domingo, 22 de abril de 2007

Semana de ejecutados

Luis-Fernando Valdés

Nos hemos sorprendidos de que la ola de violencia, que esta semana asoló a nuestro País, también haya tenido lugar en nuestra Ciudad. Nos conmueve la muerte violenta de tantas personas. Surgen voces por doquier, que piden que ya se ponga un alto a tantos asesinatos. Pero ¿cómo se detendrá la cadena de ejecuciones, si es violencia lo que nuestra sociedad ha estado sembrando durante años?
Cuando tenemos noticias de las ejecuciones, quizá nos parece que se trata solamente de ajustes de cuentas entre traficantes de drogas, que operan en barrios marginales, y que nosotros no tenemos nada qué ver con el problema. Sin embargo, sí tenemos nuestra parte de responsabilidad en este duro asunto. En efecto, la violencia tiene dos ámbitos: uno inmediato, al que pertenecen los que cometen directamente los actos violentos; y otro, que llamaremos “ámbito cultural”, al que pertenecemos todos. Y, en cierta medida, todos somos responsables de la violencia del ámbito cultural, porque todos la hemos permitido.
Nuestro ámbito cultural fomenta una “cultura de la muerte”, porque a nombre de la libertad se justifica el aborto, o terminar desde antes con la vida de un enfermo. Además, la violencia es el tema principal de muchos medios de entretenimiento: desde los video-juegos hasta los dibujos animados, pasando por los corridos y otras canciones. Es muy útopico, por no decir ingenuo, pensar que la violencia va a desaparecer de las calles de nuestro País, por el hecho de que ya hay operativos de los gobiernos federal y estatal para enfrentar a los delincuentes. ¿Cómo van a desaparecer los violentos, si cada día se alimenta a los niños y jóvenes con una cultura de golpes y homicidios? ¿Cómo se va a evitar la violencia, si hoy mismo se pretende legislar para despenalizar que una madre pueda quitar la vida a su propio hijo, aún no nacido?
La clave para que desaparezca la violencia consiste en fomentar una auténtica “cultura de la vida”. No basta sólo con mencionar “viva la vida” o “viva la familia” en anuncios de televisión o de radio, sino que, ante todo, es necesario hacer que la convicción del valor absoluto de la vida humana arraigue en la mente y en los sentimientos de cada ciudadano, sin importar su credo o su condición social. Es necesario que el respeto por cada ser humano, sea parte de la vida cotidiana: en las familias, en las escuelas, en los medios de comunicación, en el entretenimiento.
Juan Pablo II, un auténtico luchador de la paz, enseñaba que “optar por la vida comporta el rechazo de toda forma de violencia” (Discurso, 14 diciembre 1998). Para forjar una cultura de la vida, necesitamos rechazar también la violencia de la pobreza y del hambre, que aflige a tantos compatriotas; la de la difusión criminal de las drogas y el tráfico de armas; la de los daños insensatos al ambiente natural.
La ola de violencia que marcó la semana recién acabada nos grita que nuestra sociedad está rechazando el don de la vida, que Dios nos ha hecho. Los cuerpos de las decenas de ejecutados nos hace ver que en México ya se prefiere la muerte a la vida, y esto trae consigo la oscuridad de la desesperación. Si queremos de verdad contribuir a la paz, no podemos presenciar esto hechos y sentirnos ajenos, o quedarnos pasivos. Esta situación nos invita a tomar una decisión personal de resistir a la cultura de la muerte y elegir estar decididamente en favor de la vida, puesto que ninguna ofensa contra el derecho a la vida, contra la dignidad de cada persona, es irrelevante.

Correo: lfvaldes@prodigy.net.mx

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