domingo, 23 de noviembre de 2008

“Matrimonio gay”, derrotado en elecciones de EUA

Luis-Fernando Valdés

El día en que los estadounidenses eligieron presidente a Barack Obama (4.XI.2008), también se pronunciaron sobre 153 propuestas sometidas a votación en 36 estados. De esas propuestas, se aprobaron las tres que prohíben el matrimonio homosexual, en California, Florida y Arizona. ¿Deberíamos sorprendernos de que el electorado del Estado californiano, donde el movimiento gay tiene un bastión fuerte, haya votado a favor del matrimonio entre un varón y una mujer?
No nos llama la atención que California haya tutelado jurídicamente el matrimonio heterosexual, porque ha librado un larga batalla para protegerlo. Los californianos ya lo habían aprobado en otro referéndum celebrado hace ocho años, que reformó el Código de Familia; en 2005, el Parlamento estatal quiso anular el cambio, pero el gobernador puso el veto; luego el Tribunal Supremo del Estado declaró inconstitucional la prohibición decidida en el plebiscito. La reciente votación deroga esta sentencia, pues se trata de una enmienda constitucional que define el matrimonio como la unión de un hombre y una mujer, y se presentó para restablecer la decisión popular que fue revocada por sentencia judicial.
Con esto se puede apreciar que la heterosexualidad del matrimonio es algo más que una cuestión ideológica. Los ciudadanos de a pie saben que sin esa cualidad (la heterosexualidad) no hay verdadero matrimonio. Y, a pesar de todo el despliegue propagandístico, que invita a considerar el matrimonio homosexual como una vía para asegurar la libertad de los individuos, la mayoría sigue firme en lo mismo.
Hablar de este tema resulta complicado. En primer lugar, porque los promotores de la ideología de género han conseguido que se considere una agresión estar en desacuerdo con el “matrimonio gay”. Su línea argumentativa va por el lado del respeto a la libertad, de modo que quien opine en contrario sería un intolerante. Se quiere hacer ver que todo es una cuestión de discriminación, de ampliación de derechos, de estar a la altura de los tiempos que corren, de extrapolación de juicios éticos al campo político de un Estado no confesional, etc. Pero todos sabemos que “disentir” y “no estar de acuerdo” no son equivalentes a “ser intolerantes”. No aprobar el matrimonio homosexual no significa que rechacemos a los homosexuales; sólo quiere decir que afirmamos que el matrimonio no es eso.
En segundo lugar, es muy difícil argumentar a favor del matrimonio como la unión de un varón y una mujer, porque lo evidente no se puede demostrar. ¿Cómo demuestro que el sol es luminoso? De igual manera, el matrimonio heterosexual es así de evidente. Pero, de todos modos, sí es posible dar razones sobre él.
La premisa clave está en el tema de la “igualdad”. El Estado puede y debe promover la igualdad y la libertad, pero su poder legislativo está limitado por estructuras biológicas, psicológicas, antropológicas y sociales que no tienen una fecha de caducidad como la de las medicinas. La aprobación de una ley de la igualdad no anula ni modifica todas esas estructuras que nos hacen diferentes, pues sigue siendo necesaria la complementariedad sexual para procrear.
Además, afirmar que no existe absolutamente ninguna diferencia, ni siquiera mínima, entre la unión matrimonial natural y la unión homosexual, querría decir que no existiría diferencia entre ambas en ningún orden: biológico, antropológico, jurídico, social, ético, etc. Y esto es tan falso como injusto.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com

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