Año 8, número 374
Luis-Fernando Valdés
Llegó el esperado
día de las elecciones presidenciales y de legisladores. Después de unas
intensas campañas electorales por parte de los partidos políticos, ahora le
corresponde a los ciudadanos emitir su voto. En el ambiente electoral flota una
nube de escepticismo, y para no pocos la abstención es una opción. Pero, ¿es
moralmente correcto no ir a votar?
Hoy 79 millones de mexicanos debemos ir a las urnas. [Foto: www.periodicoabc.mx] |
La reflexión de
hoy consiste en enfocar muy bien el tema de fondo. Los ciudadanos debemos votar
por una razón que no tiene que ver con estar afiliados a un partido o con tener
simpatía por uno. Antes que miembros o simpatizantes de un instituto político,
somos ciudadanos y tenemos las obligaciones propias que conlleva ser miembros
de una nación.
De esta manera, ya
tenemos claro el punto de referencia. Tenemos que votar porque es la manera
como hoy por hoy ejercemos uno de los principales deberes como ciudadanos, es
decir, como miembros activos de un País (por ser mayores de edad, y por no
tener ninguna condena penal que limite nuestros derechos).
Una comparación
puede ayudar. Así como un padre de familia no puede dejar de dar de comer a su
prole, porque es una obligación que nace del hecho de tener hijos; de igual
manera, un ciudadano debe votar, porque es una obligación que surge del hecho
de ser mexicano.
Y así como un padre
de familia no le puede negar los alimentos a sus hijos, aunque éstos sean malos
estudiantes; de igual manera los ciudadanos no podemos abstenernos de votar,
aunque no nos terminaran de convencer los políticos o sus propuestas.
Entonces, la clave
es ésta: la obligación de ir a las urnas radica en que votar es el modo como
cada mexicano mayor de edad expresa su condición de ciudadano. Abstenerse de
votar es faltar contra los deberes que tenemos como miembros activos de México.
Veamos esto mismo
desde la óptica de los símbolos. Cuando un ciudadano se abstiene de votar,
muchas veces lo que desea es “expresar” su inconformidad ya sea contra el
sistema político ya sea contra los candidatos. Pero se trata de un “signo”
equivocado, porque el no votar significa “no soy ciudadano”.
En cambio, si
algún ciudadano desea expresar su inconformidad, tiene que recurrir a otro
símbolo: ir a votar y anular la boleta. Este gesto de “anular” (no confundir
con “abstenerse”) significa claramente dos cosas: “soy ciudadano” y “no estoy
de acuerdo”. En cambio, no votar da a entender algo distinto: “no soy
ciudadano”.
En otras palabras,
el no estar de acuerdo con el sistema o el no tener un candidato según nuestras
preferencias no es una razón ética para dejar de votar. Y es que siempre será
éticamente malo renunciar a nuestra condición de ciudadanos.
La obligación de
votar es fruto de nuestra condición de mexicanos, y nada ni nadie (ni siquiera
las condiciones políticas actuales) nos puede empujar a renunciar a ella. Esto
es similar al caso de una madre, la cual no puede renunciar a su papel de
madre, aunque sus hijos no sean lo que ella soñó.
Además, ejercitar el voto es un modo concreto
de servir a México. Los creyentes —aunque esto es válido para todo ciudadano,
sin importar su credo— “de ningún modo pueden abdicar de la
participación en la ‘política’; es decir, en la multiforme y variada acción
económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover
orgánica e institucionalmente el bien común. Su compromiso político es una
expresión cualificada y exigente del empeño cristiano al servicio de los demás”
(Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, n. 41).
Lea también: El deber de votar
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