sábado, 3 de marzo de 2012

“Señales divinas” en la vida del Papa


Conoce al Papa, n. 3.
Luis-Fernando Valdés

Joseph Ratzinger ha afirmado varias veces que no cree en las supersticiones. En cambio, no duda en afirmar que en su vida han ocurrido algunas intervenciones divinas. Se trata de sucesos que le han mostrado el camino que debía seguir para cumplir el Plan de Dios.

La primera de estas “señales divinas”, y que el mismo Ratzinger interpreta como el primer llamado divino, es el día de su nacimiento, el 16 de abril de 1927, que cayó en Sábado Santo, en la víspera de la Pascua de Resurrección, lo cual –comenta– “ha sido frecuentemente recordado por mi familia”.

Además, fue bautizado al día siguiente con el agua bendecida en la Vigilia pascual. Evocaba el futuro Papa que “ser el primer bautizado con la nueva agua se consideraba como un importante signo premonitorio”. Por eso, considera que este suceso marcó su vida: “Siempre ha sido muy grato para mí el hecho que, de este modo, mi vida estuviese ya desde un principio inmersa en el misterio pascual, lo que no podía ser más que un signo de bendición” (“Mi vida. Recuerdos (1927-1977)”, p. 22).

Otra muestra de la especial ayuda divina en su vida, ocurrió justo al desertar del ejército alemán, en 1945, pues en aquellos momentos, los desertores eran considerados traidores a la patria y debían ser fusilados. Así intervino Dios para salvar la vida de Joseph:

“[…] tomé la decisión de marcharme a casa. Sabía que la ciudad estaba rodeada de soldados que tenían la orden de fusilar en el acto a desertores. Por eso tomé, para salir de la ciudad, un camino secundario, con la esperanza de pasar desapercibido. Pero a la salida de un túnel estaban apostados dos soldados y, por un momento, la situación pareció sumamente crítica para mí. Por fortuna eran de aquellos que estaban hartos de guerra y no querían transformarse en asesinos. Obviamente debían buscar una excusa para dejarme pasar. Debido a una lesión, llevaba el brazo vendado y enlazado al cuello. Entonces dijeron: ‘Camarada, estás herido. ¡Pasa pues!’ De este modo conseguí llegar a casa incólume” (Ibid., pp. 48-49).

Los hermanos Ratzinger,
Georg (izquierda) y Joseph (derecha)
el día de su Ordenación sacerdotal.
El día de su Ordenación sacerdotal, 29 de junio de 1951, Dios le dio otra señal a Joseph Ratzinger, que le confirmaría que su vida debía estar totalmente entregada al servicio de la Iglesia. Así lo cuenta él mismo: “No se debe ser supersticioso, pero en el momento en que el anciano arzobispo [Mons. Michael Faulhaber] impuso sus manos sobre las mías, un pajarillo –tal vez una alondra– se elevó del altar mayor de la catedral y entonó un breve canto gozoso; para mí fue como si una voz de lo alto me dijese: ‘va bien así, estás en el camino justo’.” (Ibid., p. 75).

Estas señales en los momentos importantes de la vida de Joseph Ratzinger fueron forjando al futuro Pontífice, que de esta manera iba cobrando conciencia de que su vida estaba totalmente al servicio del Plan divino, el cual lo llamaba a una misión eclesial. Y esto fue especial visible en sus primeras palabras como Papa, en las que muestra su convicción de ser escogido por Dios como instrumento para cuidar su Iglesia:

“Queridos hermanos y hermanas: después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un sencillo y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela pensar que el Señor trabaja sirviéndose de instrumentos insuficientes. Confío en vuestras oraciones. Con la alegría del Señor resucitado y su constante ayuda, trabajaremos junto con María, su Madre Santísima, que está a nuestro lado. Gracias” (19.IV.2005).

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