lunes, 17 de febrero de 2014

Benedicto XVI, ¿un año en la sombra?


Año 10, número 458
Luis-Fernando Valdés

Se cumplió un año de la renuncia de Benedicto XVI al Pontificado romano. Ante el impacto mediático del Papa Francisco, la figura del Pontífice emérito ha quedado casi olvidada. ¿Tendrá alguna trascendencia el Papa alemán para la Iglesia? 

 
Benedicto XVI anunciando su dimisión.
Son inolvidables las emociones de aquel lunes 11 de febrero del año pasado, cuando el Papa Benedicto se dirigió en latín al Colegio de Cardenales reunidos en Consistorio y les anunció su dimisión.
Algunos, al recibir la noticia, pensamos que se trataba de una confusión o de un rumor falso, como en tantas otras ocasiones durante el Pontificado del querido Papa Ratzinger. Pero cuando verifiqué la información en la página web oficial de noticias de la Santa Sede, se me encogió el corazón: sí era verdad, el Santo Padre había renunciado.
Las siguientes jornadas fueron muy intensas: el último Angelus desde el balcón, las últimas audiencias, el viaje de despedida hacia Castelgandolfo; y los preparativos (con sus correspondientes especulaciones) sobre el Cónclave que elegiría al siguiente Pontífice.
Benedicto XVI pasó entonces varios meses viviendo en la residencia de verano de los papas, antes de volver al Vaticano, para residir en el antiguo convento situado en los jardines vaticanos, para “vivir como monje”, como él mismo comentaría después.
Sabemos por las declaraciones de su secretario personal, Mons. Georg Gänswein, que actualmente Benedicto XVI se dedica a rezar y a leer, y que, con frecuencia, en las noches, interpreta al piano piezas clásicas.
Mientras el Papa Francisco cada vez es más y más buscado por la gente, el Papa emérito se empeña en cumplir su palabra de renunciar tanto a hacer vida pública, como a llevar una vida privada entendida como dedicarse a sus propios planes: viajar, a tener reuniones, dar conferencias.
Parecería, a primera vista, que el Papa emérito pasará a la historia como un “papa de transición” entre Juan Pablo II y Francisco. También se podría tener la impresión de que el Papa alemán termina sus días de un modo gris.
Sin embargo, esta sombra voluntaria en la que el gran Joseph Ratzinger decidió pasar el resto de sus días, ya desde ahora resulta muy luminosa. Tan llena de luz como toda la vida y misión de este gran personaje.
En efecto, la misión de Joseph Ratzinger ha sido, desde joven, dar luz. Primero lo hizo desde su papel como académico de altura, que tuvo especial relieve en el Concilio Vaticano II, más tarde como Obispo de Ratisbona, después junto a Juan Pablo II y finalmente como el “Papa teólogo”.
Pero ahora sigue dando luz, desde el encierro en el que vive. El valor de aceptar sus limitaciones y de renunciar desafiando a la historia (pues en 600 años no había dimitido ningún pontífice) marca una nueva etapa para el Pontificado romano del siglo XXI.
El mensaje silencioso del Papa emérito es luminoso: él buscó primero el bien de la Iglesia que el suyo propio; y, ante su ancianidad y falta de fuerzas, prefirió renunciar para dar lugar a un nuevo Pontífice que pudiera enfrentar con más dinamismo la crisis actual de la Iglesia.
Este gesto heroico de Benedicto XVI siempre será una invitación a todos los que detentan un cargo para que examinen su actitud: si pretenden el poder por el poder, o si buscan realmente el bien de los demás.
El Pontífice emérito ha traído una revolución en la concepción del poder, entendido ahora como servicio. Esperemos que está brillante lección sirva no sólo para los futuros papas, sino también para presidentes, gobernadores, obispos, párrocos, directores de empresas, gerentes…
lfvaldes@gmail.com
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