Luis-Fernando Valdés
Se cumplirán dos años de que Joseph Ratzinger fue elegido Romano Pontífice. Aún recordamos aquel 19 de abril, cuando salió al balcón central de la Basílica de San Pedro con el nombre de Benedicto XVI. Tenía el reto de ser el sucesor del Papa más importante del segundo milenio, de un hombre de un carisma especial ante los medios de comunicación. Una tarea muy grande, que el Papa Ratzinger, con un estilo prudente y discreto, ha sabido sacar adelante.
Desde el punto de vista de la opinión pública, el nuevo Papa tenía varios desafíos. El primero era la fama de ser el Cardenal “duro” e intransigente de la Curia Romana, el “Inquisidor” contemporáneo. Curiosamente, este primer obstáculo se vino abajo por sí mismo, cuando las cámaras transmitieron al “verdadero” Joseph Ratzinger, y no al que algunos periodistas, sobre todo centro europeos, habían creado. Comenta el escritor alemán, Peter Seewald, que él mismo en noviembre de 1992, cuando era redactor del “Süddeutsche Zeitung”, entrevistó al Cardenal, y su colega Konrad R. Müller le tomó unas fotografías. Al llegar a las oficinas, decidieron escoger la foto menos simpática, para reforzar la impresión de que Ratzinger era “una triste figura que no reía” (“Una mirada cercana”, p. 27). Este periodista expilca que de 30 fotos se elegían 5 y 25 se desechaban por “malas”, es decir, se eliminaban las 25 en las que el Cardenal “aparecía riéndose o bien con un gesto demasiado amistoso para un gran inquisidor”. Por eso, se entiende que inmediatamente después de la elección del Papa, surgió una imagen completamente nueva del Teólogo bávaro: basto con publicar unas cuantas de aquellas 25 (cfr. p. 215).
Otro reto de Benedicto XVI era la capacidad de convocatoria. Estaban muy presentes las reuniones multitudinarias de Juan Pablo II, en las que reunía a centenares de miles, o incluso a millones de personas, creyentes o no. El nuevo Papa decidió que la Jornada Mundial de la Juventud, convocada por su antecesor para agosto de 2005 en Colonia, no se cancelara con la muerte del Papa polaco. Algunos medios expresaron su escepticismo, pues les parecía que un papa de 79 años, de frágil salud, y sin “experiencia” ante multitudes de jóvenes pudiera tener el mismo impacto que Juan Pablo II. Sin embargo, el 21 de agosto, en la Misa al aire libre en Marienfeld, se reunió un millón de jóvenes para estar con el Papa, con el que rezaron y cantaron.
Otra prueba de fuego fue el viaje que realizó a Turquía en noviembre de 2006. Como recordarán, unos meses antes, un discurso académico pronunciado en la Universidad de Ratisbona causó gran revuelo, pues se publicaron unas frases, que fuera de contexto parecían una ofensa a los musulmanes. En ese ambiente tenso, realizó esta visita a Estambul, y el resultado fue altamente positivo: el Papa se ganó la estima de los diarios de los países musulmanes.
Ciertamente, las cualidades humanas y el estilo de Juan Pablo II era diferentes a las de Benedicto XVI; incluso se pudiera decir que el Papa polaco era más mediático. Sin embargo, el hecho de que el papado actual sigue convocando multitudes a pesar de no ser tan espectacular, nos debe llevar a pensar que no se trata solamente de una cuestión de medios. Hay algo más. Los creyentes no buscan sólo a un líder carismático: buscan a Dios y lo encuentran a través de su Representante en la Tierra. Este factor sobrenatural es la clave para entender porqué el Romano Pontífice ha tenido, en estos dos años, un inesperado impacto positivo en la opinión pública.
Correo: lfvaldes@prodigy.net.mx
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