Año 11, número 508
Luis-Fernando Valdés
Vivimos una gran
consternación internacional, porque los terroristas islámicos decapitaron a un
periodista japonés. Pero esta violencia fanática no sólo acaba con la vida de
inocentes, sino también empaña la verdadera función social de las religiones.
Descanse en paz, el periodista japonés, Kenji Goto. |
El pasado día 20
de enero, coincidiendo con el viaje del primer ministro nipón, Shinzo Abe, a
Oriente Próximo, el grupo islamista “Estado Islámico” envió amenazó a Tokio para
que pagara 200 millones de dólares a cambio de no asesinar al rehén Kenji Goto,
capturado en octubre, y a otro ciudadano japonés, Haruna Yukawa, que fue
ejecutado el pasado sábado 24.
Según la agencia
AFP, en el video de la ejecución de Goto, el secuestrador –con claro acento
inglés– afirma: “ustedes, como sus estúpidos aliados de la coalición satánica,
no han entendido aún que somos un Califato islámico, con autoridad y poder por
la gracia de Dios, un ejército entero sediento de su sangre”. (Noticias24.com,
31 enero 2015)
En esas palabras,
encontramos la raíz del problema de los extremistas religiosos. Los líderes
islamistas convocan a una lucha social y política, que es la de fundar un nueva
nación (un califato). La motivación que dan a sus seguidores es de tipo
religioso: afirman cumplir un mandato divino.
Y la razón
inmediata para invadir y destruir es “defender el nombre de Dios”. Es decir,
acusan de “blasfemos” a los ciudadanos de los lugares que buscan conquistar. Es
decir, que el pretexto para atacar y destruir es aplicar un castigo a los que
–según ellos– ofenden a Dios.
Paradójicamente, debido
a esas acciones terroristas ellos son los verdaderos blasfemos, porque utilizan
–más bien, manipulan– el nombre de Dios, para matar. La más grande de las
blasfemias es matar a nombre de Dios.
Y además de
cometer esta gran blasfemia, los terroristas islámicos –y cualquier otro grupo
o persona que utilice la religión para matar y destruir– hacen un gran daño a
la causa de Dios, porque el fundamentalismo eclipsa la verdad sobre las
religiones.
En efecto, las
religiones deben ser ocasión de paz y comunión, ya que Dios es la fuente de la
paz y de la unión entre los humanos. De esta manera, la condena al terrorismo
fundamentalista es doble: por atentar contra la vida y la integridad de
inocentes, y por desfigurar el papel de las religiones.
Por eso, esta
crisis de seguridad internacional requiere dos tipos de respuesta. Por una
parte, de una acción militar internacional que sea capaz de proteger a países y
localidades de los actos terroristas. Y por otra, la clara condena por parte de
los líderes religiosos, especialmente de los seguidores del Islam.
Entendemos que en
su reciente viaje a Sri Lanka, el Papa Francisco haya pedido una vez más que
las religiones se desliguen de los extremistas. “Por el bien de la paz, nunca se debe permitir que las creencias
religiosas sean utilizadas para justificar la violencia y la guerra. Tenemos
que exigir a nuestras comunidades, con claridad y sin equívocos, que vivan
plenamente los principios de la paz y la convivencia que se encuentran en cada
religión, y denunciar los actos de violencia que se cometan” (Discurso, 13 enero 2015).
Hoy todos Japón,
todos somos Nigeria, y somos cada víctima del fanatismo religioso. Cada vez que
los islamistas asesinan a una persona en nombre de Dios, en realidad, “decapitan”
la verdadera imagen de Dios, del Dios bondadoso que es Padre de todos los seres
humanos.
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