Año 13, número 622
Luis-Fernando Valdés
Un paciente
español de esclerosis lateral amiotrófica (ELA) grabó su suicidio, para
reclamar la legalización de la eutanasia. ¿Cuál es la diferencia entre el
derecho a una muerte digna y el suicidio asistido?
"Muerte digna": dar sentido al sufrimiento y acompañar al enfermo crónico o al terminal, pero no adelantar su muerte. (Foto: elespectador.com) |
1. El caso de José Antonio Arrabal.
Este ciudadano español, de 58 años, casado y padre de dos hijos, en agosto de
2015 fue diagnosticado de ELA, enfermedad de las neuronas, el tronco cerebral y
la médula espinal que controlan el movimiento de los músculos voluntarios.
Este padecimiento
consiste en que las células nerviosas motoras se desgastan o mueren y ya no
pueden enviar mensajes a los músculos. Con el tiempo, esto lleva a
debilitamiento muscular, espasmos e incapacidad para mover los brazos, las
piernas y el cuerpo, que van empeorando lentamente. (MedlinePlus)
El Sr. Arrabal
mismo explicaba su sufrimiento: “Ya no puedo ni levantarme de la cama ni
acostarme, no puedo darme ni la vuelta. No puedo vestirme, desnudarme. No puedo
limpiarme. No puedo comer ya solo. Cuando te diagnostican la ELA, te dan la
sentencia de muerte tal cual.” (El Mundo, 4 abr. 2017)
2. ¿Qué es una muerte digna? Don José
Antonio se quitó la vida, el pasado 2 de abril, en su casa de Alcobendas
(Madrid). Cuando su familia lo dejó solo, ingirió una mezcla letal de fármacos
que adquirió por internet, según cuenta el diario El País.
El Sr. Arrabal se
quejó de la que ley española prohibiera el suicidio asistido: “Me parece
indignante que en este país no esté legalizado el suicidio asistido y la
eutanasia. Me parece indignante que una persona tenga que morir sola y en la
clandestinidad.”
Aquí surge el
primer equívoco. Por “muerte digna” no se debe entender la facilitación de una
muerte sin dolor, para ahorrarle sufrimientos al paciente. Aquí se trata, más
bien, de todo el proceso de atención al enfermo de ELA, que incluye darle
auxilios farmacológicos, psicológicos, afectivos y espirituales, durante el
proceso degenerativo (breve o largo); y, llegado el momento, no prolongar su
agonía, sino ayudarlo con tratamientos contra el dolor, hasta que llegué la
muerte natural.
3. La clave: encontrar sentido al
sufrimiento. Hace apenas un mes, Lucas de la Cal, periodista de El Mundo,
realizó una
entrevista a don José Antonio y a Javier Rojas Alonso, madrileño de 44
años, que también padece ELA.
Una
misma enfermedad, pero dos modos de enfrentarla. Aquél anunciaba que se
quitaría la vida, éste se aferra a vivir. Javier, que el próximo verano será
abuelo, decía: “Hay que echarle valor. Por lo menos yo intentaré luchar hasta
el último aliento por mi mujer y mis hijos. Nunca hay que tirar la toalla”.
Javier
le decía a José Antonio que respetaba su opinión, pero “creo que nos haces
mucho daño a todos los que tenemos esperanzas”; y no sólo él sino a “todas las
personas que han luchado hasta el final con esta enfermedad”.
Un
punto importante de la atención a los pacientes de enfermedades degenerativas
consiste en encontrar un razones para vivir; motivos que siempre están en el
espíritu humano, y que se suelen manifestarse cuando al paciente se le da apoyo
tanto clínico como afectivo y psicológico.
Don
José Antonio no es un mero “caso clínico” para la bioética. Ante todo es un ser
humano, y su muerte debe tomarse con respeto hacia él y a su familia. Pero no
compartimos en absoluto que el suicidio asistido sea la vía para evitar el
dolor de una larga agonía. Hace falta una cultura nueva en la que sea posible
darle sentido al sufrimiento.
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