lunes, 17 de julio de 2017

La última oportunidad del ecumenismo

Año 13, número 636
Luis-Fernando Valdés

Se cumplieron 500 años de la reforma de Lutero, pero también ya son 50 años del movimiento ecuménico. Pero, ¿de qué sirve ahora la unidad de las confesiones cristianas pues la sociedad en general ya no cree en el cristianismo?


Reunidos en Wittenberg, el pasado 5 de julio, los 
representantes de las iglesias reformadas  firmaron 
el acuerdo alcanzado en 1999  por luteranos 
y católicos. (Foto: protestantedigital.com)
1. Hace 500 años.  En Wittenberg (Alemania), en 1517, Martín Lutero inició un movimiento para corregir los grandes problemas disciplinares de la Iglesia. Pero esta reforma desembocó en la división de la cristianismo y en el surgimiento de las confesiones reformadas, junto con una gran división política y cultural en Europa.
Un tema fundamental de esta división fue la Doctrina sobre la Justificación, que consiste en explicar qué tiene que hacer un pecador para recibir la salvación. En el momento inicial, la controversia se polarizó así: los luteranos enfatizaban que el pecador sólo debía creer en Cristo (la “sola fides”), mientras que los católicos subrayaban que el pecador debía manifestar esa fe con obras.

2. El diálogo ecuménico.  En 1967 inició un diálogo entre la Iglesia Católica y al Federación Luterana Mundial, que a lo largo de estos 50 años ha dado frutos estupendos, como un acuerdo en la Doctrina sobre la Justificación, en 1999.
En esa Declaración se explica que, en el fondo, las dos confesiones tienen la misma visión sobre la Justificación, pues ambas aceptan que “sólo por gracia mediante la fe en Cristo y su obra salvífica y no por algún mérito nuestro, somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo que renueva nuestros corazones, capacitándonos y llamándonos a buenas obras”. Luego, en 2006, la Iglesia metodista reconoció esta doctrina.
Otro hito fundamental fue la “conmemoración” común entre católicos y luteranos del V centenario del inicio la Reforma, celebrada en Lund (Suecia), con la participación del Papa y de los líderes luteranos, en 2016.
Ese evento fue una obra finísima de teología y diplomacia, pues no fue una “celebración” (como si el cisma hubiera sido una victoria), sino que ambas partes “conmemoraron” los 500 años con espíritu de reconciliación, de penitencia, de perdón y de fraternidad.
Y un nuevo e importante paso se acaba de dar en el pasado 5 de julio, en la icónica ciudad de Wittenberg, porque la Comunión Mundial de las Iglesias Reformadas se adhirió oficialmente a la declaración de 1999. (News.va, 4 julio 2017)

3. Actualidad del ecumenismo.  En una reunión Consejo Mundial de la Iglesias Reformadas con el Papa en el Vaticano (10 junio 2016), Francisco recordó que el mundo de hoy experimenta una “desertificación espiritual”, especialmente “donde se vive como si Dios no existiera”.
Por eso, añadió el Pontífice, el trabajo conjunto de las diversas comunidades cristianas “están llamadas a ser cántaros’ que apagan la sed con la esperanza, presencias capaces de inspirar fraternidad, encuentro, solidaridad, amor genuino y desinteresado”.
Para Francisco, ante este mundo secularizado, si el trabajo conjunto de católicos y reformados da testimonio del amor misericordiosos de Dios, se convertirá en un “verdadero antídoto frente al sentido de desorientación y a la indiferencia que nos circundan”.

Epílogo. Como la unidad religiosa no es posible con las meras fuerzas humanas, esta unidad de las diversas confesiones cristianas es una señal –no una demostración– de que Dios sigue interviniendo en la historia.
Por eso, el ecumenismo tiene una gran oportunidad para dar esperanza a nuestra sociedad, pues la unidad de los cristianos puede hacer creíble y aceptable la fe en una cultura espiritualmente cansada.

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