Año 14, número 668
Luis-Fernando
Valdés
En pleno curso de 2018, aún hay lugares de nuestro planeta en el
que se vive un exterminio étnico: Sudán del Sur y la República Democrática del
Congo. ¿Cómo vivir desde la distancia la solidaridad hacia las víctimas?
Los restos de un ataque a un campo de Naciones Unidas en Malakal, Sudán del Sur, en febrero 2016. (Foto: NYT/Getty) |
1. Tragedia olvidada. Sudán
del Sur fue reconocido por la ONU como nación independiente en 2011, después
una larguísima guerra 1983-2005 en contra del presidente Gaafar Nimery que
pretendía imponer la ley islámica (Sharia), y tras un periodo breve en el que
fue parte de Sudán (2005-11).
Sin embargo, actualmente ahí se encuentran en guerra al menos siete grupos armados, que acusan al
gobierno de querer permanecer indefinidamente en el poder. En la respuesta del
ejercito sursudanés muchas aldeas han sido arrasadas, cientos de mujeres y
niñas violadas, y un número sin determinar de civiles han sido asesinados.
El saldo han sido 2. 5 millones de muertos y dos
millones de refugiados. Por eso, la misionera española Yudith Pereira residente
en ese país afirma que “lo que está ocurriendo es un genocidio
silencioso”. Cabe recordar que por genocidio se entiende la represión llevada a
cabo por un gobierno para eliminar a una etnia, grupo religioso, etcétera de su
propio país.
2.
Represión gubernamental. De
igual manera, la República Democrática del Congo (RDC) ha sufrido un par de guerras civiles
recientes, que cobraron casi 4 millones de vidas humanas. Actualmente, hay un
par de zonas de guerra al este del país, en grandes áreas controladas por
paramilitares de la etnia ruandesa tutsi, que han obligado a más de 4 millones
de civiles a abandonar sus hogares.
La situación actual de la RDC es crítica. En un
mensaje reciente de la Conferencia Episcopal del país, los
obispos protestaron por la represión del gobierno hacia la Iglesia Católica: “¿Por
qué tantos muertos y heridos, tantos arrestos, secuestros, ataques a parroquias
y comunidades religiosas, humillaciones, tortura, intimidaciones, profanación
de iglesias, prohibición de la oración? ¿Qué crímenes han cometido estos
cristianos y ciudadanos congoleños?”
3. Solidaridad desde la
lejanía. Como señal de comunión y solidaridad
hacia los millones de víctimas de ambos conflictos, el Papa Francisco convocó a
una Jornada
de oración y ayuno por la paz, celebrada el 23 de febrero y ofrecida por
estos dos países. El Pontífice extendió su invitación a los fieles no católicos
y no cristianos, pues Francisco confía en que las religiones pueden contribuir
a la consolidación de la paz.
Hay una gran esperanza que esta convocatoria ponga de nuevo ante las
cámaras de televisión a estas zonas tan injustamente castigadas por la guerra.
Y junto con eso también esta Jornada ayudará para que muchas personas tengan la
oportunidad de ver que la instauración de la paz requiere de una ayuda
sobrenatural, a la que invocamos con la oración y el ayuno.
Epílogo. Cuando visité el Museo de la Memoria y la Tolerancia, en la
Ciudad de México, que está dedicado a exponer los genocidios del s. XX, entendí
que el silencio fue un factor clave que permitió que sucedieran estas tragedias.
Por eso, la Jornada de ayuno convocada por Francisco, junto con
sus frutos espirituales y humanos, ha sido un modo estupendo de romper el
silencio y del olvido, que impiden a la ayuda internacional detener esos
genocidios. Hoy podemos ser solidarios con las víctimas, si contribuimos a que
esos crímenes sean conocidos por millones de personas.
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