Luis-Fernando Valdés
Acaba de aparecer al público el libro “¿Por qué un santo?”, escrito por Mons. Slawomir Oder, postulador de la causa de Juan Pablo II, que se basó en las versiones de 114 testigos y en documentos sobre la vida del Papa que fueron compilados para apoyar su canonización. En este escrito se relata que el Papa polaco practicaba la mortificación corporal y que tenía previsto renunciar si su salud le hubiera impedido gobernar la Iglesia.
La noticia de ambos temas ha dado pie a cierto amarillismo: un “Papa asceta”, un “Papa emérito” (o sea, “jubilado” en términos eclesiásticos). Sin embargo, para los creyentes estos dos hechos tienen un significado muy profundo, que deseo compartir con los lectores.
Sobre la renuncia del Pontífice, la obra de Mons. Oder saca a la luz que el Papa Wojtila, el 15 de febrero de 1989, cuando su salud empezó a fallar preparó un documento para sus ayudantes en el que afirmaba que renunciaría al Pontificado romano, “en el caso de una enfermedad que se presuma incurable, duradera y que me impida ejercer las funciones de mi ministerio apostólico”.
Esto no es nuevo, pues en su momento ya había hecho Pablo VI (el 2.II.1965). En 1994, Juan Pablo II confirmó este deseo suyo, pero después de varias consultas, decidió continuar al frente de la Iglesia hasta su muerte. Él mismo llegó a la conclusión de que no había lugar en la Iglesia para un ‘Papa emérito’.
Lejos de mostrar a un papa temeroso, o acobardado ante la falta de salud, esta disposición a renunciar nos enseña a un gobernante que no está apegado al poder tanto humano como espiritual de su cargo, nos revela que el corazón de Karol Wojtila amaba tanto a la Iglesia, que prefería renunciar a hacerle daño, (lo cual hubiera sucedido si hubiera seguido en el cargo, sin las capacidades mentales para dirigir al nuevo Pueblo de Dios).
Sobre la mortificación practicada por el Papa polaco, Mons. Oder escribió que con frecuencia Juan Pablo II no ingería alimentos, sobre todo durante la Cuaresma. También “con frecuencia dormía durante la noche en el simple piso”, para practicar el sacrificio, y destendía su cama por la mañana para no llamar la atención. Además, según testifican sus colaboradores cercanos, el fallecido Pontífice se auto-flagelaba.
El tema del sacrificio corporal no es nuevo en la historia de la humanidad, y tampoco hoy resulta extraño. Lo que resulta escandaloso es el motivo. A nadie le parece raro que una persona, por razones estéticas se someta a tratamientos y dietas, que implican mucho esfuerzo. Y lo mismo se puede decir de quienes reciben tratamientos médicos para curar enfermedades complicadas, o siguen un plan de entrenamiento exhaustivo.
En cambio, el Papa Wojtila vivió esa mortificación por un sentido religioso: identificarse con Cristo, que sufrió la Pasión y murió por la salvación de los hombres. Así este gran Obispo de Roma alcanzó el ideal de los cristianos, que consiste en identificarse con Cristo doliente. Los grandes santos de la Iglesia siempre han recurrido a este tipo de sacrificios, para alcanzar a Cristo y sacar adelante su misión.
Juan Pablo II, aun después de su muerte, nos sigue dando un gran ejemplo y nos sigue alentado, pues con estos dos episodios, nos muestra que vivió entregado a su misión y nos confirma que no nos equivocamos al confiar en él. Este nuevo libro viene a mostrar una vez más la coherencia y la autenticidad de un Papa que se ganó el respeto y la estima de millones de personas tanto creyentes como no creyentes.
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