ed. Espasa), se afirma que
Benedicto XVI no es un buen gobernante de la Iglesia, a pesar de ser un hombre
muy espiritual. ¿Tiene algún sustento real esta afirmación?
Benedicto XVI ha realizado un exigente labor de "limpieza" en la propia Iglesia. |
El Autor, Eric
Frattini (Lima, 1963), en una entrevista radiofónica en Madrid, hizo una
afirmación que raya en la temeridad: “Un historiador famoso del principio del
siglo XX, Ludwig Von Pastor, decía que no todo buen monje es buen Papa; el
problema que se ha descubierto con Benedicto es que es un gran monje”. [ABC
punto radio]
Sería poco serio
negar que existan problemas en el gobierno de la Curia vaticana, pero también
lo sería deducir a priori una serie de intrigas entre facciones de cardenales,
o afirmar que “Benedicto XVI no controla la maquinaria”, o que “el Papa es una
víctima de la burocracia”.
Este tipo de declaraciones
venden muy bien, pero suelen tener poco cuidado de los datos reales. Por
contraste, el vaticanista Andrés Beltramo (Argentina, 1979), presenta un
artículo titulado “La
‘silenciosa limpieza’ de Benedicto XVI”, en el que da cuenta que el Papa “ha
forzado 77 dimisiones de obispos desde que inició su Pontificado”.
Beltramo explica
–y da nombres, pues son casos públicos– que, salvo los prelados que han
dimitido por motivos de salud, los motivos de las dimisión han sido la mala
gestión de la crisis por los abusos sexuales cometidos por sacerdotes católicos,
la mala administración económica, dificultades doctrinales y/o abierta rebeldía
al Papa, entre otras cosas.
Benedicto XVI
tampoco ha tolerado los escándalos sexuales de los prelados. Sancionó por igual
los abusos contra menores, el concubinato, la “doble vida” con hijos incluidos
o los extraños comportamientos morales.
La conclusión del
vaticanista argentino guarda un dejo de ironía, que manifiesta bien lo poco
fundado de las acusaciones que atribuyen un gobierno débil al Papa alemán: “Pese
a todas estas evidencias algunos grupos eclesiales (y no) se empeñan en
difundir la idea que Benedicto XVI es un Papa aislado, sólo y, sobre todo, que
no gobierna. La pregunta surge espontánea: ¿Qué haría si gobernase?”
Ante este panorama
de opiniones retóricas como las de Frattini, que cuidan más de manejar un
contraste verbal (“monje vs. gobernante”), surge la necesidad de ser lectores
más críticos y buscar los datos reales del Pontificado actual.
Incluso el
escándalo de los documentos filtrados (los “vatileaks”) queda en mera retórica.
La información que contienen estos escritos lo único que reflejan son asuntos delicados
de política interna del Gobernatorato vaticano o de consultas sobre los asuntos
exteriores de la Sede Apostólica. Pero intentar deducir desde esas situaciones,
que dependen de varias personas, la personalidad del Pontífice es poco serio.
El papel del Santo
Padre es polifacético: no sólo detenta el “munus regendi” (el poder de gobernar
a la Iglesia universal), sino también el “munus sanctificandi” (la potestad
sobre los medios de santificación, como los Sacramentos) y el “munus docendi”
(la responsabilidad de enseñar el Evangelio).
Por eso, es
bastante impreciso reducir el rol del Papa a la mera función burocrática, como
si fuera el CEO de una multinacional. Pero además de impreciso, sería poco
honesto contraponer la edificante vida espiritual y la gran capacidad docente
de Benedicto XVI con su firmeza para gobernar la Iglesia. Joseph Ratzinger es
un hombre de Dios, un místico si se quiere ver así, pero que nunca ha
renunciado a ejercer de Papa.