Serie: Quién es el Papa Francisco, n. 2
Luis-Fernando Valdés
Antonio Briseño
Antonio Briseño
Cuando fue elegido como Papa el Card. Jorge
Mario Bergoglio, todo mundo deseaba saber más sobre la vida y la familia del
nuevo Pontífice. ¿Cómo fue la infancia del nuevo Pontífice? ¿cómo influyó su
niñez en su futura misión al frente de la Iglesia católica?
El futuro Papa Francisco tuvo una infancia muy normal y aprendió la fe en el seno familiar. |
Quienes conocen la vida de Karol Woytila, el
futuro Juan Pablo II, seguramente han quedado impresionados por las
dificultades de su infancia: muerte de la madre y los hermanos; la invasión
rusa a Polonia y la muerte de su padre. ¿Dios prepara así a los que serán
pontífices?
Por contraste, la niñez del Papa Francisco ha
sido muy normal. Sus padres fueron Mario José Bergoglio y Regina María Sívori. El
papá, originario de Portacomaro, una localidad de la Provincia de Asti (Italia)
llegó en 1929 a Argentina, a los 24 años, huyendo del fascismo italiano.
Ya en Argentina, Mario José Bergoglio se
desempeñó como contador y trabajó como empleado en el ferrocarril. Más tarde
trabajó en la administración de la empresa familiar, una empresa de pavimentos.
Cuando ésta quebró, Mario José ayudó a su hermano a repartir mercancía y más
tarde consiguió empleo en otra empresa.
La mamá de Jorge Mario, Regina Sívori, nació en
Buenos Aires (Argentina), y también tenía raíces italianas, pues sus padres
eran inmigrantes que procedían de Piamonte y Génova. Jorge Mario cuenta que sus
papás “se conocieron en 1934 en misa, en el oratorio salesiano de San Antonio,
en el barrio porteño de Almagro, al que pertenecían. Se casaron al año siguiente”
(A. Tornielli, en: Vatican Insider).
De este matrimonio nacieron cinco hijos. El
primero, nacido el 17 de diciembre de 1936, a quien llamaron Jorge Mario, se
convertiría en Papa 76 años después. Siguieron Óscar Adrián, Martha Regina,
Alberto Horacio y María Elena. De todos ellos, sólo el actual Papa y María
Elena siguen con vida.
De los cinco hermanos, fue Jorge Mario quien
tuvo mayor contacto con sus orígenes italianos, por haber sido el mayor. Así lo
comentaba: “fui el que más asimilé las costumbres [italianas] porque fui
incorporado al núcleo de mis abuelos. Cuando yo tenía 13 meses, mamá tuvo mi
segundo hermano; somos en total cinco. Los abuelos vivían a la vuelta y para
ayudar a mamá, mi abuela venía a la mañana a buscarme, me llevaba a su casa y
me traía a la tarde. Entre ellos hablaban piamontés y yo lo aprendí. Querían
mucho a mis hermanos, por supuesto, pero yo tuve el privilegio de participar
del idioma de sus recuerdos”.
Esta cercanía con la abuela fue muy importante
para que el futuro Pontífice creciera en la fe. “La que me enseñó a rezar fue
mi abuela. Ella me enseñó mucho en la fe y me contaba las historias de los
santos” (ibídem).
El actual Papa recuerda bien el testamento que les
dejó su abuela: “Que estos mis nietos, a quienes he dado lo mejor de mi
corazón, tengan una vida larga y feliz, pero si en algún día de dolor, la
enfermedad o la pérdida de una persona amada los llena de desconsuelo, que
recuerden que un suspiro en el Tabernáculo, en donde está el mártir más grande
y augusto, y una mirada a María al pie de la Cruz, pueden hacer caer una gota
del bálsamo sobre las heridas más profundas y dolorosas” (ibídem).
La infancia del
nuevo Papa nos da una buena lección: Dios no siempre se vale de eventos
dramáticos para forjar a los que serán sus instrumentos; todo fiel creyente
puede descubrir que los episodios de su vida diaria –como la fe aprendida en el
hogar– son una ocasión de prepararse para cumplir con determinación su propia misión
en la vida.
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