Año 9, número 406
Luis-Fernando Valdés
En este mes de
febrero se cumplen 1,700 años del llamado “Edicto de Milán” en el que aparece por
vez primera la tolerancia religiosa. A pesar de su antigüedad, ¿habrá todavía
alguna lección que aprender de ese decreto?
El emperador Constantino (Museos capitolinos, Roma). |
La figura clave de
este aniversario es el emperador Constantino. Para entender su papel, hay que
recordar que inicios del siglo IV, el emperador Diocleciano, junto con el
tetrarca Galerio, desató en el año 303 la “gran persecución” a los cristianos,
pues en su entender dividían al imperio. [Ver: ¿Qué fue el edicto
de Milán? y Wikipedia]
Diocleciano ordenó
demoler las iglesias, quemar Biblias, condenar a muerte a las autoridades
eclesiásticas, privar a todos los cristianos de cargos públicos y derechos
civiles, y hacer sacrificios a los dioses bajo pena de muerte. Después,
Galerio, por mera oportunidad política, promulgó el 30 de abril del 311 el
decreto de indulgencia, por el que cesaban estas persecuciones.
Mientras tanto, Constantino
había sido elegido emperador en occidente y Licinio en oriente. Éste intentó
unificar el Imperio romano bajo una sola autoridad, y se declaró la guerra a
Constantino. Para ganarse la lealtad del ejército, Licinio eximió a los
soldados y a los funcionarios públicos de la práctica de la política de
tolerancia que imponía su edicto del año 311, lo que permitió continuar la
persecución de cristianos.
En el mes de
febrero del año 313, Constantino se reunió en Milán con Licinio. El resultado
de este encuentro es lo que se conoce como “Edicto de Miln”, aunque
probablemente este acuerdo no se plasmó en un documento. El texto nos ha
llegado porque lo recogen Eusebio de Cesarea y Lactancio.
En la primera
parte se establece el principio de libertad de religión para todos los
ciudadanos y, como consecuencia, se reconoce explícitamente a los cristianos el
derecho a gozar de esa libertad. El edicto permitía practicar la propia religión
no sólo a los cristianos, sino a todos, cualquiera que fuera su culto.
En la segunda se
decreta restituir a los cristianos sus antiguos lugares de reunión y culto, así
como otras propiedades, que habían sido confiscados por las autoridades romanas
y vendidas a particulares en la pasada persecución. [Ver
texto completo]
El edicto no hizo
del cristianismo la religión del Imperio. Eso ocurriría hasta el año 380,
cuando el emperador Teodosio decretó oficialmente el cristianismo como religión
oficial. Sin embargo, este decreto imperial tuvo unas importantes consecuencias
que hoy también son válidas:
1) La libertad de
creencia. La historiadora francesa, Claire
Sotinel, explica que durante los 68 años que transcurrieron entre el edicto
de Constantino y el decreto de Teodosio, “todas las opciones eran posibles para
descubrir el lugar de la religión en la sociedad y en el sistema político”.
Sotinel expone que
Constantino estaba convencido de que el “Dios de los cristianos lo protegía y
protegía a todo el Imperio”, pero “también pensaba que todo el mundo era libre
de creer en lo que quisiera”.
2) La aparición de
la cooperación entre Iglesia y Estado, y el surgimiento de la libertad de
conciencia, culto y religión, que según el también francés Bernard
Ardura, tuvieron lugar con la conversión de Constantino.
El tema de la
tolerancia religiosa necesita ser repensado e integrado en la configuración de
nuestro País. Hace falta superar el esquema de “no beligerancia” por un modelo
de verdadera cooperación entre el Estado y las religiones, como en los temas de
moralidad pública, solidaridad y educación, por una razón clara: la mayoría de
los mexicanos son simultáneamente ciudadanos y creyentes.
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