Luis-Fernando Valdés
Ha causado revuelo toda la semana la discusión de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal sobre una iniciativa que permite el aborto durante las primeras 14 semanas de gestación, y que dará luz verde a los médicos del sistema de salud para usar la píldora abortiva RU-486. Leyendo diversos artículos de opinión durante la semana, me dio la impresión de que para algunas personas el aborto representa una paso adelante de la democracia. Sin embargo, ¿es verdad que aprobar el aborto es un triunfo del sistema democrático?
La democracia tiene un límite natural, que es la recta razón. La verdad sobre el hombre es la guía de la democracia. Cuando un parlamento decide por mayoría una ley que va contra la verdad del ser humano, lejos de dar lugar a una auténtica democracia, atropella al hombre. Hay un doloroso caso histórico. Se trata de la Alemania de los años 30 del siglo pasado. El Congreso alemán eligió democráticamente a Adolfo Hitler como Primer Ministro, y apoyo también por mayoría su política imperialista. El resultado fue la Segunda Guerra Mundial, con el doloroso Holocausto del Pueblo Judío. Nadie en su sano juicio dirá que el Holocausto fue bueno porque lo decidió la mayoría. Al contrario, esa sangre inocente sigue gritando que una mayoría no tiene derecho a decidir sobre la vida de nadie.
El problema actual para evaluar esta iniciativa de la Asamblea Legislativa del DF consiste en que las diversas posturas enfocan fuera del punto central de la discusión: lo ven como una dialéctica entre la Iglesia y el Estado, o como un problema de discriminación hacia la mujer. Mientras las discusiones sigan esa línea, no se va a llegar a una verdadera solución. En todo caso, más que solución se tratará de la victoria del que consiga más votos que apoyen su postura. El enfoque preciso consiste en reconocer que se trata de un derecho fundamental, el de la vida. ¿Tienen derecho a vivir o no esos nuevos seres?
Y cuando se habla de derecho a la vida, el discurso toma un cauce muy particular, que recuerda la “duda metódica” de Descartes. En vez de partir del hecho de que el óvulo fecundado está vivo, aunque aún no sepamos precisar en qué instante concreto comenzó la vida, la argumentación a favor del aborto pone en duda la realidad de que el recién engendrado es un ser ya viviente. Cuando se plantean los problemas de esta manera, siempre se cae en razones contra el ser humano, como cuando se ponía en duda la igualdad de hombres y mujeres, hasta que ellas demostraran que sí eran iguales.
Generalmente, los argumentos contra la vida del recién engendrado no son de carácter científico-biológico, sino de tipo existencial, presentando situaciones límite, como el caso de un embarazo por violación. En ese discurso, la vida del no nacido se pone en segundo plano, y se privilegia que fue engendrado contra la voluntad de la madre. Pero, ¿qué diferencia hay, desde el punto de vista fisiológico, entre un óvulo fecundado por amor y uno fecundado con violencia? Ninguna. Como se puede ver, el argumento contra la vida no procede de una razón científica sino del sentimiento. Y de este tipo fue el argumento, por el cual Hitler decidió exterminar a las personas judías, a las que él consideraba inferiores. De igual manera, decidir que un bebé no debe nacer por no ser fruto del amor, es igual a decir que un joven no debe seguir vivo por ser de raza hebrea. Lo importante para un país democrático es ser regido por el dictamen de la mayoría, pero sólo cuando esa mayoría se guía por la recta razón, y no por cuestiones emotivas.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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