Año 14, numero 656
Luis-Fernando Valdés
Francisco acudió a
Myanmar a defender a una minoría musulmana, atacada y desplazada. Pero, ¿cómo
podía el Papa defender a los rohinyás y, a la vez, mantener la buena relación
con el gobierno birmano y la mayoría budista que niegan esta crisis?
Francisco, durante su complicada visita a Myanmar, donde actualmente se vive una crisis humanitaria contra la minoría etnica rohinyá (Foto: AP) |
1. La crisis de los rohinyás. La etnia musulmana
rohinyá habita en Arakan, al occidente de Myanmar (antes Birmania), país de
mayoría budista. Según Amnistía Internacional, esta minoría ha sufrido violaciones
a sus derechos humanos bajo la Junta birmana, desde 1978, por su oposición
a la formación de un estado budista en Birmania, y como resultado muchos han
huido a la vecina Bangladés.
Los budistas
radicales afirman que los rohinyás no son birmanos, porque llegaron ilegalmente
cuando el país era colonia inglesa, los acusan de no coexistir en paz y de querer
imponer la ‘sharia’ (la ley islámica). El gobierno ha recluido a más de 140 mil
personas en el gueto de Aungmingalar.
Como respuesta, desde
octubre de 2016, grupos terroristas musulmanes en esa zona han atacado a
civiles y militares. El ataque
más sangriento ocurrió el pasado 25 de agosto. Por las represalias del
ejercito a ese hecho, alrededor de 640 mil rohinyás huyeron al sur de
Bangladesh. Según la ONU, se trata de una “limpieza étnica” (El País, 13
sep. 2017). Suman ya un millón los rohinyás desplazados en Bangladés.
2. Dificultades políticas del viaje papal. Con
tiempo, el cardenal de Myanmar le advirtió al Papa que utilizara la palabra
“rohinyás”, porque esto podría acarrear consecuencias para la minoría católica
del país.
Esto es algo más
que no utilizar una palabra incómoda. Más bien, como el gobierno local no
quiere aceptar que existe una represión militar contra esa minoría ética, mencionar
ese término equivaldría a denunciar la represión en su propia cara.
3. Una solución ingeniosa. Francisco,
que desde el conflicto de agosto había expresado públicamente su preocupación
por los desplazados, no podía ahora mencionar abiertamente el tema en tierras
birmanas. Pero lo que sí pudo hacer fue dirigir mensajes en los que invitó a
las autoridades a vivir la justicia y a los líderes religiosos a convivir en
paz.
A los dirigentes de
la sociedad civil de ese país, el Pontífice les pidió a los que pidió dejar a
un lado las diferencias porque crean división, y los exhortó a respetar a las
diferentes etnias del país.
Después, cuando
habló de las diferentes confesiones religiosas, Francisco afirmó que éstas “no
deben ser una fuente de división y desconfianza, sino más bien un impulso para
la unidad, el perdón, la tolerancia y una sabia construcción de la nación”.
(ACI, 28
nov. 2017)
Y, como colofón,
el Papa viajó al vecino país de Bangladés, que ha acogido a los desplazados, y
desde ahí lanzó una llamada a la comunidad internacional para que ayudé a los
refugiados, aunque evitó utilizar el término “rohinyás”.
Epílogo. Francisco asumió el riesgo de
una visita complicada, que podía generar un conflicto diplomático con el
gobierno de Myanmar y romper la armonía con los líderes budistas. Pero la
misión del Papa lo ameritaba, pues el Papa quería defender los derechos humanos
de una minoría maltratada y, a la vez, necesitaba recordarles a los líderes
espirituales el verdadero papel de las religiones, que están para fomentar la
paz y la unidad.
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