Año 11, número 511
Luis-Fernando Valdés
Terroristas del
Estado Islámico decapitaron a 21 cristianos coptos. El Papa Francisco,
consternado, declaró que estas víctimas son “mártires de todos los cristianos”.
¿El Pontífice nos pide aceptar como santos a estos cristianos no católicos?
Los 21 mártires coptos asesinados por el EI. |
El Santo Padre ha
impulsado el ecumenismo con gran fuerza. Pero, lo mismo que sucedió con Juan
Pablo II, no han faltado quienes malinterpretan los gestos ecuménicos como si
fueran una desviación de la ortodoxia católica.
Más que esa
supuesta “herejía” de los papas, la realidad es otra. Francisco ha visto que el
diálogo teológico –al que no le resta importancia– va muy lento, mientras que
la vida misma de los fieles de las diversas confesiones empuja a una búsqueda
más inmediata de la unidad. Muestra de ello es la devoción a los mártires, que
has traspasado las fronteras de cada confesión.
Entrevistado por
el vaticanista Andrea Tornielli, el Santo Padre dio esta explicación
fundamental: “Hoy existe el ecumenismo de la sangre. En algunos países matan a
los cristianos porque llevan consigo una cruz o tienen una Biblia; y antes de
matarlos no les preguntan si son anglicanos, luteranos, católicos u ortodoxos.
La sangre está mezclada. Para los que matan somos cristianos. Unidos en la
sangre, aunque entre nosotros no hayamos logrado dar los pasos necesarios hacia
la unidad, y tal vez no sea todavía el tiempo.” (Vatican
Insider, 14 dic 2013)
Esta visión del
ecumenismo no es nueva. Ya la tenía san Juan Pablo II, quien –como preparación
para el Jubileo del año 2000– escribió: “En nuestro siglo, el testimonio
ofrecido por Cristo hasta el derramamiento de la sangre se ha hecho patrimonio
común de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes” (Tertio millennio
adveniente, 37).
Durante ese Gran
Jubileo, Juan Pablo II celebró una conmemoración ecuménica de los mártires del
siglo XX, en la que expresamente se refirió al Metropolita
ortodoxo de San Petersburgo, Benjamín, martirizado en 1922, y al Pastor
luterano Paul
Schneider, asesinado en el campo de concentración de Buchenwold, en 1939),
ambos venerados en sus respectivas confesiones.
Y añadió: “la
preciosa herencia que estos valientes testigos nos han legado es un patrimonio
común de todas las Iglesias y de todas las Comunidades eclesiales. Es una
herencia que habla con una voz más fuerte que la de los factores de división.
El ecumenismo de los mártires y de los testigos de la fe es el más convincente;
indica el camino de la unidad a los cristianos del siglo XXI” (Homilía,
7 mayo 2000).
Lo que Juan Pablo
II y Francisco han cambiando no es la doctrina católica, sino la estrategia
ecuménica. Antes se pensaba que primero había que llegar a un acuerdo
doctrinal, para luego poder rezar juntos. Ahora se reconoce que la oración
común y la veneración común a los mártires es previa a los acuerdos teológicos,
porque primero se da la realidad carismática, que a veces los teólogos no
aciertan a explicar.
Además, la
búsqueda de la unidad de las confesiones cristianas pone de relieve que el
Pontífice busca obedecer a Cristo, que en el Evangelio indicó que los demás
reconocería a los cristianos porque se aman entre sí (cfr. Juan 13,35).
Lejos de un
ecumenismo mediático, el Papa Francisco y sus predecesores han mostrado el
verdadero rostro de la Iglesia, el de la comprensión y la caridad, que tiene
una expresión privilegiada en el reconocimiento y veneración de quienes han
derramado su sangre por Cristo, sin importar en que confesión fueron
bautizados.
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