Año 12, número 577
Luis-Fernando Valdés
Seis profesores
fueron públicamente ultrajados y humillados en México, por no apoyar la huelga
de un Sindicato de maestros. A primera vista, lo usual sería pensar: “es una
pena, pero ¿qué tiene que ver esto conmigo?” Sin embargo, este suceso nos
interpela y nos urge a una reflexión.
CNTE, de la protesta al atropello de la dignidad humana. (Foto: www.gacetamexicana.com) | |
1. El hecho. La Coordinadora Nacional
de Trabajadores de la Educación (CNTE) lleva más de dos semanas en huelga, más
de tipo político que propiamente laboral, pues se trata de una protesta contra
la reforma educativa federal.
Como parte de esa
huelga, el pasado 31 de mayo miembros del CNTE tomaron 82 alcaldías en Chiapas
mismo y 70 en Michoacan [noticia].
Y el 1º de junio, integrantes de ese sindicato y de la Organización Proletaria
Independiente Emiliano Zapata agredieron y le cortaron el cabello a rape a un
grupo de seis profesores que se dirigía a Tuxtla Gutiérrez a entregar
documentación para poder cobrar su quincena.
Los maestros
fueron bajados de sus autos, los obligaron a caminar descalzos y les colgaron
cartulinas con leyendas de “Traidores a la patria”, “Charros”, y “Me pelonean
por estar de acuerdo con la Reforma Educativa”. (Excelsior, 1
junio 2016)
2. Claves de lectura. Este suceso se
puede analizar desde varios ángulos. Son muy importantes las diversas perspectivas,
como la política, sobre el papel de los sindicatos en la educación mexicana; o
la civil, como fue la protesta efectuada de la Comisión Nacional de Derechos
Humanos; o la del derecho penal, como el crimen cometido y el proceso legal
contra los agresores.
Pero hay óptica
más profunda, que es la dignidad de la persona. Cuando se agrede a una persona
de la manera como hicieron esos miembros de la CNTE, se envía un mensaje al
resto de la sociedad: que los intereses de un grupo de presión están por encima
de la inviolabilidad y del respeto a los ciudadanos.
Y no podemos
permanecer indiferentes ante este mensaje. Permanecer pasivos significaría
aceptar que se atropelle el principio que sostiene a toda la sociedad: la
dignidad inalienable de cada persona.
3. Una valoración más allá de la política.
El respeto incondicionado a cada individuo, tanto en su cuerpo como en su
mente, junto con sus bienes físicos y morales, no es una cuestión religiosa,
aunque sean las religiones cristianas algunas de sus defensoras más
incondicionales.
Protestar contra
estas agresiones tampoco significa tomar partido por alguna de las facciones en
conflicto. Más bien el sentido es otro: proteger y pedir que se respete el
fundamento de la convivencia civil.
La Declaración
universal de los Derechos humanos dice en su artículo 1: “Todos los seres
humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de
razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.”
No podemos ser
testigos pasivos de los atropellos a esa dignidad con la que cada ciudadano
nace, porque nos haríamos cómplices de la degradación de nuestra sociedad.
Nadie puede quedar indiferente cuando de destruye la base de la convivencia
cívica.
Acostumbrarnos a
las falsas protestas, que pasan por encima de los derechos de las personas y de
los pueblos, nos llevará a ser testigos mudos de la decadencia de las
instituciones y de la justicia. ¿No esto lo que les pasó a millares de
ciudadanos que, en su momento, permanecieron indiferentes ante los atropellos
de los nazis?
La indiferencia
ante las injusticias que otros padecen nos deshumaniza. Y por eso protestamos,
ya que cuando esos seis profesores fueron rapados, la dignidad de todos los
demás ciudadanos también quedó trasquilada.
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