Año 9, número 433
Luis-Fernando Valdés
En las recientes
fiestas patronales de Ixmiquilpan, Hgo, el Presidente municipal colocó la banda
presidencial al Cristo de Jalpan, que ahí se venera. Ante esta extraña
simbiosis de los civil y lo religioso, ¿gana o pierde la Iglesia? ¿gana o
pierde el País?
El Cristo de Jalpan, con la banda presidencial. |
Se trata de una
costumbre que remonta a 1947, cuando se le impuso por primera vez la banda
presidencial a esta imagen de Cristo, buscando que “se respetara la Iglesia
Católica”. Desde entonces, cada año alrededor del 15 de agosto se realiza esta
ceremonia.
Este evento se ha
llevado a cabo ininterrumpidamente, sin importar la filiación partidista del
alcalde. Este año corrió a cargo del panista Cipriano Charres, aunque también
lo han hecho munícipes del PRI y en una ocasión uno del PRD. [El
Universal, 20 agosto 2013]
¿Qué pensar de
esto? Lo primero es entender el contexto. Este gesto fue una reacción contra la
represión gubernamental de la época de la Cristiada. Esta imagen del Señor de
Jalpan tuvo que ser escondida en la hacienda de Ixmiquilpan, en el vecino
estado de México. Y esta imposición de la banda fue la reacción pidiendo
respeto.
Sin embargo, las
cosas han cambiado, y el contexto del México contemporáneo es muy diferente al
panorama de hace 80 años. Y la situación de la Iglesia en nuestro País es muy
distinta a la que existe en otros países latinoamericanos o europeos de
tradición católica, donde las relaciones Iglesia y Estado permiten más este
tipo de “encuentros” entre lo civil y lo eclesiástico.
En nuestra Patria,
hoy mismo, lo más sano es vivir una adecuada autonomía de las esferas civil y
religiosa. Y esto, no por una razón de política partidista, sino por respeto a
la libertad religiosa de todos los mexicanos.
En efecto, en
México cabemos todos los ciudadanos, con independencia de si nos consideramos
creyentes o no creyentes, pues tenemos en común nuestra historia, nuestra
lengua, nuestras fiestas y nuestros símbolos patrios, entre otras cosas.
Por eso, no es
sano que un grupo religioso se apropie de los símbolos patrios, pues va en
perjuicio (y quizá en agravio) de los otros, que también son mexicanos. No
sería bueno que algún grupo religioso o grupo ideológico quisiera atribuirse en
exclusiva “lo mexicano”.
Si cabe, en
cambio, una sana relación entre lo civil y lo religioso, por ejemplo, cuando en
el calendario civil se integran algunas festividades religiosas, cuando un
representante de la autoridad civil acude –por cortesía– a un evento religioso,
cuando los creyentes se reúnen a rezar por la paz y la prosperidad de la
Nación. Pero hoy no sería adecuado una “simbiosis” entre ambos.
Desde la Reforma
(s. XIX), se nos ha presentado una dialéctica entre Iglesia y Estado. De manera
que se ha generado una especie de “lucha” por el poder. Y desafortunadamente
así es como se han interpretado las relaciones entre ambas entidades.
Esto a llevado a
un paradigma conflictivo. Se considera –por parte de unos– que, para que la
Autoridad civil se autónoma, debe excluir lo religioso, o incluso eliminarlo.
Y, por parte de los otros– que lo religioso debe absorber lo civil (como en el
caso de poner al Cristo la banda presidencial).
Ni unos ni otros.
Nuestro México de hoy necesita salirse de esa dialéctica. Y la vía está en que
creyentes y no creyentes reconozcan y respeten el derecho humano de libertad de
creencia, para que todos tengamos lugar en una única sociedad civil. Y, como
este amplio espacio donde todos cabemos esta representado por los Símbolos
patrios, no sería acertado emplearlos
para fomentar la desunión y la exclusión.
http://www.columnafeyrazon.blogspot.com
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