domingo, 30 de junio de 2013

Tradicionalismo: una fe sin diálogo


Año 9, número 424
Luis-Fernando Valdés

Los líderes lefebvristas anunciaron su distanciamiento definitivo de la Iglesia católica. Alegan que el Concilio Vaticano II traicionó los principios católicos para poder relacionarse con el mundo moderno. Pero proponen un callejón sin salida: o dialogar con el hombre de hoy o perder la propia identidad religiosa. ¿Hay alguna solución?

Mons. Bernard Fellay,
líder de los lefebvrianos.
Con ocasión de los 25 años de las ordenaciones episcopales que originaron lo que conocemos como “cisma lefebvrista”, la Fraternidad Sacerdotal San Pío X (FSSPX) emitió una declaración, en la que manifiesta su ruptura definitiva con la Iglesia católica romana (27 junio 2013).

Como es sabido, el 30 de junio de 1988, Mons. Marcel Lefebvre ordenó a cuatro obispos sin mandato pontificio, por lo cual tanto él como el co-consagrante, Mons. Antonio de Castro Mayer, y los obispos ordenados quedaron automáticamente excomulgados.

En esta declaración, la FSSPX reiteró categóricamente sus duras críticas al Concilio Vaticano II en cuatro puntos fundamentales (precisamente los que permiten dialogar con la época actual): la libertad religiosa, el ecumenismo, la colegialidad episcopal y el nuevo rito de la Misa.

Según los firmantes del documento, el origen del problema radica en la noción de “tradición” del Vaticano II, pues lo consideran un Concilio “sin raíces en la Tradición”, que da lugar a “un magisterio empeñado en conciliar la doctrina católica con las ideas liberales (…) según el falso concepto de tradición viva” (Declaración, n. 4).

Aquí está el punto importante que debemos aclarar. Hay dos maneras de entender la “tradición”. Una es considerarla como algo fijo en el tiempo y el espacio, de manera que la fidelidad a la fe católica consistiría en mantener todo igual que hace siglos. El costo de esta noción es que la fe serviría para el pasado, pero no para el mundo de hoy. Esto es lo que sostienen los lefebvristas.

En cambio, la noción de “tradición” empleada por el Concilio Vaticano II es una dinámica; además no fue inventada hoy, sino que es una herencia de los primeros siglos de la Iglesia. En concreto, la “Tradición viva” consiste en transmitir de una generación a otra de católicos, la “doctrina vivida” desde el principio: verdades de fe, ritos litúrgicos, modos de vivir las virtudes cristianas.

Y en este proceso de transmisión, la Iglesia explica a cada época –según las necesidades de tal o cual cultura– esa “doctrina vivida”. Por eso, pueden cambiar los ciertos usos y costumbres según la mentalidad de la época, pero nunca cambian los principios de fe o de moral.

Por eso, puede cambiar la lengua y cierta estructura de los ritos, pero no cambia el núcleo de los sacramentos. Las ciencias pueden hacer comprender ciertas dificultades psicológicas, que atenúan algunos pecados, pero no varía que hay acciones que son intrínsecamente malas, como el aborto.

Esta “Tradición viva” permite que los hombres y mujeres de hoy, habitantes de la “aldea global”, imbuidos en el mundo de las comunicaciones y de la intensa vida urbana, puedan tener el mismo encuentro con Cristo a través de la Iglesia, como lo tuvieron los primeros cristianos.

Ésta es la gran novedad del Concilio Vaticano II: mostrar un Evangelio en diálogo con cada época y cada cultura, como ha sucedido a lo largo de los 21 siglos de historia del Cristianismo. Sin embargo, el problema práctico no es la postura de la FSSPX, sino que algunas personas –por desconocer la Tradición viva– aún confunden la postura de la Iglesia con el tradicionalismo de lefebvrianos.

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