domingo, 13 de abril de 2014

La prueba de santidad de Juan Pablo II


Año 10, número 466
Luis-Fernando Valdés

Faltan un par de semanas para que Juan Pablo II sea canonizado por el Papa Francisco. Su fama como hombre de Dios es indiscutible. Pero no todos conocen qué milagro realizó como señal de que es santo. Hoy presentamos esa “prueba de santidad”.
Floribeth Mora, curada por Juan Pablo II.
Para canonizar (declarar a santa) a una persona, la Iglesia primero recoge el testimonio de testigos directos. Después de un estudio detallado de su vida, certifica que el candidato vivió “heroicamente” (plenamente) las virtudes cristianas.
Lo siguiente es que Dios mismo certifique que ese candidato sí está en el Cielo. Y lo hace concediendo un milagro, atribuido a la intercesión de ese siervo de Dios. La Santa Sede recibe los posibles milagros y los somete a un estudio técnico, para certificar que en ese evento no tiene explicación natural ni científica. Sólo entonces se procede a la canonización.
En el caso de Juan Pablo II se han recopilado muchos posibles milagros de diversas partes del mundo. El postulador de la causa de canonización escogió el caso de la costarricense Floribeth Mora Díaz, curada inexplicablemente de un aneurisma cerebral. Valentina Alazraki lo documenta en su más reciente libro, “El santo que conquistó el mundo” (Planeta, 2014, pp. 127ss).
El 8 de abril de 2011, Floribeth tuvo un fortísimo dolor de cabeza, la llevaron al hospital donde diagnosticaron una severa migraña. Los dolores continuaron. Tres días después mediante una tomografía descubrieron que una arteria del cerebro goteaba, pero ésta se encontraba en una zona inaccesible del cerebro. Los médicos le dieron un mes de vida.
Floribeth le pedía a Edwin, su marido, “no me dejes morir”. Los médicos les dijeron que quizá en México o en Cuba la podrían operar, pero que el riesgo de morir o quedar como vegetal era muy alto. Entonces Edwin se sentó en una banca afuera del hospital, llorando. Y empezó a rezar a Juan Pablo II:
“Dios mío, ayúdame. Karol Wojtyla, Juan Pablo II, no me deje solo, no me deje solo, ayúdeme, creo en usted, Santo Papa. Juan Pablo II usted es un santo para mí, ayúdame, ayúdeme”.
El día 1º de mayo, justo el día de la beatificación del Papa polaco, toda la familia acudió a la vigilia de oración en el Estadio de San José, para pedirle el milagro al nuevo beato. Aunque Floribeth no pudo asistir, pensaba: “Juan Pablo II para mí no es santo porque fuera un hombre perfecto, yo lo veo santo porque en su humanidad nos enseñó a sobrellevar el sufrimiento, el dolor y la enfermedad”.
Ella siguió la transmisión completa de la Beatificación por televisión, a las 2:30 de la mañana local. Se durmió y despertó como a las 8.30 de la mañana. “Cuando me levanté … yo estaba observando una revista en cuya portada estaba Juan Pablo II. Me persigné, como todos los días, dándole gracias al Señor por un nuevo día; me quedé viendo la revista … y me quedé admirada, observando, y escuchaba su voz que me decía: ‘Levántate, no tengas miedo’. Vi sus manos que me hacían un gesto, invitándome a levantarme. Me quedé sorprendida, seguía mirando la revista y le dije: ‘Sí, Señor’.”
Seis meses después, le practicaron otra resonancia y ya no estaba el aneurisma. Otros meses más tarde, en otro estudio tampoco encontraron nada y ni siquiera secuelas. La ciencia médica no conoce estudios de que un aneurisma desaparezca espontáneamente.
Juan Pablo II está junto a Dios, por eso es un gran intercesor. Nuestro añorado Papa desde el Cielo continúa realizando la misión que ejerció aquí en la Tierra: hacernos saber y sentir que Dios está muy cercano.

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