Año 8, número 375
Luis-Fernando Valdés
Mientras que algunas
organizaciones están buscando imponer modelos alternativos de familia en
América Latina, en Inglaterra tanto las autoridades eclesiásticas anglicanas
como asociaciones civiles han iniciado una defensa del matrimonio tradicional.
¿Hablar hoy del matrimonio de un hombre y una mujer para siempre es retroceder
o avanzar?
Sir Paul Coleridge, juez de lo familiar y fundador de la Marriage Foundation. |
Los índices de
divorcio en Inglaterra van en aumento y representan un gran costo para la
sociedad británica, estimado en 44 billones de euros al año. Esto tiene
preocupados a los jueces de familia del Tribual Supremo de aquel país. [Fadep.org,
11.V.2012]
Para invertir esta
tendencia, el magistrado Sir Paul Coleridge, junto a otros jueces de familia, creó
el pasado 1 de mayo la Marriage
Foundation, para impulsar un cambio de actitud hacia el matrimonio en la
sociedad inglesa. Esta fundación buscará tanto la investigación social que
influya en las propuestas de políticas públicas, como ayudar a la gente que
pasa por crisis matrimoniales.
El juez Coleridge
aspira a crear “un movimiento en todo el país destinado a cambiar las actitudes
desde abajo hasta lo más alto de la sociedad, de modo que mejore la vida de
todos, especialmente de los niños. Queremos promover –afirmó– el matrimonio
como el patrón oro de las relaciones de pareja”.
Por otra parte, la
Iglesia Anglicana ha hecho pública su oposición a la pretensión del gobierno
británico de permitir el matrimonio civil a parejas homosexuales. En una
respuesta a la consulta del gobierno sobre matrimonio entre personas del mismo
sexo, esta Iglesia estima que cambiar la comprensión civil del matrimonio
cambiará el modo en que se define el matrimonio por todos, a pesar de que el
gobierno asegure lo contrario. [Zenit.org, 12.VI.2012]
La misiva, firmada
por los arzobispos de Canterbury y de York, sugiere que un cambio de este tipo “alteraría
la naturaleza intrínseca del matrimonio como unión de un hombre y una mujer,
como está establecido en las instituciones humanas a lo largo de la historia”.
El documento
explica que “el matrimonio beneficia a la sociedad de muchos modos, no sólo
promoviendo la reciprocidad y la fidelidad, sino también reconociendo una
subyacente complementariedad biológica que incluye, para muchos, la posibilidad
de la procreación. La ley no debería tratar de definir más allá de la objetiva
distinción entre hombre y mujer”.
Hay un contraste
muy grande entre las posturas liberales en América Latina que alientan otro
tipo de uniones matrimoniales y las posiciones de vanguardia europeas. Las
primeras apenas van, mientras que las otras están de vuelta, porque han
experimentado el costo social que conlleva alejarse de la familia formada por
un hombre y una mujer para siempre.
Es notorio que
tanto instituciones religiosas no católicas y fundaciones civiles de un país desarrollado
proponen una vuelta a la llamada “familia tradicional”. No se trata pues de la
injerencia de la Iglesia Católica, sino de la búsqueda de solución para un
problema que de hecho ya afecta seriamente a una nación del Primer Mundo.
Estamos muy a
tiempo en México para reenfocar el concepto de matrimonio y familia
“tradicionales”, y ver que son piezas claves para el tejido social del País.
Hay un reto grande tanto para la sociedad civil como para los legisladores:
implementar medidas que favorezcan la fidelidad de los esposos, y preparar a
los futuros cónyuges para que entiendan y vivan el matrimonio para siempre. Más
vale que “estemos de vuelta” antes de que la inestabilidad familiar se
convierta en un problema social.
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