Luis-Fernando Valdés
El panorama para la vida familiar está nublado. Estamos en un cambio de época, en el que el dinero (el mercado), el poder (Estado) y la influencia (medios de comunicación) están desdibujando la realidad de la célula primordial de la sociedad. Sin embargo, el cristianismo tiene mucha luz para dar nuevo sentido a la verdadera identidad del matrimonio y la familia. Un ejemplo de esta luminosidad lo representa la enseñanza, llena de claridad y optimismo, de San Josemaría Escrivá, Fundador del Opus Dei, sobre este pilar de la sociedad.
Canonizado por Juan Pablo II, el 2 de octubre de 2002, Escrivá predicó que la enseñanza del Evangelio sobre la familia ilumina la realidad diaria de las familias actuales. “Al pensar en los hogares cristianos, me gusta imaginarlos luminosos y alegres, como fue el de la Sagrada Familia (...) Cada hogar cristiano debe ser un remanso de serenidad, en el que, por encima de las pequeñas contradicciones diarias, se percibe un cariño hondo y sincero, una tranquilidad profunda, fruto de una fe real y vivida”
(“Es Cristo que pasa”, 2).
Estas frases no son meras consideraciones piadosas, pero irrealizables. Tienen la hondura de quien conoce bien la realidad del hombre y la mujer contemporáneos. Y es que el ser humano sólo puede desarrollar su personalidad en el seno de una familia, donde lo fundamental es la relación directa: de los cónyuges entre sí y de los padres con los hijos y los hermanos entre ellos. Pues, lo específico de la familia, como base de la sociedad, es estar fundada en el amor, en querer el bien para alguien.
La familia es el lugar donde cada persona se prepara para interactuar con las demás. Por eso, aquél que sea capaz de amar, compartir, comunicarse en su familia, será competente en otros ámbitos. Por el contrario, como hace notar el conocido filósofo de la empresa, Carlos Llano, la disolución de la familia arrastra consigo el colapso de todo el armazón de la sociedad. Entonces, cuando cada familia se acerca a este ideal de ser una “hogar luminoso y alegre”, no sólo consigue la armonía para ella, sino que también inyecta una nueva esperanza a la sociedad, porque esa familia habrá generado ciudadanos que sepan convivir con el próximo y ser solidarios con el bien común.
Escrivá tiene la genialidad de proponer no únicamente un ideal, sino de delinear un camino muy concreto para vivirlo. En primer lugar, con el amor diario y sacrificado de los esposos. En una serie de catequesis realizadas en la década de los setenta, San Josemaría invitaba a los casados a quererse cada día más. Y descendía con simpatía a los detalles más cotidianos: que marido y mujer se hablaran con cariño, que estuvieran bien arreglados en su porte para mantener vivo el amor mútuo, de ser compresivos ante el cansancio del cónyuge…
Pero el Fundador del Opus Dei nunca ofreció una vía fácil. Al contrario, proponía como un gran reto la fidelidad matrimonial y la educación de los hijos. Y siempre fue muy claro en advertir que este camino sólo puede recorrerse de la mano de Dios. De ahí que la condición para formar un hogar lleno de luz y de alegría sea que los esposos y sus hijos mantengan viva la práctica religiosa.
San Josemaría Escrivá falleció el 26 de junio de 1975. Pero hoy su mensaje nos llena nuevamente de esperanza. En el mundo actual, que se pregunta sobre el sentido de formar un hogar, el mensaje de este Santo nos recuerda que la Iglesia ofrece un tesoro de respuestas escondidas sobre la familia, que pueden convertirse en luces que guíen nuestra existencia.
Correo: lfvaldes@prodigy.net.mx
Luis-Fernando Valdés López, sacerdote y teólogo, comenta noticias destacadas de la semana, con un enfoque humanista, desde la razón creyente.
domingo, 24 de junio de 2007
domingo, 17 de junio de 2007
Siembras de corrupción, cosechas de violencia
Luis-Fernando Valdés
Hace unos días leí un artículo sobre el narcotráfico, que explicaba el crecimiento de la ola de violencia en nuestro País, con una frase muy gráfica: “el narco salió del closet”. Llevaba bastante tiempo existiendo, pero hasta ahora no se había exhibido públicamente. Creció en la penumbra, se fortaleció en la oscuridad. ¿Qué lo alimentó? ¿Cómo se consolidó? La respuesta es compleja, pero un factor determinante es la corrupción. Este domingo les presentó una reflexión sobre este destructivo fenómeno social.
La corrupción siempre ha existido, sin embargo es sólo desde hace pocos años que se ha tomado conciencia de ella a nivel internacional. Se trata de un cambio reciente, originado por la caída del bloque comunista en 1989 y por la globalización de las informaciones. Ambos procesos han contribuido a poner más en evidencia la corrupción y a tomar una conciencia adecuada del fenómeno.
La corrupción priva a los países de la legalidad: respeto de las reglas, funcionamiento correcto de las instituciones económicas y políticas, transparencia. La legalidad es una de las claves para el desarrollo, porque permite establecer relaciones correctas entre sociedad, economía y política, y predispone el marco de confianza en el que se inscribe la actividad económica. Por eso, se debe promoverla adecuadamente por parte de todos. La práctica y la cultura de la corrupción deben ser sustituidas por la práctica y la cultura de la legalidad.
Los comportamientos corruptos pueden ser comprendidos adecuadamente sólo si son vistos como resultado de los atentados contra la naturaleza social del hombre. Si la familia no es capaz de cumplir con su tarea educativa, si leyes contrarias al auténtico bien del hombre —como aquellas contra la vida— deseducan a los ciudadanos sobre el bien, si la justicia procede con lentitud excesiva, si la moralidad se debilita por la trasgresión tolerada, si se degradan las condiciones de vida, si la escuela no forja en virtudes, no es posible garantizar la condición social del ser humano, y entonces se abona el terreno para que el fenómeno de la corrupción eche sus raíces. La corrupción implica un conjunto de relaciones de complicidad, oscurecimiento de las conciencias, extorsiones y amenazas, pactos no escritos y connivencias que destruyen a las personas y a su conciencia moral.
El combate al narcotráfico se debe llevar a cabo en varios niveles. El Ejército mexicano, las diversas corporaciones policiacas, los gobernantes y legisladores tienen un papel directo. Pero el resto de los ciudadanos también tenemos parte en esta lucha. Nos toca atacar una de las principales causas de este fenómeno, que es la corrupción. Si erradicamos la corrupción, frenaremos la violencia.
Nuestras armas son la educación y la formación moral de los ciudadanos, que se concreta en fomentar la veracidad y educar en la honestidad. No es tan difícil, pues se trata de formar a los estudiantes para que sean honrados en sus exámenes y tareas; de enseñar a los padres de familia que el éxito económico para sostener a los suyos no justifica emplear medios ilícitos; de que los comerciantes y prestadores de servicio ofrezcan sólo lo que en verdad van a dar. Y todos, en cuanto consumidores, debemos recordar que lo barato (los artículos piratas) sale muy caro: es una siembra de corrupción, cuyos efectos nosotros mismo no podremos detener. Les aseguro que estas pequeñas acciones son el comienzo de grandes soluciones.
Correo: lfvaldes@prodigy.net.mx
Hace unos días leí un artículo sobre el narcotráfico, que explicaba el crecimiento de la ola de violencia en nuestro País, con una frase muy gráfica: “el narco salió del closet”. Llevaba bastante tiempo existiendo, pero hasta ahora no se había exhibido públicamente. Creció en la penumbra, se fortaleció en la oscuridad. ¿Qué lo alimentó? ¿Cómo se consolidó? La respuesta es compleja, pero un factor determinante es la corrupción. Este domingo les presentó una reflexión sobre este destructivo fenómeno social.
La corrupción siempre ha existido, sin embargo es sólo desde hace pocos años que se ha tomado conciencia de ella a nivel internacional. Se trata de un cambio reciente, originado por la caída del bloque comunista en 1989 y por la globalización de las informaciones. Ambos procesos han contribuido a poner más en evidencia la corrupción y a tomar una conciencia adecuada del fenómeno.
La corrupción priva a los países de la legalidad: respeto de las reglas, funcionamiento correcto de las instituciones económicas y políticas, transparencia. La legalidad es una de las claves para el desarrollo, porque permite establecer relaciones correctas entre sociedad, economía y política, y predispone el marco de confianza en el que se inscribe la actividad económica. Por eso, se debe promoverla adecuadamente por parte de todos. La práctica y la cultura de la corrupción deben ser sustituidas por la práctica y la cultura de la legalidad.
Los comportamientos corruptos pueden ser comprendidos adecuadamente sólo si son vistos como resultado de los atentados contra la naturaleza social del hombre. Si la familia no es capaz de cumplir con su tarea educativa, si leyes contrarias al auténtico bien del hombre —como aquellas contra la vida— deseducan a los ciudadanos sobre el bien, si la justicia procede con lentitud excesiva, si la moralidad se debilita por la trasgresión tolerada, si se degradan las condiciones de vida, si la escuela no forja en virtudes, no es posible garantizar la condición social del ser humano, y entonces se abona el terreno para que el fenómeno de la corrupción eche sus raíces. La corrupción implica un conjunto de relaciones de complicidad, oscurecimiento de las conciencias, extorsiones y amenazas, pactos no escritos y connivencias que destruyen a las personas y a su conciencia moral.
El combate al narcotráfico se debe llevar a cabo en varios niveles. El Ejército mexicano, las diversas corporaciones policiacas, los gobernantes y legisladores tienen un papel directo. Pero el resto de los ciudadanos también tenemos parte en esta lucha. Nos toca atacar una de las principales causas de este fenómeno, que es la corrupción. Si erradicamos la corrupción, frenaremos la violencia.
Nuestras armas son la educación y la formación moral de los ciudadanos, que se concreta en fomentar la veracidad y educar en la honestidad. No es tan difícil, pues se trata de formar a los estudiantes para que sean honrados en sus exámenes y tareas; de enseñar a los padres de familia que el éxito económico para sostener a los suyos no justifica emplear medios ilícitos; de que los comerciantes y prestadores de servicio ofrezcan sólo lo que en verdad van a dar. Y todos, en cuanto consumidores, debemos recordar que lo barato (los artículos piratas) sale muy caro: es una siembra de corrupción, cuyos efectos nosotros mismo no podremos detener. Les aseguro que estas pequeñas acciones son el comienzo de grandes soluciones.
Correo: lfvaldes@prodigy.net.mx
domingo, 10 de junio de 2007
Los dilemas de la “bioética laica”
Luis-Fernando Valdés
El pasado día 5 de este mes fue presentado el libro “La construcción de la bioética”, compilado por el Dr. Ruy Pérez Tamayo y sus colegas Rubén Lisker y Ricardo Tapia. Estos autores proponen un modelo de ciencia que no tenga ningún limite en sus investigaciones, incluso hasta experimentar en seres humanos. Para estos médicos, el problema es que las convicciones religiosas bloquean este proceso. Sin embargo, esta “bioética” laica presenta una serie de dilemas éticos.
Según Pérez Tamayo, sus textos buscan impulsar “una visión laica, sustentada en hechos, en conocimiento científico y no en ideologías, creencias religiosas o costumbres heredadas” (Reforma, 5.VI.07, sec. cultura, p. 12). Esta declaración pone de manifiesto que, para este Autor, la ciencia médica y la fe son dos dimensiones opuestas. Más aún, el fundador de El Colegio de Bioética pretende que la biología sea la ciencia rectora del comportamiento ético de los seres humanos.
Pérez Tamayo propone que el concepto definitivo de esta disciplina deberá contener los tres principios que el investigador norteamericano Van Ransselaer Potter señaló en 1971, cuando creó el término “bioética”: ser un conjunto de reglas de comportamiento moral, guardar relación con la naturaleza y promover la persistencia de la vida en la Tierra (cfr. Julieta Espinoza, en: www.uaq.mx).
Según esta postura, para lograr que la vida humana sobreviva, deben emplearse todos los medios técnicos, sin que ninguna consideración moral, religiosa o política los frene. Por eso, Pérez Tamayo afirma que “no aceptamos que nos impongan las convicciones de nadie más. Hay grupos que pasan por alto toda capacidad de persuasión o la presentación que nosotros podemos hacer de hechos científicos e insisten en sus dogmas y sus revelaciones de otras fuentes”.
Aparentemente, la propuesta es muy buena: buscar el bien del ser humano mediante la investigación científica. De entrada, todos estaríamos de acuerdo. Sin embargo, hay un problema importante, y es que esta ciencia se autopropone como superior a todos los demás aspectos del ser humano. De modo que la dignidad de cada persona queda subordinada a las consideraciones de la ciencia. Esta “bioética laica” pretende que se apruebe la experimentación con embriones, la investigación médica en seres humanos, el suicidio asistido y el aborto.
Estos postulados violan el principio más básico de los derechos humanos, que es la dignidad de la persona. Este principio es avalado no sólo por la Iglesia, sino por todo pensador profundo. Cito a un filósofo muy importante, y que no es católico, Emmanuel Kant, que afirmaba que el hombre siempre es un fin en sí mismo, y que nunca puede ser utilizado como medio.
Cuando no se toma en cuenta la dignidad de la persona, cuando se considera que puede ser utilizada a cualquier precio con tal de obtener nuevos conocimientos científicos, se corre el riesgo de repetir la triste historia de Joseph Mengele, el médico nazi, que durante la Segunda Guerra Mundial utilizó a los prisioneros de los Campos de Concentración como “conejos de indias” para sus experimentos.
El cristianismo nunca se opone a la ciencia, sino que defiende los derechos de la razón y sostiene que, si un conocimiento científico es verdadero, nunca se contrapone con la fe, porque la ciencia y la fe buscan la verdad, y verdad en sus distintos niveles (religioso, ético, filosófico, científico) no se contradice, sino se complementa. En realidad, la “bioética laica” necesita que la fe le recuerde que está atropellando al ser humano.
Correo: lfvaldes@prodigy.net.mx
El pasado día 5 de este mes fue presentado el libro “La construcción de la bioética”, compilado por el Dr. Ruy Pérez Tamayo y sus colegas Rubén Lisker y Ricardo Tapia. Estos autores proponen un modelo de ciencia que no tenga ningún limite en sus investigaciones, incluso hasta experimentar en seres humanos. Para estos médicos, el problema es que las convicciones religiosas bloquean este proceso. Sin embargo, esta “bioética” laica presenta una serie de dilemas éticos.
Según Pérez Tamayo, sus textos buscan impulsar “una visión laica, sustentada en hechos, en conocimiento científico y no en ideologías, creencias religiosas o costumbres heredadas” (Reforma, 5.VI.07, sec. cultura, p. 12). Esta declaración pone de manifiesto que, para este Autor, la ciencia médica y la fe son dos dimensiones opuestas. Más aún, el fundador de El Colegio de Bioética pretende que la biología sea la ciencia rectora del comportamiento ético de los seres humanos.
Pérez Tamayo propone que el concepto definitivo de esta disciplina deberá contener los tres principios que el investigador norteamericano Van Ransselaer Potter señaló en 1971, cuando creó el término “bioética”: ser un conjunto de reglas de comportamiento moral, guardar relación con la naturaleza y promover la persistencia de la vida en la Tierra (cfr. Julieta Espinoza, en: www.uaq.mx).
Según esta postura, para lograr que la vida humana sobreviva, deben emplearse todos los medios técnicos, sin que ninguna consideración moral, religiosa o política los frene. Por eso, Pérez Tamayo afirma que “no aceptamos que nos impongan las convicciones de nadie más. Hay grupos que pasan por alto toda capacidad de persuasión o la presentación que nosotros podemos hacer de hechos científicos e insisten en sus dogmas y sus revelaciones de otras fuentes”.
Aparentemente, la propuesta es muy buena: buscar el bien del ser humano mediante la investigación científica. De entrada, todos estaríamos de acuerdo. Sin embargo, hay un problema importante, y es que esta ciencia se autopropone como superior a todos los demás aspectos del ser humano. De modo que la dignidad de cada persona queda subordinada a las consideraciones de la ciencia. Esta “bioética laica” pretende que se apruebe la experimentación con embriones, la investigación médica en seres humanos, el suicidio asistido y el aborto.
Estos postulados violan el principio más básico de los derechos humanos, que es la dignidad de la persona. Este principio es avalado no sólo por la Iglesia, sino por todo pensador profundo. Cito a un filósofo muy importante, y que no es católico, Emmanuel Kant, que afirmaba que el hombre siempre es un fin en sí mismo, y que nunca puede ser utilizado como medio.
Cuando no se toma en cuenta la dignidad de la persona, cuando se considera que puede ser utilizada a cualquier precio con tal de obtener nuevos conocimientos científicos, se corre el riesgo de repetir la triste historia de Joseph Mengele, el médico nazi, que durante la Segunda Guerra Mundial utilizó a los prisioneros de los Campos de Concentración como “conejos de indias” para sus experimentos.
El cristianismo nunca se opone a la ciencia, sino que defiende los derechos de la razón y sostiene que, si un conocimiento científico es verdadero, nunca se contrapone con la fe, porque la ciencia y la fe buscan la verdad, y verdad en sus distintos niveles (religioso, ético, filosófico, científico) no se contradice, sino se complementa. En realidad, la “bioética laica” necesita que la fe le recuerde que está atropellando al ser humano.
Correo: lfvaldes@prodigy.net.mx
sábado, 2 de junio de 2007
CNDH y aborto: ¿derecho o manipulación?
Luis-Fernando Valdés
Publicado en el periódico «A.M.» (Quéretaro), 3.VI.2007, sec. B, p. 10.
Sigue muy vivo el debate en torno a la despenalización del aborto en la Ciudad de México. El tema se reencendió ahora por la intervención de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), cuando su Presidente, José Luis Soberanes, presentó un recurso de inconstitucionalidad ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). Las reacciones han sido muy vivas, y en el ánimo de muchos se formó la opinión de que el ombudsman estaba dando más peso a motivos de su propia conciencia que al derecho de las mujeres. ¿Este recurso obedece o no a verdaderas razones jurídicas? ¿Estamos ante una causa legal o se trata de una estrategia de presión?
Resulta muy curioso que ante un asunto plenamente jurídico, como es poner un recurso ante la SCJN, la opinión pública se divida. Pero más sorprendente resulta aún que muchos empiecen a especular con las motivaciones de esa acción. De modo que, sin traer al debate los argumentos propuestos por la CNDH, algunos hacen valoraciones que rozan en el juicio temerario. Por eso, veamos cuál es la problemática jurídica subyacente y que ha quedado oculta en este mar de opiniones.
La CNDH y la PGR impugnaron las reformas sobre el aborto recientemente aprobadas por la Asamblea Legislativa del DF, en base a dos criterios jurisprudenciales en los que la propia Suprema Corte ha establecido, por una parte, que la Constitución Federal protege la vida y, por otra, que esta protección comienza desde el momento de la concepción. Esto significa que ambas instituciones no están proponiendo un boicot a la ley del aborto, sino planteando que esa ley se contrapone a lo que tutela la Constitución Política de nuestro País.
No se trata pues, de argumentos sentimentales, o de la conciencia de una sola persona. Ni tampoco es el caso que se esté privando de un derecho a las mujeres. Más bien, estamos ante una situación en la que parecen oponerse el derecho a la vida del concebido no nacido y el derecho de la mujer sobre su propio cuerpo. La doctrina jurídica denomina como colisión o choque de derechos a las situaciones y casos concretos en los que están en juego derechos de diversas personas o titulares.
Hay un problema jurídico real, por encima de las opiniones tanto de los partidarios de la ley del aborto como de los que están a favor de la vida. Y, en nuestra Nación, hay un organismo encargado de dirimir estas controversias. De modo que lo normal en un país democrático es que el máximo tribunal reciba las diversas demandas, y establezca cuáles leyes están de acuerdo con los principios de nuestra Carta Magna.
Toda persona que se considere democrática debe saber que, en nuestro estado de derecho, es la Suprema Corte de Justicia la que interpreta autorizadamente lo que establece la Constitución, y la que tiene la autoridad para imponer sus resoluciones a todos los mexicanos. Sin embargo, en el apasionamiento del debate sobre el aborto, muchos pierden de vista estos principios jurídicos, y pretenden imponer su criterio personal o descalificar a los que no comparten sus opiniones.
Hoy más que nunca, necesitamos ciudadanos con auténtico criterio, con un verdadero juicio crítico, que sepan distinguir entre los principios jurídicos que fundamentan nuestra democracia y las meras opiniones personales, a veces demagógicas. Nos guste o no, en sistemas jurídicos como el nuestro, la última palabra sobre la despenalización del aborto en el DF ya no la tienen los legisladores, sino los jueces constitucionales.
Correo: lfvaldes@prodigy.net.mx
Publicado en el periódico «A.M.» (Quéretaro), 3.VI.2007, sec. B, p. 10.
Sigue muy vivo el debate en torno a la despenalización del aborto en la Ciudad de México. El tema se reencendió ahora por la intervención de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), cuando su Presidente, José Luis Soberanes, presentó un recurso de inconstitucionalidad ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). Las reacciones han sido muy vivas, y en el ánimo de muchos se formó la opinión de que el ombudsman estaba dando más peso a motivos de su propia conciencia que al derecho de las mujeres. ¿Este recurso obedece o no a verdaderas razones jurídicas? ¿Estamos ante una causa legal o se trata de una estrategia de presión?
Resulta muy curioso que ante un asunto plenamente jurídico, como es poner un recurso ante la SCJN, la opinión pública se divida. Pero más sorprendente resulta aún que muchos empiecen a especular con las motivaciones de esa acción. De modo que, sin traer al debate los argumentos propuestos por la CNDH, algunos hacen valoraciones que rozan en el juicio temerario. Por eso, veamos cuál es la problemática jurídica subyacente y que ha quedado oculta en este mar de opiniones.
La CNDH y la PGR impugnaron las reformas sobre el aborto recientemente aprobadas por la Asamblea Legislativa del DF, en base a dos criterios jurisprudenciales en los que la propia Suprema Corte ha establecido, por una parte, que la Constitución Federal protege la vida y, por otra, que esta protección comienza desde el momento de la concepción. Esto significa que ambas instituciones no están proponiendo un boicot a la ley del aborto, sino planteando que esa ley se contrapone a lo que tutela la Constitución Política de nuestro País.
No se trata pues, de argumentos sentimentales, o de la conciencia de una sola persona. Ni tampoco es el caso que se esté privando de un derecho a las mujeres. Más bien, estamos ante una situación en la que parecen oponerse el derecho a la vida del concebido no nacido y el derecho de la mujer sobre su propio cuerpo. La doctrina jurídica denomina como colisión o choque de derechos a las situaciones y casos concretos en los que están en juego derechos de diversas personas o titulares.
Hay un problema jurídico real, por encima de las opiniones tanto de los partidarios de la ley del aborto como de los que están a favor de la vida. Y, en nuestra Nación, hay un organismo encargado de dirimir estas controversias. De modo que lo normal en un país democrático es que el máximo tribunal reciba las diversas demandas, y establezca cuáles leyes están de acuerdo con los principios de nuestra Carta Magna.
Toda persona que se considere democrática debe saber que, en nuestro estado de derecho, es la Suprema Corte de Justicia la que interpreta autorizadamente lo que establece la Constitución, y la que tiene la autoridad para imponer sus resoluciones a todos los mexicanos. Sin embargo, en el apasionamiento del debate sobre el aborto, muchos pierden de vista estos principios jurídicos, y pretenden imponer su criterio personal o descalificar a los que no comparten sus opiniones.
Hoy más que nunca, necesitamos ciudadanos con auténtico criterio, con un verdadero juicio crítico, que sepan distinguir entre los principios jurídicos que fundamentan nuestra democracia y las meras opiniones personales, a veces demagógicas. Nos guste o no, en sistemas jurídicos como el nuestro, la última palabra sobre la despenalización del aborto en el DF ya no la tienen los legisladores, sino los jueces constitucionales.
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