Luis-Fernando Valdés
Hoy se llevará a cabo la “Marcha por la Vida”, tanto en Querétaro como en otras ciudades del País. Se trata de un gran evento organizado por Dimensión Episcopal para los Laicos (DELAI) de la Conferencia del Episcopado Mexicano, y que ha sido impulsado por el Obispo queretano, Mons. Mario De Gasperín. Ante un aforo, que se espera sea muy numeroso, necesariamente nos preguntamos qué sentido tiene este evento. ¿Es una manifestación de poderío religioso? ¿Será el último esfuerzo para salvar una causa perdida?
Ante una mirada superficial, esta marcha se podría considerar como los esfuerzos de la Iglesia y de familias “tradicionales” para impedir que México se modernice, y que nuestra Constitución se ponga al nivel de las Legislaciones de los países económicamente más desarrollados.
Quizá también se puede observar esta manifestación pública a favor de la vida, desde el ángulo –tan desgastado y por eso obsoleto– de las facciones políticas: izquierda-derecha, conservadores-liberales, retrógrados-modernos. Entonces se trataría de una expresión de la típica derecha conservadora mexicana, que no entendería que los tiempos han cambiado.
Según estos enfoques, esta marcha de hoy no tendría mucho sentido, pues trataría de negar un cambio de época y de mentalidad en nuestra Nación. Si acaso, sería una mera muestra de que en nuestro País hay libertad de expresión. Sin embargo, pensar así sería cerrarse al significado más profundo de este desfile.
En la superficie y en el fondo, es una marcha a favor de la rica tradición cultural mexicana. Ninguna nación se constituye por un grupo de ideólogos que “inventan” un país, mientras se toman un café, sino que es fruto de una herencia cultural de siglos, que se enraíza en un armonioso conjunto de valores, lenguas, creencias y rituales en el contexto de un territorio, con sus mares y ríos, montañas y valles, y su flor y su fauna. Y así nuestra Patria –el lugar que nos heredaron nuestros Padres– en sus ricas raíces precolombinas, coloniales y modernas, siempre ha sido considerado la vida como un gran regalo. Imponer el aborto en México no será actualizarlo, sino desconectarlo de su pasado histórico. Si se cortan las raíces, el árbol centenario terminará por caer.
Salir a las calles, en ambiente festivo, para celebrar la vida sí tiene sentido. Es una expresión pública para proteger nuestra identidad nacional. Es muy curioso que bastantes de los que se autoproclaman defensores de los orígenes mexicanos, lejos de leer con respeto los códices prehispánicos –los cuales alaban la vida–, tienden a buscar un nuevo proyecto de nación apoyados en ideas extranjeras. ¿Desde cuándo el aborto, a nombre del derecho a decidir, está en la tradición cultural mexicana? ¿No es más bien de la tradición anglo-sajona, originada en la
Suprema Corte de Estados Unidos, en los años 70’s?
Proponer como gran novedad la legalización del aborto, es un gran timo. Es pretender borrar de un plumazo quinientos años de historia. Es afirmar que todos nuestros antepasados han estado en el error, y que la verdad apenas nos llegó hace treinta años. Es ofrecernos nuevamente cristales de colores –a nombre de la libertad–, para que vendamos inocentemente nuestra Patria: nuestras raíces, nuestra historia, nuestros valores. Si está leyendo esta columna después de haber recorrido las calles de nuestra Ciudad, lo felicito, pues ha hecho algo importante: nos ha mostrado que nuestro País tiene raíces e historia, las cuales aman profundamente la vida.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
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