domingo, 25 de mayo de 2008

¿Para qué una “Marcha por la Vida”?

Luis-Fernando Valdés

Hoy se llevará a cabo la “Marcha por la Vida”, tanto en Querétaro como en otras ciudades del País. Se trata de un gran evento organizado por Dimensión Episcopal para los Laicos (DELAI) de la Conferencia del Episcopado Mexicano, y que ha sido impulsado por el Obispo queretano, Mons. Mario De Gasperín. Ante un aforo, que se espera sea muy numeroso, necesariamente nos preguntamos qué sentido tiene este evento. ¿Es una manifestación de poderío religioso? ¿Será el último esfuerzo para salvar una causa perdida?
Ante una mirada superficial, esta marcha se podría considerar como los esfuerzos de la Iglesia y de familias “tradicionales” para impedir que México se modernice, y que nuestra Constitución se ponga al nivel de las Legislaciones de los países económicamente más desarrollados.
Quizá también se puede observar esta manifestación pública a favor de la vida, desde el ángulo –tan desgastado y por eso obsoleto– de las facciones políticas: izquierda-derecha, conservadores-liberales, retrógrados-modernos. Entonces se trataría de una expresión de la típica derecha conservadora mexicana, que no entendería que los tiempos han cambiado.
Según estos enfoques, esta marcha de hoy no tendría mucho sentido, pues trataría de negar un cambio de época y de mentalidad en nuestra Nación. Si acaso, sería una mera muestra de que en nuestro País hay libertad de expresión. Sin embargo, pensar así sería cerrarse al significado más profundo de este desfile.
En la superficie y en el fondo, es una marcha a favor de la rica tradición cultural mexicana. Ninguna nación se constituye por un grupo de ideólogos que “inventan” un país, mientras se toman un café, sino que es fruto de una herencia cultural de siglos, que se enraíza en un armonioso conjunto de valores, lenguas, creencias y rituales en el contexto de un territorio, con sus mares y ríos, montañas y valles, y su flor y su fauna. Y así nuestra Patria –el lugar que nos heredaron nuestros Padres– en sus ricas raíces precolombinas, coloniales y modernas, siempre ha sido considerado la vida como un gran regalo. Imponer el aborto en México no será actualizarlo, sino desconectarlo de su pasado histórico. Si se cortan las raíces, el árbol centenario terminará por caer.
Salir a las calles, en ambiente festivo, para celebrar la vida sí tiene sentido. Es una expresión pública para proteger nuestra identidad nacional. Es muy curioso que bastantes de los que se autoproclaman defensores de los orígenes mexicanos, lejos de leer con respeto los códices prehispánicos –los cuales alaban la vida–, tienden a buscar un nuevo proyecto de nación apoyados en ideas extranjeras. ¿Desde cuándo el aborto, a nombre del derecho a decidir, está en la tradición cultural mexicana? ¿No es más bien de la tradición anglo-sajona, originada en la
Suprema Corte de Estados Unidos, en los años 70’s?
Proponer como gran novedad la legalización del aborto, es un gran timo. Es pretender borrar de un plumazo quinientos años de historia. Es afirmar que todos nuestros antepasados han estado en el error, y que la verdad apenas nos llegó hace treinta años. Es ofrecernos nuevamente cristales de colores –a nombre de la libertad–, para que vendamos inocentemente nuestra Patria: nuestras raíces, nuestra historia, nuestros valores. Si está leyendo esta columna después de haber recorrido las calles de nuestra Ciudad, lo felicito, pues ha hecho algo importante: nos ha mostrado que nuestro País tiene raíces e historia, las cuales aman profundamente la vida.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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domingo, 18 de mayo de 2008

La “dictadura” de la igualdad

Luis-Fernando Valdés

Un nuevo golpe, muy duro, contra la institución fundamental de la sociedad. El pasado 15 de mayo, la Corte Suprema de California (EUA) declaró inconstitucionales las leyes que prohíben el matrimonio entre personas del mismo sexo. Si esta sentencia entra en vigor, ese estado se convertiría en el segundo en permitir las bodas entre homosexuales. ¿En qué nos afecta la decisión de un tribunal del país vecino?
Aunque parece que se trata de una situación lejana, esa resolución jurídica sí tendrá repercusiones en nuestra Nación y en el resto de Latinoamérica. En primer lugar, porque se trata del estado más poblado y más rico de la Unión Americana, de modo que sus sentencias sientan cierto precedente para el resto de los estados. Además, ya sea por la presión de ciertos organismos internacionales, ya sea por influjo de los millones de paisanos que ahí residen, esas influencias nos llegarán tarde o temprano.
Alguno podría pensar: “¿qué tiene de malo esa ley? Si unas personas homosexuales quieren hacer una familia, ¿en qué les daña a los demás?”. Sí nos afecta, no sólo a los que pensamos que el matrimonio es la unión fiel, exclusiva y de por vida entre un hombre y una mujer, sino también a toda la sociedad. Porque la institución matrimonial es fruto de las leyes naturales que rigen al ser humano, con independencia de su credo o de su cultura. Y así como violar las leyes de los ecosistemas tiene consecuencias negativas (como el calentamiento global), de igual manera cuando no se siguen las pautas naturales sobre el matrimonio advienen consecuencias negativas: la decadencia de una civilización, la falta de armonía entre los ciudadanos, los daños emocionales sobre los hijos, y tantas más.
Pero las consecuencias son más profundas de lo que se ve. La frase “que tiene de malo, si no le hacen daño a terceros” se muestra falaz, pues en el fondo –en este caso concreto de California– se trata de una desición judicial que atropella la democracia. En efecto, la sentencia del Tribunal Supremo dejó sin efecto la “Proposición 22”, una iniciativa aprobada el año 2000 por el 61,4 por ciento de los votantes en ese estado, la cual definía el matrimonio en California como un acto exclusivo entre un hombre y una mujer. Un reciente comunicado de los Obispos de Estados Unidos señala que esta votación “reflejaba la sabiduría de los electores de California al mantener la definición tradicional del matrimonio como una realidad biológica y un bien para la sociedad. Lamentablemente, la Corte creyó conveniente ignorar la voluntad de la mayoría del pueblo de California”.
Pero aún acaba la espiral de implicaciones negativas. Como anotaba el ensayista alemán, Erich Kock, esta ley es “un signo ulterior de la relativización de la moral y las primeras en pagarlo serán las jóvenes generaciones. Con matrimonios cada vez más a la deriva, con una moral cada vez más confusa, son justamente los jóvenes los que se encuentran cada vez más viviendo en una situación de gran inseguridad”.
Entonces, las consecuencias de aprobar los matrimonios entre homosexuales son duras. Se pone en riesgo la continuidad de toda una civilización. Además, bajo la máscara de libertad, igualdad y tolerancia, se imponen –como una “dictadura”– la opinión y los deseos de unos pocos, por encima del sentir de una mayoría. Y, por si fuera poco, se generará un efecto negativo en la estabilidad moral. A nombre de la igualdad ¿qué tipo de sociedad le vamos a heredar a la siguiente generación?
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domingo, 11 de mayo de 2008

Semana de ejecuciones

Luis-Fernando Valdés

Dura semana acabamos de concluir. La violencia producida por el narcotráfico dejó más de un centenar de muertos en sólo siete días. Entre las víctimas –la mayoría policias– se cuentan tres altos jefes policiacos y una veinta de oficiales, y también deciseis ganaderos. Es imposible cerrar los ojos ante este triste panorama. Pero ¿qué podemos hacer los ciudadanos de a pie?
El narcotráfico es un problema muy complejo. En su origen confluyen múltiples causas, que no son tan sencillas de describir. En esa amplia gama hay una serie de círculos concéntricos, cuya última esfera es la violencia abierta en las calles de nuestro País. Sin duda, la dura situación de pobreza en la que viven millones de mexicanos ha sido un factor importante para el crecimiento del tráfico de drogas. Pero, en la base de esta dura situación, se encuentran también importantes factores familiares y morales.
Ante las tumbas de estos compatriotas nuestros que han perdido su vida para erradicar esta plaga social, no cabe andarse con rodeos. Es hora de hablar fuerte, y decir que seguirá existiendo el narcotráfico mientras las familias no tengan la suficiente protección y estabilidad; mientras no se fomente a nivel nacional el cultivo de los verdaderos valores humanos.
¿Por qué la familia está en el centro del problema? Por la razón de que la venta de drogas será un gran negocio, mientras haya personas que necesiten de ellas para evadirse de sus problemas existenciales. Cuando los padres no tienen los valores humanos y religiosos para dar respuestas a las cuestiones vitales de su prole, los hijos buscarán soluciones artificiales, es decir, evaciones como son el alcohol, el sexo y las drogas. Si hay una gran oferta de enervantes es porque hay una gran cantidad de personas que demandan una solución a sus problemas profundos. Pero la situación es más dificil, cuando no se cuenta con una familia o ésta se encuentra desintegrada. En estos casos, ¿a quién recurrir cuando vienen las crisis?
Otro factor apenas perceptible, pero que está en el núcleo mismo del problema de la venta de drogas es la falta de valores. Éstos no son meras normas de conducta, sino el fundamento de toda el obrar humano. En la práctica, las convicciones religiosas son el ancla para permanecer firmes en las crisis personales. Por ejemplo, el sentido de mi propio existencia lo encuentro en un Ser trascendente o no nada de este mundo me podrá llenar; y las adicciones no llenan el hueco interior, pero ayudan a olvidarse de él por un tiempo. De igual manera, sólo los valores morales son la única fuerza para decir que no a la gran tentación del dinero abundante y fácil obtenido por la producción, el tráfico y la venta de estupefacientes. Además, sólo cuando reconozcamos que Dios es el único dueño de la vida, seremos capaces de respetar la vida de los demás.
La muerte de estos compatriotas nuestros clama que se haga justicia. Deseamos que las autoridades pronto puedan dar con los culpables y condenarlos mediante un juicio justo. Pero, estas ejecuciones también gritan al Cielo pidiendo una solución de fondo. Ya es tiempo de que todos los actores sociales (políticos, universitarios, educadores, periodistas, empresarios, ministros de culto) perdamos el miedo a hablar de la verdad sobre el hombre y sobre la familia. Ya es tiempo de darle un espacio a la fe, y permitir que los valores religiosos vuelvan a la esfera pública: sólo así los mexicanos tendremos las herramientas para decir no a las drogas y no a los homicidios.

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domingo, 4 de mayo de 2008

Aconfensional, por amor a la religión

Luis-Fernando Valdés

El reciente viaje de Benedicto XVI a los Estados Unidos nos ofrece mucho material para la reflexión. Como hacía ver el conocido historiador Jean Meyer, el viaje estuvo cargado no sólo de discursos importantes, sino de gestos muy significativos. Uno de esos signos fue la conferencia de prensa en el avión, antes de aterrizar en ese país del Norte, en la que el Papa habló abiertamente de los temas candentes sobre la Iglesia. Ahí el Santo Padre opinó sobre el vínculo entre religión y política. Aunque ese tema es un tabú en nuestra ideosincracia nacional, la visión del Papa Ratzinger nos puede ayudar precisamente a reenfocar la relación de la fe con la política.
En esa intervención, previa a su llegada, Benedicto XVI manifestó su fascinación ante el hecho de que los Estados Unidos nacieron gracias a un “concepto positivo de laicidad”. Explicó que este nuevo pueblo se constituyó con comunidades y con personas que habían huido de las Iglesias estatales europeas, y buscaban un Estado laico para abrir una posibilidad a todas las confesiones de practicar su propia religión. Y luego el Papa expresó una idea capital, que muestra que la política y la fe no son antagonistas: “Eran laicos precisamente por amor a la religión, a la autenticidad de la religión, que puede ser experimentada sólo en la libertad”.
El vaticanista italiano Sandro Magister observó que esta idea ya había sido expuesta por el entonces Cardenal Ratzinger en 2004, en su libro “Sin raíces”, donde explicaba que en la base de la sociedad americana hay una separación entre un Estado y una Iglesia determinada, y que esa separación era reclamada por la religión misma, pues de ese modo pueden convivir todas las confesiones. El purpurado alemán contrastaba esta situación con la separación impuesta, bajo el signo del conflicto, por la Revolución francesa y por los sistemas que le han seguido a ella.
Estas profundas observaciones me llevan a dos reflexiones. La primera se refiere a la dramática relación entre la religión y la política tal como se comprenden en nuestro País. La finalidad de la aconfesionalidad que vivimos no es la sana convivencia entre religiones ni la de garantizar la libertad de culto, sino la desaparición de la fe de la esfera pública. El efecto producido ha sido la ausencia de una moralidad pública (mientras que el caso de EUA la imagen moral pública es capital). Y la razón es que cuando no se reconoce públicamente la existencia de Dios, se termina por negar a Aquel que es el fundamento de la Ley moral. En la práctica, sin Dios, no hay moral. La corrupción y la falta de honestidad de algunos servidores públicos, la creciente ola del narcotráfico, ¿no serán los “efectos colaterales” de esta separación de la política y la religión?
La segunda consideración trata sobre el problema inverso al anterior: imponer una única opción política a todos los creyentes. A veces, algunos creyentes al hacer política, ambicionan ser apoyados por los demás que profesan la misma fe. Sin buscarlo, el daño sería doble: por una parte, estarían limitando la libertad política que –por derecho natural– posee todo creyente; y, por otra, harían creer a la sociedad que su Iglesia pretende fines temporales y no espirituales. La religión debe ser apolítica para que puedan convivir todos los creyentes. A los políticos que –a nombre de su fe– desearan que todos sus correligionarios pensaran como ellos, quizá cabría decirles que “por amor a la religión, sean más aconfesionales”.

Correo: lfvaldes@gmail.com
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