Luis-Fernando Valdés
Seguimos inmersos en un océano de tinta discutiendo sobre el aborto. Los foros de discusión se multiplican, y la argumentación se polariza. Los favorables a la vida insisten en los derechos del recién concebido; los que apoyan el aborto insisten en los llamados “derechos de la mujer”. De esta manera, el terreno de discusión se desplaza del nascituro a la mujer: en vez de tutelar la vida del no nato, se protege la subjetividad de la madre. Por eso, los que hoy día defendemos la vida humana desde la concepción pasamos ante la opinión pública como enemigos de la mujer. Pero, en realidad sólo quien defiende la vida del que nacerá, apoya realmente a la mujer.
La defensa de la vida se ha movido en un clima cultural difícil. En los años 90, cuando tuvieron lugar las conferencias de El Cairo (1994) y Pekín (1995), cobraba auge una ideología de feminismo radical, que reclamaba la posibilidad de que la mujer pudiera disponer de su propio cuerpo, incluido el hijo recién concebido. La actual presión de la Asamblea Legislativa de la Ciudad de México sigue ese corriente, al presentar el aborto como un derecho de la mujer. Además, se busca dar la apariencia de que la aprobación del aborto es un logro jurídico para el País, que de esta manera se pondría a la altura de las naciones europeas en materia legal.
Entre los que se cuentan a favor de esta ley, está el Grupo de Información en Reproducción Elegida A.C. (GIRE), que sostiene que cuando “la continuación de un embarazo no deseado o no planeado puede afectar significativamente la realización personal de la mujer embarazada” como sus aspiraciones personales, profesionales y educativas, se hace un “daño al proyecto de vida”, que sería un “derecho fundamental e inalienable de las mujeres”.
Llama la atención que en esta defensa de la mujer no se menciona el tema de la vida. Se enfatiza que el plan personal de la mujer está por encima del derecho a existir del no nacido. Si analizamos despacio, GIRE nos está diciendo que “el fin justifica los medios”, que si alguien se opone a los proyectos que una mujer ha establecido, puede ser eliminado. Llevando a fondo ese supuesto derecho al proyecto personal, entonces se debería legalizar el homicidio de un marido que se opone a las aspiraciones de su mujer, o la muerte de un jefe que estorbe a una dama en un ascenso de puesto. Hace falta un cambio de mentalidad, en el que la subjetividad no sea el fin último de la persona, porque los seres humanos no vivimos aislados, sino en relación con los demás, y nuestro plan personal naturalmente siempre guarda relación con los otros.
A pesar de la apariencia de legalidad y de progreso, hay aspectos que no embonan. Cuando se presenta el proyecto personal como un derecho humano inalienable, el aborto se convierte en una garantía de ese plan. Entonces, ¿para garantizar el derecho humano de la mujer a decidir su fines, se debe quitar el derecho humano a la vida que posee el bebé desde su concepción?
¿Es posible que un derecho humano se contraponga a otro derecho humano? En realidad, la respuesta es que uno de los dos no es un verdadero derecho. El sofisma proviene de que se da por sentado que el recién concebido es un parte del cuerpo de la mujer, y por tanto, que está bajo su dominio. Si esto fuera verdad, ella tendría derecho a manipularlo o a extirparlo, según estorbe o no a su proyecto vital. Pero como el recién engendrado no es parte de su cuerpo, ni es parte de su subjetividad, la mujer no tiene derecho a decidir sobre la vida de él.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Compártenos tu opinión