Especial: Renuncia del Papa, n. 1.
Luis-Fernando Valdés
Durante el Consistorio (10.feb.2013), Benedicto XVI leyó en latín su renuncia al Pontificado romano. |
Benedicto XVI conmovió
a la opinión pública mundial. Anunció de manera inesperada su renuncia como
Romano Pontífice. Ante la mirada atónita de los cardenales, el Papa anunció su
retiro. La noticia fue una sorpresa enorme, pero Benedicto ya la había
anunciado.
Desde la elección
del Card. Joseph Ratzinger, el 19 de abril de 2005, se había dicho que el suyo
sería un “pontificado de transición”, queriendo señalar que por su edad,
fallecería en pocos años. Y han pasado casi ocho, y aparentemente el Santo
Padre nunca había dado pie a pensar en su renuncia.
Sin embargo, el
anuncio realizado ante los cardenales reunidos para el consistorio fue una
sorpresa mediática, pero no una decisión repentina por parte del Papa
Ratzinger. En el libro entrevista, “La luz del mundo”, publicado en 2010, el
periodista alemán Peter Seewald le pregunta directamente si pensaba renunciar.
Seewald planteaba,
en primer lugar, si –en el caso de situaciones complicadas–, las dificultades pesaban
sobre el pontificado en curso y si el Papa había pensado dimitir. Claramente el
periodista se refería a la cuestión de los abusos sobre menores, al caso de los
lefebvristas y a otros más.
La respuesta del
Santo Padre fue: “Cuando el peligro es grande no se puede escapar, por eso,
seguramente, éste no es momento de dimitir. En momentos como éstos es cuando
hay que resistir y superar la situación difícil. Esto es lo que pienso. Se
puede dimitir en un momento de serenidad o cuando, simplemente, no se tienen
fuerzas. Pero no se puede escapar en el momento del peligro y decir ‘que se
ocupe otro’ ”. Por lo tanto, como subrayó ayer el vocero Lombardi, el Papa
decía que las dificultades no eran para él un motivo para dimitir, sino al
contrario, para no dimitir.
La segunda
pregunta de Seewald fue: “¿Entonces, se puede imaginar una situación en la que
piense que es oportuno que un Papa dimita?” A lo que respondió el Pontífice:
“Cuando un Papa alcanza la clara conciencia de que ya no es física, mental y
espiritualmente capaz de llevar a cabo su encargo, entonces tiene en algunas
circunstancias el derecho, y hasta el deber, de dimitir”.
Y precisamente la
debilidad física ante una carga tan pesada fue el argumento que Benedicto XVI
esgrimió para justificar su decisión de renunciar. “Después de haber examinado ante
Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad
avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”.
Ahí
está la gran clave. El Papa desde el principio se sabía ya anciano y con pocas
fuerzas, pero aceptó el pesando encargo de guiar a la Iglesia, después de la
muerte del gran Juan Pablo II. Y estuvo al frente de la barca de Pedro en medio
de grandes dificultades y escándalos.
Ahora,
cuando él considera que es un momento oporturno, pide su dimisión porque “en el mundo de hoy, sujeto a rápidas
transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la
fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario
también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos
meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para
ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”.
El Papa Ratzinger nos sigue sorprendiendo. Ha
tenido la sabiduría de preferir el bien de la Iglesia que el suyo, y la
humildad para aceptar su incapacidad física. Joseph Ratzigner ha
sido un Pastor que gastó sus fuerzas por la Iglesia, y que al faltarle vigor ha
decidido no dejarla desprotegida. ¡Bien por Benedicto XVI!
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