Luis-Fernando Valdés López
Habemus Papam! Y salió, por el balcón de la Basílica de San Pedro, Benedicto XVI, sonriente, saludando a los miles de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro. Se presentó a sí mismo, como un «humilde trabajador de la viña del Señor». Esa descripción coincidía perfectamente con el recuerdo que yo guardaba del entonces Cardenal Ratzinger, cuando tuve la oportunidad de conversar unos minutos con él, en enero de 1998, durante un evento académico de la Universidad de Navarra (Pamplona, España).
Y quizá por eso, me contrastaron mucho algunas opiniones bastante duras sobre su persona, que algunos medios de comunicación emitieron desde el momento de su elección como Romano Pontífice. Se le tildó —entre otras acusaciones— de nazi, de intransigente, de reprimir a los teólogos de la liberación. ¿Qué hay de cierto en todo eso? ¿Se trata de acusaciones fundadas en la realidad? ¿O estamos presenciando el nacimiento de los mitos en torno a Benedicto XVI?
¿Pasado nazi?
El primero de los mitos sobre Benedicto XVI es la acusación de que en su juventud militó con los nazis. ¿Qué hay de verdadero en esto? La respuesta la encontramos rápidamente el libro publicado por Joseph Ratzinger en 1997, titulado Mi vida. Recuerdos (1927-1977). Ahí cuenta que en 1943, cuando él tenía 16 años y era ya seminarista, el gobierno de Hitler realizó una leva, y así le tocó ingresar al ejército alemán.
Cuenta que en vista de la creciente carencia de personal militar, los hombres del régimen idearon que los estudiantes utilizaran su tiempo libre en servicio de defensa antiaérea. «Así, el pequeño grupo de seminarista de mi clase —de los nacidos entre 1926 y 1927— fue llamado a los servicios antiaéreos de Munich. Habitábamos en barracones como los soldados regulares, que eran obviamente una minoría, usábamos los mismo uniformes y, en lo esencial, debíamos llevar a cabo los mismos servicios, con la sola diferencia que a nosotros se nos permitía asistir a un número reducido de clases» (p. 43).
Más adelante en 1944, fue asignado a un campamento en Austria, en la frontera con Hungría y la entonces Checoslovaquia. Ahí los oficiales eran «nazis de los primeros tiempos ... fanáticos que nos tiranizaban con violencia» (p. 45). Y cuenta que una noche, ya muy tarde, pusieron a su pelotón en formación. Entonces, «un oficial de la SS nos llamó uno a uno fuera de la fila y trató de inducirnos como “voluntarios” en el cuerpo de la SS, aprovechándose de nuestro cansancio y comprometiéndonos delante del grupo reunido» (p. 46).
Cuando llegó su turno, el joven Ratzinger se negó. «Junto con algunos otros, yo tuve la fortuna de decir que tenía la intención de ser sacerdote católico». La reacción de los oficiales de la SS —ese «cuerpo criminal», lo llama— fue inmediata: «fuimos cubiertos de escarnio e insultos, pero aquellas humillaciones nos supieron a gloria», porque se habían librado de ese enrolamiento falsamente “voluntario” (p. 46).
Como se puede apreciar, lejos de ser un miembro del partido nazi, Joseph Ratzinger fue víctima del nazismo. Y nos ha dejado constancia de su clara oposición a formar parte de ese sistema.
¿Inquisidor de herejes?
En 1982, el Cardenal Ratzinger tomó posesión del cargo de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF). Se trata del organismo vaticano encargado de tutelar la ortodoxia de la fe católica. Era un cargo por demás célebre: se trataba de la antigua Inquisición, del anterior Santo Oficio. Y las sombras de intolerancia se cernieron sobre él. Pero ¿en realidad el Cardenal Ratzinger fue un intolerante durante su gestión como Prefecto?
Todo lo contrario. Su espíritu sencillo y abierto queda reflejado en el giro que él mismo dio a la CDF. Este nuevo estilo, más abierto, más de diálogo se refleja en el Reglamento para el examen de las doctrinas (30-V-1997). Además, cuando un Autor es sometido a un proceso doctrinal ante la CDF, el interesado tiene derecho a dos abogados, uno de ellos se le asigna de oficio.
El caso del famoso teólogo moralista Marciano Vidal, redentorista, es representativo de este nuevo modo de proceder de la CDF. Después de un primer estudio del «Diccionario de ética teológica», y del libro «Moral de Actitudes», del P. Marciano Vidal, la CDF, a causa de los errores y de las ambigüedades encontrados, decidió emprender un estudio más profundo de esas obras. El 13 de diciembre de 1997 la CDF envió al autor, a través del Superior General de su Congregación, el texto de la «Contestatio», es decir el dictamen de la CDF.
El Autor envío una «Respuesta», redactada por él mismo y ayudado por el Consejero elegido por él, y acompañada por una carta de su Superior General. La CDF recibió esa «Respuesta», el 4 de junio de 1998. La examinó, y la consideró insatisfactoria. Por eso, decidió ofrecer al autor una nueva posibilidad de clarificar su pensamiento sobre los puntos en examen (20 de enero de 1999).
El nuevo texto de la CDF, acompañado de una carta, se entregó al Superior General de la Congregación del Santísimo Redentor en una reunión que tuvo lugar en la sede de la CDF (7 de junio de 1999). En esta reunión se comunicó el resultado del examen de la Respuesta, así como la decisión de la CDF, de carácter excepcional, de volver a formular los puntos en discusión, con objeto de facilitar una respuesta más puntual y precisa.
Se determinó que la respuesta del P. Vidal, redactada de forma personal, inequívoca y sucinta, debía llegar a la Congregación para la Doctrina de la Fe antes del próximo 30 de septiembre. Y esa respuesta llegó el 28 de septiembre. El texto de la segunda «Respuesta» fue sometido a examen. Y el 10 de noviembre de 1999 concluyó el proceso.
Aunque Vidal manifestó su disposición para corregir las ambigüedades referentes a la procreación artificial heteróloga, al aborto terapéutico y eugenésico y a las leyes sobre el aborto, este teólogo no proponía modificaciones concretas y sustanciales a las otras posiciones erróneas señaladas por la CDF. Y por eso, el Dicasterio romano decidió enviarle una «Notificación» (amonestación oficial).
El 2 de junio de 2000 se le comunicó formalmente la Notificación al P. Vidal, y después de un sereno diálogo, este Autor aceptó el juicio doctrinal formulado por la CDF, y se comprometió formalmente a reelaborar sus escritos, según los criterios establecidos.
Casi tres años de diálogo. Se llegó a un acuerdo. Nada de torturas, ni de hogueras. ¿Dónde está el Inquisidor? ¿Dónde está el intransigente?
¿Destructor de la Teología de la Liberación?
El mismo día de su elección como Sucesor de San Pedro, la televisión española entrevistaba a algunos de los llamados «Teólogos de la liberación». Estos afirmaban que el nuevo Papa, cuando había sido el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, los había condenado porque no tenía las categorías mentales necesarias para apoyarlos. El mensaje era claro: se trataba de un hombre cerrado a las nuevas formas de pensamiento.
Suena interesante la acusación. Pero seguramente hoy día pocos lectores saben qué es la «Teología de la Liberación». Seguramente les sonará como un movimiento cultural latinoamericano de los años sesentas y setentas, aunque quizá no acierten a entender qué proponían.
Se trata de un movimiento teológico que tenía la opinión de que la tradición teológica existente hasta entonces no resultaba aceptable. Y proponía hacer una nueva teología basada en la Escritura, pero interpretada desde la psicología, la sociología y la interpretación marxista de la historia. Su objetivo inmediato, muy loable, era enfrentar la pobreza y la opresión sufrida en América Latina.
Se trata de una Teología muy atractiva, pues dialogaba directamente con las ciencias humanas en boga, y buscaba dar una respuesta social. Pero en la práctica, se estaba causando un ruptura en el seno de la Iglesia. ¿Qué tenía esa doctrina que la hacía peligrosa para la fe? Algunos lo intuían, pero muy pocos lo sabían explicar.
El entonces Cardenal Ratzinger elaboró un dictamen que llega al núcleo de la «Teología de la Liberación», y que muestra su incompatibilidad con la fe. Según el Prefecto, esta teología vaciaba «seriamente la realidad global del cristianismo en un esquema de praxis sociopolítico de liberación».
Y esto era casi imperceptible porque «muchos teólogos de la liberación siguen usando gran parte del lenguaje ascético y dogmático de la Iglesia, pero en clave nueva; de tal manera que, quien la lee o la escucha partiendo del otro fundamento distinto [del tradicional], puede tener la impresión de encontrar el patrimonio tradicional; ciertamente con el añadido de algunas afirmaciones “un poco extrañas”, pero que, unidas a tanta religiosidad, no podrían ser peligrosas» (J. Ratzinger – V. Messori, Informe sobre la fe, BAC, 1985, p. 195).
Esta teología nueva «se presenta como una nueva hermeneútica de la fe cristiana», es decir, como una reinvención de todas la formas de la vida eclesial: la constitución eclesiática, la liturgia, la catequesis y las opciones morales (cfr. ibid. p. 194).
Este dictamen dio lugar a dos documentos de la CDF, Libertatis nuntius (6-VIII-1984) y Libertatis conscientiae (23-III-1986). Con estos textos se dio por zanjada la cuestión.
Ante este fino análisis intelectual elaborado por el Cardenal Ratzinger, cabe preguntar a esos Teólogos si captar el fondo de una cuestión tan difícil, si descubrir el cambio de doctrina que ellos proponían, es estar cerrado a las nuevas formas de pensamiento. Da la impresión de que etiquetan de cerrado a quien no piensa como ellos.
Hasta aquí la exposición de algunos de los mitos que empiezan a correr sobre Benedicto XVI. Al desenmascararlos, se puede ver por contraste la verdadera personalidad del nuevo Papa: es un hombre valiente que supo no ceder ante el nazismo, de un hombre que sabe dialogar pacientemente con los teólogos, de un hombre de exquisita finura intelectual y de un gran sentido de la verdadera fe.
Habemus Papam. Tenemos un Papa nuevo, dotado de una gran humildad, que se manifiesta en esa capacidad de escuchar y en esa valentía para llamar a los errores por su nombre, sin desear quedar bien ante los hombres, sino sólo ante Dios.
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