Especial: Renuncia del Papa, n. 12.
Luis-Fernando Valdés
La renuncia de
Benedicto XVI a la sede de Pedro ha puesto de manifiesto las dificultades que
tiene que enfrentar diariamente el supremo Pontífice católico, y para las
cuales el Papa alemán se ha declarado ya sin fuerzas físicas. Pero, ¿el Santo
Padre simplemente se va como si admitiera una gran derrota?
Benedicto XVI apuesta su última jugada… a la oración y al sacrificio. |
El Pontificado de
Benedicto XVI se puede calificar como un período en el que los medios
estuvieron más centrados en las gestiones del Santo Padre y el manejo de las
crisis, pues el Papa enfocó sus fuerzas más en el interior de la propia Iglesia
que en viajes apostólicos.
El Papa Ratzinger
con valentía abordó los temas más complicados que, antes como Cardenal, había afrontado
al lado de Juan Pablo II: los escándalos de clérigos pederastas, la disciplina
litúrgica, la Iglesia perseguida en China, en algunos países de África y sobre
todo de Medio Oriente, el ecumenismo y la formación de los candidatos al
sacerdocio, entre otros.
Ya desde su época
de Prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe, gestionó momentos
de crisis como el auge de la “Teología de la liberación”. Como Sucesor de Pedro,
Benedicto XVI enfrentó los abusos a menores y retiró de su cargo a los obispos
que habían incurrido en ese delito o que lo habían encubierto; además, dictó
normas para atender a las víctimas y para castigar a los pederastas.
Ante la renuncia
del Santo Padre, surge una gran pregunta. Si es un experto en “apagar fuegos”,
si lleva décadas manejando los asuntos más complicados, ¿por qué se retira
ahora? ¿se sintió incapaz de resolver las duras situaciones que hoy afectan a
la Iglesia?
En realidad, lejos
de declararse derrotado, el Papa Ratzinger está a punto de realizar una doble
“jugada maestra”. Por una parte, para que la Iglesia pueda ser servida como se
requiere hoy día, cede su puesto para un nuevo Pontífice más joven y fuerte,
que pueda realizar viajes pastorales y tenga la energía para continuar la
limpieza al interior de la Iglesia.
Pero además,
Benedicto XVI le está apostando con gran fe a la oración. Cree con todo su
corazón que lo mejor que puede hacer ahora mismo por la Iglesia es rezar. Así
lo manifestó en su discurso de renuncia, en el que afirmó: “deseo servir
devotamente a la Santa Iglesia de Dios en el futuro a través de una vida
dedicada a la oración”.
En una homilía del
2006, el Papa expresó su gran convicción de que la oración es el gran remedio
antes las dificultades. “A nosotros muchas veces nos parece que Dios deja
demasiada libertad a Satanás; que le concede la facultad de golpearnos de un
modo demasiado terrible; y que esto supera nuestras fuerzas y nos oprime
demasiado. Siempre de nuevo gritaremos a Dios: ¡Mira la miseria de tus
discípulos! ¡Protégenos!”.
Y añadió: “La
oración de Jesús es el límite puesto al poder del maligno. La oración de Jesús
es la protección de la Iglesia. Podemos recurrir a esta protección, acogernos a
ella y estar seguros de ella” (Homilía, 29.junio.2006).
Sí, ésa es la gran
jugada: implorar la ayuda de Dios mediante la oración. Así lo dijo en su
despedida del clero de Roma: “Aunque me retiro ahora, en la oración estoy
siempre cercano a todos vosotros y estoy seguro de que también todos vosotros
estaréis cercanos a mí, aunque permaneceré escondido para el mundo” (Discurso, 14.feb.2013).
Y lo reiteró en su último Angelus desde el balcón del Apartamento Pontificio, rodeado por unos cien mil fieles, expresó: "El Señor me llama … a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, al contrario, si Dios me pide esto es justamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma dedicación y el mismo amor con el que lo he hecho hasta ahora, pero en un modo más adecuado a mi edad y mis fuerzas" (24.feb.2013).
Se retira de la
vida pública pero su fuerza espiritual seguirá. Estará lejos de la opinión
pública pero su oración sostendrá a la Iglesia y al nuevo Papa. Su oración
seguirá combatiendo las crisis que continúan vapuleando la Barca de Pedro.
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