Año 10, número 458
Luis-Fernando Valdés
Se cumplió un año
de la renuncia de Benedicto XVI al Pontificado romano. Ante el impacto
mediático del Papa Francisco, la figura del Pontífice emérito ha quedado casi
olvidada. ¿Tendrá alguna trascendencia el Papa alemán para la Iglesia?
Benedicto XVI anunciando su dimisión. |
Son inolvidables
las emociones de aquel lunes 11 de febrero del año pasado, cuando el Papa
Benedicto se dirigió en latín al Colegio de Cardenales reunidos en Consistorio
y les anunció su dimisión.
Algunos, al recibir
la noticia, pensamos que se trataba de una confusión o de un rumor falso, como
en tantas otras ocasiones durante el Pontificado del querido Papa Ratzinger.
Pero cuando verifiqué la información en la página web oficial de noticias de la
Santa Sede, se me encogió el corazón: sí era verdad, el Santo Padre había
renunciado.
Las siguientes
jornadas fueron muy intensas: el último Angelus desde el balcón, las últimas
audiencias, el viaje de despedida hacia Castelgandolfo; y los preparativos (con
sus correspondientes especulaciones) sobre el Cónclave que elegiría al
siguiente Pontífice.
Benedicto XVI pasó
entonces varios meses viviendo en la residencia de verano de los papas, antes
de volver al Vaticano, para residir en el antiguo convento situado en los jardines
vaticanos, para “vivir como monje”, como él mismo comentaría después.
Sabemos por las
declaraciones de su secretario personal, Mons. Georg Gänswein, que actualmente Benedicto
XVI se dedica a rezar y a leer, y que, con frecuencia, en las noches, interpreta
al piano piezas clásicas.
Mientras el Papa
Francisco cada vez es más y más buscado por la gente, el Papa emérito se empeña
en cumplir su palabra de renunciar tanto a hacer vida pública, como a llevar
una vida privada entendida como dedicarse a sus propios planes: viajar, a tener
reuniones, dar conferencias.
Parecería, a
primera vista, que el Papa emérito pasará a la historia como un “papa de
transición” entre Juan Pablo II y Francisco. También se podría tener la
impresión de que el Papa alemán termina sus días de un modo gris.
Sin embargo, esta
sombra voluntaria en la que el gran Joseph Ratzinger decidió pasar el resto de
sus días, ya desde ahora resulta muy luminosa. Tan llena de luz como toda la
vida y misión de este gran personaje.
En efecto, la misión
de Joseph Ratzinger ha sido, desde joven, dar luz. Primero lo hizo desde su
papel como académico de altura, que tuvo especial relieve en el Concilio
Vaticano II, más tarde como Obispo de Ratisbona, después junto a Juan Pablo II
y finalmente como el “Papa teólogo”.
Pero ahora sigue
dando luz, desde el encierro en el que vive. El valor de aceptar sus
limitaciones y de renunciar desafiando a la historia (pues en 600 años no había
dimitido ningún pontífice) marca una nueva etapa para el Pontificado romano del
siglo XXI.
El mensaje
silencioso del Papa emérito es luminoso: él buscó primero el bien de la Iglesia
que el suyo propio; y, ante su ancianidad y falta de fuerzas, prefirió
renunciar para dar lugar a un nuevo Pontífice que pudiera enfrentar con más dinamismo
la crisis actual de la Iglesia.
Este gesto heroico
de Benedicto XVI siempre será una invitación a todos los que detentan un cargo
para que examinen su actitud: si pretenden el poder por el poder, o si buscan
realmente el bien de los demás.
El Pontífice
emérito ha traído una revolución en la concepción del poder, entendido ahora
como servicio. Esperemos que está brillante lección sirva no sólo para los
futuros papas, sino también para presidentes, gobernadores, obispos, párrocos,
directores de empresas, gerentes…
lfvaldes@gmail.com
http://www.columnafeyrazon.blogspot.com
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