Luis-Fernando Valdés
La cultura “emo” ha sido noticia en lo que va del mes. Por una parte, hay que mencionar las agresiones sufridas por algunos jóvenes “emotivos”, y por otra, cabe destacar un reciente boletín de la Dirección General de Ciencias Sociales de la UNAM, en el que se describe el perfil psicológico de estos muchachos. Ante estos episodios violentos ¿basta con dar una mera descripción sociológica? ¿es suficiente exhortar a la tolerancia? ¿No deberíamos ir a la causa más profunda y esencial?
Aunque en el citado boletín, el Prof. Héctor Castillo Berthier explica que los “emos” no son una “tribu social”, las agresiones recibidas por estos jóvenes han sido obra de “tribus”, como los “punks”. Y la presencia de estos grupos sociales es una muestra de que algo no va bien en nuestra sociedad y en nuestro sistema educativo, hasta el punto de que un grupo muy numeroso de adolescentes deja a sus familias para asumir este estilo de vida, como protesta hacia los valores sociales establecidos. ¿Cómo pedirles a estos grupos urbanos que vivan la tolerancia, cuando su modo de vida se caracteriza precisamente por no seguir los valores de la mayoría?
En el estudio mencionado, el investigador Andrés Alcántara Camacho describe muy bien las características de los “emos”. Algunas de ellas nos invitan a la reflexión. Por ejemplo, el 40 por ciento de los adolescentes que se dicen ser “emos” presentan tendencias suicidas debido a su perfil psicológico depresivo; la vestimenta no permite a veces distinguir su género, pues igual se visten hombres y mujeres, y además son extremadamente delgados y se cortan cara y brazos con navajas para cubrirlas con el cabello y adornos, como una manera de rebelión ante sus padres o el mundo.
Un moviento cultural –aunque no esté establecido formalmente– que invita a no controlar las emociones o la tristeza, nos indica que posiblemente nuestra sociedad ha perdido de vista que la educación no es la mera transmisión de datos, sino una auténtica formación de la personalidad, que forja el carácter de modo que el educando sea capaz de dominar sus impulsos. Cuando un movimiento de estas características fomenta –o, al menos, solapa– el daño al propio cuerpo, o cuando no valora la diferencia entre lo masculino y lo femenino, observamos que la visión que tiene del ser humano es muy pobre. Por eso, la pregunta es urgente ¿nos debemos limitar a describir a los “emos”? ¿no será el momento de aceptar que hay un problema de fondo?
El núcleo de la cuestión radica en dos factores: la familia como formadora de valores y la educación pública como guía hacia la verdad. Al ver a tantos jóvenes que viven en “tribu”, no es difícil darse cuenta de que hay familias desintegradas o, al menos, disfuncionales. La familia es una realidad natural que, cuando se intenta “reinventarla” por medio de la legislación, deja de dar frutos de estabilidad y de sana convivencia. ¿Cómo pedir tolerancia a las personas que no han tenido un hogar donde aprender los valores fundamentales?
También la educación pública tiene un papel clave. Muchas problemas con estos grupos urbanos tienen su origen en el relativismo. Si desde niños se nos inculca que no existe la verdad, que nadie tiene la razón, lejos de hacernos tolerantes, lo que se fomenta es la pérdida de los valores. Algo falla en la educación cuando no se enseña la verdad sobre el hombre y sobre la familia. No basta describir a los “emos”, no es suficiente pregonar la tolerancia: hace falta redescubrir y proteger a la familia.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
Luis-Fernando Valdés López, sacerdote y teólogo, comenta noticias destacadas de la semana, con un enfoque humanista, desde la razón creyente.
domingo, 30 de marzo de 2008
domingo, 23 de marzo de 2008
Los “Coliseos” de hoy
Luis-Fernando Valdés
Celebramos hoy la fiesta más solemne de la Iglesia Católica: la Resurrección del Señor. Así se concluye la Semana Santa. Me gustaría destacar un evento importante de estos días: el Vía Crucis celebrado el Viernes Santo, en el Coliseo de Roma. Como cada año, esta ceremonia fue presidida por el Santo Padre, quien pidió al Cardenal de Hong Kong que prepara el texto que ahí se leería. ¿Por qué un obispo chino? ¿Hay algún mensaje de la Santa Sede para China, por los conflictos en el Tibet, además justo en el año de las Olimpiadas de Beijing?
El Autor de la versión 2008 del Vía Crucis es el Cardenal Joseph Zen Ze-Kiun, Obispo de Hong Kong, que nació en 1932 en China continental. Tuvo que huir de Shangai a Hong Kong, cuando los comunistas bombardearon el convento donde vivía. Fue ordenado sacerdote en 1961. En 1996 fue nombrado obispo coadjutor de Hong Kong, por Juan Pablo II, y en septiembre de 2003 quedó al frente de esa diócesis. Es conocido por hacer frente al gobierno comunista chino, para defender la libertad de la Santa Sede para canonizar a los mártires de aquel país, para expresar sus reservas a la ley “anti-subversión”, que facilita la violación de los derechos civiles y políticos de los ciudadanos chinos, y para presionar que sea respetado el derecho a la educación católica. Fue creado cardenal por Benedicto XVI, en marzo de 2006.
La costumbre de meditar y rezar el Via Crucis hace presente las 14 “estaciones” o momentos del camino de Jesús hacia el Calvario y hasta su sepultura. Este año, en cada estación se leyeron los textos bíblicos que relatan la Pasión, comentados por el Cardenal Ze-Kiun. El prelado centró sus meditaciones en los "mártires vivientes” del siglo XXI, y señaló que “probablemente ellos, más que nosotros hoy, han vivido en su cuerpo la Pasión de Jesús”, porque en ellos “Jesús ha sido de nuevo arrestado, calumniado, torturado, escarnecido, arrastrado, aplastado bajo el peso de la cruz y clavado en aquel madero como un criminal”.
Estas reflexiones fueron leídas en el Coliseo de Roma, “que nos recuerda tantos siervos y siervas (de Cristo), que hace siglos, entre el rugido de los leones hambrientos y los gritos de la muchedumbre que se divertía, se dejaron desmembrar y golpear hasta la muerte” por su fidelidad a Jesucristo. En este Vía Crucis, que fue rezado ante el Papa Benedicto XVI y transmitido por televisión a millones de espectadores en el mundo, el Cardenal chino se refirió a los modos actuales de opresión: la multitud de inocentes han sido condenados a sufrimientos atroces; los que detentan la autoridad como instrumento de poder y no se preocupan de la justicia; las torturas de tipo psíquico “que no son un tormento menor que las corporales”; la Iglesia perseguida y el sufrimiento de las madres de tantos jóvenes perseguidos y hechos prisioneros por causa de Cristo.
En el núcleo de estas reflexiones, Mons. Ze-Kiun destacó el laicismo de tantas revoluciones, que prometen una redención humana como si fueran una religión sin Dios. Y puso en guardia sobre la ilusión de sacrificar la propia vida, cuando no se cuenta con Dios. “Existen ateos llenos de valor dispuestos a sacrificarse por la revolución: están dispuestos a abrazar la cruz, pero sin Jesús”, pero “sin Jesús la cruz resulta insoportable”. Una vez más, la Iglesia se convirtió en la voz de los que no tienen voz, de los que sufren en los Coliseos de la falta de libertad religiosa, no sólo en China, sino en todo lugar donde hablar de Dios resulta peligroso.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
Celebramos hoy la fiesta más solemne de la Iglesia Católica: la Resurrección del Señor. Así se concluye la Semana Santa. Me gustaría destacar un evento importante de estos días: el Vía Crucis celebrado el Viernes Santo, en el Coliseo de Roma. Como cada año, esta ceremonia fue presidida por el Santo Padre, quien pidió al Cardenal de Hong Kong que prepara el texto que ahí se leería. ¿Por qué un obispo chino? ¿Hay algún mensaje de la Santa Sede para China, por los conflictos en el Tibet, además justo en el año de las Olimpiadas de Beijing?
El Autor de la versión 2008 del Vía Crucis es el Cardenal Joseph Zen Ze-Kiun, Obispo de Hong Kong, que nació en 1932 en China continental. Tuvo que huir de Shangai a Hong Kong, cuando los comunistas bombardearon el convento donde vivía. Fue ordenado sacerdote en 1961. En 1996 fue nombrado obispo coadjutor de Hong Kong, por Juan Pablo II, y en septiembre de 2003 quedó al frente de esa diócesis. Es conocido por hacer frente al gobierno comunista chino, para defender la libertad de la Santa Sede para canonizar a los mártires de aquel país, para expresar sus reservas a la ley “anti-subversión”, que facilita la violación de los derechos civiles y políticos de los ciudadanos chinos, y para presionar que sea respetado el derecho a la educación católica. Fue creado cardenal por Benedicto XVI, en marzo de 2006.
La costumbre de meditar y rezar el Via Crucis hace presente las 14 “estaciones” o momentos del camino de Jesús hacia el Calvario y hasta su sepultura. Este año, en cada estación se leyeron los textos bíblicos que relatan la Pasión, comentados por el Cardenal Ze-Kiun. El prelado centró sus meditaciones en los "mártires vivientes” del siglo XXI, y señaló que “probablemente ellos, más que nosotros hoy, han vivido en su cuerpo la Pasión de Jesús”, porque en ellos “Jesús ha sido de nuevo arrestado, calumniado, torturado, escarnecido, arrastrado, aplastado bajo el peso de la cruz y clavado en aquel madero como un criminal”.
Estas reflexiones fueron leídas en el Coliseo de Roma, “que nos recuerda tantos siervos y siervas (de Cristo), que hace siglos, entre el rugido de los leones hambrientos y los gritos de la muchedumbre que se divertía, se dejaron desmembrar y golpear hasta la muerte” por su fidelidad a Jesucristo. En este Vía Crucis, que fue rezado ante el Papa Benedicto XVI y transmitido por televisión a millones de espectadores en el mundo, el Cardenal chino se refirió a los modos actuales de opresión: la multitud de inocentes han sido condenados a sufrimientos atroces; los que detentan la autoridad como instrumento de poder y no se preocupan de la justicia; las torturas de tipo psíquico “que no son un tormento menor que las corporales”; la Iglesia perseguida y el sufrimiento de las madres de tantos jóvenes perseguidos y hechos prisioneros por causa de Cristo.
En el núcleo de estas reflexiones, Mons. Ze-Kiun destacó el laicismo de tantas revoluciones, que prometen una redención humana como si fueran una religión sin Dios. Y puso en guardia sobre la ilusión de sacrificar la propia vida, cuando no se cuenta con Dios. “Existen ateos llenos de valor dispuestos a sacrificarse por la revolución: están dispuestos a abrazar la cruz, pero sin Jesús”, pero “sin Jesús la cruz resulta insoportable”. Una vez más, la Iglesia se convirtió en la voz de los que no tienen voz, de los que sufren en los Coliseos de la falta de libertad religiosa, no sólo en China, sino en todo lugar donde hablar de Dios resulta peligroso.
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domingo, 16 de marzo de 2008
Los “nuevos” pecados
Luis-Fernando Valdés
Corrió tan rápido como el fuego que se propaga en un cañaveral, la noticia de que ahora ya existen nuevos pecados. Se trata de una entrevista a Monseñor Gianfranco Girotti, obispo regente del tribunal de la Penitenciaría Apostólica, publicada en la edición italiana de “L'Osservatore Romano”, del pasado 9 de marzo. Entonces, ¿la Santa Sede puede decidir o inventar cuáles acciones son pecado?
Es muy provocador afirmar que ahora hay nuevos pecados. Equivale a decir que antes se realizaban determinadas acciones con normalidad y, que –de repente– unos funcionarios en el Vaticano deciden que –desde este momento– tales actos ya son malos. Si así fuera, eso querría decir que las acciones humanas en sí mismas nunca serían malas, sino que lo serían sólo porque unos líderes religiosos les habrían puesto una etiqueta denominada “pecado”.
Pero, en realidad, esto no es así. Ni unos clérigos romanos se dedican a inventar pecados nuevos, ni algunas acciones son malas sólo porque así lo dispongan las autoridades religiosas. En efecto, todo ser humano, de cualquier época y cualquier cultura, se da cuenta de que algunos de sus actos le producen remordimiento y lo hacen sentir culpable, porque él mismo se da cuenta de que con esas palabras, pensamientos, deseos o acciones ha ofendido a otro o a sí mismo, y también intuye que con esas malas acciones ha roto su armonía con Dios. Este drama de la ruptura interior causada por una mala acción ha sido explicada por el Cristianismo mediante la noción de “pecado”. De modo que los pecados son una invención religiosa; más bien, la religión da una explicación de esta experiencia interior que todos sentimos.
La tradición judeo-cristiana han condensado todos las posibles malas acciones en diez grandes rubros, denominados los “Diez Mandamientos”. Más adelante la tradición moral católica los ha agrupado en los llamados “Pecados capitales”, que son siete grandes conjuntos en los que se pueden agrupar los actos malos. (No se llaman “capitales” por ser los más malos, sino porque son las “cabezas” –del latín “caput”, “capitis– de cada uno de esos grupos). Por eso, cuando en cada época surgen nuevos aspectos de los vicios antiguos, la Iglesia no “inventa” nuevos pecados, sino que únicamente aclara que son nuevas manifestaciones de las ya conocidas malas acciones.
Y como nuestra civilización está experimentando un cambio de época –tan drástico como la transición de la Edad Media al Renacimiento– es muy interesante escuchar la explicación sobre los “nuevos” pecados de nuestros tiempos, que Mons. Girotti daba en la entrevista realizada por Nicola Gori. El periodista le preguntó “¿Cuáles son, según usted, los nuevos pecados?”. En su respuesta, el obispo regente del tribunal de la Penitenciaría Apostólica se refirió a “actitudes pecaminosas en relación con los derechos individuales y sociales”. Y luego especificó cuatro áreas: la bioética, donde hay experimentos, manipulaciones genéticas que violan los derechos humanos; la social, en la que la droga, “debilita la psique y se oscurece la inteligencia”; y el área de las desigualdades sociales y económicas, y el área de la ecología.
Sería una pena si de esta entrevista nos quedáramos sólo en la discusión de si se trata de pecados “nuevos”. Lo importante es darnos cuenta de que en esas nuevas áreas se están desarrollando los vicios de antaño, y que necesitamos liberarnos de ellos, aunque ahora se revistan con un rostro nuevo.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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Corrió tan rápido como el fuego que se propaga en un cañaveral, la noticia de que ahora ya existen nuevos pecados. Se trata de una entrevista a Monseñor Gianfranco Girotti, obispo regente del tribunal de la Penitenciaría Apostólica, publicada en la edición italiana de “L'Osservatore Romano”, del pasado 9 de marzo. Entonces, ¿la Santa Sede puede decidir o inventar cuáles acciones son pecado?
Es muy provocador afirmar que ahora hay nuevos pecados. Equivale a decir que antes se realizaban determinadas acciones con normalidad y, que –de repente– unos funcionarios en el Vaticano deciden que –desde este momento– tales actos ya son malos. Si así fuera, eso querría decir que las acciones humanas en sí mismas nunca serían malas, sino que lo serían sólo porque unos líderes religiosos les habrían puesto una etiqueta denominada “pecado”.
Pero, en realidad, esto no es así. Ni unos clérigos romanos se dedican a inventar pecados nuevos, ni algunas acciones son malas sólo porque así lo dispongan las autoridades religiosas. En efecto, todo ser humano, de cualquier época y cualquier cultura, se da cuenta de que algunos de sus actos le producen remordimiento y lo hacen sentir culpable, porque él mismo se da cuenta de que con esas palabras, pensamientos, deseos o acciones ha ofendido a otro o a sí mismo, y también intuye que con esas malas acciones ha roto su armonía con Dios. Este drama de la ruptura interior causada por una mala acción ha sido explicada por el Cristianismo mediante la noción de “pecado”. De modo que los pecados son una invención religiosa; más bien, la religión da una explicación de esta experiencia interior que todos sentimos.
La tradición judeo-cristiana han condensado todos las posibles malas acciones en diez grandes rubros, denominados los “Diez Mandamientos”. Más adelante la tradición moral católica los ha agrupado en los llamados “Pecados capitales”, que son siete grandes conjuntos en los que se pueden agrupar los actos malos. (No se llaman “capitales” por ser los más malos, sino porque son las “cabezas” –del latín “caput”, “capitis– de cada uno de esos grupos). Por eso, cuando en cada época surgen nuevos aspectos de los vicios antiguos, la Iglesia no “inventa” nuevos pecados, sino que únicamente aclara que son nuevas manifestaciones de las ya conocidas malas acciones.
Y como nuestra civilización está experimentando un cambio de época –tan drástico como la transición de la Edad Media al Renacimiento– es muy interesante escuchar la explicación sobre los “nuevos” pecados de nuestros tiempos, que Mons. Girotti daba en la entrevista realizada por Nicola Gori. El periodista le preguntó “¿Cuáles son, según usted, los nuevos pecados?”. En su respuesta, el obispo regente del tribunal de la Penitenciaría Apostólica se refirió a “actitudes pecaminosas en relación con los derechos individuales y sociales”. Y luego especificó cuatro áreas: la bioética, donde hay experimentos, manipulaciones genéticas que violan los derechos humanos; la social, en la que la droga, “debilita la psique y se oscurece la inteligencia”; y el área de las desigualdades sociales y económicas, y el área de la ecología.
Sería una pena si de esta entrevista nos quedáramos sólo en la discusión de si se trata de pecados “nuevos”. Lo importante es darnos cuenta de que en esas nuevas áreas se están desarrollando los vicios de antaño, y que necesitamos liberarnos de ellos, aunque ahora se revistan con un rostro nuevo.
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domingo, 9 de marzo de 2008
“Secuestro” y liberación de la mujer
Luis-Fernando Valdés
Con alegría profunda celebramos ayer el Día Internacional de la Mujer. Pero el júbilo no se debió sólo al hecho de tener una fecha asignada para expresar reconocimiento a las mujeres. Es verdaderamente profundo el gozo de festejarlas: es una manera de manifestar la gratitud que la humanidad les debe. Constatamos que se han dado pasos importantes en la valoración del género femenino, pero éste aún sigue atrapado entre dos extremos en pugna. La verdadera liberación femenina todavía no se ha consolidado.
Desde 1977, la Organización de la Naciones Unidas (ONU) ha promovido la celebración del Día Internacional de la Mujer. Para el correspondiente a este año, la ONU propuso el tema “Invertir en las mujeres y en las niñas”, cuyo objetivo es llamar la atención sobre las distancias que aún se deben salvar en la financiación del “empoderamiento” de la mujer (www.un.org).
Pero las inversiones económicas, publicitarias y legislativas que se realicen en beneficio de las mujeres se quedaran cortas, si no se hace una “inversión” a fondo para sacar a la mujer de la prisión de las ideologías. Actualmente, se sigue “forzando” a las mujeres a que se alineen en un extremo u otro de las corrientes de pensamiento que sostienen que no caben sino dos opciones: o una igualdad radicalizada del varón y la mujer, o un sometimiento total a los “roles tradicionales” (esposa, madre).
La mujer debe ser liberada de esta dicotomía. La verdad sobre ella consiste en la “simultaneidad” de ambas situaciones en su vida: su real igualdad respecto al varón es simultánea a su profunda diferencia respecto a los hombres. Quizá, desde el punto de vista ideológico, ésta es la gran barrera que hace falta superar. Hace falta fomentar un verdadero humanismo que contribuya notablemente a afirmar que la mujer puede ser simultáneamente actriz de la vida social, económica, política, etc. y esposa, madre de familia, columna del hogar.
La discriminación contemporánea hacia la mujer ya no consiste en negarle la igualdad de oportunidades. Al menos, a nivel de ideas y leyes, varón y mujer tienen derecho a ejercitarse en las misma ocupaciones. La segregación hacia ellas consiste hoy en que no se favorece que una dama pueda vivir “al mismo tiempo” sus dos dimensión: aquella en la que es igual al varón (p.ej. trabajar), y en la que es distinta a él (p.ej. maternidad, asistencia a otros, etc.)
Se necesita de un discurso nuevo al hablar de la mujer. Optar por el extremo “liberacionista” es tan obsoleto como insistir en que la mujer es sólo para el hogar. Lo que se requiere hoy es una filosofía –más que una ideología– que hable de la mujer en su integridad: igualdad y diferencia. Y mientras este pensamiento no empape las legislaciones y las políticas laborales, la mujer seguirá discriminada, atrás de la cortina de humo de una igualdad radicalizada.
Los logros de los movimientos feministas del siglo XX son dignos de reconocimiento. Gracias a ellos, las mujeres han podido demostrar su capacidad para participar activamente en la política, la empresa, la universidad, etc. El problema ha sido que estas causas se han politizado, y se han utilizado como banderas ideológicas. El resultado ha sido triste: el secuestro político e ideológico de la mujer. que La auténtica liberación llegará cuando se afirme y se fomente la simultaneidad: la mujer es igual al varón y –a la vez– diferente.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.bolgspot.com
Con alegría profunda celebramos ayer el Día Internacional de la Mujer. Pero el júbilo no se debió sólo al hecho de tener una fecha asignada para expresar reconocimiento a las mujeres. Es verdaderamente profundo el gozo de festejarlas: es una manera de manifestar la gratitud que la humanidad les debe. Constatamos que se han dado pasos importantes en la valoración del género femenino, pero éste aún sigue atrapado entre dos extremos en pugna. La verdadera liberación femenina todavía no se ha consolidado.
Desde 1977, la Organización de la Naciones Unidas (ONU) ha promovido la celebración del Día Internacional de la Mujer. Para el correspondiente a este año, la ONU propuso el tema “Invertir en las mujeres y en las niñas”, cuyo objetivo es llamar la atención sobre las distancias que aún se deben salvar en la financiación del “empoderamiento” de la mujer (www.un.org).
Pero las inversiones económicas, publicitarias y legislativas que se realicen en beneficio de las mujeres se quedaran cortas, si no se hace una “inversión” a fondo para sacar a la mujer de la prisión de las ideologías. Actualmente, se sigue “forzando” a las mujeres a que se alineen en un extremo u otro de las corrientes de pensamiento que sostienen que no caben sino dos opciones: o una igualdad radicalizada del varón y la mujer, o un sometimiento total a los “roles tradicionales” (esposa, madre).
La mujer debe ser liberada de esta dicotomía. La verdad sobre ella consiste en la “simultaneidad” de ambas situaciones en su vida: su real igualdad respecto al varón es simultánea a su profunda diferencia respecto a los hombres. Quizá, desde el punto de vista ideológico, ésta es la gran barrera que hace falta superar. Hace falta fomentar un verdadero humanismo que contribuya notablemente a afirmar que la mujer puede ser simultáneamente actriz de la vida social, económica, política, etc. y esposa, madre de familia, columna del hogar.
La discriminación contemporánea hacia la mujer ya no consiste en negarle la igualdad de oportunidades. Al menos, a nivel de ideas y leyes, varón y mujer tienen derecho a ejercitarse en las misma ocupaciones. La segregación hacia ellas consiste hoy en que no se favorece que una dama pueda vivir “al mismo tiempo” sus dos dimensión: aquella en la que es igual al varón (p.ej. trabajar), y en la que es distinta a él (p.ej. maternidad, asistencia a otros, etc.)
Se necesita de un discurso nuevo al hablar de la mujer. Optar por el extremo “liberacionista” es tan obsoleto como insistir en que la mujer es sólo para el hogar. Lo que se requiere hoy es una filosofía –más que una ideología– que hable de la mujer en su integridad: igualdad y diferencia. Y mientras este pensamiento no empape las legislaciones y las políticas laborales, la mujer seguirá discriminada, atrás de la cortina de humo de una igualdad radicalizada.
Los logros de los movimientos feministas del siglo XX son dignos de reconocimiento. Gracias a ellos, las mujeres han podido demostrar su capacidad para participar activamente en la política, la empresa, la universidad, etc. El problema ha sido que estas causas se han politizado, y se han utilizado como banderas ideológicas. El resultado ha sido triste: el secuestro político e ideológico de la mujer. que La auténtica liberación llegará cuando se afirme y se fomente la simultaneidad: la mujer es igual al varón y –a la vez– diferente.
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domingo, 2 de marzo de 2008
Día de la familia ¿de cuál?
Luis-Fernando Valdés
Celebramos hoy el día internacional de la familia. Nos unimos con júbilo a tantos millones que comparten este valor fundamental. La familia es la “célula de la sociedad”, por lo que cuidar la familia es asegurar el bien de todo el País. Sin embargo, hoy mismo surgen muchas voces que proclaman otros modelos de “familia”. ¿Cuál es la familia que hoy festejamos? ¿La llamada “tradicional”? ¿o también se incluyen uniones de otro tipo?
La familia se funda sobre la base del matrimonio de un hombre con una mujer, que establecen una alianza de amor para toda la vida. Y, a partir de esa unidad permanente, vienen los hijos, que son fin de ese matrimonio y la expresión del amor de los esposos. Este modelo ha sido el sostén de la cultura de occidente. Pero hoy día se ha puesto en duda la validez de este paradigma.
En efecto, en la últimas décadas se ha promovido en la legislación de varios países un modelo jurídico de familia, que pudiera englobar a varios tipos de uniones, y que las equiparara a la familia tradicional. De esta manera, se han intentado que se llamen también familias a las uniones entre personas del mismo sexo, las cuales tendrían derecho a adoptar niños. ¿Estos otros modelos son realmente familia?
La respuesta a esta pregunta hace unas pocas décadas no presentaba ningún problema. En nuestros días, contestarla es una verdadera hazaña. El fondo de la cuestión es que hoy se considera “discriminatorio” afirmar que hay modelos de familia que no son válidos. Nuestra cultura ha llegado muy alto al proteger a todo ciudadano de cualquier discriminación. Pero ¿es un ataque a la igualdad afirmar que no todo modelo de familia es verdadero?
Se nota aquí el relativismo que impera en nuestra sociedad. No es fácil afirmar que el paradigma de familia es definitivo, porque hoy es un valor común sostener que no se puede conocer la verdad o, al menos, no se podría alcanzarla con certeza. La consecuencia es lógica: si no es posible acceder al modelo familiar verdadero, cualquier paradigma sería válido. Y, si todos los modelos son igualmente válidos, la ley no tendría más remedio que reconocerlos a todos por igual.
El callejón parece no tener salida. Sin embargo, sí es posible explicar que este paradigma es válido en todo tiempo y lugar. Primero, es falso que la razón humana esté imposibilitada para conocer la verdad más íntima del hombre. Y, después, es necesario recordar que la razón misma ha descubierto que el hombre está regido por una serie de “principios naturales”, no establecidos por él. En otras palabras, la inteligencia puede conocer y aceptar la “naturaleza” de la familia, y reconocer que ese modelo es connatural al ser humano, pues no es producto de una convención social. Y, por eso, el hombre puede comprender que ese “modelo natural” se convierte en una “tarea”, en la que debe empeñar su libertad y sus fuerzas.
De igual manera, por las consecuencias que conlleva cada modelo, el ser humano puede conocer si su ideal de familia es verdadero o no. Esto es análogo al caso de la ecología. Hace unas décadas, a nombre del progreso –que era un valor de moda y, por tanto, intocable– se justificaba la explotación irracional de las selvas y ríos. El paso de los años ha hecho ver el daño que conllevó esta postura. De igual manera, aceptar modelos familiares no naturales –a nombre de la no discriminación– traerá consecuencias sociales importantes. ¿Vamos a esperar a que la sociedad colapse para reconocer el verdadero modelo de familia?
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
Celebramos hoy el día internacional de la familia. Nos unimos con júbilo a tantos millones que comparten este valor fundamental. La familia es la “célula de la sociedad”, por lo que cuidar la familia es asegurar el bien de todo el País. Sin embargo, hoy mismo surgen muchas voces que proclaman otros modelos de “familia”. ¿Cuál es la familia que hoy festejamos? ¿La llamada “tradicional”? ¿o también se incluyen uniones de otro tipo?
La familia se funda sobre la base del matrimonio de un hombre con una mujer, que establecen una alianza de amor para toda la vida. Y, a partir de esa unidad permanente, vienen los hijos, que son fin de ese matrimonio y la expresión del amor de los esposos. Este modelo ha sido el sostén de la cultura de occidente. Pero hoy día se ha puesto en duda la validez de este paradigma.
En efecto, en la últimas décadas se ha promovido en la legislación de varios países un modelo jurídico de familia, que pudiera englobar a varios tipos de uniones, y que las equiparara a la familia tradicional. De esta manera, se han intentado que se llamen también familias a las uniones entre personas del mismo sexo, las cuales tendrían derecho a adoptar niños. ¿Estos otros modelos son realmente familia?
La respuesta a esta pregunta hace unas pocas décadas no presentaba ningún problema. En nuestros días, contestarla es una verdadera hazaña. El fondo de la cuestión es que hoy se considera “discriminatorio” afirmar que hay modelos de familia que no son válidos. Nuestra cultura ha llegado muy alto al proteger a todo ciudadano de cualquier discriminación. Pero ¿es un ataque a la igualdad afirmar que no todo modelo de familia es verdadero?
Se nota aquí el relativismo que impera en nuestra sociedad. No es fácil afirmar que el paradigma de familia es definitivo, porque hoy es un valor común sostener que no se puede conocer la verdad o, al menos, no se podría alcanzarla con certeza. La consecuencia es lógica: si no es posible acceder al modelo familiar verdadero, cualquier paradigma sería válido. Y, si todos los modelos son igualmente válidos, la ley no tendría más remedio que reconocerlos a todos por igual.
El callejón parece no tener salida. Sin embargo, sí es posible explicar que este paradigma es válido en todo tiempo y lugar. Primero, es falso que la razón humana esté imposibilitada para conocer la verdad más íntima del hombre. Y, después, es necesario recordar que la razón misma ha descubierto que el hombre está regido por una serie de “principios naturales”, no establecidos por él. En otras palabras, la inteligencia puede conocer y aceptar la “naturaleza” de la familia, y reconocer que ese modelo es connatural al ser humano, pues no es producto de una convención social. Y, por eso, el hombre puede comprender que ese “modelo natural” se convierte en una “tarea”, en la que debe empeñar su libertad y sus fuerzas.
De igual manera, por las consecuencias que conlleva cada modelo, el ser humano puede conocer si su ideal de familia es verdadero o no. Esto es análogo al caso de la ecología. Hace unas décadas, a nombre del progreso –que era un valor de moda y, por tanto, intocable– se justificaba la explotación irracional de las selvas y ríos. El paso de los años ha hecho ver el daño que conllevó esta postura. De igual manera, aceptar modelos familiares no naturales –a nombre de la no discriminación– traerá consecuencias sociales importantes. ¿Vamos a esperar a que la sociedad colapse para reconocer el verdadero modelo de familia?
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