Conoce al Papa, n.
3.
Luis-Fernando
Valdés
Joseph Ratzinger ha afirmado varias veces que
no cree en las supersticiones. En cambio, no duda en afirmar que en su vida han
ocurrido algunas intervenciones divinas. Se trata de sucesos que le han mostrado
el camino que debía seguir para cumplir el Plan de Dios.
La primera de estas “señales divinas”, y que el
mismo Ratzinger interpreta como el primer llamado divino, es el día de su
nacimiento, el 16 de abril de 1927, que cayó en Sábado Santo, en la víspera de
la Pascua de Resurrección, lo cual –comenta– “ha sido frecuentemente recordado
por mi familia”.
Además, fue bautizado al día siguiente con el
agua bendecida en la Vigilia pascual. Evocaba el futuro Papa que “ser el primer
bautizado con la nueva agua se consideraba como un importante signo
premonitorio”. Por eso, considera que este suceso marcó su vida: “Siempre ha
sido muy grato para mí el hecho que, de este modo, mi vida estuviese ya desde
un principio inmersa en el misterio pascual, lo que no podía ser más que un
signo de bendición” (“Mi vida. Recuerdos (1927-1977)”, p. 22).
Otra muestra de la especial ayuda divina en su
vida, ocurrió justo al desertar del ejército alemán, en 1945, pues en aquellos momentos,
los desertores eran considerados traidores a la patria y debían ser fusilados.
Así intervino Dios para salvar la vida de Joseph:
“[…] tomé la decisión de marcharme a casa.
Sabía que la ciudad estaba rodeada de soldados que tenían la orden de fusilar
en el acto a desertores. Por eso tomé, para salir de la ciudad, un camino
secundario, con la esperanza de pasar desapercibido. Pero a la salida de un
túnel estaban apostados dos soldados y, por un momento, la situación pareció
sumamente crítica para mí. Por fortuna eran de aquellos que estaban hartos de
guerra y no querían transformarse en asesinos. Obviamente debían buscar una
excusa para dejarme pasar. Debido a una lesión, llevaba el brazo vendado y
enlazado al cuello. Entonces dijeron: ‘Camarada, estás herido. ¡Pasa pues!’ De
este modo conseguí llegar a casa incólume” (Ibid., pp. 48-49).
Los hermanos Ratzinger, Georg (izquierda) y Joseph (derecha) el día de su Ordenación sacerdotal. |
El día de su Ordenación sacerdotal, 29 de junio
de 1951, Dios le dio otra señal a Joseph Ratzinger, que le confirmaría que su
vida debía estar totalmente entregada al servicio de la Iglesia. Así lo cuenta
él mismo: “No se debe ser supersticioso, pero en el momento en que el anciano
arzobispo [Mons. Michael Faulhaber] impuso sus manos sobre las mías, un
pajarillo –tal vez una alondra– se elevó del altar mayor de la catedral y
entonó un breve canto gozoso; para mí fue como si una voz de lo alto me dijese:
‘va bien así, estás en el camino justo’.” (Ibid., p. 75).
Estas señales en los momentos importantes de la
vida de Joseph Ratzinger fueron forjando al futuro Pontífice, que de esta
manera iba cobrando conciencia de que su vida estaba totalmente al servicio del
Plan divino, el cual lo llamaba a una misión eclesial. Y esto fue especial
visible en sus primeras palabras como Papa, en las que muestra su convicción de
ser escogido por Dios como instrumento para cuidar su Iglesia:
“Queridos hermanos y hermanas: después del gran
Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un sencillo y
humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela pensar que el Señor trabaja
sirviéndose de instrumentos insuficientes. Confío en vuestras oraciones. Con la
alegría del Señor resucitado y su constante ayuda, trabajaremos junto con
María, su Madre Santísima, que está a nuestro lado. Gracias” (19.IV.2005).
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