Luis-Fernando Valdés
“Año Nuevo, vida nueva”, reza un conocido refrán. La Secretaría de Educación del Distrito Federal anunció que repartirá libros de historia gratuitos, durante el mes de enero del 2008, además de otros textos sobre cuidado ambiental y sobre el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución. Parece que al “nuevo Año” le corresponderá “historia nueva”. Reescribir la historia patria es un tema muy delicado, que puede favorecer la identidad nacional, o dividir el País. ¿Adónde queremos llegar?
Estos libros son un proyecto de la Secretaría de Educación del DF, en conjunto con el Consejo de la Crónica de la Ciudad de México, que es una asociación civil constituida el 19 de febrero de este año, y presidida por Guillermo Tovar de Teresa. Desde el siglo XVI hasta 1987, el cargo de cronista de la ciudad era asignado por las autoridades de gobierno. Desde hace unos meses se trata de un Consejo de la Crónica ciudadano, lo cual puede garantizar cierta independencia.
El nuevo texto está dividido en 16 capítulos, uno por Delegación política, y en ellos se aborda la vida de los barrios, las calles y los monumentos históricos; y destina un capítulo a la construcción de la sociedad civil en la ciudad, escrito por Carlos Monsiváis. El tiraje será de un millón de ejemplares, que se distribuirán entre estudiantes de preparatoria, bibliotecas públicas y otros organismos.
Hasta aquí todo va muy bien. Pero en su conferencia de prensa, Axel Didriksson, encargado del sector educativo en el gobierno capitalino, hizo una declaración que levanta sospechas. Afirmó que para llevar este libro a las secundarias públicas, se esperará a tener el consenso con la SEP, pero si esta dependencia federal considera que el libro es inadecuado para los niños a pesar de hablar sobre la identidad e historia de la ciudad, “nosotros lo vamos a distribuir aparte”. ¿Una versión de la historia que será “impuesta” a las nuevas generaciones? ¿Por qué no entablar un diálogo en caso de que el libro se considerado inadecuado?
Escribir la historia es un tema de gran importancia. Es una de las claves para construir la identidad nacional. Desde 1823, cuando se consumó el movimiento de Independencia, la historia de México se ha escrito varias veces. En no pocos casos, el hilo conductor de los episodios patrios ha sido justificar a los diversos regímenes e ideologías. Todavía hoy la identidad de México está en disputa ideológica y partidista, en vez de dar lugar a un serio debate académico. Y esa declaración de Didriksson parece sugerir que este nuevo texto será un hito más en la “reescritura” partidista de la historia nacional. Ya lo veremos dentro de poco.
Al reelaborar la historia se requiere, por una parte, de auténticos profesionales del estudio de la historia, que den cuenta exhaustiva de las fuentes y que reconozcan abiertamente los puntos de vista ideológicos de los que ellos mismos parten. Y, por otra, se necesita un sentido muy grande de la justicia, que sepa aceptar que todos somos mexicanos, porque en los textos en los que se divide dialécticamente a México bandos (criollos e indígenas, conservadores y liberales, revolucionarios y reaccionarios, etc.) siempre hay un grupo de ciudadanos que quedan segregados, convertidos en mexicanos de segunda categoría. Hace falta repensar la identidad nacional, reescribir nuestra historia, en la que se haga justicia y se busque la unidad: aunque pensemos diferente, todos somos hijos de esta gran Patria.
Correo: lfvaldes@prodigy.net.mx
http://columnafeyrazon.blogspot.com
Luis-Fernando Valdés López, sacerdote y teólogo, comenta noticias destacadas de la semana, con un enfoque humanista, desde la razón creyente.
domingo, 30 de diciembre de 2007
domingo, 23 de diciembre de 2007
Rescatar la verdadera Navidad
Luis-Fernando Valdés
Con frecuencia, en estos días de festejos previos al 25 de diciembre, se proyectan en el cine o en la televisión películas alusivas a la Navidad, que últimamente han tenido como argumento el rescate de esta fiesta de manos los incrédulos o de los aguafiestas. En la vida real sí que hace falta salvar la Navidad, porque el nacimiento de Dios es la única fuente de una esperanza verdadera.
No es casualidad que la disminución del conocimiento del verdadero sentido de la Navidad, esté en relación directa con el aumento de la violencia y la injusticia en nuestro País. Además, la mentira parece haber tomado posesión de bastantes aspectos de la pública, del mundo laboral y hasta del núcleo familiar. Es tristemente lógico: cuando se desconoce la presencia de Dios en el mundo, la vida pública y privada quedan vacías de la verdad y de la justicia. El proyecto del hombre moderno, que buscaba armonía y fraternidad sin necesidad de acudir a Dios, ha fracasado. Y, a cambio, nos ha dejado una sociedad sin Dios, en la que prevalecen la corrupción, el miedo y la desesperanza.
Cuando los creyentes aguardamos con fe la llegada de la Navidad, nos hacemos intérpretes de las esperanzas de toda la humanidad, la cual anhela la justicia e, incluso, de una manera inconsciente, espera la salvación que sólo Dios puede darnos. Cuando los hombres intentamos arreglar el mundo según nuestras posibilidades, nos quedamos cortos, y así el mundo resulta cada vez más caótico e incluso violento: sin Dios, la vida se vuelve oscura y sin brújula.
La Navidad nos hace conmemorar el prodigio increíble del nacimiento del Hijo unigénito de Dios de la Virgen María en la cueva de Belén. Dios se ha hecho ser humano, sin abandonar su condición divina, para enseñarnos el camino del amor, de la justicia y de la paz. Esa vía no es una lección abstracta de ética, sino que la encontramos en la vida y el mensaje de Jesús de Nazaret. Solamente cuando las enseñanzas de Jesucristo se toman en cuenta para organizar la vida social y la existencia personal advienen la armonía y la alegría verdaderas.
Ya se entiende porqué en épocas pasadas, en esta fecha se establecían treguas en las guerras, se incrementaba la ayuda a los pobres y se visitaba a los enfermos. Era la consecuencia inmediata de reconocer la fuerza y la validez de las palabras del Dios encarnado: “ama a tu próximo como a ti mismo”, “reza por tu enemigos”, “quien visita a un enfermo a mi me visita”.
Por eso, como afirmó recientemente el Santo Padre: “si no se reconoce que Dios se hizo hombre, ¿qué sentido tiene festejar la Navidad? La celebración se vacía” (Audiencia, 19.XII.2007). Y esto es tristemente lo que encontramos en bastantes ambientes: una fiesta navideña hueca, llena de mercantilismo, de celebraciones sin referencia directa al compromiso de un cambio personal.
Termino hoy deseándoles una auténtica Navidad, y compartiendo con ustedes los buenos augurios del Papa Benedicto XVI: “Pidamos a Dios que la violencia sea vencida con la fuerza del amor, que los enfrentamientos cedan el paso a la reconciliación, que la prepotencia se transforme en deseo de perdón, de justicia y de paz. Que los deseos de bondad y de amor que nos intercambiamos en estos días lleguen a todos los ambientes de nuestra vida cotidiana. Que la paz esté en nuestros corazones, para que se abran a la acción de la gracia de Dios. Que la paz reine en las familias, para que pasen la Navidad unidas ante el belén y el árbol lleno de luces”.
Correo: lfvaldes@prodigy.net.mx
http:// columnafeyrazon.blogspot.com
Con frecuencia, en estos días de festejos previos al 25 de diciembre, se proyectan en el cine o en la televisión películas alusivas a la Navidad, que últimamente han tenido como argumento el rescate de esta fiesta de manos los incrédulos o de los aguafiestas. En la vida real sí que hace falta salvar la Navidad, porque el nacimiento de Dios es la única fuente de una esperanza verdadera.
No es casualidad que la disminución del conocimiento del verdadero sentido de la Navidad, esté en relación directa con el aumento de la violencia y la injusticia en nuestro País. Además, la mentira parece haber tomado posesión de bastantes aspectos de la pública, del mundo laboral y hasta del núcleo familiar. Es tristemente lógico: cuando se desconoce la presencia de Dios en el mundo, la vida pública y privada quedan vacías de la verdad y de la justicia. El proyecto del hombre moderno, que buscaba armonía y fraternidad sin necesidad de acudir a Dios, ha fracasado. Y, a cambio, nos ha dejado una sociedad sin Dios, en la que prevalecen la corrupción, el miedo y la desesperanza.
Cuando los creyentes aguardamos con fe la llegada de la Navidad, nos hacemos intérpretes de las esperanzas de toda la humanidad, la cual anhela la justicia e, incluso, de una manera inconsciente, espera la salvación que sólo Dios puede darnos. Cuando los hombres intentamos arreglar el mundo según nuestras posibilidades, nos quedamos cortos, y así el mundo resulta cada vez más caótico e incluso violento: sin Dios, la vida se vuelve oscura y sin brújula.
La Navidad nos hace conmemorar el prodigio increíble del nacimiento del Hijo unigénito de Dios de la Virgen María en la cueva de Belén. Dios se ha hecho ser humano, sin abandonar su condición divina, para enseñarnos el camino del amor, de la justicia y de la paz. Esa vía no es una lección abstracta de ética, sino que la encontramos en la vida y el mensaje de Jesús de Nazaret. Solamente cuando las enseñanzas de Jesucristo se toman en cuenta para organizar la vida social y la existencia personal advienen la armonía y la alegría verdaderas.
Ya se entiende porqué en épocas pasadas, en esta fecha se establecían treguas en las guerras, se incrementaba la ayuda a los pobres y se visitaba a los enfermos. Era la consecuencia inmediata de reconocer la fuerza y la validez de las palabras del Dios encarnado: “ama a tu próximo como a ti mismo”, “reza por tu enemigos”, “quien visita a un enfermo a mi me visita”.
Por eso, como afirmó recientemente el Santo Padre: “si no se reconoce que Dios se hizo hombre, ¿qué sentido tiene festejar la Navidad? La celebración se vacía” (Audiencia, 19.XII.2007). Y esto es tristemente lo que encontramos en bastantes ambientes: una fiesta navideña hueca, llena de mercantilismo, de celebraciones sin referencia directa al compromiso de un cambio personal.
Termino hoy deseándoles una auténtica Navidad, y compartiendo con ustedes los buenos augurios del Papa Benedicto XVI: “Pidamos a Dios que la violencia sea vencida con la fuerza del amor, que los enfrentamientos cedan el paso a la reconciliación, que la prepotencia se transforme en deseo de perdón, de justicia y de paz. Que los deseos de bondad y de amor que nos intercambiamos en estos días lleguen a todos los ambientes de nuestra vida cotidiana. Que la paz esté en nuestros corazones, para que se abran a la acción de la gracia de Dios. Que la paz reine en las familias, para que pasen la Navidad unidas ante el belén y el árbol lleno de luces”.
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domingo, 16 de diciembre de 2007
El costo político de la coherencia
Luis-Fernando Valdés
Hace un par de semanas, en España ocurrió un suceso que removió a tanto a la clase política como a los ciudadanos de a pie. Mercedes Aroz la Senadora más votada en la historia de la cámara alta española, de filiación socialista, anunció su conversión al cristianismo y el abandono de su escaño, por incompatibilidad con la actual política de su partido. Curiosamente este hecho no tuvo tanto despliegue mediático. Ahora le damos espacio, porque vale la pena resaltar la coherencia de vida que exigimos a los políticos.
Este caso es digno de ser contado con cierto detalle. La Senadora Aroz fue marxista ortodoxa durante décadas, se afilió al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en 1976, y provenía de una formación de ultraizquierda, la Liga Comunista Revolucionaria. En el Partido Socialista de Cataluña (PSC) formó parte de la dirección política 18 años y del Comité Federal del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). En otros palabras, la Sra. Aroz era un exponente serio de una ideología que no solamente es atea, sino abiertamente anticatólica. Es muy fuerte que una persona tan metida en el socialismo declare abiertamente que cambia su ideología, y se hace católica.
Ha sido una gran sorpresa. Algunos se han preguntado qué la llevó a dejar una posición cómoda. Un diario digital español declaraba: “¿Cuántos pensarán que Mercedes Aroz es una ‘pirada’ [loca]? ¿Dejar un puesto de poder y sueldo en un partido que gobierna Barcelona, Cataluña, España? ¿A cambio de qué?” (www.forumlibertas.com). Son preguntas fuertes, pues en la política actual, parece que los intereses personales y de grupo, como el dinero, el poder, la ideología, pesan más que las necesidades del espíritu y que los reclamos de la conciencia.
La misma Mercedes Aroz explica que las razones para su conversión religiosa fueron la búsqueda del sentido profundo de la existencia, el deseo de encontrar la verdad sobre el ser humano, que ni la ciencia experimental ni la ideología alcanzan a explicar. Aroz lo explicó así en sus declaraciones a Europa Press: “He querido hacer pública mi conversión para subrayar la convicción de la Iglesia católica de que el cristianismo tiene mucho que decir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, porque hay algo más que la razón y la ciencia. A través de la fe cristiana se alcanza a comprender plenamente la propia identidad como ser humano y el sentido de la vida”.
La conversión de esta conocida Senadora española tuvo un “costo político”: el final de su carrera parlamentaria. Es muy admirable que ella pone en primer lugar sus convicciones y su conciencia a su propia carrera. “Mi actual compromiso cristiano me ha llevado a discrepar con determinadas leyes del Gobierno que chocan frontalmente con la ética cristiana, como la regulación dada a la unión homosexual o la investigación con embriones, y que en conciencia no he podido apoyar. En consecuencia se imponía la decisión que he tomado”, afirmó en un comunicado de prensa.
El caso de Mercedes Aroz trae al foro de la reflexión política un factor presente en los clásicos griegos y ausente en nuestros días: que la actividad gubernamental y legislativa debe estar en contacto directo con las necesidades espirituales del hombre, y no limitarse sólo al desarrollo económico. Nuestro País requiere hoy mismo hombres y mujeres de altos ideales espirituales y humanos, que no abdiquen de sus principios en el cabildeo parlamentario, ni que vendan sus conciencias en las negociaciones legislativas.
Correo: lfvaldes@prodigy.net.mx
www.columnafeyrazon.blogspot.com
Hace un par de semanas, en España ocurrió un suceso que removió a tanto a la clase política como a los ciudadanos de a pie. Mercedes Aroz la Senadora más votada en la historia de la cámara alta española, de filiación socialista, anunció su conversión al cristianismo y el abandono de su escaño, por incompatibilidad con la actual política de su partido. Curiosamente este hecho no tuvo tanto despliegue mediático. Ahora le damos espacio, porque vale la pena resaltar la coherencia de vida que exigimos a los políticos.
Este caso es digno de ser contado con cierto detalle. La Senadora Aroz fue marxista ortodoxa durante décadas, se afilió al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en 1976, y provenía de una formación de ultraizquierda, la Liga Comunista Revolucionaria. En el Partido Socialista de Cataluña (PSC) formó parte de la dirección política 18 años y del Comité Federal del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). En otros palabras, la Sra. Aroz era un exponente serio de una ideología que no solamente es atea, sino abiertamente anticatólica. Es muy fuerte que una persona tan metida en el socialismo declare abiertamente que cambia su ideología, y se hace católica.
Ha sido una gran sorpresa. Algunos se han preguntado qué la llevó a dejar una posición cómoda. Un diario digital español declaraba: “¿Cuántos pensarán que Mercedes Aroz es una ‘pirada’ [loca]? ¿Dejar un puesto de poder y sueldo en un partido que gobierna Barcelona, Cataluña, España? ¿A cambio de qué?” (www.forumlibertas.com). Son preguntas fuertes, pues en la política actual, parece que los intereses personales y de grupo, como el dinero, el poder, la ideología, pesan más que las necesidades del espíritu y que los reclamos de la conciencia.
La misma Mercedes Aroz explica que las razones para su conversión religiosa fueron la búsqueda del sentido profundo de la existencia, el deseo de encontrar la verdad sobre el ser humano, que ni la ciencia experimental ni la ideología alcanzan a explicar. Aroz lo explicó así en sus declaraciones a Europa Press: “He querido hacer pública mi conversión para subrayar la convicción de la Iglesia católica de que el cristianismo tiene mucho que decir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, porque hay algo más que la razón y la ciencia. A través de la fe cristiana se alcanza a comprender plenamente la propia identidad como ser humano y el sentido de la vida”.
La conversión de esta conocida Senadora española tuvo un “costo político”: el final de su carrera parlamentaria. Es muy admirable que ella pone en primer lugar sus convicciones y su conciencia a su propia carrera. “Mi actual compromiso cristiano me ha llevado a discrepar con determinadas leyes del Gobierno que chocan frontalmente con la ética cristiana, como la regulación dada a la unión homosexual o la investigación con embriones, y que en conciencia no he podido apoyar. En consecuencia se imponía la decisión que he tomado”, afirmó en un comunicado de prensa.
El caso de Mercedes Aroz trae al foro de la reflexión política un factor presente en los clásicos griegos y ausente en nuestros días: que la actividad gubernamental y legislativa debe estar en contacto directo con las necesidades espirituales del hombre, y no limitarse sólo al desarrollo económico. Nuestro País requiere hoy mismo hombres y mujeres de altos ideales espirituales y humanos, que no abdiquen de sus principios en el cabildeo parlamentario, ni que vendan sus conciencias en las negociaciones legislativas.
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domingo, 9 de diciembre de 2007
Voluntad anticipada: ventajas y riesgos
Luis-Fernando Valdés
El pasado martes 4 de este mes, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal aprobó, por unanimidad, la Ley de Voluntad Anticipada, que reconoce el derecho de los enfermos terminales y desahuciados a decidir si quieren ser sometidos a tratamientos médicos para mantenerse con vida. Desde el punto de vista ético, esta nueva Ley tiene ventajas. Pero no es la hora de lanzar las campanas al vuelo, porque también esta ley conlleva ciertos riesgos.
La equivocidad es un serio problema al hablar de este tema. Porque, mientras “eutanasia” para algunos significa no prolongar la agonía, para otros quiere decir adelantar la muerte. Por evitar la confusión han surgido nuevos vocablos como “eutanasia activa” (que consiste en producir la muerte del paciente terminal), “eutanasia pasiva” (omitir un tratamiento, lo cual producirá directamente el deceso del enfermo) y “ortotanasia” (no aplicar medios desproporcionados para alargar la vida más allá del tiempo debido).
En el caso concreto de esta nueva Ley, se está protegiendo al enfermo del llamado “ensañamiento terapéutico”, que consiste en aplicar tratamientos que lejos de recuperar la salud, sólo prolongan el momento de la muerte natural. Es conforme a la ética evitar el ensañamiento terapéutico. La Encíclica “Evangelio Vitae” (n. 65) de Juan Pablo II explica que “cuando la muerte se prevé inminente e inevitable, se puede en conciencia renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia”. Y añade que no se deben interrumpir las atenciones normales para un paciente. Luego el Papa polaco aclara que “la renuncia a medios extraordinarios o desproporcionados no equivale al suicidio o a la eutanasia; expresa más bien la aceptación de la condición humana ante la muerte” (ibidem).
Hasta aquí esta Ley va muy bien. Pero quedan aspectos que deben quedar claros en la reglamentación de la Voluntad Anticipada, para que no se dé pie a la eutanasia ni activa ni pasiva. Por ejemplo, esta Ley prevé que una persona puede manifestar su voluntad de no ser sometido a tratamientos que prolonguen innecesariamente su vida, y que, en el caso de un enfermo inconsciente, lo pueden hacer sus familiares. Aquí cabe el riesgo de que una persona pida que se le adelante la muerte (eutanasia activa), o que sus familiares pidan que se le retiren los tratamientos normales antes de tiempo (eutanasia pasiva). Debe quedar muy claro de que la Ley le a las personas da derecho de evitar el ensañamiento terapéutico, pero no les autoriza adelantar el momento de morir.
Un riesgo más es el de que no queden bien reglamentados los tratamientos ordinarios que se le deben aplicar al paciente terminal, que ha manifestado su deseo de que no se prolongue su agonía. En concreto, se le deben ofrecer al paciente todos los medios que alivien la etapa final de su vida: alimentación, hidratación, oxigenación, sedación, etc. No se le pueden negar los auxilios para que llegue con el menor sufrimiento al fin natural de su vida.
Es muy positivo que los legisladores se ocupen de un tema capital como el derecho a una muerte digna, y protejan a los enfermos terminales del ensañamiento terapéutico. Pero es necesario estar atentos para que la reglamentación de esta Ley no introduzca la posibilidad del suicidio asistido, y que garantice la asistencia sanitaria de los agonizantes. Deseamos que la Ley de Voluntad Anticipada favorezca la cultura de una muerte digna, pero que no sea el primer paso para legalizar la eutanasia.
Correo: lfvaldes@prodigy.net.mx
www.columnafeyrazon.blogspot.com
El pasado martes 4 de este mes, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal aprobó, por unanimidad, la Ley de Voluntad Anticipada, que reconoce el derecho de los enfermos terminales y desahuciados a decidir si quieren ser sometidos a tratamientos médicos para mantenerse con vida. Desde el punto de vista ético, esta nueva Ley tiene ventajas. Pero no es la hora de lanzar las campanas al vuelo, porque también esta ley conlleva ciertos riesgos.
La equivocidad es un serio problema al hablar de este tema. Porque, mientras “eutanasia” para algunos significa no prolongar la agonía, para otros quiere decir adelantar la muerte. Por evitar la confusión han surgido nuevos vocablos como “eutanasia activa” (que consiste en producir la muerte del paciente terminal), “eutanasia pasiva” (omitir un tratamiento, lo cual producirá directamente el deceso del enfermo) y “ortotanasia” (no aplicar medios desproporcionados para alargar la vida más allá del tiempo debido).
En el caso concreto de esta nueva Ley, se está protegiendo al enfermo del llamado “ensañamiento terapéutico”, que consiste en aplicar tratamientos que lejos de recuperar la salud, sólo prolongan el momento de la muerte natural. Es conforme a la ética evitar el ensañamiento terapéutico. La Encíclica “Evangelio Vitae” (n. 65) de Juan Pablo II explica que “cuando la muerte se prevé inminente e inevitable, se puede en conciencia renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia”. Y añade que no se deben interrumpir las atenciones normales para un paciente. Luego el Papa polaco aclara que “la renuncia a medios extraordinarios o desproporcionados no equivale al suicidio o a la eutanasia; expresa más bien la aceptación de la condición humana ante la muerte” (ibidem).
Hasta aquí esta Ley va muy bien. Pero quedan aspectos que deben quedar claros en la reglamentación de la Voluntad Anticipada, para que no se dé pie a la eutanasia ni activa ni pasiva. Por ejemplo, esta Ley prevé que una persona puede manifestar su voluntad de no ser sometido a tratamientos que prolonguen innecesariamente su vida, y que, en el caso de un enfermo inconsciente, lo pueden hacer sus familiares. Aquí cabe el riesgo de que una persona pida que se le adelante la muerte (eutanasia activa), o que sus familiares pidan que se le retiren los tratamientos normales antes de tiempo (eutanasia pasiva). Debe quedar muy claro de que la Ley le a las personas da derecho de evitar el ensañamiento terapéutico, pero no les autoriza adelantar el momento de morir.
Un riesgo más es el de que no queden bien reglamentados los tratamientos ordinarios que se le deben aplicar al paciente terminal, que ha manifestado su deseo de que no se prolongue su agonía. En concreto, se le deben ofrecer al paciente todos los medios que alivien la etapa final de su vida: alimentación, hidratación, oxigenación, sedación, etc. No se le pueden negar los auxilios para que llegue con el menor sufrimiento al fin natural de su vida.
Es muy positivo que los legisladores se ocupen de un tema capital como el derecho a una muerte digna, y protejan a los enfermos terminales del ensañamiento terapéutico. Pero es necesario estar atentos para que la reglamentación de esta Ley no introduzca la posibilidad del suicidio asistido, y que garantice la asistencia sanitaria de los agonizantes. Deseamos que la Ley de Voluntad Anticipada favorezca la cultura de una muerte digna, pero que no sea el primer paso para legalizar la eutanasia.
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domingo, 2 de diciembre de 2007
La Encíclica de la Esperanza
Luis-Fernando Valdés
Cuando hacemos un análisis de los problemas de nuestra época, desde el punto de vista intelectual, irremediablemente nos encontramos con el relativismo. Mucha gente ya no cree en la capacidad de la razón para conocer la verdad, y piensan que nadie puede imponer ninguna regla de conducta. Además, la razón se muestra impotente para explicar la presencia del mal y la injusticia en el mundo. El hombre aparece como abandonado en un destino trágico y ciego. Ante este panorama desolador, Benedicto XVI propone una salida real: volver a la esperanza cristiana.
El pasado viernes 30 de noviembre, el Papa firmó su segunda Encíclica, titulada “Spe salvi”, tomando las palabras de un pasaje de la Epístola a los Romanos: “En esperanza fuimos salvados” (Rom 8, 24). En ella, el Romano Pontífice explica que “se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente”, porque podemos estar seguros de que el presente lleva a una meta tan grande que justifica el esfuerzo del camino. El cristiano sabe que “su vida no acaba en el vacío" (n. 1).
El documento pontificio consta de dos partes. En la primera, Benedicto XVI concluye que todos “tenemos necesidad de las esperanzas, pequeñas y grandes, que día a día nos mantienen en el camino de la vida. Pero sin la gran esperanza, que debe superarlo todo, éstas no bastan”. La gran esperanza es Dios. “Dios es el fundamento de la esperanza. No cualquier Dios, sino aquel Dios con rostro humano que nos ha amado hasta el final. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día sin perder el ánimo de la esperanza” (n. 31).
Pero el Santo Padre no se queda sólo en una exposición teórica de esta virtud cristiana. En la segunda parte de la Encíclica, propone unos “lugares” para aprendizaje y el ejercicio de la esperanza. El primero es la oración: “Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios” (n. 32). Recuerda el testimonio del cardenal Nguyen Van Thuan, quien durante trece años estuvo en las cárceles vietnamitas, nueve de ellos en aislamiento: «en una situación de desesperación aparentemente total, la escucha de Dios, el poder hablarle, fue para él una fuerza creciente de esperanza” (ibid.).
El sufrimiento es otro lugar de aprendizaje: “Conviene ciertamente hacer todo lo posible para disminuir el sufrimiento”, sin embargo, “lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (nn. 36-39). Un “lugar” más es el Juicio de Dios. La modernidad niega que exista Dios porque no es razonable un Dios que sea responsable de un mundo en el que hay tanta injusticia y tanto sufrimiento de los inocentes. Y si Dios no establece la justicia, entonces el hombre es el que se siente llamado a crear esa justicia. Pero “un mundo que tiene que crear su justicia por sí mismo es un mundo que se queda sin esperanza”, contesta el Papa (n. 42). “Sólo Dios puede crear justicia”, y eso lo hará en el Juicio final, lo cual nos llena de esperanza (n. 44).
Así el Papa nos ofrece una vía para recuperar el sentido de la vida, porque ni crear unas condiciones económicas favorables, ni la ciencia redimen al hombre. Es el amor de Dios lo que redime al hombre y en este amor sí se puede apoyar nuestra esperanza.
Correo: lfvaldes@prodigy.net.mx
Cuando hacemos un análisis de los problemas de nuestra época, desde el punto de vista intelectual, irremediablemente nos encontramos con el relativismo. Mucha gente ya no cree en la capacidad de la razón para conocer la verdad, y piensan que nadie puede imponer ninguna regla de conducta. Además, la razón se muestra impotente para explicar la presencia del mal y la injusticia en el mundo. El hombre aparece como abandonado en un destino trágico y ciego. Ante este panorama desolador, Benedicto XVI propone una salida real: volver a la esperanza cristiana.
El pasado viernes 30 de noviembre, el Papa firmó su segunda Encíclica, titulada “Spe salvi”, tomando las palabras de un pasaje de la Epístola a los Romanos: “En esperanza fuimos salvados” (Rom 8, 24). En ella, el Romano Pontífice explica que “se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente”, porque podemos estar seguros de que el presente lleva a una meta tan grande que justifica el esfuerzo del camino. El cristiano sabe que “su vida no acaba en el vacío" (n. 1).
El documento pontificio consta de dos partes. En la primera, Benedicto XVI concluye que todos “tenemos necesidad de las esperanzas, pequeñas y grandes, que día a día nos mantienen en el camino de la vida. Pero sin la gran esperanza, que debe superarlo todo, éstas no bastan”. La gran esperanza es Dios. “Dios es el fundamento de la esperanza. No cualquier Dios, sino aquel Dios con rostro humano que nos ha amado hasta el final. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día sin perder el ánimo de la esperanza” (n. 31).
Pero el Santo Padre no se queda sólo en una exposición teórica de esta virtud cristiana. En la segunda parte de la Encíclica, propone unos “lugares” para aprendizaje y el ejercicio de la esperanza. El primero es la oración: “Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios” (n. 32). Recuerda el testimonio del cardenal Nguyen Van Thuan, quien durante trece años estuvo en las cárceles vietnamitas, nueve de ellos en aislamiento: «en una situación de desesperación aparentemente total, la escucha de Dios, el poder hablarle, fue para él una fuerza creciente de esperanza” (ibid.).
El sufrimiento es otro lugar de aprendizaje: “Conviene ciertamente hacer todo lo posible para disminuir el sufrimiento”, sin embargo, “lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (nn. 36-39). Un “lugar” más es el Juicio de Dios. La modernidad niega que exista Dios porque no es razonable un Dios que sea responsable de un mundo en el que hay tanta injusticia y tanto sufrimiento de los inocentes. Y si Dios no establece la justicia, entonces el hombre es el que se siente llamado a crear esa justicia. Pero “un mundo que tiene que crear su justicia por sí mismo es un mundo que se queda sin esperanza”, contesta el Papa (n. 42). “Sólo Dios puede crear justicia”, y eso lo hará en el Juicio final, lo cual nos llena de esperanza (n. 44).
Así el Papa nos ofrece una vía para recuperar el sentido de la vida, porque ni crear unas condiciones económicas favorables, ni la ciencia redimen al hombre. Es el amor de Dios lo que redime al hombre y en este amor sí se puede apoyar nuestra esperanza.
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