Año 12, número 580
Luis-Fernando Valdés
El hambre es una
tragedia de la que los medios nos informan a diario, pero la reacción frecuente
es la indiferencia. Por eso, el Papa Francisco dio voz a los que padecen hambre
y golpeó las conciencias de quienes “están inmunes ante las tragedias ajenas”.
El hambre debe interpelar a cada persona. (Foto tomada en México; mexicoxport.com) |
1. Una visita histórica. El Pontífice
argentino acudió por primera vez a la sede central del Programa Mundial de
Alimentos (PMA), en Roma, con motivo de la inauguración de la sesión anual de
su junta directiva.
La presidenta de
la Asamblea, la embajadora Stephanie Hochstetter Skinner-Klée, recibió a
Francisco con todos los honores, con la esperanza de que las palabras del
Pontífice sobre la necesidad de combatir el hambre en el mundo tengan tanta
influencia como sus repetidos discursos sobre la importancia de respetar el
medio ambiente y de luchar por un planeta sostenible.
Por su parte, al
saludar y agradecer a los miembros del PMA, el Santo Padre insistió en que la
lucha contra el hambre no puede no “interpelarnos”. Y, más tarde, vía Twitter,
Francisco invitó a las
“instituciones internacionales a dar voz a todas las personas que sufren
silenciosamente el hambre” (El
Mundo, 13 jun. 2016; Aleteia,
13 jun. 2106)
2. La indiferencia ante el dolor ajeno. El
Papa se refirió a nuestro “mundo híper comunicado” (es decir, a la sociedad
actual, que tiene una gran capacidad de recibir información en vivo desde
cualquier parte del mundo, y que presencia las tragedias en tiempo real).
Y así se da esta
paradoja: “la excesiva información con la que contamos va generando
paulatinamente la naturalización de la miseria”. Es decir, da igual que
millones de personas pasen hambre, se encuentren desplazadas o vivan en guerra,
y que nosotros seamos conscientes de ello.
“Nos volvemos
inmunes a las tragedias ajenas y las evaluamos como algo natural”, lamentó el
Pontífice, quien añadió: “Son tantas las imágenes que nos invaden que vemos el
dolor, pero no lo tocamos; sentimos el llanto, pero no lo consolamos; vemos la
sed, pero no la saciamos”.
3. Trágico: alimentos, no; armas, sí. Francisco
puso de manifiesto otra absurda paradoja que existe actualmente en las guerras.
Denunció que “mientras las ayudas y los planes de desarrollo se ven
obstaculizados por intrincadas e incomprensibles decisiones políticas, por
sesgadas visiones ideológicas o por infranqueables barreras aduaneras, las
armas no”.
El Papa lamentó
que sin importar la proveniencia de las armas, éstas “circulan con una libertad
jactanciosa y casi absoluta en tantas partes del mundo”. Explicó que en algunos
casos, “la misma hambre se utiliza como arma de guerra”.
4. Una
vía de solución. Pero el Obispo de Roma no solo hizo una denuncia, sino
también apuntó a una respuesta: revalorar la dignidad de cada persona. Por eso,
Francisco le pidió al personal del PAM, que no caiga en la tentación de
normalizar y burocratizar ellos también el hambre y la pobreza.
Y le dio la clave
para superar esa posible burocracia: “El secreto es ver detrás de cada
expediente un rostro humano que requiere ayuda. Escuchar el grito del pobre les
permitirá no dejarse encasillar en fríos formularios”, explicó.
Gracias a los
medios de comunicación, somos testigos de las hambrunas en África, de las
carencias de alimentos en Venezuela… pero podemos desentendernos de las
personas que no tienen comida en nuestras propias ciudades.
La indiferencia
ante los que no tienen qué comer es un indicador real de nuestra propia “deshumanización”. En cambio, en la “capacidad
de socorrer al hambriento y al sediento podemos medir el pulso de nuestra
humanidad” (Francisco).
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